Guadalupe
Carrillo Torea
Vivo
en México desde hace 15 años. Es, pues, país de acogida por el que siento una
honda gratitud. Adaptarte al otro, recorrer la geografía de sus ciudades, de su
humor e incluso de sus melancolías no es tarea fácil. Lo corroborarán tantos que
también lo han experimentado y que no están en su país de origen.
He disfrutado a México pero el saldo a pagar
es la lejanía familiar. Mis hermanos están esparcidos por el continente. La mayoría
vive en Venezuela; las posibilidades de
visitas no son tan frecuentes como lo desearíamos todos. Sin embargo este mes
gocé de un privilegio inusual: después de seis años de ausencia física, mis
hermanas Carmen Virginia y María del Rosario se acercaron a México y estuvimos
juntas durante diez días.
Provengo de una familia numerosa. Ocho
hermanos, diez tíos, decenas de primos…la experiencia es fascinante: Sientes
que el universo que habitas está saturado de algo mágico en el que solo cabe, en exclusiva, la solidaridad. Se
coincide en el afecto, porque la raíz es la misma; las montañas que vieron
nacer a mi padre y a sus hermanos es la que camino yo con los míos. Uso
refranes que heredé y mis gestos o el tono de voz evocan a la madre y a su
biografía. Por ello, la convivencia con mis hermanas se convirtió en un
ejercicio afectivo que caló dentro como una lluvia de abrazos al alma.
María del Rosario nos regaló su sangre
flamenca. Ese espíritu andaluz –aunque de madre gallega- que sabe combinar la
estridencia, el aplauso y la ternura en una sola vuelta. Chayín, como suele
llamarla la familia, es naturalmente alegre. Sin alardes, disfruta de una
intuición femenina que le permite diseccionar sombras, recuerdos y cicatrices
emocionales; es por ello, “curadora” de profesión, - bruja, como lo diría
ella-.
Carmen Virginia no solo es “hermana mayor”;
su inteligencia avizora tempestades y también mar en calma. Vigía de nuevos
horizontes, escruta el silencio. La sobriedad que heredó del padre, baña de sensatez
sus palabras, sus gestos, su mirada del mundo.
En esos diez días tratamos afanosamente de
urdir un poco de felicidad, esa que nos llega a bocanadas cuando estás con aquellos
que son tu gente, tu sangre, tu infancia y tus años compartidos. Gracias,
hermanas, gracias por venir.