viernes, 12 de julio de 2013

Simón Bolívar: Laberintos, glorias y fracasos en la historia y la ficción


 
 

 
 Guadalupe Isabel Carrillo Torea

 


   La escritura de la novela histórica entrelaza una realidad que no sólo es verosímil sino efectivamente cierta, porque ocurrió y es reconocida. Si bien la ficción participa en ella en mayor o menor grado, el narrador toma en cuenta personajes y hechos de carácter histórico que se convierten en la dominante en la argumentación y sus desenlaces. En este 2010 en el que las conmemoraciones se acumulan en nuestros calendarios nos detenemos en obras que nos muevan a la reflexión de nuestros procesos emancipadores o de los personajes que los hicieron visibles.

 

   El General en su laberinto, novela escrita por Gabriel García Márquez en 1989 aparentemente se inscribe dentro de lo que comúnmente se considera la tipología de la novela histórica tradicional, es decir, aquella en la que se respeta casi con escrúpulo los hechos contados previamente por la historia; el escritor pretendió mostrar, sin embargo, el rostro humano de Simón Bolívar, personaje que, por su grandeza y heroicidad, ha sido glorificado a extremos delirantes; García Márquez se ubica en  los últimos siete meses de la vida del héroe, libertador de gran parte de los países de Sur América, cuando se desplaza a lo largo del Río Magdalena con los pocos seguidores que se mantienen fieles a él, con el ánimo de tomar un barco en las costas de Cartagena de Indias hacia Europa. La historia nos dice que sólo logró llegar al puerto de Santa Marta donde, por fin, falleció.

 

   La fuerza del personaje, su importancia dentro de la historia emancipadora de muchos de nuestros países, llevaron al autor a tratar de ajustarse a lo que hasta ahora se conoce fue la vida y muerte del Libertador. El avance en territorios de lo veraz se acentúa al entrecomillar todos los dichos de Bolívar pues corresponden, según datos de historiadores, a expresiones usadas realmente por él. La originalidad de la novela se advierte en el énfasis que imprime el narrador en  desmontar el mito tejido en torno a la vida y obras de Simón Bolívar. Estamos ante el hombre que viene de la desilusión, frente al amante irrefrenable, general con deseos de mando y con ansias de perennidad, se perfila como individuo hosco que no tolera la desobediencia…

 

   El afán por construir al Bolívar desconocido, que le valió al escritor las más duras críticas, no opaca la personalidad avasallante del Bolívar inmerso en marasmos ideológicos en los que sobresale su ideario, su mirada sobre el futuro que vendría, de una lucidez pasmosa y su sentido de unidad, de lo que hoy entendemos por latinoamericanidad. Acercarse a la obra desde una perspectiva sociológica permite ver la figura de un personaje despojado de mera individualidad, e investido de un ropaje social que le llevará a transformar su vida en el trabajo de forjar la patria grande, que no termina en los confines de la comarca o de la región geográfica cotidiana, sino que posee un todo de horizontes continentales.

 

   La novela es un transcurrir de recuerdos y de presentes en los que se visualiza como centro de gravitación más que la gran empresa emancipadora ya concluida, la frustrada formación del ideal integrador que estaría encarnado en una sola patria. La gran Colombia, que en los hechos era la fusión entre el antiguo virreinato de la Nueva Granada y la entonces capitanía general de Venezuela, debería ser, como señala García Márquez “el embrión de una patria inmensa y unánime” (1989: 24) cuyos límites empezarían en el Río Bravo y concluirían en la Patagonia. Monserrat Iglesias Berzal, estudiosa de la obra de García Márquez, advierte a propósito de las pretensiones del autor sobre su personaje:

           

En primer lugar hay que partir del hecho de que el dominio temporal de la novela abarca toda la trayectoria vital de Bolívar. Sin embargo, la obra no es una biografía porque, de todo ese marco temporal, sólo se seleccionan los momentos en los que la unidad hispanoamericano y/o su destrucción son factores significativos. Esta selección se realiza a partir del espacio temporal del relato primario: el viaje que, en los últimos meses de su vida, emprende un Simón Bolívar enfermo y desengañado con la intención de marcharse a Europa. Desde este punto, se rememoran algunos pasos anteriores del Libertador con un doble objetivo: hacer más una semblanza psicológica e ideológica del general que una veraz recopilación de los momentos fundamentales de su vida, y centrarse en los detalles de la aspiración unitaria de Bolívar y no tanto en los procesos históricos de la Independencia y los movimientos políticos posteriores.[1]

 

   Efectivamente, tal es el peso que lo ideológico adquiere que el narrador logra establecer una unidad entre el acabamiento físico y moral del Libertador junto al desmembramiento de la Gran Colombia, simbiosis que permite al lector sentir que la estructura ideológica que movió la independencia de gran parte de la América se sumaba plenamente en Bolívar, de tal modo que con su vida, desaparecía también el sentido de unidad latinoamericano. Así lo dice el narrador:

 

Era el fin. El general Simón José Antonio  de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el consuelo de que se lo creyeran[2]

 

  El ideal integracionista de Bolívar sólo habría de durar unos cuantos años. Apenas se había logrado derrotar militarmente al colonialismo español, cuando el Perú decretaba su independencia; Bolivia tomaba rumbo propio; Venezuela decretaba su autonomía y el Ecuador se proclamaba república independiente. Lo que pudo haber sido un país continental se desmoronaba en entidades de dimensiones menores, en una actitud reduccionista y una visión miope de los próceres latinoamericanos de la época, que contrastaba con la audacia de los dirigentes norteamericanos: crecer cada vez más; expandirse incluso por la vía de la conquista, como habría de ocurrir en 1847, hasta desbordarse sobre el norte y el occidente del entonces territorio de México.

 

   ¿Cómo entender estos hechos?¿qué pretende decirnos García Márquez sobre Bolívar. Quizás el énfasis de la narrativa esté más en el ideal bolivariano y en la grandeza del mismo que en la imagen humana y moribunda del hombre que pretendía llevarlo a cabo. Para la mente de Bolívar la Gran Colombia se presentaba como necesidad vital para la construcción de una identidad continental que se opusiera a las locales que no ven más allá de la aldea, del poblado extendido o la comarca.

