Intentar, probar, examinar son sinónimos de lo que, en
su raíz filológica, podía entenderse por ensayo. Cuando Montaigne publica su
obra titulándola con el mismo nombre en plural –Ensayos- entregaba textos de carácter reflexivo; discursos bien
estructurados en los que prevalecía el trabajo artístico del lenguaje y, sobre
todo, la honestidad del autor. “He aquí un libro de buena fe, lector”, fue su
frase inicial, elemento clave para desentrañar lo que, aún en la actualidad,
puede buscarse en los ensayos; la buena
fe, la convicción de quien escribe sobre un tópico determinado, la certeza de
que no hay engaños. Esta propuesta de una pertinencia inapelable, es, en
nuestras décadas de un siglo XXI apenas naciente, una determinación sobre
valuada; la palabra personal, que tanta importancia poseía en siglos
anteriores, ha sido disminuida por el mismo ser humano que prefiere imponerse
con astucia y olvidar “la buena fe”.
La expresión
de Montaigne acude al deíctico “aquí”, proporcionando el sentido de actualidad
inherente al discurso ensayístico; apela, además, al vocativo “lector”, otro de
los elementos constitutivos mediante el cual se construye lo que en su momento,
Gadamer concibió como círculo hermenéutico, esto es, la relación entre autor,
lenguaje y lector, que armónicamente componen
el trabajo interpretativo. Todo ensayista es un hermeneuta del mundo que
lo rodea. El lenguaje, su herramienta interpretativa, será el medio a través del cual se lleve a cabo el
proceso dialógico con el lector, que a
su vez realizará un nuevo proceso de comprensión. El mundo de la razón, de las
ideas plasmadas a través del lenguaje son las bases para la conformación de un
ensayo.
Dirigirse
directamente a alguien, receptor de lo que escribiremos, implica también la
presencia de un “yo” que se involucra directamente con lo que expone. Es la
presencia reflexiva y al mismo tiempo crítica de la que nos habla Liliana
Weinberg en su obra El ensayo entre el
paraíso y el infierno :
El paso del “yo” hermenéutico al “yo”
crítico ha dado lugar a una de las más ricas vetas del ensayo, particularmente
productiva en el ámbito hispanoamericano. En efecto, a partir de Voltaire y los
enciclopedistas, además del fundamental precedente americano del padre Las
Casas, el ensayo se enlaza con la interpretación y la crítica de un nuevo
ámbito de la actividad humana: el de las costumbres. Nace así el ensayo que
Walter Mignolo denomina “ideológico” y que habrá de alcanzar su apogeo ligado a
fenómenos en apariencia independientes de él: la extensión de la lectura, la
proliferación de libros y periódicos, el surgimiento de una “opinión pública” y
la aparición de un tiempo y un espacio públicos, todos ellos imbricados a su
vez con una nueva figura, la del intelectual (Weinberg, 2001: 36-37).
El ensayo
“ideológico” que señala Mignolo unido al sentido crítico que explicita Liliana
Weinberg conforman un tipo de discurso muy recurrente en la literatura actual
que, además, utiliza como recurso editorial la prensa escrita y cuya extensión
se adapta a la de los artículos periodísticos.
La misma investigadora en su obra Literatura
Latinoamericana. Descolonizar la imaginación publicada en el 2004, insiste:
Necesario es así entender que el
ensayo entra en diálogo con otras formas discursivas afines –artículo, estudio,
discurso, intervención, polémica, panfleto y muchas más-. Y que las fronteras
entre unas y otras son muchas veces porosas, dentro de esa gran familia que algunos
críticos denominan “prosa de ideas” (2004: 24).
El espectro
discursivo que la literatura abarca es cada vez más amplio, de allí que la
“prosa de ideas” de la que se habla actualmente sea un calificativo pertinente
para incluir en él textos que se alejan de los clásicos esquemas exigidos en su
momento por los formalistas rusos. El lenguaje es un instrumento interpretativo
cargado de ideologías, a través del cual se proyecta el sentido de subjetividad
y sujetividad de quienes con honestidad firman sus artículos. Esto permite que la libertad se entronice y adquiera validez. Ser neutral
no es una característica del ensayista; su interés mayor radica en juzgar,
denunciar, e, incluso, convencer al lector, teniendo –como había insistido
Montaigne- presente el deseo “de buena fe” hacia el lector; la exactitud en los
datos aportados, la precisión de la información
y, por ende, acudir a fuentes
seguras y confiables serán algunos de los elementos a tomar en cuenta por el
buen ensayista.
