viernes, 31 de mayo de 2013

Del Miedo vicario al miedo real: la crónica del narcotráfico

 

Guadalupe Isabel Carrillo


     En una entrevista realizada a Stephen King acerca de su vasta obra fílmica y literaria, el periodista  Ian Caddell le preguntó acerca del miedo como ese ingrediente indispensable del género de terror al que el autor ha dedicado sus páginas más brillantes. King contestó con absoluta convicción: “El miedo es un programa de supervivencia”[1]. Desde esa perspectiva, pareciera que estamos, en principio,  ante un fenómeno de carácter emocional que vincula también experiencias fisiológicas que nos mueven a la sobrevivencia; es decir, no se trata de algo necesariamente negativo.
   En el mismo tenor, incluso con una mirada aún más optimista, el teórico y cuentista  español David  Roas, quien ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de la literatura fantástica, llega a considerar la percepción del miedo como un placer: “el placer del miedo es un placer moderno”[2]. Claro que si nos referimos al mismo desde las manifestaciones artísticas, sean estas literatura o cinematografía, la sensación  es absolutamente vicaria. El lector sabe que aquello que le produce temor no lo puede agredir directamente. Sin embargo, en la vida real,  la experiencia del miedo se ha instalado en nuestras sociedades y en nuestros países convirtiéndose en una de las mayores angustias que padecemos.  El miedo tiene distintas formas de manifestarse; se puede observar que no todos los seres humanos padecemos de los mismos tipos de miedo. Existen quienes tienen adversión a las alturas, y que se expresa en el vértigo, o quienes temen a los espacios abiertos –agorafobia- o a la inversa, quienes sufren en los espacios cerrados –claustrofobia-. Pero hay también sentimientos mezclados en la Xenofobia que es el rechazo al extranjero y se mezcla con el odio hacia él. Otras personas experimentan temores frente a determinados animales,  a situaciones de angustias  colectivas y hasta a olores o frente a la sensación del color. Desde la época griega se han creado términos para aludir a cada una de las sensaciones de temor. No hay que olvidar, por otra parte, que cada persona experimenta diferentes grados de miedo y las conductas suelen ir del simple desagrado hasta la agresión ya verbal, ya física. Hay muchas conductas delincuenciales cuyo trasfondo es el terror que experimenta el sujeto que la padece.
   Tratándose de una sensación subjetiva, voy a referirme al tema del miedo real a través del testimonio que ofrece la crónica periodística en México. Un miedo que se expresa de manera  intensa en el mundo del narcotráfico y en sus secuelas sobre los grupos sociales que se han visto castigados  por la violencia que genera.

Los periodistas:
La crónica -definida por Juan Villoro como  “literatura bajo presión”- es de los discursos cuya  flexibilidad en los estilos, en  los recursos utilizados, entiéndase las entrevistas,  por el uso de la primera persona, aunado a un contenido dramático acentuado por la veracidad y la inmediatez, se convierte en un discurso que mejor describe el pulso social y el tono humano de los actores que se convierten en protagonistas de sus narraciones.
    En los últimos dos sexenios del Partido Acción Nacional en el poder, el recrudecimiento de la violencia que han generado los cárteles de las drogas entre sí y frente a la sociedad civil, ha llegado a extremos deshumanizados. Reseñar los actos en que se expresa tal violencia ha sido una labor titánica por parte de los periodistas. La Revista Proceso, que se edita en la capital del país, es una de las que cubre de manera constante la temática del narcotráfico. Permanentemente sus periodistas están  expuestos a recibir agresiones, amenazas o incluso sufrir la violencia extrema: la muerte. Según los datos arrojados por Reporteros Sin Fronteras, en la última década en México han sido asesinados  85. Otros 16 figuran como  desaparecidos[3].
   Entre ellos el caso más recordado, por la vileza con que fue perpetrado y la inconvincente que ha querido ofrecer el gobierno estatal, es el de la periodista Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Veracruz,  asesinada el 28 de abril del 2012. Su cuerpo fue encontrado en su domicilio y el diagnóstico forense señaló como causas de su muerte la  asfixia, a lo que se añaden los hematomas presentes en su cuerpo, producto de un previo castigo corporal. Regina Martínez era una periodista  que denunció presuntas irregularidades del gobierno estatal, tanto de Fidel Herrera como del actual gobernador, Javier Duarte de Ochoa. Verónica Espinosa, colega de Martínez en la revista Proceso, comenta en un artículo sobre la labor profesional de la periodista:
La corresponsal ahondó en 2010 sobre el dispendio y el descomunal endeudamiento que dejó Fidel Herrera al concluir su sexenio, el cual paralizó a su sucesor Javier Duarte y a la economía estatal, particularmente luego del paso de los huracanes Alex y Karl, así como de la tormenta tropical Matthew. Estos fenómenos meteorológicos dejaron cientos de miles de personas damnificadas, y así lo registró Martínez en el número 1771, de octubre de ese año, en el reportaje El Huracán Fidel.[4]

