viernes, 5 de enero de 2024

Judith, una vida, un testimonio

                                                






 

   Una de las etapas más importantes  de mi vida ha sido la que comprometió lo que llamamos el espíritu. Mi madre era una mujer creyente y practicante del catolicismo. Crecimos en colegios de religiosos y nuestra educación tuvo a la Iglesia católica como faro.  Eso me llevó a buscar grupos o instituciones que me permitieran profundizar en lo que era la práctica religiosa en el mejor de los gestos. El Opus Dei, que en los años ochenta estaba en furor, me atrajo por la cantidad de jóvenes que pertenecían a la institución. En mi familia hay muchos miembros de la Obra de Dios, como la llaman, que permanecen activos.  

 

   Muchas veces sentimos que pertenecer a un grupo institucionalizado nos garantiza estabilidad y continuidad en las acciones que queremos llevar a cabo en el tema religioso. A unos les funciona, a otros no. Es mi caso; pero   la institución me dejó conocer a uno de los seres humanos más hermosos con los que me he topado en mi vida: Judith Ayala.

 

   Tendría unos 16 años y ella nueve más que yo, pero coincidíamos en todas las actividades que nos organizaban porque habíamos entrado al mismo tiempo. La libertad que nos otorgó la amistad, el encontrarnos en el afecto diariamente empezó a construir una unión sólida, pétrea, de por vida.  Había lo que conocemos como empatía en cada uno de los pasos que dábamos. Ella nació un siete de diciembre, yo el ocho; ella tenía miopía con la misma graduación mía, por eso me prestó sus lentes para mi examen médico necesario para la licencia de conducir, salí exitosa; la risa fue nuestra contraseña porque lo que a ella le hacía reír, a mí me provocaba carcajadas interminables.  Nuestra manera de reaccionar cuando estábamos en el Opus, y después, por supuesto, era idéntica: el mismo desprendimiento frente a la formalidad, a lo rígido, a la solemnidad eclesiástica y ritualista. Ir a lo esencial era la meta, y lo practicamos permanentemente. Era como descubrir la sabiduría que da el parecernos en el espíritu.

 

 Judith está hecha de una materia desconocida, cósmica, que raya en lo infinito, diría; es serena, amable; derrocha un sentido del humor que compartimos desde sus raíces y que nos ha provocado responder con alegría a lo bueno, a lo malo y a lo peor. Goza además de esas inteligencias intuitivas que lo femenino convierte en arma implacable para que el amor sea la clave, sea la bandera guía.

 

Judith es psicóloga infantil y trabaja en instituciones públicas, su trato hacia los niños es para mí cátedra a seguir. Como educadora, experiencia que amo y practico sin tregua, siempre tomo en cuenta ese gesto de Judith de equilibrar el modo de proceder hacia los niños y mostrarles cómo podemos ser tratados todos iguales, ni más ni menos. Recuerdo haber leído un artículo suyo en el que planteaba una de las enseñanzas más acertadas de San Juan Bosco, el Maestro de los niños y los jóvenes. Judith comentaba una sabia sentencia del santo. Don Bosco decía: lo importante no es que los quieras -refiriéndose a los alumnos o a los chicos en tutoría- sino que ellos sepan que los quieres. Después de esa afirmación sentí que tenía la clave para el trato con mis alumnos.  Los años que han pasado  entre unos grupos y otros, me confirman  que lo más importante es que  ellos deben saber que los quiero.

 


   Hoy 40 años después,  es un referente espiritual para mí, y, sobre todo, la AMIGA con mayúsculas con la que, sin ninguna fisura,  me comunico mágicamente aunque nos pasemos meses y meses sin conversar. En una entrevista  hace ya muchos años  el gran escritor Jorge Luis Borges señaló cómo los amores entre pareja necesitan de la frecuencia física, de ese verse continuamente para no perderse en el olvido. En cambio, reconocía, la amistad tiene el don de la permanencia, de esa perennidad que se llama “amor incondicional”, que no se debilita por la ausencia ni por la falta de comunicación.

