La escritura de la novela
histórica entrelaza una realidad que no sólo es verosímil sino efectivamente
cierta, porque ocurrió y es reconocida. Si bien la ficción participa en ella en
mayor o menor grado, el narrador toma en cuenta personajes y hechos de carácter
histórico que se convierten en la dominante en la argumentación y sus
desenlaces. En este 2010 en el que las conmemoraciones se acumulan en nuestros
calendarios nos detenemos en obras que nos muevan a la reflexión de nuestros
procesos emancipadores o de los personajes que los hicieron visibles.
El General en su laberinto, novela escrita por Gabriel García
Márquez en 1989 aparentemente se inscribe dentro de lo que comúnmente se
considera la tipología de la novela histórica tradicional, es decir, aquella en
la que se respeta casi con escrúpulo los hechos contados previamente por la
historia; el escritor pretendió mostrar, sin embargo, el rostro humano de Simón
Bolívar, personaje que, por su grandeza y heroicidad, ha sido glorificado a
extremos delirantes; García Márquez se ubica en
los últimos siete meses de la vida del héroe, libertador de gran parte
de los países de Sur América, cuando se desplaza a lo largo del Río Magdalena
con los pocos seguidores que se mantienen fieles a él, con el ánimo de tomar un
barco en las costas de Cartagena de Indias hacia Europa. La historia nos dice
que sólo logró llegar al puerto de Santa Marta donde, por fin, falleció.
La fuerza del personaje, su
importancia dentro de la historia emancipadora de muchos de nuestros países,
llevaron al autor a tratar de ajustarse a lo que hasta ahora se conoce fue la
vida y muerte del Libertador. El avance en territorios de lo veraz se acentúa
al entrecomillar todos los dichos de Bolívar pues corresponden, según datos de
historiadores, a expresiones usadas realmente por él. La originalidad de la
novela se advierte en el énfasis que imprime el narrador en desmontar el mito tejido en torno a la vida y
obras de Simón Bolívar. Estamos ante el hombre que viene de la desilusión,
frente al amante irrefrenable, general con deseos de mando y con ansias de
perennidad, se perfila como individuo hosco que no tolera la desobediencia…
El afán por construir al
Bolívar desconocido, que le valió al escritor las más duras críticas, no opaca
la personalidad avasallante del Bolívar inmerso en marasmos ideológicos en los
que sobresale su ideario, su mirada sobre el futuro que vendría, de una lucidez
pasmosa y su sentido de unidad, de lo que hoy entendemos por
latinoamericanidad. Acercarse a la obra desde una perspectiva sociológica
permite ver la figura de un personaje despojado de mera individualidad, e
investido de un ropaje social que le llevará a transformar su vida en el
trabajo de forjar la patria grande, que no termina en los confines de la
comarca o de la región geográfica cotidiana, sino que posee un todo de
horizontes continentales.