Lo que el autor manifieste en sus discursos
mostrará igualmente la relación que existe entre éste y la historia, entre sus
circunstancias y el modo de ver la vida en la actualidad. Todo ello debe
tomarse en cuenta por el lector que se enfrenta a un discurso de quien ya se ha detenido frente a
la realidad y la ha juzgado.
Desencuentros
en el discurso
La historia
de América Latina se ha visto entreverada por las ideas y propuestas de
escritores que, indiscutiblemente, influyeron en la mentalidad de las épocas.
El siglo XX, por ejemplo, cuenta con figuras señeras como José Carlos
Mariátegui cuya propuesta analítica desde una perspectiva económica y
sociológica estableció una forma interpretativa novedosa; mirando la realidad peruana desde ángulos poco visitados. Henríquez Ureña, José Emilio Rodó, Domingo
Faustino Sarmiento fueron algunos de los nombres de aquellos que a través del
ensayo re-pensaron a América Latina y su realidad.
La rapidez informática que caracteriza
nuestra época inclina a muchos de nuestros escritores a desarrollar su producción
bajo los mismos esquemas. La “prosa de ideas” que abunda en los periódicos a
los que acudimos por Internet es la que se impone como una nueva modalidad
ensayística. El ensayo extenso es cada vez menos recurrente, dando paso a estos
artículos que van al día de lo que acontece a nuestro alrededor.
Dos figuras
de prestigio innegable han desarrollado a lo largo de las últimas décadas
líneas de pensamiento radicalmente opuestas a propósito de los sucesos que han marcado la vida social y política de
nuestros países. Mario Vargas Llosa y Eduardo Galeano, ambos del cono sur, vivieron en países signados por
dictaduras y represiones. El primero nació en Arquipa, Perú y Galeano en
Montevideo. Las coincidencias continúan desde la óptica generacional: el
peruano nació en 1936 y el uruguayo en 1940. Ambos se dedicaron al periodismo
aunque también incursionaron en la narrativa. Vargas Llosa ha desarrollado un trabajo
novelístico más abundante, obteniendo el
reconocimiento más alto a su obra literaria, el anhelado Premio Nobel; en menor
proporción ha ocurrido con Galeano en el mundo periodístico; recientemente en
una reunión del MERCOSUR fue designado como “Ciudadano Ilustre”. Su último
libro Espejos. Una historia casi universal
(2008) ha tenido un éxito editorial que lo ubica entre los ensayistas más
leídos de América Latina.
Las
coincidencias, sin embargo, se reducen a lo biográfico. La columna “Piedra de
Toque” que publica el diario español “El País” ha sido el instrumento a través
del cual el escritor peruano ha puesto de manifiesto su postura cada vez más
radicalmente inclinada a la derecha ideológica. Mediante un discurso directo en
el que describe personas o situaciones concretas, casi siempre de carácter
político, el escritor, con la fluidez que lo caracteriza, agrede y descalifica a quienes no coinciden con su ideología. La
fuerza de sus palabras, sin embargo, lo
muestran como una voz que ve desde lejos impidiéndole un trabajo hermenéutico
más profundo. Efectivamente, sus ensayos pueden clasificarse como esa “prosa de ideas”
que caracteriza al ensayo y en la que se evidencia la inclinación ideológica
del escritor; sin embargo haría falta preguntarnos hasta qué punto la
subjetividad y la posibilidad de opinar
desvirtúan de tal modo la realidad que parecieran transformarla en lo que el
ensayista en turno considera como veraz.
