jueves, 25 de marzo de 2021

MI PELUSA, SIEMPRE




La última entrada a mi blog la escribí en septiembre del 2019. Acababa de fallecer Cotufa, la primera de mis mascotas aquí en México. Hice una breve reseña, la despedía desde el amor que sentí por ella pero con la pena de saber que no tuvo buena salud, que disfrutó de pocos años de vitalidad, porque el resto estuvo lleno de complicaciones físicas; en el último mes Cotufa no movía sus extremidades traseras y eso complicó el cuadro general de mi querida Golden. Aún así vivió doce largos años y creo que a pesar de su sobrepeso y su lentitud en el caminar, tuvo un transcurrir vital lleno de placidez, sin agresiones de otros, sin sustos desagradables, mostrando muchas veces que estaba ahí y nos quería.


   Ella fue la primera de su raza en acompañarnos, luego vino Catire, el gran líder, también Golden; de ellos descenderían varias camadas de las que escogí uno, y otro y otro. En total, he tenido cinco Golden en mi casa, conviviendo con nosotros, enseñándome que vivir con mascotas caninas- si las quieres, si deseas  hacerlo bien- se transforma en una experiencia y una tarea que ocupa tus energías, tus afectos y tu mayor atención. Una mascota no es un adorno, ese ser vivo que se mueve, que padece y que, también ama, TE AMA. Ese sentido de responsabilidad lo entiendes, lo digieres con el tiempo, con los años de tus caricias y de sus besos-lamidas que nos regalamos a granel.

 Solo había partido Cotufa, en 2019, pero hace dos semanas nos dejó Pelusa, su hija, integrante de la  primera camada. Debo ser honesta, Pelusa era mi consentida. Sentía una debilidad por ella superior a cualquier razonamiento. Ella, como Platero, el burrito de Juan Ramón Jiménez, era “pequeña, peluda, suave, tan blanda que parecía de algodón, que no tenía huesos”. Esa era Pelusa: su cuerpo de  algodón, combinaba con sus ojos y sus patas, ya de seda. En esos doce años y medio que la tuve, la ternura aparecía puntualmente a visitarnos, era parte de nuestra cotidianidad ¿Será posible tal hallazgo, tal fortuna?  Pelusa, mi pan dulce; la nadadora más entusiasta de todos. Se lanzaba al agua de las pozas que la naturaleza va formando en estos derroteros de la Marquesa y nadaba llena de alegría. Su mirada de miel, me hablaba de un afecto milenario, que seguirá intacto en la memoria y el corazón.

   Parecía hecha a la medida de mis nostalgias, era parte principal de esos requerimientos afectivos que arrastramos a lo largo de la vida y que encuentran respuesta donde menos lo imaginamos. No hacen falta las palabras para entendernos en el afecto, para extrañarnos, para querernos profunda y largamente. Así amaba a Pelusa; así podemos hacerlo, así somos capaces de querer a un animalito cuya vida parece intrascendente, y no lo es. Nunca lo será. Por eso mi pena,  por eso mi inexplicable vacío al no tenerla a mi lado. Mi gratitud a la vida por haberla disfrutado, por quererla hondamente.