Guadalupe Carrillo Torea
El dicho de que la realidad supera a la
fantasía no necesita probarse. El día a día así nos lo ratifica con
creces. El vínculo entre literatura y
vida es indivisible; la narrativa nos muestra
personajes, tramas y desenlaces
que se aferran ferozmente a la cotidianidad, que, aun siendo constante, lleva
como unívoco ingrediente el asombro.
Repetir dislates no los convierte en
verdades; aunque no lo creamos, el dislate es y será siempre un error y quien
lo ve, así lo percibe. La hipérbole, esa figura literaria que nos convoca a la
exageración, se ha convertido en rúbrica, en ademán casero para un país como
Venezuela. Las últimas declaraciones de
la Ministra de Salud, la tantas veces mentada, Luisana Melo, advirtiendo que la
escasez de pasta dental se debe a la mala costumbre que ha adquirido el
venezolano de cepillarse tres veces al
día, en vez de una, como ella misma recomienda, es, entre otras desmesuras, una
de las más apremiantes. Dice la ministra que es necesario volver a la higiénica
normativa de una limpieza dental al día. No escuchen a los odontólogos, son
malos consejos de charlatanes del consumismo, diría Luisana.
Pero la señora fue más allá, y ahí sí, la
hipérbole se convirtió en insulto, en agravio imperdonable: El venezolano
consume medicamentos de forma alarmante, por eso los anaqueles se encuentran
vacíos. Tenemos que moderar la búsqueda incontrolable de medicamentos y
consumir los indispensables, "aprendan a hacer uso racional de los fármacos”. Esta declaración llega a decibeles alarmantes
de indecencia. Que un padre, una madre, un hijo, o una anciana necesiten de una
medicina para conservar la vida es el colmo de la orfandad, es la indefensión
crónica que vulnera nuestra humanidad. Y que además nos digan que se trata de “vicios
aprendidos” y no de necesidades imperantes para conservar nuestro aliento sin
jadear, es ya demasiado.
Pero en Venezuela vamos más allá. La muerte del famoso Pram, El Conejo, generó
la indignación de sus antiguos compañeros de celda quienes, en honroso
homenaje, lanzaron tiros al aire desde armas de calibres inusitados. Armas de
guerra, armas a las que tendría acceso únicamente la Guardia Nacional. En la
azotea de la cárcel de la Isla de Margarita los presos lanzaban balas como
fuegos artificiales: así de abundantes y variadas eran. Paralelamente en las
noticias digitales mostraban una entrevista realizada en Globovisión en el 2013 por Vladimir
Villegas a la famosa Iris Varela, la rudísima ministra que, según sus propias
declaraciones, prácticamente a ninguna cárcel del país se había filtrado ni
siquiera una hojilla de afeitar.
Los videos circulaban velozmente; entre
otros, Nicolás Maduro felicitaba a Iris por su eficiente trabajo en las cárceles
del país. El timbre del orgullo chavista aplaudía una nueva falacia. Y la
guinda del pastel fue la última declaración de Héctor Rodríguez, ex ministro de Educación. Como el gobierno en estos 16 años tuvo que alfabetizar al país, el modelo
rentista petrolero fracasó. Ellos no. Nuestro analfabetismo es el culpable.
Todos lo sabemos: “No hay cosa que fin no
tenga”. Si bien el discurso chavista persiste en la insolencia del disparate,
la claridad de los amaneceres está allí, con la obstinada conciencia de quien
conoce el tono sereno de la verdad, de la justicia que nos alcanzará indefectiblemente.
Ese mentado “pueblo analfabeta” reconoce la exageración, que se ha tornado en
falsedad. Ellos corregirán la plana, que se asomará, nítida, a nuestro
discurso.