 

   Bolívar había señalado que en América se había gestado un nuevo grupo social, poseedor de una cultura compartida y con raíces en tres fuentes principales: los europeos, los grupos autóctonos y los africanos trasladados como esclavos al continente. Al propio tiempo nacía una identidad diferente de la de nuestros ancestros y una responsabilidad histórica: promover la independencia de la región del colonialismo ibérico: “Es a nosotros, que constituimos esa especie intermedia entre indios y españoles, a quienes nos corresponde hacer la independencia” dirá Bolívar en su Carta de Jamaica escrita en 1815, y en el mismo documento reflexiona en torno a las dificultades que supone la unidad:

 

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse: mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.[3]

 

 

   La propuesta bolivariana interpreta la complejidad que las realidades sociales, políticas, económicas y culturales añadían a la posibilidad integradora. Bolívar pretendía buscar un gobierno de confederaciones de estados diversos. No pretendía dar paso a un gobierno continental de naturaleza centralista y excluyente, sino a una entidad que coordinara a Estados distintos, con intereses particulares, con características a veces opuestas.

 

La historia, la ficción

 

Las discusiones en torno a la novela histórica contemporánea y su correspondencia con la historia, no sólo están llenas de complejidades y aristas, sino que carecen de respuestas definitivas o soluciones dogmáticas. La condición de ambos discursos, el histórico y el literario, inhiben por su naturaleza la posibilidad de que sean comparados en búsqueda de una veracidad  inexpugnable. Al respecto Margot Carrillo Pimentel puntualiza con gran acierto:

 

Tanto la historia como la literatura se indentificarán en la medida en que ambos discursos sean valorados a partir de su capacidad o naturaleza poéticas. Al considerar ambas instancias como experiencias discursivas que articulan una compleja visión del ser o del mundo en la trama, se advertirá que en ellas el compromiso ético del discurso –histórico o literario- es una realidad inherente al mismo, a la vez que un indicio de su propia historicidad. No obstante. Al incorporar en nuestra búsqueda criterios que como éstos exponen semejanzas en cuanto a procedimientos de composición, experiencias similares o intereses compartidos entre la historia y la literatura, nos hemos visto en la necesidad de considerar también que sería un error que en nuestra lectura sólo llegásemos a plantear aquellos aspectos que, como en el caso de White, apuntan a establecer la identidad entre dos discursos, cuyas maneras de realización y pretensiones difieren considerablemente: hablar de un personaje o de un acontecimiento bajo la garantía de la indagación, de la prueba del documento y de la fundamentación de lo que se dice o afirma, tal como lo hace la historia, no es lo mismo que ofrecer un relato en el que la libertad imaginativa es el punto de partida de ese escribir o reescribir, contar o recontar el mundo, como es el caso de la ficción [4]

 

 

   Efectivamente, la libertad imaginativa permitió a García Márquez dibujar un rostro de Bolívar que se adecuaba a la manera en que el mismo autor lo concebía, y a su forma de leer la historia del continente americano y de nuestra patria y de cómo debemos asumir la vida de nuestros héroes. Por ello, imprecisiones como las que a continuación muestro en dos textos, uno de ficción, otro histórico, nos mueven a formular dudas sobre el acierto de la historia y de la ficción.  En el afán descriptivo de ese Bolívar menos conocido el narrador apunta:

 

Tenía una línea de sangre africana, por su tatarabuelo paterno que tuvo un hijo con una esclava, y era tan evidente en sus facciones que los aristócratas de Lima lo llamaban El Zambo…a medida que su gloria aumentaba, los pintores iban idealizándolo, lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria oficial con el perfil romano de sus estatuas.[5]

 

   Si buscamos en otras fuentes de corte histórico veremos contradicciones de la cita anterior. Una pequeña muestra la tenemos en una de las más recientes biografías del personaje escrita por John Lynch, investigador inglés que concibió el libro titulado Simón Bolívar; el estudioso señala a propósito de las raíces genealógicas del Libertador:

 

Era americano de séptima generación, descendiente del Simón Bolívar que en 1589 había llegado a Venezuela procedente de España en busca de una nueva vida. Perteneciente a una sociedad formada por blancos, indios y negros, en la que los vecinos eran sensibles a la menor variación, su linaje familiar ha sido rastreado en repetidas ocasiones en búsqueda de indicios de mestizaje racial, sin embargo, a pesar de testimonios dudosos que se remontan a 1673, los Bolívar siempre fueron blancos. [6]

 

  Otra contradicción entre los dos autores la veremos en la narración de sus últimos días. Según John Lynch Bolívar murió“en la fe católica, apoyado por el obispo Estévez y un sacerdote de una aldea indígena cercana. Se confesó y recibió los últimos sacramentos, contestando con claridad y firmeza a los responsos”. Más adelante el estudioso reflexiona en torno a la duda de la condición de Bolívar en esos momentos y afirma:

 

Si pareció vacilar, fue probablemente debido a un deseo de detener el tiempo, el temor ante la inminencia del viaticum, la última comunión. Lo que dijo en su confesión no lo sabemos. Pero los ritos de extremaunción y de la comunión suponen un compromiso y es justo concluir que su intención era sincera. Después confirmó su testamento, que emplea las fórmulas usuales en la época, lo que no obstante no lo hace menos creíble. En él afirmó que creía en la Santísima Trinidad, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas distintas, un solo Dios verdadero, y en todos los misterios de la Iglesia católica, apostólica y romana, “bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte como católico fiel y cristiano”.[7]

 

 

Si leemos la novela de García Máquez no encontramos con el siguiente relato:

 

 

El general amaneció tan mal el 10 de diciembre, que llamaron de urgencia al obispo Estévez, por si quería confesarse. El obispo acudió de inmediato, y fue tanta la importancia que le dio a la entrevista que se vistió de pontifical. Pero fue a puerta cerrada y sin testigos, por disposición del general, y sólo duró 14 minutos. Nunca se supo una palabra de lo que hablaron. El obispo salió de prisa y descompuesto, subió a la carroza sin despedirse, y no ofició los funerales a pesar de los muchos llamados que le hicieron, ni asistió al entierro. El general quedó en tan mal estado, que no pudo levantarse solo de la hamaca, y el médico tuvo que alzarlo en brazos, como a un recién nacido, y lo sentó en la cama apoyado en las almohadas para que no lo ahogara la tos. Cuando por fin recobró el aliento hizo salir a todos para hablar a solas con el médico. “No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos”, le dijo. “Yo, que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo” [8]

 

  ¿Cuál de los dos autores es veraz? ¿En la pluma de quién de ellos se encuentra la información fehaciente? Los hechos que no hemos vivido, aunque documentados, pueden resultar inaprehensibles, es uno de los riesgos que se corren con la historia y de los que no estamos exentos. Es evidente que la lectura de  la novela de García Márquez debe realizarse con la mirada del lector que se enfrenta a un texto de ficción, en el que sobresalen las huellas del escritor, de su estilo, sus maneras de concebir a los personajes y, por último, su ideología, tan definida que la misma novela es una arenga  histórica en la que se escudriña buena parte de los hechos que conocemos a través de otros libros. En la novela de García Máquez hay páginas completas en las que el autor reseña acontecimientos de la independencia con el ojo del cronista,  más que  del fabulador.