La novela es un transcurrir de
recuerdos y de presentes en los que se visualiza como centro de gravitación más
que la gran empresa emancipadora ya concluida, la frustrada formación del ideal
integrador que estaría encarnado en una sola patria. La gran Colombia, que en
los hechos era la fusión entre el antiguo virreinato de la Nueva Granada y la
entonces capitanía general de Venezuela, debería ser, como señala García
Márquez “el embrión de una patria inmensa y unánime” (1989: 24) cuyos límites
empezarían en el Río Bravo y concluirían en la Patagonia. Monserrat
Iglesias Berzal, estudiosa de la obra de García Márquez, advierte a propósito
de las pretensiones del autor sobre su personaje:
En primer lugar hay que partir
del hecho de que el dominio temporal de la novela abarca toda la trayectoria
vital de Bolívar. Sin embargo, la obra no es una biografía porque, de todo ese
marco temporal, sólo se seleccionan los momentos en los que la unidad
hispanoamericano y/o su destrucción son factores significativos. Esta selección
se realiza a partir del espacio temporal del relato primario: el viaje que, en
los últimos meses de su vida, emprende un Simón Bolívar enfermo y desengañado
con la intención de marcharse a Europa. Desde este punto, se rememoran algunos
pasos anteriores del Libertador con un doble objetivo: hacer más una semblanza
psicológica e ideológica del general que una veraz recopilación de los momentos
fundamentales de su vida, y centrarse en los detalles de la aspiración unitaria
de Bolívar y no tanto en los procesos históricos de la Independencia y los
movimientos políticos posteriores.[1]
Efectivamente, tal es el peso
que lo ideológico adquiere que el narrador logra establecer una unidad entre el
acabamiento físico y moral del Libertador junto al desmembramiento de la Gran Colombia ,
simbiosis que permite al lector sentir que la estructura ideológica que movió
la independencia de gran parte de la
América se sumaba plenamente en Bolívar, de tal modo que con
su vida, desaparecía también el sentido de unidad latinoamericano. Así lo dice
el narrador:
Era el fin. El general Simón
José Antonio de la Santísima Trinidad
Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un
imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de
guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme
hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el
consuelo de que se lo creyeran[2]
El ideal integracionista de
Bolívar sólo habría de durar unos cuantos años. Apenas se había logrado
derrotar militarmente al colonialismo español, cuando el Perú decretaba su
independencia; Bolivia tomaba rumbo propio; Venezuela decretaba su autonomía y
el Ecuador se proclamaba república independiente. Lo que pudo haber sido un
país continental se desmoronaba en entidades de dimensiones menores, en una
actitud reduccionista y una visión miope de los próceres latinoamericanos de la
época, que contrastaba con la audacia de los dirigentes norteamericanos: crecer
cada vez más; expandirse incluso por la vía de la conquista, como habría de
ocurrir en 1847, hasta desbordarse sobre el norte y el occidente del entonces
territorio de México.
¿Cómo entender estos
hechos?¿qué pretende decirnos García Márquez sobre Bolívar. Quizás el énfasis
de la narrativa esté más en el ideal bolivariano y en la grandeza del mismo que
en la imagen humana y moribunda del hombre que pretendía llevarlo a cabo. Para
la mente de Bolívar la
Gran Colombia se presentaba como necesidad vital para la
construcción de una identidad continental que se opusiera a las locales que no
ven más allá de la aldea, del poblado extendido o la comarca.
Bolívar había señalado que en
América se había gestado un nuevo grupo social, poseedor de una cultura
compartida y con raíces en tres fuentes principales: los europeos, los grupos
autóctonos y los africanos trasladados como esclavos al continente. Al propio
tiempo nacía una identidad diferente de la de nuestros ancestros y una
responsabilidad histórica: promover la independencia de la región del
colonialismo ibérico: “Es a nosotros, que constituimos esa especie intermedia
entre indios y españoles, a quienes nos corresponde hacer la independencia”
dirá Bolívar en su Carta de Jamaica escrita en 1815, y en el mismo documento
reflexiona en torno a las dificultades que supone la unidad:
Es una idea grandiosa
pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que
ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua,
unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno
que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse: mas no es posible
porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres
desemejantes, dividen a la
América.[3]
La propuesta bolivariana
interpreta la complejidad que las realidades sociales, políticas, económicas y
culturales añadían a la posibilidad integradora. Bolívar pretendía buscar un
gobierno de confederaciones de estados diversos. No pretendía dar paso a un
gobierno continental de naturaleza centralista y excluyente, sino a una entidad
que coordinara a Estados distintos, con intereses particulares, con
características a veces opuestas.