 

   Mi inquietud espiritual ha tenido sus largas pausas, me alejé de la Iglesia, de mis creencias, de mis prácticas religiosas. Hoy creo que el ancla para que continúe diciendo que creo en Dios, que apuesto por esa vida del espíritu, es Judith, es su maravillosos ejemplo porque ella enlazó su alma a ese mundo construido con el afán de quien cree en lo que trasciende, en la bondad, en ir más allá, en el mensaje del evangelio en su esencia más pura. Judith Ayala, te quiero con todo mi corazón, gracias, de nuevo, por estar en mi vida.


viernes, 9 de junio de 2023

CRÓNICA DE UNA VOTACIÓN QUE HIZO HISTORIA

 


CRÓNICA DE UNA VOTACIÓN QUE HIZO HISTORIA


Hace 24 años llegué a México a realizar mi doctorado; regularicé mi fórmula migratoria y a partir de entonces trabajo en la Universidad Autónoma del Estado de México, en la ciudad de Toluca. Años más tarde, en septiembre del 2006 recibí mi carta de naturalización  que había tramitado meses antes y desde entonces he ejercido mi derecho al voto.

 

   Recientemente, este  pasado domingo 4 de junio, se desarrollaron las elecciones a gobernador en el Estado de México donde vivo y trabajo. Se trataba de un evento histórico por las condiciones inéditas que se presentaban: por primera vez hubo solo dos candidatas mujeres, Delfina Gómez, por el partido MORENA, el Partido del Trabajo y el Verde Ecologista,  y Alejandra del Moral, representando una mega coalición (PRI, PAN, PRD, NUEVA ALIANZA). Como es sabido por los mexicanos, el PRI, Partido Revolucionario Institucional, ha gobernado el Estado de México por 94 años ininterrumpidos y en esta ocasión el rumor a gritos de los ciudadanos nos decía que llevaba la ventaja la candidata opositora, es decir, Delfina Gómez. La expectativa de un cambio encendía no solo las alertas de los gobernantes, sino también  la de esa ciudadanía que anhelaba la alternancia tantas veces esperada.

 

   En ese tenor, a principios de abril, representantes del INE visitaban los predios de la Cañada de Alférez, lugar donde vivo desde hace 16 años. Buscaban las viviendas de las personas que habían sido seleccionadas para ser representantes de Casilla. Una empleada del Instituto, de unos treinta y cinco años de edad, tocó a la puerta de mi casa y me preguntó por una dirección y por el nombre de un vecino que no conocía. El lugar del que me hablaba está en la calle de enfrente a la nuestra así que la encaminé a su destino. Era un sábado y Samuel, mi esposo que es mexicano, y yo estábamos en el jardín disfrutando de una mañana soleada, de esas mágicas que nos regalan constantemente las montañas.

 

    Aproximadamente dos horas después, la misma empleada se acercaba a Samuel para verificar que Guadalupe Isabel Carrillo Torea vivía allí. Yo era de las escogidas para formar parte de los funcionarios de casilla. Conversamos un rato, preguntó si aceptaría participar, me pidió datos de mi formación, de mi trabajo…me sentí realmente halagada, si bien estoy naturalizada desde hace más de una década, nunca había tenido esta experiencia. En ocasiones sentimos, como extranjeros que el nacional puede llegar a sentir rechazo de que alguien no nacido en el país comparta de manera directa un evento que concierne solo a los mexicanos. Pero no fue así, mi naturalización me acreditaba para participar en cualquiera de las funciones: o presidenta o secretaria o escrutadora.