Para entender
en profundidad lo que planteo, analizaremos dos artículos que causaron revuelo en buena
parte de nuestros países. El primero se titula “Corrido Mexicano”, escrito en
noviembre del 2006. Refiere el escritor
la situación vivida en México meses antes, a partir del dos de Julio, día en
que se celebraron las elecciones nacionales en las que contendía como principal
líder Andrés Manuel López Obrador. Conocemos las consecuencias que el conteo de
votos que daba una mínima victoria al candidato de la derecha, Felipe Calderón
Hinojosa provocó en el país. López Obrador, ex Gobernador del Distrito Federal,
poseía un nivel de aceptación altísimo. Los que por él votaron sintieron que el
fraude volvía a imponerse como el único recurso a seguir por quienes ostentaban
el poder. En una nación que había sufrido la traumática experiencia de 70 años
de gobierno de un único partido, el triunfo más que dudoso del candidato de la
derecha removió viejos temores y provocó manifestaciones sociales de largo
alcance.
Sin embargo
así se expresó Vargas Llosa sobre el fenómeno que estaba aún desarrollándose en
México:
A juzgar por lo que ha sido la conducta de éste último
–se refiere a López Obrador- desde que perdió las elecciones –un verdadero
corrido melodramático y payaso, indigno de un País de la importancia política,
cultural e histórica de México en el contexto latinoamericano-, hubiera sido
arriesgadísimo confiar el poder a quien puso de manifiesto en todas estas
semanas tan poco respeto por la voluntad popular y ha estado dispuesto a
socavar, mediante asonadas callejeras, esas instituciones democráticas que su
Nación comienza a edificar, por las que ha proclamado su desprecio. Lastimoso
espectáculo del peor tercermundismo –el caudillo tonitronante y mesiánico, las
barricadas, los garrotes, la demagogia, el populismo desenfrenado y la amenaza
de la fuerza para convertir revolucionariamente una derrota electoral en una
victoria.
La
descalificación raya en la burla y hasta en el desprecio, condiciones que
exceden cualquier postura que pueda sentirse medianamente serena para poder
entender los fenómenos políticos y sociales que tanta complejidad poseen. Más
adelante Vargas Llosa afirmará convencido: “He leído todo lo que he podido
sobre las elecciones mexicanas y estoy seguro de que el gigantesco fraude
electoral para robarle la victoria que alega López Obrador no tiene
fundamento”. Semejante contundencia alcanzada a través de lecturas –y cuáles
serían esas lecturas- llevarían a un lector crítico, conocedor de la situación
de la que se habla, a dudar acerca de lo
que se lee; pero aquellos otros que se encuentran ajenos a tales sucesos
podrían creer ciegamente en lo que el ensayista comenta y construir una
realidad inexistente. En un mundo globalizado donde la rapidez de las
comunicaciones alcanza la inmediatez, podemos ser, literalmente, testigos de
los eventos que ocurren en cualquier rincón de nuestro planeta; sin embargo
opinar acerca de la política de nuestros países, re-ordenar lo que entendemos
por democracia y sus muy variadas maneras de llevarla a la práctica es tarea de
mayor complejidad que no se resuelve a través de enfáticas y dudosas afirmaciones.
Por otra parte, la manipulación que muy frecuentemente realizan los medios de
comunicación acerca de sucesos políticos y sociales podrían llegar a deformar
la realidad, construyendo otra más a su gusto o a sus intereses.
La falta de
objetividad al evaluar de manera parcial un proceso político que debe ser
contextualizado y mirado desde la perspectiva de los años precedentes,
invalidan el sentido de autoridad ética o de agudeza intelectual del ensayista
que arremete contra los últimos hechos, consecuencia de los difíciles meses preelectorales
y de las tensiones del gobierno federal y el de la Ciudad de México. Por otra parte, la posibilidad de revisar
unas elecciones que tanta desconfianza provocaron en buena parte de la
ciudadanía era un derecho inalienable.
Es de todos conocido el desenlace de las
elecciones del 2006 y de la posterior evolución que políticamente se está
llevando a cabo en México; por todo ello afirmar categóricamente que no hubo
fraude a cuatro meses de las elecciones –recordemos que el artículo se escribió
en el mes de noviembre de ese mismo año- por las lecturas hechas a través de
los medios de comunicación escrita y los canales internacionales de televisión
tan manipulados en aquellas circunstancias, es un dislate de considerables
dimensiones que podría incluso interpretarse como un acto irresponsable de un
charlatán. La puesta en marcha de movimientos democráticos de gran envergadura
merece la detenida observación de aquellos que pretendemos desentrañar sus raíces
y entender sus consecuencias.