La historia, la ficción
Las discusiones en torno a la novela histórica contemporánea y su
correspondencia con la historia, no sólo están llenas de complejidades y
aristas, sino que carecen de respuestas definitivas o soluciones dogmáticas. La
condición de ambos discursos, el histórico y el literario, inhiben por su
naturaleza la posibilidad de que sean comparados en búsqueda de una
veracidad inexpugnable. Al respecto
Margot Carrillo Pimentel puntualiza con gran acierto:
Tanto la historia como la
literatura se indentificarán en la medida en que ambos discursos sean valorados
a partir de su capacidad o naturaleza poéticas. Al considerar ambas instancias
como experiencias discursivas que articulan una compleja visión del ser o del
mundo en la trama, se advertirá que en ellas el compromiso ético del discurso
–histórico o literario- es una realidad inherente al mismo, a la vez que un
indicio de su propia historicidad. No obstante. Al incorporar en nuestra
búsqueda criterios que como éstos exponen semejanzas en cuanto a procedimientos
de composición, experiencias similares o intereses compartidos entre la
historia y la literatura, nos hemos visto en la necesidad de considerar también
que sería un error que en nuestra lectura sólo llegásemos a plantear aquellos
aspectos que, como en el caso de White, apuntan a establecer la identidad entre
dos discursos, cuyas maneras de realización y pretensiones difieren
considerablemente: hablar de un personaje o de un acontecimiento bajo la
garantía de la indagación, de la prueba del documento y de la fundamentación de
lo que se dice o afirma, tal como lo hace la historia, no es lo mismo que
ofrecer un relato en el que la libertad imaginativa es el punto de partida de
ese escribir o reescribir, contar o recontar el mundo, como es el caso de la ficción
[4]
Efectivamente, la libertad
imaginativa permitió a García Márquez dibujar un rostro de Bolívar que se
adecuaba a la manera en que el mismo autor lo concebía, y a su forma de leer la
historia del continente americano y de nuestra patria y de cómo debemos asumir
la vida de nuestros héroes. Por ello, imprecisiones como las que a continuación
muestro en dos textos, uno de ficción, otro histórico, nos mueven a formular
dudas sobre el acierto de la historia y de la ficción. En el afán descriptivo de ese Bolívar menos
conocido el narrador apunta:
Tenía una línea de sangre
africana, por su tatarabuelo paterno que tuvo un hijo con una esclava, y era
tan evidente en sus facciones que los aristócratas de Lima lo llamaban El
Zambo…a medida que su gloria aumentaba, los pintores iban idealizándolo,
lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria
oficial con el perfil romano de sus estatuas.[5]
Si buscamos en otras fuentes de
corte histórico veremos contradicciones de la cita anterior. Una pequeña
muestra la tenemos en una de las más recientes biografías del personaje escrita
por John Lynch, investigador inglés que concibió el libro titulado Simón
Bolívar; el estudioso señala a propósito de las raíces genealógicas del
Libertador:
Era americano de séptima
generación, descendiente del Simón Bolívar que en 1589 había llegado a
Venezuela procedente de España en busca de una nueva vida. Perteneciente a una
sociedad formada por blancos, indios y negros, en la que los vecinos eran sensibles
a la menor variación, su linaje familiar ha sido rastreado en repetidas
ocasiones en búsqueda de indicios de mestizaje racial, sin embargo, a pesar de
testimonios dudosos que se remontan a 1673, los Bolívar siempre fueron blancos.
[6]
Otra contradicción entre los dos
autores la veremos en la narración de sus últimos días. Según John Lynch
Bolívar murió“en la fe católica, apoyado por el obispo Estévez y un sacerdote
de una aldea indígena cercana. Se confesó y recibió los últimos sacramentos,
contestando con claridad y firmeza a los responsos”. Más adelante el estudioso
reflexiona en torno a la duda de la condición de Bolívar en esos momentos y
afirma:
Si pareció vacilar, fue
probablemente debido a un deseo de detener el tiempo, el temor ante la inminencia
del viaticum, la última comunión. Lo que dijo en su confesión no lo sabemos.