 

   Ser extranjero va moldeando en nosotros el sentido de la extrañeza, de ese otro del que tanto se reflexiona en pasillos universitarios. Hablamos el mismo idioma, pertenecemos al mismo continente pero nuestra raíz es otra y se nota en tu acento al hablar, en la manera de relacionarte en el afecto, hasta en el contacto físico. La presencia del Caribe en tierras venezolanas ha hecho de nosotros personas cercanas, que abrazan y besan con facilidad. La alegría caribeña es contagiosa; el mar que baña nuestras costas muestra también la apertura del corazón que recibe incluso al desconocido.

 

    Sin embargo el tiempo te dice que no siempre serás aceptado en otros territorios. Los gestos de xenofobia pueden surgir cuando menos lo esperas, y lastiman a quien lo padece. Llegué a pensar que al escucharme hablar, los votantes que se acercaran a las urnas podrían tener algún comentario de rechazo por mi presencia. No hubo un solo gesto de antipatía ni cuando hicimos reuniones, simulacros o cualquier comentario en el chat que la representante creó. Al contrario, mi perfil profesional agradó mucho a Nancy, representante del INE;  meses después recibí el nombramiento como Presidenta de la Casilla. Otra alegría más, me distinguían con el máximo nombramiento a mí, extranjera que ha vivido en la piel qué es ser de otro lugar, y mexicana por adopción en este hermoso país que ha sabido abrir las puertas a quienes tomamos la dura decisión de partir a otros derroteros dejando atrás la raíz.

 

   Después de meses de espera,  y a unos días de haber recibido en mi casa todo el material de la votación ,  el 4 de junio llegó: a las siete y cuarto de la mañana me encontraba en la escuela primaria Benito Juárez. Llegaban al mismo tiempo Nancy y los demás miembros de la casilla. Íbamos con el ánimo en la piel porque se trataba de un evento trascendental. La novedad de este ejercicio electoral me interpelaba especialmente y quería hacerlo muy bien.

 

   A las ocho y cinco de la mañana se abrió la votación; como presidenta me habían indicado que debía mostrar la urna vacía a todos, representantes de partidos y funcionarios, y luego señalar en voz alta que todo comenzaba. Los votantes asistieron desde muy temprano; hubo una afluencia mayor a partir de las diez de la mañana, con pausas en las horas de comida (a partir de la una y media hasta las tres) pero incluso a un cuarto para las seis llegaron rezagados a emitir su voto.

Decenas de personas acudieron a votar por la próxima gobernadora del Estado de México, en el municipio de Metepec, el 4 de junio de 2023. 

   A las seis, también en voz alta, señalé que la votación había concluido. Nos acercamos a una de las aulas que la escuela había prestado para hacer el conteo. Allí una a una, como presidenta, fui abriendo las boletas, declaraba en voz alta para quién había sido el voto y lo pasaba a una de las escrutadoras que mostraba a todos el papel que lo verificaba. Fue un momento de mucha emoción, sentí que me prestaban la patria y entendí que esa patria  también era mía. La adopción es tan auténtica como aquello que recibes de nacimiento. Añado a esto la pulcritud de todo el proceso electoral. Mientras contábamos las papeletas delante de los representantes de partidos hubo un silencio respetuoso, casi ceremonial. En todo momento Nancy nos acompañó al conteo, aclarando dudas que se presentaban; después dimos paso al llenado de planillas que es laborioso y lento. La organización del IEEM (Instituto Nacional Electoral del Estado de México) fue ejemplar desde el entrenamiento que recibimos hasta el último minuto de la elección. En la Cañada ganó el PRI: 107 votos, seguido de MORENA con 91 votos. El PAN y el PRD tuvieron un mínimo de preferencias: unos 30 el PAN y unos 8 el PRD.

 

   Concluimos todo el proceso casi a las ocho de la noche, agotados pero contentos de ese cierre electoral ejemplar sin una sola incidencia que reportar.

 

Gracias, México, por demostrarme que también eres mi país.