El segundo
artículo, más altisonante todavía titulado “Raza, Botas y Nacionalismo”
publicado el 15 de enero del 2006 en la columna Tribuna del diario El País, refiere la visita que pocos días después de su
primer triunfo realizó Evo Morales, actual presidente de Bolivia, para más
adelante reflexionar sobre los dislates que la izquierda naciente
latinoamericana comete sin cesar. El escritor comienza en estos términos su
ensayo:
La gira por Europa de Evo Morales, presidente electo
de Bolivia, que dentro de unos días asumirá la primera magistratura de su país,
ha sido un gran éxito mediático. Su atuendo y apariencia, que parecían
programados por un genial asesor de imagen, no altiplánico sino neoyorquino,
han hecho las delicias de la prensa y elevado el entusiasmo de la izquierda
boba a extremos orgásmicos. Pronostico que el peinado estilo “fraile campanero”
del nuevo mandatario boliviano, sus chompas rayadas con todos los colores del
arcoiris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones
de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuario de la
progresía occidental.
La pasión crítica que se revela en el párrafo anterior
denuncian igualmente un sentimiento de odio y de desprecio que invierte los
esquemas tradicionales, esto es, el resentimiento era un estado emotivo
prolongado que aparentemente sólo experimentan los marginados socialmente.
Vargas Llosa en cambio, nos muestra que todos lo podemos experimentar con la
misma fuerza destructiva.
En los
párrafos siguientes y refiriéndose a la condición indígena del presidente
boliviano dirá el escritor:
Tampoco el señor Evo Morales es un indio, propiamente
hablando, aunque naciera en una familia indígena muy pobre y fuera de niño
pastor de llamas. Basta oírlo hablar su buen castellano de erres rotundas y
sibilantes eses serranas, su astuta modestia (“me asusta un poco, señores,
verme rodeado de tantos periodistas, ustedes perdonen”), sus estudiadas y
sabidas ambigüedades (“el capitalismo europeo es bueno, pues, pero el de los
Estados Unidos no lo es”) para saber que don Evo es el emblemático criollo
latinoamericano, vivo como una ardilla, trepador y latero, y con una vasta
experiencia de manipulador de hombres y mujeres, adquirida en su larga trayectoria
de dirigente cocalero y miembro de la aristocracia sindical.
Las
afirmaciones de tono dogmático en las que se simplifica exageradamente
fenómenos tan complejos como los que ha vivido Bolivia, desmerecen las
propuestas del autor, haciendo del discurso un panfleto de tonos totalitarios.
La democracia que como básica acepción hace referencia a la elección
presidencial a través de la voluntad expresa del pueblo, pierde pertinencia en
el artículo de Vargas Llosa, que omite en sus líneas el detalle más importante
que legitima a Evo Morales como actual mandatario del país: fue elegido a
través de las urnas por sus conciudadanos y representa, quiéralo o no, la voz
de la población indígena que ve en él a un digno representante. El proceso
democrático de elección presidencial que vivió Bolivia cae en el olvido en un
crítico que se deja llevar más por lo mediático, lo aparente y por un evidente
prejuicio que le impide ver más allá de lo que las imágenes presentan;
considerando, sobre todo, que el presidente Morales aún no entraba en
funciones.
La evidente
subjetividad con la que se maneja el escritor en el momento de hacer crítica
acerca de la política de los países, desvirtúa el sentido de credibilidad pues
nos revela que prevalece una mirada unívoca, parcial y, en consecuencia,
imprecisa y hasta errónea.