Pero los ritos de extremaunción y de la comunión suponen un compromiso y es
justo concluir que su intención era sincera. Después confirmó su testamento,
que emplea las fórmulas usuales en la época, lo que no obstante no lo hace
menos creíble. En él afirmó que creía en la Santísima Trinidad ,
en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas distintas, un solo Dios
verdadero, y en todos los misterios de la Iglesia católica, apostólica y romana, “bajo cuya
fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte como católico fiel y
cristiano”.[7]
Si leemos la novela de García Máquez no encontramos con el siguiente
relato:
El general
amaneció tan mal el 10 de diciembre, que llamaron de urgencia al obispo
Estévez, por si quería confesarse. El obispo acudió de inmediato, y fue tanta
la importancia que le dio a la entrevista que se vistió de pontifical. Pero fue
a puerta cerrada y sin testigos, por disposición del general, y sólo duró 14
minutos. Nunca se supo una palabra de lo que hablaron. El obispo salió de prisa
y descompuesto, subió a la carroza sin despedirse, y no ofició los funerales a
pesar de los muchos llamados que le hicieron, ni asistió al entierro. El
general quedó en tan mal estado, que no pudo levantarse solo de la hamaca, y el
médico tuvo que alzarlo en brazos, como a un recién nacido, y lo sentó en la
cama apoyado en las almohadas para que no lo ahogara la tos. Cuando por fin
recobró el aliento hizo salir a todos para hablar a solas con el médico. “No me
imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos”,
le dijo. “Yo, que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo” [8]
¿Cuál de los dos autores es
veraz? ¿En la pluma de quién de ellos se encuentra la información fehaciente?
Los hechos que no hemos vivido, aunque documentados, pueden resultar
inaprehensibles, es uno de los riesgos que se corren con la historia y de los
que no estamos exentos. Es evidente que la lectura de la novela de García Márquez debe realizarse
con la mirada del lector que se enfrenta a un texto de ficción, en el que
sobresalen las huellas del escritor, de su estilo, sus maneras de concebir a
los personajes y, por último, su ideología, tan definida que la misma novela es
una arenga histórica en la que se
escudriña buena parte de los hechos que conocemos a través de otros libros. En
la novela de García Máquez hay páginas completas en las que el autor reseña
acontecimientos de la independencia con el ojo del cronista, más que
del fabulador.
Sin embargo, el autor
continuamente retoma el tono ficcional para ver a Bolívar desde un abanico de
perspectivas más basto. Pues aunque el
protagonista sea un individuo que hizo
historia, a pesar de que los dichos que brotan de boca de Simón Bolívar
fueron puntillosamente seleccionados de
archivos de la nación, el Bolívar que aquí vemos es el que construye un
escritor con la finalidad de recrearlo y de mostrar sobre todo su humanidad y
su pensamiento. Ese es su más importante fin. Lo demás debe verse, repito,
como ficción. El caso de John Lynch no
es así, pero su ánimo de realizar una biografía a través de otros biógrafos,
como es el caso de los textos consultados del Edecán del Libertador, Daniel
Oleary, puede correr también el riesgo de la imprecisión.
A lo largo de las páginas de la
novela vemos la insistencia del narrador en mostrarnos la lucidez del ideario
bolivariano que lo acompaña hasta el
momento de la muerte como muestra
sintomática de la verdadera problemática de aquellos años y aún hoy
entre los pueblos latinoamericanos: la ausencia de sentimiento de identidad
continental; así lo dirá el narrador a propósito de las memorias de Bolívar:
“La verdadera causa fue que Santander no pudo asimilar nunca la idea de que
este continente no fuera un solo país…la unidad de América le quedaba grande”[9].
Efectivamente, para los
americanos de principios del siglo XIX los sentimientos de patria, de identidad
nacional, el hecho de sentirse igual que los demás individuos de una comarca
vecina, con la misma historia, los mismos ancestros, costumbre o hábitos, con
el sentimiento de tener un destino común, era algo que no sólo se debía empezar
a construir, sino siquiera por identificar. Así lo cita García Márquez que dijo
Bolívar: “la vaina es que dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí
para allá, en países que cambian tanto de nombres y de gobiernos de un día para
otro, que ya no sabemos ni de dónde carazos somos”[10].