  

 

 

lunes, 7 de noviembre de 2022

La fraternidad: una presencia








 

 

He tenido la fortuna de pertenecer a una familia numerosa: 8 hermanos. Los tres mayores del primer matrimonio de mi papá y cinco del segundo. Soy la séptima de la segunda tanda. Siempre sentí esa hermandad en números redondos: somos ocho; no hay “medios hermanos”, para mi es casi un insulto utilizar esa expresión porque nunca la sentí como algo que me involucrara o que definiera mi situación familiar. Éramos unidad -hablo en pasado porque, desafortunadamente, Manuel Antonio ya no nos acompaña-, descendientes de Pedro Emilio, el tercero de diez. Ya eso nos calificaba, era suficiente para todos.
 
   Las diferencias en el calendario nos desajustaron algunas convivencias: cuando los mayores se casaban, nosotras éramos parte de la ilustre comitiva para el altar. El nacimiento de las sobrinas mayores, sobre todo de Anabel, hija de Ricardo, las convirtieron en nuestras grandes amigas. Ana es primero mi gran amiga, mi hermana de corazón  y, solo al final, mi sobrina. Las hermanas, Carmen y María del Rosario, y yo, hemos querido ser previsoras: primero vernos, no alejarnos…por lo menos una vez cada dos años.
 
   Ricardo, Miguel y Pedro Emilio, así, en orden cronológico, fueron mis héroes de la infancia; su carisma se podía tocar de lejos. La simpatía y la carcajada los acompañaban a cada paso, de allí nuestra admiración, de allí el gusto por tenerlos cerca. Sentirlos hermanos es un regalo que la vida me dio y que agradeceré siempre.
 
   En estos finales del 2022, cuando los fenómenos migratorios han sufrido embates desconcertantes, encontramos familias dispersas por todo el mundo. A la dispersión se añade la lejanía, la ausencia. Encontrarse se convierte entonces en lo inaudito, en la rareza del año. En ese tenor habían pasado una década sin ver físicamente a mi hermano José María. El menor de los ocho, que valientemente ha permanecido en la Venezuela chavista y madurista a lo largo de estos 22 años. Obviamente, internet, ese  paliativo de la nostalgia,  ayudó a que el afecto no naufragara: nos veíamos en conferencias de zoom, de WhatsApp, hablamos constantemente por teléfono. Pero no es lo mismo, ni saben igual los abrazos, ni los apurruños nos acarician tanto cuando estás presente…hasta los chistes y las risas tienen otra textura.



 
   Convivir, tocar, conversar hasta que se cierran los ojos de sueño y de felicidad es otra experiencia. Y esa inédita vivencia la tuvimos hace mes y medio cuando, por fin, José María vino a visitarnos. Fueron diez días para celebrar ese vínculo mágico que se llama “amor fraterno”. Ser hermano se convirtió en consigna entrañable, porque el ADN no miente y el parecido físico está también en los pliegues del alma, en el gesto, en el asombro, en el deseo insatisfecho y pospuesto de estar juntos.



 

 
   José heredó el calor familiar de los dos progenitores: mi papá fue siempre muy afectuoso, pero lo envolvía en el manto de su voz, siempre cálida, y de sus palabras, también cariñosas, afables…mi mamá era un torbellino de mieles gallegas: besiños, nos daba muchos, incontables. José tiene la veta amorosa arraigada en la zalamería y el piropo venezolano. Quizás todos lo tengan pero su visita reciente actualizó dentro de mí palparla y gozarla.

 

   Gracias, Joseíto querido, esto, el afecto a flor de piel tiene que repetirse pronto.

 


 

 

viernes, 29 de julio de 2022

Temporal de Carmen Leonor Ferro. Una Antología Poética

 

 

GUADALUPE ISABEL CARRILLO TOREA


Foto Carmen Virginia Carrillo


 

 

Enunciar la vida a través de la palabra actualiza nuestro presente, nos permite asirlo y comprenderlo. Ese acto mágico pertenece al mundo de la literatura, pero sobre todo al de la poesía, al verso.

