LA INVERSIÓN DE LOS VALORES:
DEL CRIMEN A LA CELEBRIDAD. LAS HEROÍNAS DEL NARCOTRÁFICO
Introducción:
Desde hace unos años he investigando sobre las
expresiones discursivas del narcotráfico en México. Como es de todos sabido
cuando en el año 2000 el ex presidente Vicente Fox declarara la guerra al
narcotráfico sin haber diseñado una estrategia de inteligencia adecuada, se
desencadenó una de las más cruentas guerras que ha vivido México en su última
década. Y utilizo la palabra guerra porque además de ser la expresión que se
endilgaría años después el también ex presidente Felipe Calderón para referirse
al fenómeno de lucha contra el narcotráfico, este ha causado tal cantidad de
víctimas –llevamos un aproximado de 70 mil- que el sustantivo le calza a la perfección para describirlo. Los
enfrentamientos de los cárteles entre sí, las luchas por el dominio geográfico
de sus espacios para el contrabando y trasiego de estupefacientes, las
frontales contiendas entre estos y los militares, que improvisan retenes con
los rostros cubiertos y sin ninguna identificación oficial, ha generado la
terrible matanza de civiles y víctimas inocentes. Por todo ello los discursos
del narcotráfico se han multiplicado en muy diversos modos de expresión.
Del narco-corrido, de larga data y con
raíces muy antiguas –recuérdese la ebullición que en la época de la revolución
tuvo el corrido popular-, pasando por las novelas cuyo tema central es el mundo
del narco, el sicariato, el contrabando al mayoreo y menudeo…y que a partir del
año 2000 cuenta con una gran productividad traducida en ventas masivas de sus
tirajes editoriales. De todo ello, de lo que ya he investigado y escrito, pretendo detenerme en la crónica, uno de los
géneros periodísticos que más atención le ha dado a la problemática y que, a mi
juicio, es el discurso que arroja una mirada de conjunto más completa: ve con sensibilidad a personajes satanizados por
el sistema; rescata sus miserias y
también su humanidad. No son para ellos
solo delincuentes; los periodistas hablan de personas con historias
tristes, con vidas acaloradas y trágicos destinos.
La pertinencia literaria de la
crónica
Antonio Cándido califica a la crónica
contemporánea de “literatura a ras de suelo”. La discusión en torno a la
pertinencia de verla como un discurso más cercano a la literatura que al
periodismo se ha acentuado en las últimas décadas y se inclina a la
incorporación del género al espectro de lo literario. Martín Caparrós habla de
“literaturizar el periodismo”; muchos cronistas ven que, efectivamente, la
línea que ubicaba a la crónica como únicamente periodística se ha ido
desdibujando en la medida en que el narrador no se limita a contar hechos con
el rigor de la objetividad exigida por las noticias. El cronista va más allá,
es testigo y puede ser también el investigador que reconstruye hechos y dichos
de quienes habla. El cronista traduce el mundo no solo como espectador; se
involucra en él y lo representa con una mirada subjetiva y, en consecuencia,
también comprensiva de lo que presenta a través de las palabras.
Puede recurrir a las entrevistas como
instrumento de acercamiento a la historia y a sus protagonistas. Estas no son
un método de rescate de la objetividad pues el periodista ignora si el
entrevistado habla verazmente, pero sí permite que quien escribe se involucre
en la experiencia y acerque a los lectores al asunto desde una variedad amplia
de rutas. Una de ellas sería el
entrelazamiento de lo contidiano con el acontecimiento extraordinario que se
está narrando. Es una manera de retratar la vida tal como ella es: lo banal va
de la mano de lo trascendente. Tal combinación da pie a cierto grado de
ficcionalización que el cronista se permite y que recrea las historias y a sus
personajes. Hace uso de lo que el
escritor Mario Szichman llama “la mirada del narrador”.Es decir, se asume como
narrador-escritor, no como mero comunicador de hechos o noticias.
En este tenor revisé crónicas de dos escritores-
cronistas- periodistas que se han dado a la tarea de escarbar en el mundo del
narco: Julio Sherer García y Víctor Ronquillo. Ambos han dedicado buena
parte de su obra escrita al tópico. Me llamó la atención el protagonismos que han adquirido las mujeres
vinculadas o inmersas en este mundo en ambos escritores. Me centraré entonces en la figura polémica de
Sandra Ávila Beltrán, mejor conocida como La Reina del Pacífico, detenida el 28
de septiembre del 2007 en un aparatoso operativo de seguridad del que se hizo
alarde a través de los medios. Los dos
periodistas han dedicado su atención al personaje desde ópticas muy diferentes
aunque ambos parecieran escribir sobre ella en el discurso con características
propias de la crónica; nuestro interés será establecer en qué medida el género
se desarrolla limpiamente y cuánta pertienencia tiene con el discurso
literario.
