martes, 14 de julio de 2015

UNA VISITA FELIZ



Guadalupe Carrillo Torea




Vivo en México desde hace 15 años. Es, pues, país de acogida por el que siento una honda gratitud. Adaptarte al otro, recorrer la geografía de sus ciudades, de su humor e incluso de sus melancolías no es tarea fácil. Lo corroborarán tantos que también lo han experimentado y que no están en su país de origen.

   He disfrutado a México pero el saldo a pagar es la lejanía familiar. Mis hermanos están esparcidos por el continente. La mayoría vive en Venezuela;  las posibilidades de visitas no son tan frecuentes como lo desearíamos todos. Sin embargo este mes gocé de un privilegio inusual: después de seis años de ausencia física, mis hermanas Carmen Virginia y María del Rosario se acercaron a México y estuvimos juntas durante diez días.

   Provengo de una familia numerosa. Ocho hermanos, diez tíos, decenas de primos…la experiencia es fascinante: Sientes que el universo que habitas está saturado de algo mágico en el que solo  cabe, en exclusiva, la solidaridad. Se coincide en el afecto, porque la raíz es la misma; las montañas que vieron nacer a mi padre y a sus hermanos es la que camino yo con los míos. Uso refranes que heredé y mis gestos o el tono de voz evocan a la madre y a su biografía. Por ello, la convivencia con mis hermanas se convirtió en un ejercicio afectivo que caló dentro como una lluvia de abrazos al alma.

    María del Rosario nos regaló su sangre flamenca. Ese espíritu andaluz –aunque de madre gallega- que sabe combinar la estridencia, el aplauso y la ternura en una sola vuelta. Chayín, como suele llamarla la familia, es naturalmente alegre. Sin alardes, disfruta de una intuición femenina que le permite diseccionar sombras, recuerdos y cicatrices emocionales; es por ello, “curadora” de profesión, - bruja, como lo diría ella-.

   Carmen Virginia no solo es “hermana mayor”; su inteligencia avizora tempestades y también mar en calma. Vigía de nuevos horizontes, escruta el silencio. La sobriedad que heredó del padre, baña de sensatez sus palabras, sus gestos, su mirada del mundo.


   En esos diez días tratamos afanosamente de urdir un poco de felicidad, esa que nos llega a bocanadas cuando estás con aquellos que son tu gente, tu sangre, tu infancia y tus años compartidos. Gracias, hermanas, gracias por venir.