 

   Este año 2022 que transcurre y que nos deja de inevitable herencia de una pandemia aún en sus estertores, escritores y poetas se han dado a la tarea de reflexionar sobre nuestra realidad recientemente modificada y maltratada, no solo por enfermedades, reveses políticos, gobiernos malintencionados que expulsan a sus ciudadanos y, hoy, también, por guerras absurdas que habíamos pensado, eran ya anacrónicas.

 

   En ese tenor nos encontramos con la antología de poemas de Carmen Leonor Ferro titulada Temporal. Se trata de aproximadamente 82 poemas distribuidos en distintos poemarios ya publicados y algunos más, inéditos. Aborda distintos temas, todos de una actualidad aplastante. El primero de ellos y uno de los más recurrentes en la antología es la experiencia del exilio y de las implicaciones personales que esto conlleva.

 

   Carmen Leonor Ferro es venezolana de nacimiento. En 2005 se traslada a Italia, el país de sus ancestros y desde entonces habita esas tierras. El cambio geográfico va de la mano de la crisis política y ahora humanitaria que vive Venezuela  desde hace casi dos décadas y que ha obligado a millones de sus habitantes a emigrar forzosamente. Entre ellos se encuentra nuestra poeta que sale de su país y se enfrenta a vivencias difíciles de asimilar.

 

   El prólogo de la antología fue escrito magistralmente por Carmen Virginia Carrillo quien describe la acción liberadora de la poesía presente en los versos de Carmen Leonor. A propósito de sus poemas nos dice Carmen Virginia Carrillo:

 

Frente a la otredad -espacial, cultural y lingüística-, la poesía se convierte en el lugar del consuelo, el espacio que resguarda de la desgarradura del ser. Allí, el sentido de la pérdida y la carencia se resignifican y el poema se constituye en un horizonte de sentido en el cual se rescata la historia familiar y la pertenencia (página 8).

 

   Si bien sobresale en los poemas lo autobiográfico (qué percibe quien ha vivido el desarraigo, por ejemplo) esta experiencia se amplifica y adquiere un carácter colectivo que le otorgan a sus poemas un sentido de universalidad, de mirada compasiva hacia una humanidad afligida por los avatares de la historia personal y general.

 

   Sumado a las sensaciones de desarraigo y melancolía vemos que parte de la experiencia del exilio se une a la del viaje. Así encontramos el siguiente poema: “Esta vez es el barco/ mar congelado/del norte/ su capa fina de hielo/se quiebra/ a nuestro paso/ nos acompañan/aves que jamás hemos visto/ resisten la travesía/ mientras la nave se aleja desde el puerto/ aprendemos a despedirnos/ de los que hemos amado/ a sentir la compañía del agua/ como una salvación.” (página 19).

 

   La siguiente faceta del que se muda de geografía a otra que no es suya, podría ser aquella en la que, inevitablemente, debemos cambiar nuestro código lingüístico, como le ocurrió a la poeta en Italia. En el poemario “En subjuntivo” se reflexiona en torno a las dificultades que, por el idioma, padece el yo poético. Se habla del silencio en el que se ve atrapada y de la mudez afectiva a lo que esto deriva:

 

                  Ahora las palabras no llegan voluntariamente

                  como si se opusieran a mis invocaciones

                  una mudez que no busco

                  signan mis encuentros y mi propósito de escribir

                  y un vacío que no es inexpresión se impone

                  a mi necesidad de ordenar

 

   El yo poético humaniza movimientos lingüísticos descritos como herramientas para sobrevivir; así leemos que desea…”una gramática que me alivie/ más indiferenciada que exacta/ un alfabeto que me mantenga oscura/ pero que no me deje sola” (página 38).