   Tras el asesinato de la periodista, se apersonaron en la casa de gobierno de Xalapa, Veracruz,  Rafael Rodríguez Castañeda, director de la revista Proceso y Julio Scherer García, fundador de la misma. Ante las promesas del Gobernador de esclarecer y esclarecimiento del asesinato, Julio Scherer lo interrumpió, diciéndole: “Sus palabras, le dice, son retórica ritual”.[5]  El gobierno actual, así como el anterior se ha visto envuelto en escándalos de orden económico y de seguridad de amplio espectro. En varias ocasiones fueron retirados masivamente ejemplares de la revista Proceso por las denuncias que publicaban. Se atribuye el retiro de los ejemplares al gobierno del Estado. En el caso de la muerte de Regina Martínez, ocurrida a finales de abril del 2012, no se dio ninguna información acerca de la investigación hasta el 1 de noviembre del 2012, cuando, intempestivamente, las autoridades leyeron un comunicado en el que, sin permitir preguntas, señalaban haber encontrado al asesino confeso, y sugerían una amistad cercana entre este, otro agresor que lo acompañaba y la hoy occisa.  Se sugirió que se trataba de un crimen pasional; de  una supuesta amistad de Regina con sus agresores que terminó en desgracia.
   El Estado de Veracruz ha sido conmocionado a causa de las muertes generadas por los reacomodos de los cárteles de la droga. La persecución a los periodistas en Veracruz es cada vez mayor, al extremo de que es considerarlo como el Estado mexicano de mayor riesgo para el ejercicio del periodismo profesional.
   Sin quedarnos en un único caso, vemos en el número  1853 de la Revista Proceso el artículo titulado “Infierno Psicológico”, escrito por Anne Marie Mergier. En él la periodista entrevista a  Anthony Feinstein, que, en palabras de la periodista, ha sido “el mayor estudioso de los desórdenes psicológicos de los corresponsales de guerra”. De origen sudafricano, Feinstein, médico de profesión, vino a México para estudiar “los problemas de los reporteros que cubren la guerra de Calderón”.  Entrevistó a 130 reporteros de provincia y su conclusión fue desalentadora: “Mi impresión personal –dice- es que las heridas psíquicas del 25% de los reporteros mexicanos vulnerados por la violencia son mucho más profundas que las de los reporteros de guerra”.[6]
   Según Feinstein la mayoría de ellos padece los síntomas del PRSD (post traumatic stress disorder). Señala el especialista: “Padecen depresiones profundas, les angustia sobremanera lo que pueda pasarle a sus familias, muchos rehúsan socializar y la mayoría está obsesionada por su salud física”. Un aspecto interesante de las observaciones del especialista es ver la diferencia entre estos periodistas y aquellos corresponsales de guerra de cadenas internacionales, pues, según apunta el mismo, aquellos tienen el apoyo de sus empresas que les facilitan seguro médico, seguro de vida y atención psicológica especializada; los reporteros mexicanos carecen de todos estos recursos y reciben un salario modesto.
Las víctimas:
El miedo es la manifestación más palpable que la guerra contra el narcotráfico ha dejado como secuela. Las víctimas padecen el sentimiento del miedo en toda su amplitud y la consecuencia más desastrosa la vemos en los niños. El libro Fuego Cruzado[7] de Marcela Turati, publicado en 2011 es un testimonio desgarrador de lo que padecen quienes que por azar,  se encontraron en el fuego cruzado de los narcotraficantes. Turati analiza especialmente a los más vulnerables: los niños que han perdido a sus seres queridos, o aquellos que han muerto por encontrarse en medio de un tiroteo. En uno de sus apartados, titulado “Colapsados por el miedo” la investigadora resume el caos en el que habitan grupos sociales cada vez más extendidos:
Todos los días, en algún lugar del país se registra un enfrentamiento armado entre las fuerzas federales y alguno de los grupos criminales. La violencia homicida que recorre México pisotea vidas, las avienta a una trituradora, las destroza. Cada una de las balas disparadas deja una huella imborrable. Hace tanto daño como una bomba. Afecta gente a su paso. Sume en depresión a familias completas. El miedo las toma de rehén. Tortura a sus miembros hasta en sueños. Incuba enfermedades en sus organismos. Las arruina económicamente. Se ensaña especialmente contra los más pobres, a quienes roba más oportunidades y condena a repetir el ciclo de exclusión. Deja maltrechas sociedades enteras. (2011: 57)
   Turati escarba en el tejido social de aquellos que han sido lastimados. Ve a los niños huérfanos, a las viudas que presenciaron cómo ultimaban la vida de sus maridos. Todos ellos necesitan terapias especiales  a las que no siempre tienen acceso. Pero va más allá: también subraya el caso de los desaparecidos a quienes el gobierno federal ha sepultado en el olvido. Recientemente, se han producido a lo largo y a lo ancho de todo el país manifestaciones masivas de familiares de desaparecidos.  Las madres de ellos, las más de las veces, se plantan en el Zócalo capitalino, o marchan kilómetros  para mostrar las fotos de aquellos que ya no están. Pero las autoridades mexicanas no parecen estar muy interesadas en la suerte corrida por esos desaparecidos.  Turati anota: “Yo desaparezco, salí a comprar agua y me acorralaron; Tú desapareces, regresabas del establo cuando te llevaron; él desaparece, viajó para dar una charla antisecuestros y no llegó a la cita; nosotros desaparecemos, recorríamos el país vendiendo pinturas hasta que nos interceptaron… La desaparición masiva de personas, que se pensaba casi erradicada, resurge como una epidemia que ha originado todo tipo de relatos escabrosos que ya nadie pone en duda.” (2011: 192), concluye la periodista.
   El miedo es, pues, ese temor que genera la violencia y que se puede vivir en diferentes planos: uno, claramente reconocible, cuando la agresión es física y viene directamente hacia nosotros; otra más, cuando nos topamos con la corrupción, los abusos de los políticos; las trampas a través de la cuales logran alcanzar sus objetivos más mezquinos en detrimento de una sociedad lacerada e inmersa en la impotencia y en la desilusión. Es el caso, por señalar un ejemplo, del Casino Royale, incendiado y baleado  el 25 de agosto del 2012 en Monterrey, Nuevo León. Cincuenta y dos personas murieron en el lugar, bien fuese por la balacera de que se hizo objeto al casino, o por asfixia, a causa del humo que invadió todo el local. Se trató de una venganza entre grupos delictivos por un soborno no entregado. Sin embargo, después del suceso, se conocieron una serie infinita de irregularidades tanto en este casino como en otros que no tenían sus permisos en regla; y mucho menos las condiciones físicas adecuadas para evitar este tipo de tragedias.