Un tercer
artículo fue publicado en el periódico El
País, en la columna Tribuna el nueve de marzo del 2008 a propósito del
incidente vivido entre Ecuador, Colombia y Venezuela por el ataque perpetrado
por el ejército colombiano en territorio ecuatoriano a un grupo de las FARC,
del que tanto se ha hablado. El artículo se titula “Tambores de guerra”; con el
tono enfático que lo caracteriza el escritor peruano arremete en contra de la
respuesta desproporcionada que el mandatario venezolano mostró en un incidente
que no tocaba las fronteras de su país. El histrionismo de Hugo Chávez que para
muchos de sus seguidores constituyó uno de sus mayores carismas, fue, sin
embargo, uno de los grandes obstáculos en el desarrollo de una política
internacional venezolana que se ha
inclinado más hacia desencuentros con los mandatarios de otros países que a posibles acuerdos. La imagen que se dibujaba hacia el exterior donde la riqueza
que el petróleo venezolano aportaba, fue el instrumento usado por Chávez para
controlar y dirigir las políticas de países menos favorecidos económicamente,
sigue vigente para muchos. Afirmar que esto es así, sería aventurado pues no
conocemos la información de primera
mano. Las conjeturas están a la orden del día en el mundo de la política; un
buen analista debe apostar por el rigor informativo como la primera de sus
herramientas.
En el caso
que nos ocupa Vargas Llosa sostiene categóricamente:
Las payasadas del mandatario venezolano son
pintorescas, pero, en este caso, también preocupantes. Pues, en la actualidad
se trata, políticamente hablando, de un animal herido, que se siente cada vez
más rechazado por su pueblo y totalmente incapaz de revertir una crisis
económica y social desatada por su ignorancia y megalomanía. En esas
circunstancias no se puede descartar que reabra la crisis, directamente, o a
través del gobierno ecuatoriano del presidente Correa, quien, a juzgar por su
errático comportamiento desde el inicio de este conflicto –aceptando en un
principio las excusas y explicaciones del presidente Uribe y, luego, escalando
las protestas y magnificando lo sucedido-, después de mantener una cierta
independencia, parece haberse resignado a integrar también, junto con el
boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega, la cofradía de vasallos
políticos de Hugo Chávez.
Si bien la
habilidad en el uso del lenguaje aporta frescura y fluidez a los textos; si,
como señaló alguna vez el gran cuentista Horacio Quiroga el uso del adjetivo
debe ser exacto, evitando los ripios, una expresión mesurada es el mejor recurso
para ser justos en el análisis y la reflexión. La descripción de la conducta de
Hugo Chávez tildándola de “payasadas”;
calificarlo como “animal herido…cada vez más rechazado por su pueblo…” lejos de
minar la imagen del expresidente venezolano ensucian la de quien escribe,
mostrando una y otra vez su apresuramiento en los juicios y la desproporción de
sus afirmaciones. El insulto, declarado y directo, podría ser sustituido por el
manejo de la ironía, figura mucho más elegante que manifiesta las sutilezas de
una mente ágil y un talento macerado por el tiempo y la experiencia. Los
párrafos del ensayo de Vargas Llosa enumeran con una pasión cegadora las
maravillas de la democracia colombiana, las glorias del expresidente Álvaro
Uribe, “ejemplo odiado –señala Vargas Llosa- por quienes quisieran, como
Chávez, convertir a América Latina en una sociedad comunista a la manera de
Cuba o en ese galimatías socialista y bolivariano en que él ha transformado a
Venezuela”, concluye el escritor.
A pesar de
haber citado solamente tres ejemplos de los cientos que circulan desde hace
años en la prensa española e internacional, creo que ellos son una muestra más
que fehaciente de una manera de ver la política y la historia que construimos
en Latinoamérica sin claroscuros, sin matices, al modo “malos y buenos” que
tanto predica el actual gobierno norteamericano.
Desde este
hemisferio encontramos a Eduardo Galeano. Si bien sus artículos se involucran
con la realidad política y social que nos afecta en nuestro día a día, el
escritor es más proclive a desarrollar discursos que cuestionan instituciones, sistemas de poder políticos o
económicos, gobiernos… Galeano revisa constantemente la pertinencia de la
historia oficial, la que nos han enseñado a memorizar sin siquiera
preguntarnos por su validez. Se aprecia en sus textos una clara tendencia hacia la izquierda
ideológica pero su estilo, más mesurado, no le lleva al insulto ni a la
descalificación, el autor logra, a través de un tono permanentemente irónico,
desmontar mitos modernos
Tomo
igualmente tres artículos del escritor. El primero titulado “Espejos blancos
para caras negras” publicado en el
diario La Jornada el 21 de agosto de
1999; a pesar de haber sido escrito hace 14 años, la pertinencia en el tópico a
tratar lo actualiza; se trata de una
reflexión en torno al racismo vivido en América Latina, construido desde las
lejanas fechas de la conquista y la colonia; su fomento estuvo a cargo de
instituciones como la Iglesia Católica y el Estado que se imponía para entonces.