 

   Como otra experiencia de radicalidad del extranjero Carmen Leonor va más allá  de lo cotidiano y enfrenta al lector a condiciones límites en las cuales el sucumbir lleva implícito el anonimato, como en el siguiente poema:  “La muerte del que está de paso/ no dice nada a nadie/ no cuenta/ su existencia analógica/ sus rastros no esclarecen/ cómo llegó/ de qué huía/ y por que se ha ido”. (página 46). Y al anonimato se une, inevitablemente, una memoria desgajada, informe, maltrecha: “La memoria viaja por terrenos baldíos/ husmea el polvo/ se detiene/ inesperadamente/ en algún punto/ revolotea/ como una mariposa/ tratando de cumplirse/ escapar de lo que no tiene forma” (página 55).

 

  

   Si bien en la selección de poemas encontramos más tópicos que se alejan de los recurrentes,  percibimos que el colofón de la antología es el padecimiento del COVID y las consecuencias que en lo individual y en lo colectivo este nos hizo padecer. Así leemos:

 

                  Corrían los días de reclusión,

                  más que nunca la muerte aparecía en todas partes

                  las ventanas inocentes ya no lo eran

                  cualquier intromisión del aire inquietaba,

                  eran días en que el orden suplantaba el deseo

                  y contar los pasos que había entre la cocina y el

                  pasillo

                  podía considerarse una noble actividad. (página 79)

 

   La pertinencia en lo temático de lo que hemos venido padeciendo lo ha rescatado Carmen Leonor con magistral tino. En sus versos percibimos una fusión de sensaciones y sentimientos contradictorios: la desgarradura junto a la nostalgia por lo perdido, lo entrañable que se convierte en consuelo dentro del corazón.

 

 

 

                 

                 

 

 

lunes, 25 de abril de 2022

Leonardo Padrón nos atrapa de nuevo con "Pálpito"

 








 

 

Desde el jueves 21 de abril he estado literalmente pegada a mi computadora, o mejor dicho, al Netflix que tengo en ella. El esperado estreno de la serie Pálpito de Leonardo Padrón que ya venía promoviéndose en los medios, nos convocó a echarle un vistazo. Pero esa pequeña mirada se convirtió en cuatro días de intenso seguimiento a los catorce episodios en los que se desarrolla la serie.

 

   Escribo como aficionada que se deleita o rechaza lo que tiene frente a sus ojos. La serie me atrapó desde el primer minuto. No hubo periodos lentos o pérdida de atención. La famosa “morosidad narrativa” estuvo ausente porque incluso las historias secundarias que se desprenden de la principal  mantienen al espectador en la cresta de la ola, siempre atentos y, también, literalmente, al borde del asiento.

  

El tema, desde luego, es impactante y absolutamente pertinente en nuestras sociedades acostumbradas a los atajos, a las vías alternas para resolver conflictos o dramas humanos de largo aliento: la venta de órganos en el mercado negro como la aparente única opción para salvar las vidas de aquellos que han sido registrados en una larga fila de espera en la que no llega el turno tan ansiado.

 

 La protagonista, Camila, padece de una dolencia de corazón que solo podrá subsanarse con un trasplante. A partir de allí se desencadena una trama ágil, donde los hechos hablan, mostrándonos la personalidad, los valores y la visión del mundo de cada uno de los personajes. De esas miradas singulares se orquestará una trama que se balancea entre la tragedia más aviesa  al drama que busca salidas desesperadamente. Los alcances son épicos pues ese mercado negro de órganos no se detiene en ningún tipo de consideración, solo complacer a un cliente dispuesto a pagar cualquier suma de dinero y a destruir sin contemplaciones la vida ajena.

 

   Sin embargo, los personajes están delineados desde la complejidad. No hay blancos o negros, buenos o malos. Quienes actúan yéndose hacia el abismo o hacia la salvación, se ven motivados por razones humanas de peso que obnubilan cualquier otra posibilidad. Zacarías Cienfuegos, por ejemplo, el novio y después el marido de Camila ve un panorama incierto en la espera de ese órgano mezquino que no se presenta. También Simón Duque,  sobreviviente de una mujer sana que será sacrificada, enarbola la bandera de la venganza como único móvil para continuar con su maltrecha vida. O la misma Camila sumergida en el terrible pantano de la culpa frente a lo que irá descubriendo sobre la vida y muerte de su donante.