 

   Sin embargo, el autor continuamente retoma el tono ficcional para ver a Bolívar desde un abanico de perspectivas más basto. Pues aunque  el protagonista sea un individuo que hizo  historia, a pesar de que los dichos que brotan de boca de Simón Bolívar fueron puntillosamente seleccionados de  archivos de la nación, el Bolívar que aquí vemos es el que construye un escritor con la finalidad de recrearlo y de mostrar sobre todo su humanidad y su pensamiento. Ese es su más importante fin. Lo demás debe verse, repito, como  ficción. El caso de John Lynch no es así, pero su ánimo de realizar una biografía a través de otros biógrafos, como es el caso de los textos consultados del Edecán del Libertador, Daniel Oleary, puede correr también el riesgo de la imprecisión.

 

  A lo largo de las páginas de la novela vemos la insistencia del narrador en mostrarnos la lucidez del ideario bolivariano  que lo acompaña hasta el momento de la muerte como muestra  sintomática de la verdadera problemática de aquellos años y aún hoy entre los pueblos latinoamericanos: la ausencia de sentimiento de identidad continental; así lo dirá el narrador a propósito de las memorias de Bolívar: “La verdadera causa fue que Santander no pudo asimilar nunca la idea de que este continente no fuera un solo país…la unidad de América le quedaba grande”[9].

 

   Efectivamente, para los americanos de principios del siglo XIX los sentimientos de patria, de identidad nacional, el hecho de sentirse igual que los demás individuos de una comarca vecina, con la misma historia, los mismos ancestros, costumbre o hábitos, con el sentimiento de tener un destino común, era algo que no sólo se debía empezar a construir, sino siquiera por identificar. Así lo cita García Márquez que dijo Bolívar: “la vaina es que dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí para allá, en países que cambian tanto de nombres y de gobiernos de un día para otro, que ya no sabemos ni de dónde carazos somos”[10].

 

   La idea de la integración continental no cabía en la mente de los habitantes de los países recién liberados, era algo que se les antojaba si no fantasioso, al menos inalcanzable. El ideario bolivariano no encontró eco en el pensamiento de quieres hicieron materialmente las guerras de independencia, ni siquiera le dieron difusión. Las palabras del libertador son elocuentes: “En todo caso el equivocado soy yo. Ellos sólo querían hacer la independencia, que era algo inmediato y concreto, y ¡vaya si lo han hecho bien!...En cambio yo me he perdido en un sueño buscando algo que no existe” [11].

 

   La clave para entender a Bolívar es el laberinto en el que lo había sumido la empresa de unidad continental y que pretende resaltar García Márquez, por sobre los demás elementos novelescos; más allá de la descripción de ese Bolívar humano, está el gran ideólogo, por eso deja salir de sus labios la afirmación de un fracaso futuro en el continente: “La América es ingobernable, el que sirve una revolución ara en el mar, este país caerá sin remedio en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas…”[12].

 

   García Márquez apuesta por mostrar dónde radicaba el sentimiento de profunda derrota que acompañó al libertador hasta el final, y nos lleva a descubrir el por qué las propuestas de Bolívar no tuvieron el apoyo de los revolucionarios de la independencia. El narrador señala: “Las oligarquías de cada país, que en la Nueva Granada estaban representadas por los santanderistas, y por el mismo Santander, habían declarado la guerra a muerte contra la idea de la integridad, porque era contraria a los privilegios locales de las grandes familias”. La insistencia del autor de mostrarnos quiénes apostaban por las autonomías y quién buscaba la unidad está emparentado con el afán de seguir desmontando mitos. En esta ocasión, según palabras de Monserrat Iglesias, se pretende desmitificar la noción de la identidad del hispanoamericano de la época. La estudiosa señala:

 

La destrucción del mito no sólo debe alcanzar a Bolívar, sino también a la identidad del ser hispanoamericano. Tanto en su obra periodística como en la novela hay una voluntad de rebajar el alto, para García Máquez excesivo, concepto que el hispanoamericano tiene de sí mismo. En la novela acusa al colombiano/hispanoamericano  contemporáneo de Simón Bolívar de la frustración de la unidad hispanoamericana: “En suma”, concluyó el general “todo lo que hemos hecho con las manos lo están desbaratando con los pies”.[13]

 

 

 

   Cómo definir la identidad

 

  La identidad es un fenómeno complejo y lleno de aristas. Cada individuo posee una multiplicidad de identidades. Nacemos en el seno de una familia, de un grupo social, de un país que no elegimos; pero a partir de esos marcos referenciales vamos adquiriendo nuestras identidades; a medida que crecemos, o que vamos asimilando símbolos que cobran importancia; adquirir o rechazar identidades es parte del proceso vital; sin embargo esto puede convertirse en un problema cuando lo asumimos con radicalidad, cuando establecer la diferencia con el otro o los otros se convierte en fanatismo o esquizofrenia. Bolívar no escribió un estudio sobre las identidades pero siempre lo tomó en cuenta como uno de los grandes obstáculos para alcanzar su ideario. En la novela leemos el siguiente diálogo: “El señor obispo no ha puesto paz en la Ciénega por amor a Dios sino por mantener unidos a sus feligreses en la guerra contra Cartagena…” “Aquí no estamos contra la tiranía de Cartagena dijo el señor Molinares” “-Ya lo sé, dijo él. Cada colombiano es un país enemigo”[14].