La idea de la integración
continental no cabía en la mente de los habitantes de los países recién
liberados, era algo que se les antojaba si no fantasioso, al menos
inalcanzable. El ideario bolivariano no encontró eco en el pensamiento de
quieres hicieron materialmente las guerras de independencia, ni siquiera le
dieron difusión. Las palabras del libertador son elocuentes: “En todo caso el
equivocado soy yo. Ellos sólo querían hacer la independencia, que era algo
inmediato y concreto, y ¡vaya si lo han hecho bien!...En cambio yo me he perdido
en un sueño buscando algo que no existe” [11].
La clave para entender a
Bolívar es el laberinto en el que lo había sumido la empresa de unidad
continental y que pretende resaltar García Márquez, por sobre los demás
elementos novelescos; más allá de la descripción de ese Bolívar humano, está el
gran ideólogo, por eso deja salir de sus labios la afirmación de un fracaso
futuro en el continente: “La
América es ingobernable, el que sirve una revolución ara en
el mar, este país caerá sin remedio en manos de la multitud desenfrenada para
después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas…”[12].
García Márquez apuesta por
mostrar dónde radicaba el sentimiento de profunda derrota que acompañó al
libertador hasta el final, y nos lleva a descubrir el por qué las propuestas de
Bolívar no tuvieron el apoyo de los revolucionarios de la independencia. El
narrador señala: “Las oligarquías de cada país, que en la Nueva Granada
estaban representadas por los santanderistas, y por el mismo Santander, habían
declarado la guerra a muerte contra la idea de la integridad, porque era
contraria a los privilegios locales de las grandes familias”. La insistencia
del autor de mostrarnos quiénes apostaban por las autonomías y quién buscaba la
unidad está emparentado con el afán de seguir desmontando mitos. En esta
ocasión, según palabras de Monserrat Iglesias, se pretende desmitificar la
noción de la identidad del hispanoamericano de la época. La estudiosa señala:
La destrucción del mito no
sólo debe alcanzar a Bolívar, sino también a la identidad del ser
hispanoamericano. Tanto en su obra periodística como en la novela hay una
voluntad de rebajar el alto, para García Máquez excesivo, concepto que el
hispanoamericano tiene de sí mismo. En la novela acusa al colombiano/hispanoamericano contemporáneo de Simón Bolívar de la
frustración de la unidad hispanoamericana: “En suma”, concluyó el general “todo
lo que hemos hecho con las manos lo están desbaratando con los pies”.[13]
Cómo definir la identidad
La identidad es un
fenómeno complejo y lleno de aristas. Cada individuo posee una multiplicidad de
identidades. Nacemos en el seno de una familia, de un grupo social, de un país
que no elegimos; pero a partir de esos marcos referenciales vamos adquiriendo
nuestras identidades; a medida que crecemos, o que vamos asimilando símbolos
que cobran importancia; adquirir o rechazar identidades es parte del proceso
vital; sin embargo esto puede convertirse en un problema cuando lo asumimos con
radicalidad, cuando establecer la diferencia con el otro o los otros se
convierte en fanatismo o esquizofrenia. Bolívar no escribió un estudio sobre
las identidades pero siempre lo tomó en cuenta como uno de los grandes
obstáculos para alcanzar su ideario. En la novela leemos el siguiente diálogo:
“El señor obispo no ha puesto paz en la Ciénega por amor a Dios sino por mantener unidos
a sus feligreses en la guerra contra Cartagena…” “Aquí no estamos contra la
tiranía de Cartagena dijo el señor Molinares” “-Ya lo sé, dijo él. Cada colombiano
es un país enemigo”[14].
Al afán de individualidad se
suma que la América
de la época estaba marcada por lo rural. La mayoría de las antiguas colonias
españolas carecían de caminos porque su geografía es frecuentemente inhóspita.