 

   La actuación impecable de todos sus personajes, aunada a la producción de alto costo y extraordinarios escenarios de una Bogotá efervescente donde cabe lo justo y también lo fatídico, la maldad junto a lo bueno. Es un enorme caleidoscopio, reflejo de lo que somos y de lo que podemos ser, en ese devaneo interminable que nos da, siempre, la vida.

   El guión está repleto de la presencia omnisciente de Leonardo Padrón. La poesía campea a su gusto en esas líneas que, magistralmente, nos regala el poeta que habita en él desde siempre.

   La experiencia de Leonardo de muchos años en la pantalla chica es el mejor acicate para este salto a la plataforma de Netflix. Esperemos que haya  una segunda temporada en la que los reveses no resueltos alcancen en esta segunda parte el mejor puerto posible.

 

 


sábado, 26 de marzo de 2022

Legión Viajera. Un nuevo recorrido.


 LEGIÓN VIAJERA. Un nuevo recorrido.

 

A finales del 2021 Samuel B. Morales nos regaló La Legión Viajera, libro de 159 páginas en las que plasma la experiencia vivida en el 2019 cuando decidió salir con su motocicleta desde la ciudad de Oaxaca para realizar el recorrido de la Baja California sin otra compañía que sus pensamientos. A sus 45 años y con la experiencia de un previo viaje hasta la Patagonia quince años atrás que quedarían plasmados en su libro Al final del Pavimento, Samuel arranca  otra vez.

 


   Se trata de un libro testimonial que aborda desde sus primeras líneas la experiencia de ser un migrante hasta la obstinación, un migrante que mira a su alrededor en busca de otros que han seguido pasos semejantes: mudar de ciudad, de país, de continente…

 

   El itinerario estuvo bien trazado: salir de Oaxaca con la motocicleta, hacer un largo recorrido por el Estado de México, continuar hacia Guadalajara y embarcar en el puerto de Mazatlán donde conductor y motocicleta desembarcarían en La Paz, Baja California. Allí empezaría el recorrido por la ruta trazada. 

 

   Al pasar las páginas nos damos cuenta que se trata de una vivencia personal, no solo del viaje sin más, va más allá, en una suerte de ascetismo interior y exterior, Samuel nos dice abiertamente:

 

A diferencia de otros, mi estilo va en retroceso: en lugar de comodidad, quiero salir de ella; en lugar de seguridad, quiero espacios para acampar, el alojamiento de amigos de los amigos, de desconocidos; a cambio de una buena cama, busco gozar de mi carpa y dormir en la arena. Me conformo con sentir el viento en la cara al despertar, me interesa no saber a dónde ir, el estrés de llegar a una ciudad de noche, cruzando sus calles oscuras y solitarias. Vivir. (página 17)

 

Desde las primeras páginas, nos advierte el autor de su deseo por establecer contacto directo con los demás, “con personas de carne y hueso” como él mismo lo confirma, para conocer espacios físicos nuevos, geografías diferentes, personas desconocidas, sensaciones, gustos… sin reservaciones, ni bitácoras preestablecidas. Era un siete de enero del 2019.

 

  A medida que nos adentramos en sus páginas nos encontramos con la alternancia de su viaje, mezclado con historias de viajeros, migrantes como él que enriquecen el relato central. Ahí está la convivencia con Rob, la primera persona que lo recibió en su casa, donde pasaría la noche y algunas más. El anfitrión, un personaje más que interesante, digno de admiración, es un hombre cuadrapléjico, a consecuencia de un fatal accidente ocurrido años atrás, lo recibió en su casa. El diálogo se logró gracias a que Rob podía escribir mensajes de texto desde su celular. Empezó entonces una comunicación franca y amena que los unió por un par de días y que nos deja, a nosotros lectores, una lección de valentía y tenacidad al ver a un hombre reducido a la ayuda de terceros para sobrevivir, con su dignidad intacta. El amor por la vida no se ha perdido en él.