Los periodistas:
Víctor
Ronquillo tiene formación universitaria; hizo su licenciatura en la UNAM,
Facultad de Filosofía y Letras, en Filología,
sin embargo ha dedicado casi toda su carrera profesional al periodismo. Se le
define como cronista, periodista y literato. Esto último dicho por él mismo en
entrevista concedida al periódico La Jornada el 3 de Junio del 2009, a
propósito de la publicación del tercer libro de una trilogía en la que se
incluye la obra que acá analizaremos, La
Reina del Pacífico y otras mujeres del narco publicada por la editorial
Planeta en 2008. A esta se añaden en 2009 Sicario,
diario del Diablo y Un corresponsal
en la guerra del narco .
Ronquillo ha trabajado e investigado no solo
el mundo del narcotráfico sino todo aquello que tiene que ver con violencia
social, y que se convierte en verdaderas epidemias de muerte y destrucción. El libro señalado está divido en capítulos
independientes pues en cada uno se estudia a una mujer distinta; el punto
tangencial estará en que todas emergen de escenarios turbulentos donde campea la delincuencia o la
pobreza extrema, que a su vez será la causa de los trágicos desenlaces de sus
vidas. El escritor habla de compromiso social, la denuncia pretende de alguna
manera rescatar lo humano de quienes han caído o han sido calificados de
antisociales.
Estas afirmaciones explicarían un poco el
tono del texto que vamos a comentar. Con el títúlo de “La caída de la reina” el
escritor sitúa el relato en el momento
en que es aprehendida Sandra Ávila Beltrán, conocida mundialmente como la Reina
del Pacífico. Ubica el escenario en la
mansión que le ha sido incautada; el foco de atención estará en la descripción
del personaje:
Si el lugar donde vivimos nos retrata, la
imagen de quien erigió la fastuosa Quinta Las Delicias es el de una mujer
madura, de sofisticada belleza, producto de cirugías, tintes y los más caros
afeites. De largo cabello negro, una quimera ensortijada para sus amantes.
Tiene la piel trigueña, suave al tacto, y el rostro trastocado por una
operación de nariz que convierte lo que fue una dulce expresión en una mueca
torcida. (2008, 14)
Los
adjetivos con los que describe físicamente a la mujer están impregnados de una
atmósfera ficcional en la que se pretende dibujarle un tono entre exótico e
impositivo. Al final del artículo, el periodista aclara que conoció a Sandra
Ávila a través de las pantallas de televisión, nunca tuvo una entrevista
directa con ella y sin embargo, es capaz de relatar:
Es de noche, el tiempo transcurre con
lentitud. Nunca se ha sentido tan sola, tan incomunicada, inmóvil en la vana
espera de que esto termine pronto, preguntándose por qué la vida le ha dado el
más desafortunado de los reveses. (2008, 16)
El relato no solo habla de la estadía en la
cárcel de la implicada; el narrador retrocede a los días previos en que el
único hijo de Sandra Ávila fue secuestrado; los delincuentes pidieron un
rescate millonario, 5 millones de
dólares, según el autor. Las gestiones que realizó la reina del Pacífico la
exibieron frente a las autoridades que le tendieron una emboscada para su
captura final. A pesar que Ronquillo
insinúa[1]
que tuvo que investigar con fuentes fidedignas la información, -fuentes a las
que además debió por lo menos ofrecer una comida- es decir, que está dando
datos fehacientes, el elemento ficcional prevalece sobre lo aparentemente
objetivo y convierte el relato en un pastiche que no es ni crónica ni ficción. Tratándose de figuras de la
actualidad,-Sandra Ávila sigue presa, evitando la extradición a Estados Unidos-
el uso de la ficción debe aplicarse con sutiliza y con honestidad. Cuando la ficción se impone, y no se advierte
que es un texto de esta índole, el documento se convierte en un híbrido de
difícil definición.
El estilo que presenta Ronquillo en el libro
que nos ocupa no es una novedad en su prosa. En un artículo publicado por José
Manuel García García el miércoles 23 de
marzo del 2005, intitulado “Las muertas de Juárez de Víctor Ronquillo: el morbo
de la razón cínica”, a propósito de la publicación de un libro de Ronquillo
sobre las muertas de Juárez, el crítico
acusa al escritor de inventar, literalmente, datos e incluso entrevistas
a los familiares de las muertas. Según el autor , para su investigación había
pasado cinco años viviendo en Ciduad Juárez, cosa que José Manuel García cuestiona
e incluso acusa de falsedad:
La editorial Planeta recién publicó una nueva edición de
“Las muertas de Juárez” de Víctor Ronquillo. El libro es un buen ejemplo del
periodismo snuff o la pornoviolencia descriptiva. Ronquillo omite nombres,
apellidos, se equivoca en las cifras, los datos, las fechas. Y ha mentido a la
prensa: no ha estado en Ciudad Juárez por espacio de 5 años, no ha enrevistado
a 187 familias de las desaparecidas, no le dio crédito a muchos de los
reportajes tomados de Diario- Internet y
sí consultó fuentes oficiales.
Esta
información que de nuevo salió publicada el día 25 de abril del 2013, retoma el
artículo de 2005 por el periódico
ALMARGEN, periodismo de Investigación, Medios y Literatura. Las críticas al
poco profesional modo de investigar de Ronquillo no están ahora en discusión en
este texto, sin embargo son un aviso de la posible desconfianza que, en nuestro
caso, y a propósito de la reina del pacífico, nos constituye. El uso de lo
ficcional opaca la credibilidad de la información vertida. Esta sería pues un ejemplo de crónica-ficción
poco recomendable.