 

   Al afán de individualidad se suma que la América de la época estaba marcada por lo rural. La mayoría de las antiguas colonias españolas carecían de caminos porque su geografía es frecuentemente inhóspita. Desiertos y estepas inmensos; selvas cruzadas por ríos caudalosos; montañas que separaban por decenas de kilómetros valles contiguos; zonas pantanosas y lagos de grandes dimensiones a los que faltaban puentes hacían de la región un espacio difícil de recorrer. Las comunicaciones eran lentas y transitaban por vías tortuosas. Las geografías de nuestros países sólo eran superables por las marchas a caballo, de allí la descripción que resalta el narrador sobre las destrezas de Bolívar como jinete:

 

Decía que el paso del caballo era propicio para pensar, y viajaba durante días y noches cambiando varias veces de montura para no reventarla. Tenía las piernas cazcorvas de los jinetes viejos y el modo de andar de los que duermen con las espuelas puestas, y se le había formado alrededor del siso un callo escabroso como una penca de barbero, que le mereció el apodo honorable de Culo de Fierro. Desde que empezaron las guerras de independencia había cabalgado dieciocho mil leguas: más de dos veces la vuelta al mundo. Nadie desmintió nunca la leyenda de que dormía cabalgando.[15]

 

   La amplitud territorial, la majestuosidad de la naturaleza acentuaban el ánimo secesionista que prevalecía en nuestros países; la división geográfica redujo a la Gran Colombia a su núcleo: la Nueva Granada, y la fragmentación de América del sur fue tejiéndose por las traiciones, las muertes de héroes ilustres –recuérdese el asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre-, los atropellos y las mayores arbitrariedades de aquellos que ostentaban el poder (Santander, Páez..) y que durante muchos años se habían declarado discípulos y amigos entrañables de Bolívar.

 

   Ese hombre, estadista, titán, héroe que se nos presenta en la obra como un individuo atribulado y desencantado de sus contemporáneos, alcanzó con agudeza premonitoria, con sentido de universalidad y de nacionalidad, a advertir no sólo los beneficios de la integración, sino de lo que se significa ser latinoamericano como condición que nos singulariza, que nos constituye en continente distinto y diferente al resto del mundo. Bolívar dejó honda huella en el pensamiento latinoamericano y sus ideas resurgen con vigor en nuestro tiempo; son base de una identidad continental que cada día se extiende más.

 

   En diálogo entre Bolívar y un visitante francés, el Libertador dirá con magistral exactitud las ideas más latinoamericanistas y de mayor conocimiento del sentir europeo con respecto a América que en aquella época se hayan escuchado: “Los europeos –dice Bolívar- piensan que sólo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y que todo lo que sea distinto es execrable”, para más adelante añadir: “No traten de enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no pretendan que hagamos bien en veinte años lo que ustedes han hecho tan mal en dos mil”[16].

 

   La identidad sólo se formará, según estas ideas, en la medida en que América lleve a cabo su propia historia, sin tratar de convertirse en espejo de otros continentes que ya han construido la suya. Los errores o los aciertos serían lo que permitirían dibujar la silueta del continente, reducido apenas a esbozo. Todo esto es concebido en la mente de un individuo de la aristocracia caraqueña, que vivió algunos años en Europa, admirador de Napoleón, de Rousseau, de la Revolución Francesa…Por extraña paradoja podríamos inferir que lo recibido en Europa fue construyendo en él un sentido de identidad arraigado y genuino que le permitiría, años después, gestar y consumar la independencia.

 

   Sin embargo la independencia material, los intereses de poder y por último un mal entendido sentido de nacionalidad, llevaría a las provincias de la Gran Colombia a la casi inmediata separación. Esto constituyó igualmente, la irrupción de los sucesos más adversos en la vida del libertador que se vio rodeado de traiciones, de críticas feroces de sus más allegados, ahora detractores acérrimos de su gobierno, y de toda su obra. Fue expulsado de Venezuela y huyó de la Nueva Granada por temor a que los muchos atentados perpetrados contra él tuvieran algún éxito.

 

   A su muerte, apenas quedaba de él un despojo humano que sólo contaba con la caridad y conmiseración de los más allegados. Como colofón de incomprensiones, se supo que, ya muerto, el gobernador de Maracaibo escribió anunciando el hecho: “Me apresuro a participar la nueva de este gran acontecimiento que sin duda ha de producir innumerables bienes a la causa de la libertad y la felicidad del país. El genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de existir”.[17]

 

   Ese hombre de lucidez implacable, estadista de intuiciones adivinatorias fue desgarrándose a medida que se perdía la integridad continental, adentrándose lentamente en ese laberinto que muchas veces es la vida y que se presume, será también la muerte.

 

   Pero Bolívar acertó en su visión del futuro de América Latina. Prácticamente todos los pueblos de países de la región han sufrido los regímenes despóticos de las oligarquías locales. En muchas naciones hemos tenido que soportar el duro peso de los dictadores de opereta, de los partidos de Estado cuyos miembros no tuvieron otro interés que el de saquear las arcas públicas. En otros más las mentalidades provincianas y desfasadas siguen impulsando las identidades chauvinistas y excluyentes.

 

   Por fortuna la larga noche de la Edad Media Latinoamericana ha ido cambiando sus rumbos. La globalización, irónicamente, nos ha traído no sólo la ultra modernización de tecnologías, sino también, a nueva cuenta, el pensamiento bolivariano para insistir en la consolidación de la identidad latinoamericana. Las sociedades civiles de nuestra América tienen cada vez más contacto y establecen mayores y más sólidos lazos.

 

   La novela de García Márquez, entonces, no sólo es un relato del héroe libertador caído en desgracia, enfrentándose a una tortuosa muerte. Es el despliegue de lo que verdaderamente le dio gloria y grandeza: su ideario americano.

 

 
Nota: Este texto fue publicado como capítulo de libro. En: La nueva Nao: De Formosa a América Latina. Reflexiones en torno al Bicentenario de las Independencias Latinoamericanas. 2010. Universidad de Tamkang. Taipei.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

Carrillo Pimentel, Margot. Certezas e invenciones del pasado. Significación de Pirata en la obra de Luis Britto García. Mérida, Venezuela. Editorial el otro@el mismo. Serie Universidad y Pensamiento.  2007. 172 Pp.

 

García Márquez, Gabriel. El General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua Española. 1989. 284 Pp.

 

Llynch, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial Crítica. 2006. 478 Pp.