Aparentemente Galeano no insulta ni descalifica, describe la vida de personajes históricos:
San Martín de Porres fue el primer cristiano de piel
oscura admitido en el blanquísimo santoral de la Iglesia Católica. Murió en la
ciudad de Lima, hace tres siglos y medio, con una piedra por almohada y una
calavera al lado. Había sido donado al convento de los frailes dominicos. Por
ser hijo de negra esclava, nunca llegó a sacerdote, pero se destacó en las
tareas de limpieza. Abrazando con amor la escoba, barría todo; después,
afeitaba a los curas y atendía a los enfermos; y pasaba las noches arrodillado
en oración. Aunque estaba especializado
en el sector servicios, San Martín de Porres también sabía hacer milagros, y
tantos hacía que el obispo tuvo que prohibírselos. En sus raros momentos
libres, aprovechaba para azotarse la espalda, y mientras se arrancaba sangre se
gritaba a sí mismo: “¡Perro vil!”. Pasó toda la vida pidiendo perdón por su
sangre impura. La santidad lo recompensó en la muerte
El tono
claramente hiperbólico que utiliza el escritor es, sin embargo, el mismo que
podría leerse en los antiguos santorales que difundió la Iglesia Católica durante
siglos y que proyectaron una imagen ficticia y del todo sumisa de los creyentes.
Más allá de la anécdota, se pretende poner de manifiesto las posturas
ideológicas que instituciones ancestrales han impuesto de forma dogmática, apostando por la alienación de los fieles; la historia
que se relata nos instala en una realidad aún presente en nuestro continente:
el color de la piel determina una situación social inapelable.
En su
conjunto el artículo al que hago referencia no hace alusión a situaciones políticas
concretas, sin embargo, la denuncia que
aún lacera el cuerpo maltrecho de nuestras sociedades pone de manifiesto
posturas políticas y compromisos fundamentales que pretenden mejorar siglos de
retorcidas imposiciones ideológicas.
El escritor
hace un recorrido por épocas y geografías de nuestro continente en las que diferencias raciales mantenían la rígida
distancia entre los blancos (entiéndase, aristócratas) y los negros o mulatos,
esa “piel mala” a la que alude Galeano. Las mujeres del siglo XVI se untaban
cremas que permitieran aclarar su piel mestiza…sin embargo, en la actualidad,
según datos aportados por el ensayista
La revista estadounidense Ebony, de lujosa impresión y amplia circulación, se propone
celebrar los triunfos de la raza negra en los negocios, la política, la carrera
militar, los espectáculos, la moda y los deportes. Según palabras de su
fundador, Ebony “quiere promover los
símbolos del éxito en la comunidad negra de Estados Unidos, con el lema: Yo también puedo triunfar
A pesar de
las estadísticas y las leyes que dicen lo contrario, la presencia del racismo,
demoledora de cualquier intento de estima de quienes padecen el rechazo social,
sigue persistentemente imponiendo condiciones, coartando posibilidades y
definiendo las rutas que muchos de nosotros tendremos que seguir.
Tangencialmente el tópico de la democracia
está presente al plantearnos las verdaderas posibilidades de libertad
que como individuos poseemos en nuestros países.
En otros
artículos el autor reconstruye el
funcionamiento real de la democracia, ajeno a las teóricas propuestas de tantos
que han hablado en su nombre. El ensayo “Teatro del bien y del mal” extraído
del diario La Luciérnaga, Córdoba,
Argentina, publicado en noviembre del 2001, plantea fundamentalmente cómo se
escribe nuestra historia contemporánea; de qué manera la democracia, el sistema
político considerado más viable –por su apuesta hacia la libre elección y
participación popular- para nuestros países de Occidente, es en realidad una
farsa construida por las potencias imperialistas de nuestro planeta que imponen
sus intereses, aunque con ello arrastren consigo miles de vidas humanas, o destruyan países ya empobrecidos por luchas
milenarias.
