lunes, 10 de marzo de 2014

PINTAR ARCOIRIS EN EL CORAZÓN


Guadalupe I Carrillo T

En el taller de Creación literaria que dicto a los estudiantes de la licenciatura en comunicación creo que aprendo más de mis alumnos que ellos de mí. Me actualizan en la frescura, en la plenitud y muchas veces en el esplendor de su veracidad. Ellos desbordan autenticidad y en esa tesitura muestran con claridad meridiana qué llevan dentro.

   El último día hicimos un ejercicio poético de raíz más bien prosaica. Primero les leí un texto de Cortázar extraído de unos de sus libros más estridentes: Historia de cronopios y de famas , el texto se titula “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”. Efectivamente Cortázar explica en un tono de gran lirismo cómo dar cuerda a un reloj; un acto tan sencillo y tan ordinario, entra en el mágico mundo de la poesía a través de sus palabras. El autor aprovecha para reflexionar sobre el tiempo, la muerte, la esclavitud que ejerce Cronos sobre los hombres y explica cómo tocar la manija  para  ejercer el ritmo del tiempo: “Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas,  el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan”. Más adelante insistirá: “Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante”.

   Los chicos quedaron maravillados de escuchar las palabras de Cortázar. Les dije que hicieran otras instrucciones para actos sencillos: comer una manzana, cerrar una puerta…La originalidad se hizo presente en el aula; en un estilo semejante al de Cortázar dispusieron cómo atarse los cordones de los zapatos para de inmediato dar el primer paso firme hacia la vida, otro nos instruyó de cómo dar un mensaje a su compañero, alguno más explicó cómo  despertar y levantarse. La mayoría hizo uso de su espontaneidad, del  sentido del humor y de la poesía que, envuelta en palabras, recogía afectos, lanzaba al aire ilusiones tempranas, modos de la ternura.

   Me conmovió especialmente el texto de un chico: “Instrucciones para que ella te ame  por  siempre”. El y su novia tomaron la asignatura conmigo; siempre están juntos. No sé si conocerlos, verlos llevar y traer su amor a la mesa, al salón de clases; o si el hacernos testigos de esa felicidad pequeña que para ellos es maravillosamente descomunal influyó en mi percepción de su texto. Al leerlo sentí un ramalazo de ternura.  No solo el título era hermoso. El contenido se detenía en aconsejar cuidadosamente a cualquier ser humano del esmero indispensable para amar. De las renuncias a aquel jersey que te gustaba pero que pospones para invitarla a un buen restaurante. De las horas invertidas en paseos, tardes de café, mañanas de cine y  besos a granel; de la necesidad de complacerla, porque en eso reside también su placer.

El texto era un original decálogo de propuestas para quienes están inmersos en el deseo de amar con ahínco. Es en realidad la radiografía del buen querer. Paradójicamente, en este mundo de la inmediatez, de la ausencia de compromisos, él, con 23 años,  pide que ella  “lo ame por siempre”.

   Más que lo que se pide, me conmueve que mis jóvenes alumnos tengan la nobleza a flor de piel; la pasión como gesto; la creatividad estrenándose cada mañana. Qué gusto me da acompañarlos, qué privilegio aprender a pintar arcoíris en el corazón.