Los militares:
En el caso del narcotráfico existe una auténtica guerra, porque no sólo se enfrentan los cárteles entre sí, sino también con militares; o bien son estos últimos quienes arbitrariamente hostigan, golpean e incluso asesinan a víctimas civiles que nada tenían que ver con las acciones del narcotráfico. En su  número 1869, fechado el 26 de agosto de 2012, Proceso publica un “Reporte Especial” que intituló: “Testimonios de la brutalidad militar”. Allí se denuncia, por testimonios de las víctimas de los grupos militares, las irregularidades continuas en las que incurren los soldados y marinos que dicen combatir a los actores del crimen organizado, sin ningún tipo de corrección o vigilancia sobre sus acciones, por parte de las autoridades. 
   Uno de los casos más llamativos es el del puerto de San Felipe, en Baja California; un pueblo de pescadores que se encuentra a doscientos kilómetros de la frontera con Estados Unidos; es decir, un lugar clave para el trasiego de enervantes; Gloria Leticia Díaz, periodista que cubrió el evento, señala: “Los militares sin identificación a la vista, revisan minuciosamente todos los vehículos. No hay criterios ni protocolos claros en la revisión: pueden tardar diez minutos o hasta hora y media en hacerlo; o más, si alguien protesta, cuentan quienes frecuentan el tramo carretero”.[8] La arbitrariedad con la que trabajan los militares va de la mano de la negativa por parte del gobierno de la intervención de instituciones como Derechos Humanos o alguna que pueda denunciar irregularidades. En entrevista a Raúl Ramírez Baena, director de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste (CCDH), comentó a la periodista: “Si el C-4 –que atiende llamadas de emergencia- recibe una denuncia por un allanamiento o por un cateo ilegal, por una detención arbitraria en la que esté involucrado el Ejército o haya presencia de vehículos militares u hombres encapuchados vestidos de negro, tiene instrucciones de no intervenir”[9].
   Efectivamente, el sexenio de Felipe Calderón ha sido permanente  en el incumplimiento de los Derechos Humanos. En hacerse la vista gorda frente a denuncias testimoniales, sobre todo en los Estados del Norte del país, que se enfrenta no sólo a la presencia de los cárteles y de los militares, sino también a una geografía accidentada, donde el aislamiento físico es condición inevitable de los pobladores de aquellas zonas.
   Si bien podemos anotar páginas de casos de abuso del poder por parte de los militares, también encontramos otra cara de la moneda. En la Revista Proceso N° 1824 del 16 de octubre del 2011, vemos  un artículo intitulado “Cuando los soldados se suicidan…” escrito por Gloria Leticia Díaz. La periodista expone el caso de varios militares que por diferentes razones han sido apresados y pagan penas de varios años en prisión militar. El estado de depresión en el que se ven sumergidos ha llevado a 82 miembros del Ejército y 14 efectivos de la Marina al suicidio que a la fecha de la publicación de la Revista en 2011. Ese era el número de suicidios de militares y marinos en lo que iba del Sexenio de Felipe Calderón. En general, los especialistas ven una estrecha relación entre la experiencia de la violencia a la que se ven sometidos los militares y el deseo posterior de quitarse la vida.  Esta es otra manera de vivir el miedo.
   La vivencia del miedo puede mostrar diferentes caras: las más de las veces te paraliza, o bien puede generar más agresión, una violencia descontrolada que alcanza niveles de destrucción absoluta: ese es el suicidio y lo han perpetrado muchos más individuos de lo que podemos calcular.