El escritor
hace un recuento de los actores y los
procedimientos de las guerras acaecidas en las últimas décadas; nos muestra
cómo los antiguos aliados, entiéndase Bin Laden o Saddam Hussein, se
convirtieron en los grandes enemigos. Explica Galeano:
Saddam Hussein era bueno, y buenas eran las armas químicas
que empleó contra los iraníes y los kurdos. Después, se amaló. Ya se llamaba Satán Hussein cuando los Estados Unidos, que
venían de invadir Panamá, invadieron Irak porque Irak había invadido Kuwait.
Bush Padre tuvo a su cargo esta guerra contra el Mal. Con el espíritu
humanitario y compasivo que caracteriza a su familia, mató a más de cien mil
iraquíes, civiles en su gran mayoría.
La invasión a Irak que supuso la destrucción del
gobierno de Hussein y la puesta en marcha de una “democracia” desde la
libertad, como tanto lo ha proclamado el ex presidente Bush, es una de las
acciones de mayor cinismo del gobierno norteamericano que históricamente ha
mostrado su desprecio por la libertad y
la justicia, en aras de sus propios y muy rentables intereses.
Galeano evoca, entre otros
lamentables eventos, la intervención de Henri Kissinger en el golpe de estado
chileno como una de las más escandalosas muestras de la arbitraria injerencia
del gobierno de Estados Unidos en la democracia de otros países. El escritor
recuerda: “El 22 de septiembre de 1973, exactamente 28 años antes de los fuegos
de ahora, había ardido el palacio presidencial en Chile. Kissinger había
anticipado el epitafio de Salvador Allende y de la democracia chilena, al
comentar el resultado de las elecciones: “No tenemos por que aceptar que un
país se haga marxista por la irresponsabilidad de su pueblo”.
“La monarquía universal” es el título del último artículo que
comentaremos en estas páginas. Fue extraído del diario La Jornada publicado el 22
de agosto del año 2000. La reflexión se centra en las nuevas condiciones
políticas que vivió la humanidad años después del desmoronamiento de la llamada
cortina de hierro ¿Sin totalitarismos en el horizonte, se impondrá la
democracia como sistema unívoco? se cuestiona Galeano. La respuesta no se hace
esperar al comparar el significado literal de la palabra democracia como
“gobierno del pueblo” con la realidad que vivimos. Galeano la califica de
“poderocracia: una poderocracia globalizada”.
El autor describe de qué manera se conforman instituciones como el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones
Unidas, todas ellas indispensables en la
toma de decisiones que afectarán la economía de los países del orbe. El matiz
se encuentra en que la mayor parte de los miembros no poseen el derecho a votar
sino a “opinar”, así lo explica el autor:
Ciento ochenta y dos países
integran el Fondo Monetario Internacional.
De ellos, 177 ni pinchan ni
cortan. El Fondo Monetario, que dicta órdenes
al mundo entero y en
todas partes decide el destino humano y la
frecuencia de vuelo de las moscas y la altura de las olas, está en manos
de los cinco países que tienen cuarenta por ciento de los votos: Estados
Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Los votos dependen de los
aportes de capital: el que más tiene, más puede. Veintitrés países africanos
suman, entre todos, 1 por ciento; Estados Unidos dispone de 17 por ciento. La
igualdad de derechos, traducida a los hechos.
La puesta en práctica de la democracia pasa,
antes, por el tamiz del poder que ejercen las tres organizaciones
internacionales. Por ello para nuestro ensayista la democracia se encuentra
depauperada por la evidente compra del poder que desde instancias mayores se
lleva a cabo sistemáticamente. De allí el título del ensayo; no podemos hablar
de democracia, hablemos mejor de “monarquía universal”.
Los cuestionamientos presentados por Eduardo Galeano van enfocados hacia
el desmontaje de los mitos del poder. Sin dejar de lado hechos y actores, el
escritor proyecta su mirada al conjunto, a lo universal, a la maquinaria que
mantiene ajustados los hilos que, en definitiva, deciden nuestro presente y
futuro inmediato. Mario Vargas Llosa, desafortunadamente, mantiene una mirada
tan cercana a lo que ocurre y a quienes lo protagonizan que pierde el sentido
de perspectiva que todo buen intérprete de la realidad debe permanentemente
considerar.