 

 

HEMEROGRAFÍA

 

 

Iglesias Berzal, Montserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de Hispanoamérica en el General en su laberinto”. Revista Latinoamérica. Número 41. 2005. México DF.

 

 

 

ARTÍCULO DE INTERNET

 

http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar , consultado el día 20 de agosto 2010.

 



[1] Iglesias Berzal, Monserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de Hispanoamérica en El General en su Laberinto. En la Revista Latinoamérica. Número 41. 2005. UNAM. Distrito Federal. Página 18.
[2]García Márquez, Gabriel. El General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua Española. 1989. Página  42
[3] http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar , consultado el día 20 de agosto 2010.
[4] Carrillo Pimente, Margot. Certezas e invenciones del pasado. Significación de Pirata en la obra de Luis Britto García. Mérida, Venezuela. Editorial El otro@el mismo. 2007.  Páginas 16,17.
[5] Ob.Cit. página 184.
[6] LYNCH, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial Crítica.2006. Página 3.
[7] Ob.Cit. Página 369
[8] Ob.Cit. Página 266
[9] Ob.Cit. Página 123
[10] Ob.Cit. Página 188.
[11] Ob.Cit. Página 223.
[12] Ob.Cit. 204
[13] Iglesias. Ob.Cit. Página 30
[14] Ob.Cit. 240
[15] Ob.Cit. 49
[16] Ob.Cit. Páginas 129, 130
[17] Ob.Cit. 198

martes, 9 de julio de 2013

El Poder: Razón y raíz del narcocorrido



Guadalupe I Carrillo
 

Surgimiento

La presencia del tópico de las drogas, de manera especial, del contrabando y de la venta ilegal de las mismas, responde a la realidad que desde hace décadas vivimos a nivel mundial.  Los países latinoamericanos que se han visto azotados intensamente por este flagelo.  No sólo lo ven de lejos, a través de la pantalla de televisión o mediante la prensa radiofónica o la periodística; el fenómeno del narcotráfico es parte de la cotidianidad de los ciudadanos del continente.  Por ello, no podemos asombrarnos al ver la prolija producción que el tópico ha generado en las últimas décadas; en los textos de creación y a través de los estudios que sobre el tema se han venido publicando.  De manera especial, el fenómeno cobra vida en México en los territorios del norte del país,

 
   El narcocorrido surge  como  expresión artística de raíz popular y de condición oral.  La sencillez en la rima, casi siempre asonante, aunque también se utiliza la consonante; el uso del verso octosílabo o en ocasiones hexasílabo, aunado al empleo de expresiones coloquiales, e incluso de un lenguaje soez, hace que el género tenga una capacidad de apropiación y de creación de un colectivo extenso y en ocasiones, analfabeta.  Asimismo, el acompañamiento musical que le es común a los corridos es al mismo tiempo un recurso por demás atractivo e incluyente; cantar la vida de otros será asunto de todos, no solamente de artistas y cantantes reconocidos, que asumen como tópico central la vida, las obras, las actividades de los capos, incluido el contrabando de estupefacientes. Sin embargo, el hecho de que estén siendo también difundidos con gran éxito por grupos norteños de reconocida trayectoria como los llamados Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana, los Invasores de Nuevo León, entre otros, ha proyectado y revitalizado al género convirtiéndolo en un asunto de carácter nacional que se encuentra hoy politizadodebido a la censura impuesta para evitar su difusión.


   La fecha exacta del surgimiento del narcocorrido es discutida por muchos especialistas en el tema, como es el caso de  Catherine Heau Lambert y Gilberto Jiménez que lo ubican en los años setenta[1].  Otros  han llegado a señalar fechas exactas como es el caso de Carlos Valbuena Esteban, que los ubica en 1976 cuando salió al público el famoso narcocorrido “Contrabando y traición” conocido también como “el corrido de Camelia la Texana”.  La historia de Camelia tuvo continuidad en los corridos titulados “Ya encontraron a Camelia” y “El hijo de Camelia”[2].  Efectivamente, en la década de los años setenta el negocio del narcotráfico se había consolidado a través de la estructuración y afianzamiento de los cárteles, que, como se mencionó en las líneas superiores, se distribuyen constantemente el territorio nacional; especialmente, las ciudades fronterizas de uno y otro lado de la frontera norte de México.

 
    Así como el corrido del periodo revolucionario funcionaba como transmisor de los hechos que se iban desarrollando y que enaltecían las figuras de sus héroes, construyendo un universo simbólico que provenía del imaginario colectivo; de la misma forma  el narcocorrido, desde ese narrador testigo que suele intervenir en el relato al modo de los juglares medievales, mira la vida de los narcos, de sus aventuras, del contrabando que realizan desde una perspectiva opuesta a la de discurso oficial.  Si bien reconocen que se trata de actos delictivos,  la mirada de simpatía, o la exaltación de sus cualidades como hombres valientes nos muestra lo que el antropólogo Edgar Samuel Morales califica como “inversión de los estigmas”.  Explica el investigador que  el uso del estigma cuando, no se  pretende descalificar, sino enaltecer la figura de quien se habla supone

 
   “…La autoafirmación frente a las sociedades y culturas dominantes; la voluntad de hacerse valer frente a los demás a partir del mismo medio o instrumento que descalifica. A partir de ahí comienza la necesidad de crear una ideología que justifique la recuperación, que ofrezca una “fundamentación”, por más elemental que pueda aparecer  inicialmente. Lo importante es ingresar y participar en los espacios en que se generan, se proyectan y se controlan los capitales simbólicos  que den forma a ideas, planteamientos, creencias y, más tarde, teorizaciones o ideologías de grupos específicos…” (2000: 142-143).

