martes, 25 de febrero de 2014

¿Podrá Venezuela "Arar en Paz"?


Guadalupe I Carrillo T
 
 

Pensé poner mi corazón, con una cinta

morada, encima de la montaña más alta del mundo,

para que, al levantar la frente al cielo, los hombres

viesen su dolor hecho carne, humanado.

Esta primera estrofa  que pertenece al poema “Aren en Paz” fue escrita por el gran poeta Blas de Otero, en la época de la guerra civil española. España había quedado en la ruina económica más profunda de su historia. A esta se añadía el odio social, el derrumbe de una humanidad que estaba dejando de entender qué era un compatriota y porqué se había convertido en su enemigo, en el oponente de sus sueños, en el que había que liquidar hasta quitarle la vida. Esto ocurre en Venezuela desde hace unos años. Pero las últimas semanas la voz subió sus decibeles y solo sabe de alaridos; es el idioma que todos hablan pero pocos, muy pocos  entienden.

Pensé mutilarme ambas manos, desmantelarme

Yo mismo mis dos manos, y asentarlas

Sobre la losa de una casa en ruinas:

Así oraría por los desolados

   No pretendo reseñar lo que los medios internacionales han cubierto hasta la saciedad; esto que escribo quiere ir de la súplica a la oración. Como Blas de Otero, solo deseo “orar por los desolados”. ¿Y quiénes son? ¿A quiénes incluir? A todos los que esta guerra alucinada le ha ido mermando la raíz de su alma. Venezuela vive en la mutilación; los estudiantes, la sociedad civil se está desmantelando con la apuesta que les queda: la terquedad como única consigna. Escuchaba la voz desesperada de un estudiante en la calle: “¡Aquí, en este país no queda nada, y yo voy a luchar hasta el final!. ¡No me la calo! Gritó con el timbre de la desesperación ensartado en su voz.

 

El diálogo es el visitante que no llega, que se retrasa día a día. Por eso buscan en las calles, en las arengas multitudinarias un sustituto que pueda calmar un cansancio que se torna ancestral y que ya no puede sostenerse. Blas de  Otero continúa:

Después, como un cadáver puesto en pie

de guerra, clamaría por los campos

la paz del hombre, el hambre de Dios vivo

la represada sed de libertad.

La apuesta a la calle es el pie de guerra, es el clamor por una paz, por un bienestar que cada vez se hace más tenue, que se desdibuja en el horizonte de la mayoría. Por ello el tono de la indignación no ha cesado; pero desafortunadamente se mezcla con el vandalismo, con el quién es más vivo. Robar, saquear, matar sin prejuicios, con saña y sin remordimientos es el olor de lo que se está pudriendo en una sociedad cada vez más desquiciada. Me uno a las entrañables palabras de Otero y digo:

Noches y días suben a mis labios

-ellos en són de sol; ellas, de blanco-,

Detrás acude la esperanza con

Una cinta amarilla entre las manos.

Esperanza, días en són de sol, noches de blanco…¿podrá venir todo esto a Venezuela? ¿Cuántos hombres y mujeres tendrán que padecer cárceles injustas, cuántos jóvenes recibirán como última caricia un tiro en la cabeza, o un perdigón en el ojo? ¿Por cuánto tiempo esta será la despedida a una vida que se perdió en la multitud? Venezuela se deshace en las manos de su gente, a Venezuela se le perdió el futuro. Por eso la apuesta total sigue siendo esta:

Miradme bien, y ved que estoy dispuesto

para la muerte. Queden estos hombres.

Asome el sol. Desnazca sobre el mundo

la noche. Echadme tierra. Arad en paz.

 

Que ese sol caribeño que tanto amamos, dé luz y  nos permita arar en paz, llegar al puerto en el que un venezolano reconozca a un compatriota en el otro venezolano, sea chavista, sea opositor.