La opinión de ambos influye o determina en muchas ocasiones la afinidad
o el desacuerdo de sus lectores que a su vez podrán construir una ideología que
los defina. El papel que desempeña un ensayista es, pues, de gran envergadura
para entender y reconstruir nuestras democracias.
Guadalupe: Lo que más me encanta de tu trabajo, además de estar muy bien escrito, es cómo vas de lo universal a lo particular. Empiezas con Montaigne, y terminas con Mario Vargas Llosa y Eduardo Galeano.
ResponderEliminarPienso que el blog abre nuevos caminos al ensayo. Ofrece, para repetir una frase futbolística, más "juego de cintura" a quien escribe. Recuerdo algunos de los ensayos que has escrito en tu blog. Hay una espontaneidad, y tanta originalidad, que me dan envidia. Especialmente aquellos donde ligas problemas de pareja con la política, o donde trasciendes los límites de una simple reunión social, para convertirla en un análisis sociológico.
Debo confesarte una cosa: ignoraba que Vargas Llosa escribía ese tipo de ensayos. Siempre pensé que era más sobrio en sus opiniones. Y lo pensé, simplemente, porque nunca se me ocurrió leer sus artículos. En realidad, el único texto de Vargas Llosa que me gusta es La ciudad y los perros.
En cuanto a Galeano, lo que dices es cierto. Es mucho más temperado, y prefiere ironizar a denostar. Me gusta mucho su estilo. Es el de un caballero.
Tú artículo muestra en pocas pinceladas el contraste entre dos intelectuales importantes de América Latina.
Me gustó mucho tu ensayo. Y me alegra mucho tu producción, tu mente clara, tu prosa sencilla, y tu enorme inteligencia.
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ResponderEliminarSoy asiduo lector de "La piedra de toque" de Vargas Llosa por la fluidez de su prosa y su amplio bagaje cultural, que la mayor parte del tiempo expone con gran elocuencia; sin embargo, luego de cerrar el periódico o la ventana del navegador, al terminar de leer su columna, no puedo evitar sentirme sermoneado y reprendido, dada la dureza con que expone sus argumentos principalmente cuando aborda temas relacionados con política internacional. Lo anterior terminó orillándome a evitar leer sus artículos de corte político; no así aquéllos en los que rememora pasajes de su vida y experiencias como parte de la élite literaria mundial, los cuales disfruto ampliamente.
ResponderEliminarDe Galeano, por el contrario, disfruto por igual su obra literaria y periodística. Las crónicas que ha escrito sobre nuestra condición latinoamericana, crudas al mismo tiempo que finas, dan cuenta de el borrascoso pasado del continente, y de alguna manera ayuda a comprender mejor su presente.
El periodismo, a diferencia de la literatura, esta sujeto de forma permanente a un marco ético, y encuentra su sentido auténtico en un acuerdo tácito con la verdad. Quizá es ahí es donde Vargas Llosa rebasa el límite entre el ensayo-artículo y la crónica literaria, pues la mayor parte de las veces, como usted lo demuestra en su texto, se inclina ciegamente a sus propias convicciones políticas.
Hablando de buenos ensayos, éste es uno de ellos. Qué ganas de profundizar más sobre este tema.
Bulmaro Mtz Ricaño
Mil gracias, Bulmaro, por tu comentario. Como bien apuntas, son dos grandes personajes de la intelectualidad latinoamericana. Desafortunadamente Vargas Llosa se ha convertido sus convicciones en dogmas y ha subido el tono de su dureza ideológica. No así Galeano, siempre fresco y más mordaz. Se burla de sí mismo y de todo lo que hemos convertido a lo largo de la historia en sacralidad. Qué bueno que compartas tu comentario en el blog. Veo que has asimilado muy bien su profesión; ser comunicador es una excelente opción. Un gran saludo, Guadalupe.
ResponderEliminaralguien me podria decir en que se baso el ensayo contemporaneo
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