 
   Efectivamente, y coincidiendo con las palabras de Morales Sales, Luis Astorga enfatiza el carácter identitario que los narcocorridos poseen, como una forma de legitimación de la actividad de los capos, de los grupos delictivos y de su actividad en general; legitimar sin engaños, a sabiendas de que su actividad está fuera de la ley . Los narcocorridos no solamente funcionan como una suerte de crónica de la cotidianidad que  impacta en la vida de los ciudadanos de gran parte del territorio nacional, o como portavoces oficiales de los capos; en realidad al publicitar la actividad del narcotráfico  están dando fin al “monopolio estatal de la producción simbólica acerca de los traficantes” y están ofreciendo la otra cara del fenómeno.  Esto es: de qué manera un amplio grupo de individuos de estratos sociales muy bajos, cuyas condiciones de vida parecieran ir a la deriva, optan por hacer de ellos otra historia más de contrabando, a riesgo de sus vidas y asumiendo el código de traición, violencia y muerte que acompaña al mundo del narcotráfico.  La conciencia de que el gobierno en turno no dará ninguna alternativa laboral, no les facilitará una formación personal y menos aún les ayudará a salir de la miseria en la que se encuentran; por el contrario, sólo logra que el  mensaje del oficialismo sea significativamente contrastante con el que aporta el narcocorrido.  Al respecto, el mismo Astorga señala:


   “…Hay un contraste muy marcado entre el discurso oficial sobre los traficantes reproducido insistentemente en los medios de comunicación y el generado por los compositores de corridos.  En el primero, los traficantes son algo así como el equivalente al Anticristo, no se distinguen las diferentes categorías que conforman la larga cadena desde el productor hasta el que hace la venta directa al consumidor. A todos se les designa de igual manera, o si acaso se hace la diferencia entre los jefes y los demás. Son malos porque actúan fuera de la ley, comercian con mercancías estigmatizadas y además utilizan la violencia armada para conseguir sus fines. En los corridos generalmente son buenos por las mismas razones, pues son los atributos necesarios para tener éxito en el campo en que nacieron o escogieron. No hay justificación de sus actividades, sólo una constatación de situaciones donde la primacía de los códigos éticos y reglas de juego en competencia se disputan muchas veces a balazos…”


   El sentido trasgresor que acompaña al narcocorrido, y que dibuja el perfil del narcotraficante-héroe, lo configura con características nuevas que responden a las condiciones reales de una sociedad, un estado y una política que vive un periodo de descomposición severa; donde la droga se entroniza a través del poder que las ganancias en la venta y contrabando de las mismas alcanzan rápidamente a los dueños del mayoreo y el menudeo.  Podríamos, pues, hablar de la estética de la abyección, ubicada preferiblemente en lo temático más que en el trabajo del  lenguaje, que  por su carácter oral, pretende reproducir personajes, situaciones y espacios pertenecientes a un mundo plagado de carencias y de vulgaridad.


  Lo escatológico es la categoría  más acertada para definir esos ambientes, situaciones y argumentos emparentados con la suciedad, el excremento, el hedor; en caso de la literatura narco, la escatología se extiende  a la  composición de los personajes y a sus acciones cargadas de  ruindad y violencia. Sin embargo en los corridos la fuerza connatural que acompaña a una acción violenta  se ve suavizada por la empatía  que fluye entre el narrador y personaje- héroe. La voz de quien recita los corridos es además un eco del grupo social al que pertenece el narco de quien se habla. El corrrido titulado “El jr” , es un buen ejemplo de cómo a través del uso de un lenguaje pobre,   significativamente erróneo; escrito y difundido incluso con faltas de ortografía; con modismos del lenguaje coloquial, el narrador entra en sintonía con el protagonista, asumiendo familiaridad, e incluso lamentando su muerte.  Así lo vemos en las siguientes estrofas:


   “…le mataron a su hermano/jr se hizo loco/y acabo con los culpables/despachando uno tras otro; se peló a Estados Unidos/ya que desaogo su enojo/jr asia negocios en la/union americana/fue creciendo poco a poco; hasta qe hizo mucha lana/ pero un dia sus enemigos/lo encontraron por demandas/lo agarraron a balazos;…era el heroe del poblado/yo no ze qien dio la orden/qe la vida le quitaran/de repente a la suburban; le explotaron dos granadas/activadas por su escolta/gente que el mismo pagaba/adios puebla y veracruz/ adioz campeche y oaxaca/adios compas colombianos/ les encargo mucho a chiapas/adios leon y agua lica/ cancun y guadalajara

 

   El compositor del corrido convierte al héroe-narco en uno de los suyos; el lenguaje expresa su estrato social –el de ambos-, las carencias que lo caracterizan, la educación que no tuvo, y la nobleza que lo dignifica; es el pueblo que se retrata a través del corrido y que se manifiesta tal como es; igualmente tampoco se oculta la traición, condición ineludible de los que manejan el comercio del narcotráfico; por ello la caída del héroe que tanto lamenta el narrador se debe, justamente, a la trampa que su misma gente le ha tendido:  la granada que explota, “activada por su escolta” es la estocada final para eliminar a “jr”.

 
Algunas caracterizaciones del narcocorrido

 
    Podríamos definir  constantes de carácter estructural y temático que acompañarán siempre al narcocorrido. Muchos estudiosos han querido establecer, por ejemplo, qué tipo de temática suele presentarse, tratando de sistematizar tópicos que se repiten, que van cobrando matices con el tiempo o que definitivamente cambian; Catherine Heau Lambert y Gilberto Jiménez advierten que

 

   “…En los años 80 se desvanece por completo en los corridos de narco el sociograma del valiente para dar lugar a la tematización directa del contrabando de narcóticos, juntamente con los episodios de aventura y violencia que lo acompañan debido a su carácter clandestino e ilegal. Incluso se eclipsan y se ocultan los nombres de los protagonistas de este tráfico prohibido para tematizar solamente su acción ilegal…”


   El cambio que observan los autores no es, sin embargo, permanente.  En la actualidad podemos encontrar  corridos de extracción popular y colectiva donde lo coloquial se impone frente a la normativa que comúnmente rige que las formas literarias de rima, ritmo y composición estrófica exigirían, como es el caso del corrido de “jr” citado líneas arriba; estos pueden o no presentar el nombre del creador, pero su tono es más próximo a lo popular urbano, presentando una deficiente construcción formal.


 Hay otros de mejor elaboración de las formas que, además, pierden el carácter anónimo. Su autor tiene nombre y apellido, habla de otros que también identifica o de situaciones y anécdotas célebres en la vida del narcotráfico en el país.  Beto Quintanilla, por ejemplo, autor de abundantes corridos, anota títulos como “Corrido de Osiel Cárdenas” en el que narra la aprehensión del jefe del cártel del Golfo por parte de la UEDO y el ejército nacional: “…El día 14 de marzo un jueves por la mañana/ los soldados y la UEDO rodearon varias manzanas le/ ponen el dedo al jefe al number one de la/ maña ni los zetas ni los cuernos ni alguna/otra preocupación  pudieron salvar al jefe…”.