Las Narco Novelas: El miedo desaparece
El trabajo del cronista es más bien de orden testimonial y la crónica ha sabido recogerlo, dándole un tono humano que atrae a los lectores. Sin embargo, y de nuevo, todo tiene su opuesto: también el amarillismo y el morbo es capaz de movilizar a muchos a lecturas asiduas. Eso ocurre con la afluencia de lectores que ha generado las novelas cuyo tema es el sicario, el matón a sueldo o incluso las víctimas que se ven envueltas en el vicio de la droga. Los escenarios en los que se desenvuelven las novelas son sórdidos y el uso del lenguaje coloquial que fractura el discurso muestra con más énfasis la ruptura social y la decadencia generalizada. Por ello  en las novelas  sobre narcos el miedo desaparece para dar paso al arrojo temerario; el que hace olvidar cualquier límite o alguna expresión de piedad. Así lo vemos en la mayor parte de las novelas del conocido novelista Élmer Mendoza cuyos protagonistas suelen provenir de esa atmósfera la más de las veces macabra donde la destrucción se enseñorea y lo domina todo.
   Otros autores que mantienen la línea de Mendoza y que coinciden en lo antes descrito. Bernardo Fernández con su novela Tiempo de Alcranes  con la que obtuvo el premio Semana Negra de Gijón en el 2006. Juan Antonio Rosado con El Cerco (2008) o bien José Dimayuga con su novela polifónica ¿Y qué fue de Bonita Malacón? (2007). O bien Yuri Herrera con  Trabajos del reino (2004).
   Hay infinidad de escritores que han incursionado en el tema del narcotráfico y cuyas publicaciones, muy recientes, han generado ganancias a las editoriales que apuestan por las ventas masivas con muy buenos resultados. Deberíamos sin embargo no olvidar que muchos de ellos podrían acentuar el mundo encantado de la riqueza que genera el narcotráfico y no tanto el cruel, hasta convertirlo en una apología que nadie pretende fomentar. El miedo, que desaparece muchas veces en la ficción, podría retomarse para que tuviéramos una imagen más completa de lo que verdaderamente estamos mostrando.

Este artículo saldrá publicado en pocos meses en la Revista Arenas, de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
  



[1] En la página web: http://www.actualidadliterira.com . 2007. Revisado el 21 de enero del 2013.
[3] En la página web: http://es.rsf.org/mexico-el-pais-de-los-cien-periodistas Actualizado el 22 de noviembre del 2012.
[4] Artículo: “Así era Regina”. Páginas 8 y 9. Revista Proceso. N°1853. 6 de Mayo del 2012.
[5] Mismo Número página 7.
[6] Páginas de la 28 a la 32.
[7] Turati, Marcela: Fuego Cruzado. (2011). Editorial Grijalbo.
[8] Revista Proceso. N°1869. 26 de agosto del 2012. De la página 7 a la 9.
[9] Revista proceso. N°1869. Página 7.Del miedo viacario al miedo real: la crónica del narcotráfico