 


   El libro está habitado de paréntesis, a modo de historias de otros migrantes con los que Samuel se ha cruzado en los últimos años; una de las más interesantes sería su encuentro con Felipe, oriundo de Oaxaca, que salió de su tierra en la adolescencia. A Felipe lo conoce en una cantina toluqueña. En ese momento, a sus cincuenta y tantos años, Felipe es bolero, pero ha sido albañil, carpintero, cocinero…lo que sea necesario. Estableció un largo diálogo con Samuel donde hace alarde de sus lecturas, vivencias y recorridos por el mundo. El relato resulta ameno, desconcierta encontrar a un hombre culto y curtido por la vida viviendo en una indigencia económica que lo orilla  a una vida de privaciones y dificultades sin fin.

   

  El tercero es uno de los capítulos más interesantes y divertidos. Después de alejarse de San José del Cabo, y en plena ruta la motocicleta se detuvo, “como presa de un súbito infarto” según nos cuenta Samuel. La continuación del relato está salpicado de ires y venires de motorizados que, en solidaridad absoluta, se detienen a ayudarlo, a salvarlo de quedarse en el naufragio de la carretera a solas. Fueron tantos los motosos solidarios que la avería se convirtió en una pequeña fiesta de cervezas en mitad del camino.

 

   El libro se traduce en  encuentros con personajes no solo interesantes, sino cargados de una calidad humana que nos anima a seguir creyendo en el ser humano, a pesar de todo. Entre otros recursos, vemos la utilidad del Couchsurfing,   ya hoy muy utilizado y conocido y al que el mismo Samuel se había unido años atrás. Gracias a esto pudo alojarse en varias ocasiones con gente generosa que lo practicaba desde años atrás y que lo recibió en sus hogares.

 

   El extenso recorrido nos muestra a un intérprete acucioso de cartografías nacionales, siempre hay un mapa de por medio que ha sido leído en clave de ruta. Junto a él, nos encontramos con reflexiones profundas sobre el país, visto desde una nueva perspectiva, abarcadora de la totalidad. Samuel nos dirá a propósito de Hermosillo:


Estoy seguro que en Hermosillo me acerqué por primera vez al “otro”  noroeste mexicano: el que niegan los que hablan del norte pujante y del sur perezoso, los que tontamente dividen al país en sus estereotipos. En el norte, el narco es también un trabajo, una posibilidad y una oportunidad de vida. No, no lo justifico, solamente lo saco a flote: así como deberíamos de ver que también existe el país de los que hacen fraude, de los que roban, de los que ayudan, o los que creen en algo distinto a lo que nosotros pensamos. (páginas: 116-117).

 

La ruta de regreso pasa de nuevo por Guadalajara para continuar al Estado de México, a Toluca, su ciudad natal. De allí la vuelta a Oaxaca como conclusión de su viaje. Este más corto que el de la Patagonia pero no menos enriquecedor, desde lo humano, lo sociológico y también, por qué no, lo turístico.

 

   La palabra griega Eudaimonía significa “el buen espíritu” que también se ha traducido y entendido como la felicidad. Aristóteles y Platón lo manejaban con frecuencia en sus disquisiciones filosóficas. Ese “buen espíritu” se encuentra en las páginas de este libro que, con los hechos narrados, visualiza la capacidad de un ser humano de alcanzarlo. Se trata del afán, del querer siempre intentarlo, como lo ha venido haciendo Samuel sin descanso.[i]

 

 

 

   

   

 



[i] El libro impreso, además, nos regala constantemente códigos QR que, al ser identificados, nos remiten a videos realizados por el autor a lo largo de la travesía.