   Así mismo, escribió el corrido “Raquenel Villanueva” donde exalta  a la famosa abogada norteña que defendió a grupos de narcos y que fue asesinada a balazos este 2009, después de haberse librado de muchos intentos de ser aniquilada por los grupos de narcos enemigos de quienes defendía.  Su carácter heroico se fundamenta en la habilidad profesional para sacar de prisión a los narcos ya controlados por el estado.  A pesar de su extensión, transcribo el texto completo en el que se percibe la inversión de valores que se maneja en el corrido y que enaltecen a la heroína:


   “…Se apellida Villanueva y radica en monterrey de/profesión licenciada en valiente la mujer terror/de los tribunales le apodan a raquenel/; que defiendes puros narcos asi le decia un juez/que sumas muy millonarias tu cobras por defender/y por sacar delincuentes que yo acabo de meter/¸ se que a muchos incomoda mi forma de trabajar/ pues no tengo compromisos con ninguna autoridad/ellos pelean el encierro yo peleo la libertad/; no vengo a defender monjas ni sacristanes ni/ curas vengo a sacar mis clientes que solicitan mi/ayuda de que les cobro les cobro eso no les quede/duda se que no compongo el mundo pero en algo he de/ ayudar mi trabajo es muy humano paga el que pueda/pagar con parte de ese dinero llevo comida al /penal es una madre soltera y la niña es su/querer por ser noble y justiciera la trata el/mundo al revés pues la maldad de los hombre se/enzañan con la mujer ya son muchos/atentados y dios la deja vivir la maldición del/culpable tal vez este por venir dejen a Dios que /decida a quien le toca morir…”


   La inversión de valores que mencionábamos se establece  al asumir algunos estigmas sociales, como podría ser la condición de madre soltera o el género, como sus mayores virtudes. A pesar de ser mujer, estar sola y ser incomprendida por la sociedad, Raquenel es capaz de enfrentar a los jueces –representantes de la autoridad- y ganarles la partida, dándoles libertad a sus clientes, aunque estos sean narcos. Resulta de gran importancia la respuesta que la heroína da a la interpelación del juez: “no vengo a defender mojas ni sacristanes ni curas”. La inversión no sólo estaría en enaltecer lo que socialmente se considera de menor valía, sino en subestimar a personajes considerados por el colectivo, por el discurso oficial, por el poder mismo, como bondadosos e inocuos: monjas, sacristanes y curas.


   Otros corridos recrean hechos reales o denuncian de forma solapada, pero claramente reconocible, los vínculos entre el narco y los políticos; algunos más relatan eventos consumados por los grandes capos, sus vidas, sus habilidades... En el primer caso tenemos el corrido “Fiesta en la Sierra” en el que se cuenta la muy célebre reunión que tuvieron varios cárteles bien avenidos, convocados por el Chapo Guzmán,  a quien no se nombra pero se le tilda de ser “el pesado de la tribu”. Esta fiesta la relató la llamada Reina del Pacífico en la entrevista que le hizo durante varias semanas el periodista Julio Sherer. El corrido, de impecable factura estrófica, tiene como climax la llegada de este personaje femenino, a quien se le describe como “bella dama”, “muy pesada”. Es evidente el guiño delator del narrador y el tono irónico al contarnos que “Los jefes de cada plaza/allí estaban reunidos/no podían fallar al brother/era muy grande el motivo/festejaba su cumpleaños/en su ranchito escondido/había gente poderosa/del gobierno y fugitivos”.


   Ese mismo tono de denuncia lo vemos en  el corrido “El circo” en el que nos dan cuenta del manejo que Carlos y Raúl, los hermanos poderosos,  hicieron con los circos –cárteles- del país: “El circo que había en el golfo fue el primero que cayó/ y los circos de Chihuahua fue Carlos quien los cerró/quedando el de Sinaloa y al frente su domador”.  Los tópicos de los corridos se desplazan por la historia, por los eventos representativos y por la vida cotidiana de quienes laboran en el mundo del narco. Los censores, quienes después llevarán a letra y música  lo escuchado o lo leído, no lo planifican previamente; no hay, pues, acuerdos de cuál tipología temática se desarrollará en las distintas épocas. La tematicidad es producto de la realidad de cada día, de sus protagonistas y de quienes se acercan, de algún modo, al fenómeno. En esto la oralidad juega un papel fundamental, pues ella permite que el corrido sea, sobre todo, actual, nómbrese o no a los personajes que lo ejecutan. Podríamos señalar un sin número de corridos que confirman la afirmación, sin embargo, a modo de ejemplo  recojo algunas estrofas de dos de ellos cuya dominante es el humor: “las monjitas” escrito por Francisco Quintero y “la chacalosa” de Jenni Rivera. En el primero nos cuentan una experiencia de intento de contrabando. Dos mujeres disfrazadas de monjitas quieren atravesar la frontera y para ello se protegen con el hábito religioso; sin embargo, al ser interrogadas dicen llevar “tecitos y leche en polvo” a los niños de un orfanatorio; pero el guardia aduanero, que según el corrido, “no era muy creyente” quiso revisar el contenido de los supuestos alimentos. A continuación el desenlace: 

 
Con un gesto de burla el agente/se arrimó y les dijo a las monjitas/- yo lo  siento por los huerfanitos,/ya no van a tomar su lechita/ahora dígame cómo se llaman, si no es mucha molestia hermanitas/; una dijo me llamo Sor Juana/otra dijo me llamo ¡Sorpresa!/ y se alzaron el hábito a tiempo/y sacaron unas metralletas/y mataron a los federales.


La Chacalosa en cambio más que contar una historia se expresa en primera persona describiendo sus cualidades, todas ellas propias de una mujer fuerte, rica y valiente:

 

Me buscan por chacalosa, soy hija de un traficante/me conozco bien las movidas me crié entre la mafia grande/ de la mejor mercancía me enseñó a vender mi padre/; cuando cumplí los quince años, no me hicieron quinceañera/me heredaron un negocio que buen billete me diera/celular y también beper para que todo atendiera/; los amigos de mi padre me enseñaron a disparar/las cachas de mi pistola de buen oro han de brillar;/en pura troca del año es en lo que me paseo/me doy de todos los gustos según como yo tanteo/y trabajo muy derecho por eso a nadie tranceo.