Desiertos y estepas inmensos; selvas cruzadas por ríos caudalosos; montañas que
separaban por decenas de kilómetros valles contiguos; zonas pantanosas y lagos
de grandes dimensiones a los que faltaban puentes hacían de la región un
espacio difícil de recorrer. Las comunicaciones eran lentas y transitaban por
vías tortuosas. Las geografías de nuestros países sólo eran superables por las
marchas a caballo, de allí la descripción que resalta el narrador sobre las
destrezas de Bolívar como jinete:
Decía que el paso del caballo
era propicio para pensar, y viajaba durante días y noches cambiando varias
veces de montura para no reventarla. Tenía las piernas cazcorvas de los jinetes
viejos y el modo de andar de los que duermen con las espuelas puestas, y se le
había formado alrededor del siso un callo escabroso como una penca de barbero,
que le mereció el apodo honorable de Culo de Fierro. Desde que empezaron las
guerras de independencia había cabalgado dieciocho mil leguas: más de dos veces
la vuelta al mundo. Nadie desmintió nunca la leyenda de que dormía cabalgando.[15]
La amplitud territorial, la
majestuosidad de la naturaleza acentuaban el ánimo secesionista que prevalecía
en nuestros países; la división geográfica redujo a la Gran Colombia a su
núcleo: la Nueva Granada ,
y la fragmentación de América del sur fue tejiéndose por las traiciones, las
muertes de héroes ilustres –recuérdese el asesinato del Mariscal de Ayacucho,
Antonio José de Sucre-, los atropellos y las mayores arbitrariedades de
aquellos que ostentaban el poder (Santander, Páez..) y que durante muchos años
se habían declarado discípulos y amigos entrañables de Bolívar.
Ese hombre, estadista, titán,
héroe que se nos presenta en la obra como un individuo atribulado y
desencantado de sus contemporáneos, alcanzó con agudeza premonitoria, con
sentido de universalidad y de nacionalidad, a advertir no sólo los beneficios
de la integración, sino de lo que se significa ser latinoamericano como
condición que nos singulariza, que nos constituye en continente distinto y diferente
al resto del mundo. Bolívar dejó honda huella en el pensamiento latinoamericano
y sus ideas resurgen con vigor en nuestro tiempo; son base de una identidad
continental que cada día se extiende más.
En diálogo entre Bolívar y un
visitante francés, el Libertador dirá con magistral exactitud las ideas más
latinoamericanistas y de mayor conocimiento del sentir europeo con respecto a
América que en aquella época se hayan escuchado: “Los europeos –dice Bolívar-
piensan que sólo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y que
todo lo que sea distinto es execrable”, para más adelante añadir: “No traten de
enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no
pretendan que hagamos bien en veinte años lo que ustedes han hecho tan mal en
dos mil”[16].
La identidad sólo se formará,
según estas ideas, en la medida en que América lleve a cabo su propia historia,
sin tratar de convertirse en espejo de otros continentes que ya han construido
la suya. Los errores o los aciertos serían lo que permitirían dibujar la
silueta del continente, reducido apenas a esbozo. Todo esto es concebido en la
mente de un individuo de la aristocracia caraqueña, que vivió algunos años en
Europa, admirador de Napoleón, de Rousseau, de la Revolución Francesa …Por
extraña paradoja podríamos inferir que lo recibido en Europa fue construyendo
en él un sentido de identidad arraigado y genuino que le permitiría, años
después, gestar y consumar la independencia.
Sin embargo la independencia
material, los intereses de poder y por último un mal entendido sentido de
nacionalidad, llevaría a las provincias de la Gran Colombia a la
casi inmediata separación. Esto constituyó igualmente, la irrupción de los
sucesos más adversos en la vida del libertador que se vio rodeado de
traiciones, de críticas feroces de sus más allegados, ahora detractores
acérrimos de su gobierno, y de toda su obra. Fue expulsado de Venezuela y huyó
de la Nueva Granada
por temor a que los muchos atentados perpetrados contra él tuvieran algún
éxito.