Al otro extremo tenemos a Julio Sherer
García; veterano profesional del periodismo, dueño de una prosa fluida con abundantes
expresiones estéticamente hermosas. Sherer sí entrevistó a Sandra Ávila. De las
largas horas de entrevista saldría el libro La
Reina del Pacífico: es la hora de contar publicado en 2008 por la editorial Grijalbo
Actualidad. En la obra se trascriben no solo las conversaciones entre
periodista y reclusa, se narran también situaciones difíciles y agradables
vividas en esas horas y se hace un recuento más o menos extenso de la vida de
la detenida. De los vaivenes de violencia y fatalidad a los que se vio sometida
desde niña por proceder de una familia con raigambre en el narcotráfico.
Padres, abuelos, tíos, primos han formado parte de cárteles con décadas de
existencia. Julio Sherer no esconde su
admiración por Sandra Ávila. Así describirá el primer encuentro:
Vestida con el obsesivo color de las
internas en proceso, café claro, se adentró en el salón, pausada, los pasos
cortos. Tomó la iniciativa y nos saludó de mano, uno a uno. La miré a los ojos
oscuros, brillantes, suave la avellana de su rostro. Me miró a la vez, directa,
sus ojos en los míos…El cabello, carbón por el artificio de la tintura,
descendía libremente hasta media espalda y los labios subrayaban su diferencia
natural: delgado el superior, sensual el de abajo. Observada de perfil, la cara
se mantenía fiel a sí misma. De frente y a costa de la armonía del conjunto, un
cirujano plástico había operado la nariz y errado levemente en la punta, hacia
arriba. (2008, 12)
Es
evidente la fascinación que la mujer despierta en el periodista, verdaderamente
impresionado por su imponente figura y su aplomo personal. Hay pues una veta de
narrador que sobresale y prioriza en el discurso el tono subjetivo que también
es legítimo mostrar y que hacen de la crónica, de la entrevista un discurso más
cercano al literario.
Igualmente en su libro Historias de muerte y corrupción publicado
por la misma Grijalbo e n 2011, retoma experiencias ya vertidas en libros
anteriores pero con matices aún no contados. Algunos de ellos son los claro
oscuros de la vida de Sandra Ávila en el reclusorio Santa Martha Acatitla en el
que aún se encuentra. De nuevo en esas líneas habla más el ser humano que el periodista riguroso. Sherer nos
dirá:
La
Reina del Pacífico y yo conversábamos en la sala de juntas de la
cárcel femenil de Santa Martha Acatitla. Nuestras reuniones ocurrían los
viernes y en ocasiones agregábamos un día, los martes. Crecía entre nosotros
una buena relación, de las que se sienten. A mí me interesaba su vida y ella
estaba dispuesta a contarla
Gracias
a la cercanía que propiciaron las horas de entrevistas, se abrió un fluido de
simpatía y admiración que se tradujo en palabras de amabilidad y admiración
hacia una mujer que ha convivido con los narcotraficantes más sanguinarios y
más buscados del país.
El libro de Sherer dio voz a Sandra Ávila en
casi todas sus páginas; hay pues una obvia defensa de la protagonista sobre su
vida y los por qués de sus acciones. Sea premeditado o inconscientemente se
establece con el lector un fino hilo que
empuja a sentir empatía con la acusada,
llevando a una suerte de inversión de los valores. De victimario se convirtió
en víctima de un sistema arbitrario que la acusó pocas horas después de su
aprehensión.
Conclusiones
El
presente trabajo se desarrolló desde una doble vertiente. Por una parte
demostrar de qué manera la selección de un personaje controvertido para hablar
de èl, estudiar su vida y comprenderla nos puede llevar, las más de las veces,
a modificar la mirada que nos habían proyectado los medios y la sociedad. Sin
afán de engañar, el autor que escribe sobre otras personas lanza vectores
diferencias para que desde diversos ángulos entendamos muchos de sus actos. En
consecuencia muchas veces se corre el riesgo de lo que titulé “la inversión de
los valores”. No habiendo intencionalidad, el fenómeno ocurre y nos afecta. De
cualquier modo, ver lo humano es también una manera de hacer lo humano.
Otra de las motivaciones de la ponencia se
centró en el estudio de textos que podrían clasificarse de crónicas y si estas
podrían insertarse en el espectro literario. Obviamente que todo depende del
discurso como tal. Creo que la primera conclusión a la que podemos llegar es a la
necesidad de evitar generalizaciones. La crónica posee condiciones
extraordinarias para plasmar lo inmediato, para hacerlo más perecedero. Puede
urdir a través del lengaje tramas apasionantes y no por ello falsas. Sin
embargo creo que el uso de la ficción en un discurso que no abandona lo
periodístico debe estar atemperado y cuidadosamente dosificado para no perder
el sentido de lo veraz, elemento esencial de un buen cronista.
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