 
Además del tratamiento del humor el protagonismo de las mujeres como seres hábiles y valientes es una constante. El corridista podría admitir el peligro del trabajo que el narcotráfico lleva consigo pero nunca disminuirá el valor del héroe y la presencia del mismo como centro de sus relatos.


El poder: raíz del corrido


   El origen del corrido, de extracción popular habla también de un colectivo unido que conoce sus fuerzas y sus debilidades. Cuenta cuitas y también logros, pero, sobre todo,  es la voz de quienes no se les ha dado la oportunidad de manifestarse; como ocurrió en la época de la revolución, los grupos desposeídos se apropiaron del corrido hasta transformarlo en instrumento de comunicación por excelencia; las coplas exaltarían con detalle las luchas, las derrotas; describirían los atributos de sus héroes que se enfrentaban al poder oficial por sus tierras. La oralidad, instrumento de creación y  transmisión por exelencia, fue al mismo tiempo el mejor aliado de los corridistas que recitaban o cantaban protegidos por la oportunidad, sin dejar huella en la letra escrita; esto ocurrió en los años de la Revolución; hoy la presencia de los narcocorridos actualiza aquellos códigos manejados en épocas pretéritas; el sentido de rebeldía que se impone en la letra de los narcocorrido es, indudablemente, una respuesta al oficialismo, a la represión impuesta, a la violencia con que han pretendido repeler o extirpar ese tumor maligno llamado narcotráfico, del que son aliados gran parte de los grupos pollíticos vigentes en el país.


   Cuando el corridista divulga los hechos y dichos del narcotráfico está enfrentándose a un discurso oficial que ha construido ideologías y que las ha impuesto como miradas unívocas del fenómeno. De esta forma se establece un tácito enfrentamiento entre la masa popular y el gobierno quedando a flote la estructura dominador/dominado que, como columna vertebral, integra y sostiene a nuestras sociedades e incluso a los movimientos culturales.  Cuando esto ocurre nos econtramos ante las arenas movedizas del poder. Catherine Heau Lambert en su artículo “Poder y Corrido”, lo define como ese “campo de relaciones de fuerza donde existen posiciones dominantes y dominadas”; según la autora esto “permea indudablemente todo el  ámbito de la cultura y, por ede, también atraviesa las formas poético-musicales”.


 Efectivamente, la pugna entre poder institucional y el poder de facto de los grandes capos o de quienes los acompañan, se convierte en asunto a tratar en el narcocorrido; al hacerlo público a través del canto no sólo se muestra una realidad plenamente presente sino que se convierte en un gesto de rebeldía,  subversión; es una manera de protestar, de decir que lo legal no siempre es legítimo.

   Esa lucha  explicaría el por qué la inversión de valores que suele acompañar a los  corridos: lo que el discurso oficial  sataniza, el corridista lo exalta. Catherine Heau interpreta con precisión qué mensaje se pretende enviar; al referirse a la violencia contenida en los corridos explica:

 

Esta violencia es vista como una respuesta legítima (aunque ilegal) a la violencia ejercida por el poder. Cuando los protagonistas de los corridos matan a agentes federales o judiciales, muchos agravios sociales parecen simbólicamente vengados. El “peligro” del narcocorrido (si peligro hay…) no radica en la instigación al consumo de drogas, sino en la desacralización y descalificación del poder, ya que hace tambalear los fundamentos mismos de la autoridad: tanto su legitimidad (contradicha por el alto nivel de corrupción de los políticos) como su brazo armado, la policía y el ejército (que ejercen violencia y corrupción). Estamos hablando aquí de una forma de resistencia velada de los dominados que manifiestan simbólicamente su inconformidad social bajo la forma del “consumo musical” de estos corrido, que para ellos representan un desafío a la autoridad.

 
      El comentario de la antropóloga pretende explicar el éxito de los narcocorridos, tanto por la abundancia en su creación –son incontables-, como por la venta masiva de sus discos, y el gusto manifiesto de los oyentes. En Internet algunos grupos narcocorridistas tienen páginas web en la que se pueden encontrar las letras y escuchar las canciones e incluso comprar sus discos. Todo ello generó la prohibición de ser difundidos por las estaciones de radio y de televisión.


  Algunos estados, sobre todo en el norte del país, institucionalizaron la censura, sin lograr que en la cotidianidad así ocurra; hoy se siguen escuchando en antros, cantinas y restaurantes. Luis Astorga desarrolla una extensa investigación en torno al tema, en un artículo intitulado “Corridos de traficantes y censura” publicada en la revista  Región y sociedad en el 2005. En ella rastrea las razones esgrimidas en las legislaturas  y senadurías de algunos estados para establecer como ley la prohibición de la difusión y venta de estos géneros musicales. Todos los servidores públicos convergen en que escuchar constantemente las letras de los corridos mueve a su público a querer imitar al héroe de turno, también empuja  al consumo y contrabando de drogas. Pero como bien apunta Heau: “un texto funge como revelador o indicio de un malestar social, no como su causa. Por ello llama mucho la atención la popularidad actual de los narcocorridos”.


   La popularidad de la que habla la antropóloga se ve reflejada en la numerosa bibliohemerografía en torno a estudios de la narco literatura centrada en el narcocorrido. Son innumerables los trabajos que se vienen desarrollando en distintas partes del país y en diferentes instituciones académicas; incluso encontramos especialista en el tema; los ya citados Catherine Héau Lambert, Gilberto Jiménez, Luis Astorga, Eric Lara, Carlos Valbuena Esteban de Caracas, Venezuela,  Juan Carlos Ramírez-Pineda de la Universidad de San Diego State…; las diferentes especialidades de los estudiosos-antropólogos, sociólogos, literatos…ha permitido que el abordaje del discurso corridista sea interdisciplinario; se le ha visto desde perspectivas sociales, humanas, de orden político y, claro está, estético; no ocurre lo mismo con la novelística de muy reciente  realización y de peor factura estética.

 

  





[1] En su artículo “La representación social de la violencia en la trova popular mexicana” publicado en la Revista “jjjj” páginas 649-650.
[2] Carlos Valbuena Esteban: “Narcocorridos y Plan Colombia” . Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2004. Vol 10, n 3 (sept-dc.-). Página 13.