A su muerte, apenas quedaba de
él un despojo humano que sólo contaba con la caridad y conmiseración de los más
allegados. Como colofón de incomprensiones, se supo que, ya muerto, el
gobernador de Maracaibo escribió anunciando el hecho: “Me apresuro a participar
la nueva de este gran acontecimiento que sin duda ha de producir innumerables
bienes a la causa de la libertad y la felicidad del país. El genio del mal, la
tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de existir”.[17]
Ese hombre de lucidez
implacable, estadista de intuiciones adivinatorias fue desgarrándose a medida
que se perdía la integridad continental, adentrándose lentamente en ese
laberinto que muchas veces es la vida y que se presume, será también la muerte.
Pero Bolívar acertó en su
visión del futuro de América Latina. Prácticamente todos los pueblos de países
de la región han sufrido los regímenes despóticos de las oligarquías locales.
En muchas naciones hemos tenido que soportar el duro peso de los dictadores de
opereta, de los partidos de Estado cuyos miembros no tuvieron otro interés que
el de saquear las arcas públicas. En otros más las mentalidades provincianas y
desfasadas siguen impulsando las identidades chauvinistas y excluyentes.
Por fortuna la larga noche de la Edad Media
Latinoamericana ha ido cambiando sus rumbos. La globalización, irónicamente,
nos ha traído no sólo la ultra modernización de tecnologías, sino también, a
nueva cuenta, el pensamiento bolivariano para insistir en la consolidación de
la identidad latinoamericana. Las sociedades civiles de nuestra América tienen
cada vez más contacto y establecen mayores y más sólidos lazos.
La novela de García Márquez,
entonces, no sólo es un relato del héroe libertador caído en desgracia, enfrentándose
a una tortuosa muerte. Es el despliegue de lo que verdaderamente le dio gloria
y grandeza: su ideario americano.
BIBLIOGRAFÍA
Carrillo Pimentel,
Margot. Certezas e invenciones del pasado. Significación de Pirata en la obra de
Luis Britto García. Mérida, Venezuela. Editorial el otro@el mismo. Serie
Universidad y Pensamiento. 2007. 172 Pp.
García Márquez, Gabriel. El
General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua Española.
1989. 284 Pp.
Llynch, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial Crítica. 2006. 478 Pp.
HEMEROGRAFÍA
Iglesias Berzal, Montserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de
Hispanoamérica en el General en su laberinto”. Revista Latinoamérica. Número 41. 2005. México DF.
ARTÍCULO DE INTERNET
http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar
, consultado el día 20 de agosto 2010.
[1] Iglesias Berzal,
Monserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de Hispanoamérica en El General en su
Laberinto. En la
Revista Latinoamérica.
Número 41. 2005. UNAM. Distrito Federal. Página 18.
[2]García Márquez, Gabriel. El General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua
Española. 1989. Página 42
[3] http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar
, consultado el día 20 de agosto 2010.
[4] Carrillo Pimente, Margot.
Certezas e invenciones del pasado.
Significación de Pirata en la obra de Luis Britto García. Mérida, Venezuela.
Editorial El otro@el mismo. 2007.
Páginas 16,17.
[5] Ob.Cit. página 184.
[6] LYNCH, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial
Crítica.2006. Página 3.
[7] Ob.Cit. Página 369
[8] Ob.Cit. Página 266
[9] Ob.Cit. Página 123
[10] Ob.Cit. Página 188.
[11] Ob.Cit. Página 223.
[12] Ob.Cit. 204
[13] Iglesias. Ob.Cit. Página
30
[14] Ob.Cit. 240
[15] Ob.Cit. 49
[16] Ob.Cit. Páginas 129, 130
[17] Ob.Cit. 198