miércoles, 27 de enero de 2016

Venezuela, la hipérbole del Caribe


 Guadalupe Carrillo Torea





   El dicho de que la realidad supera a la fantasía no necesita probarse. El día a día así nos lo ratifica con creces.  El vínculo entre literatura y vida es indivisible; la narrativa nos muestra  personajes,  tramas y desenlaces que se aferran ferozmente a la cotidianidad, que, aun siendo constante, lleva como  unívoco ingrediente el asombro.

   Repetir dislates no los convierte en verdades; aunque no lo creamos, el dislate es y será siempre un error y quien lo ve, así lo percibe. La hipérbole, esa figura literaria que nos convoca a la exageración, se ha convertido en rúbrica, en ademán casero para un país como Venezuela.  Las últimas declaraciones de la Ministra de Salud, la tantas veces mentada, Luisana Melo, advirtiendo que la escasez de pasta dental se debe a la mala costumbre que ha adquirido el venezolano  de cepillarse tres veces al día, en vez de una, como ella misma recomienda, es, entre otras desmesuras, una de las más apremiantes. Dice la ministra que es necesario volver a la higiénica normativa de una limpieza dental al día. No escuchen a los odontólogos, son malos consejos de charlatanes del consumismo, diría Luisana.

   Pero la señora fue más allá, y ahí sí, la hipérbole se convirtió en insulto, en agravio imperdonable:  El venezolano consume medicamentos de forma alarmante, por eso los anaqueles se encuentran vacíos. Tenemos que moderar la búsqueda incontrolable de medicamentos y consumir los indispensables, "aprendan a hacer uso racional de los fármacos”.  Esta declaración llega a decibeles alarmantes de indecencia. Que un padre, una madre, un hijo, o una anciana necesiten de una medicina para conservar la vida es el colmo de la orfandad, es la indefensión crónica que vulnera nuestra humanidad. Y que además nos digan que se trata de “vicios aprendidos” y no de necesidades imperantes para conservar nuestro aliento sin jadear, es ya demasiado.

   Pero en Venezuela vamos más allá.  La muerte del famoso Pram, El Conejo, generó la indignación de sus antiguos compañeros de celda quienes, en honroso homenaje, lanzaron tiros al aire desde armas de calibres inusitados. Armas de guerra, armas a las que tendría acceso únicamente la Guardia Nacional. En la azotea de la cárcel de la Isla de Margarita los presos lanzaban balas como fuegos artificiales: así de abundantes y variadas eran. Paralelamente en las noticias digitales mostraban una entrevista realizada en Globovisión  en  el 2013 por Vladimir Villegas a la famosa Iris Varela, la rudísima ministra que, según sus propias declaraciones, prácticamente a ninguna cárcel del país se había filtrado ni siquiera una hojilla de afeitar.

   Los videos circulaban velozmente; entre otros, Nicolás Maduro felicitaba a Iris por su eficiente trabajo en las cárceles del país. El timbre del orgullo chavista aplaudía una nueva falacia. Y la guinda del pastel fue la última declaración de Héctor Rodríguez, ex ministro de Educación. Como el gobierno en estos 16 años tuvo que alfabetizar al país, el modelo rentista petrolero fracasó. Ellos no. Nuestro analfabetismo es el culpable.

   Todos lo sabemos: “No hay cosa que fin no tenga”. Si bien el discurso chavista persiste en la insolencia del disparate, la claridad de los amaneceres está allí, con la obstinada conciencia de quien conoce el tono sereno de la verdad, de la justicia que nos alcanzará indefectiblemente. Ese mentado “pueblo analfabeta” reconoce la exageración, que se ha tornado en falsedad. Ellos corregirán la plana, que se asomará, nítida, a nuestro discurso.

   

martes, 26 de enero de 2016

La historia de EL


Guadalupe I Carrillo


Dentro del cine de Oro mexicano que se desarrolló en las décadas de los cuarenta y cincuenta se filmó una película cuya raíz histórica es particularmente interesante. Se trata de Él la película dirigida por Luis Buñuel y cuyo guión no fue de su autoría sino que procede del libro homónimo de la escritora Mercedes Pinto. De origen español,  Pinto le tocó vivir en Mallorca en la época de la Dictadura de Primo de Rivera. La España dura, de mentalidad retrógrada, que no admitía el divorcio y que imponía la religión y el nacionalismo como los más altos baluartes. En esa época Mercedes Pinto se casa con un hombre acaudalado, de grandes ambiciones. La había deslumbrado su caballerosidad, su aplomo, la virilidad de sus pasos. Sin embargo ya en los días de la luna de miel el hombre empezó a actuar con una agresividad inusitada y una celopatía cabalgante se adueñó de todos los minutos de su vida. A partir de ese momento la vida de Mercedes Pinto se convertiría en un tránsito permanente al infierno.

   Sin embargo durante años se impuso el criterio conservador de aquellos que le aconsejaban lo que a casi todas las mujeres se les pide: aguantar. Y lo hizo, tuvieron hijos y vivieron juntos por algunos años, hasta que la violencia del marido lanzó zarpazos de odio, golpeándola físicamente, amenazándola de muerte. Fue internado en un siquiátrico del que salió meses después. Durante toda la experiencia vivida Pinto decidió verbalizar lo que padecía y escribió este texto al que podríamos calificar de testimonial en el que cuenta el horror que la acompañó por tanto tiempo.

   Su historia tuvo aún más avatares pues aún casada con Él, aunque ya separada físicamente, le pidieron dictara una conferencia en una institución hospitalaria y Pinto la intituló “El divorcio como medida higiénica”. El escándalo no se hizo esperar y el mismísimo Primo de Rivera la llamó a su riguroso despacho para comunicarle que debía salir exiliada inmediatamente del país. Así lo hizo llevándose a sus hijos a Uruguay donde vivió algunos años para después trasladarse a México. Es aquí donde conoce a Buñuel quien se interesa vivamente en su historia y en el texto escrito que había sido publicado en una sola oportunidad.

   Del texto brota una voz femenina que con languidez, con pesar ancestral y en un tono lírico de hermosa cadencia le habla al dolor en estos términos: “Tú, dolor amigo, me has despertado violentamente de mi plácido sueño juvenil, para poner ante mí  en las sordas negruras de la noche, cuadros mil de violencia y de furor”[1]. Es la introducción que ha titulado “Invitación al Dolor”. El cierre de esta comenta  cómo ha sido escrito el título de la obra: “A manera de título, el manuscrito empezaba con esta palabra escrita en color rojo, no sé si con tinta o con sangre”.

   La lectura del texto nos muestra a una mujer inteligente sumida en una tragedia personal de alcances épicos. La sensibilidad se hace huella en las palabras, se asoma a cada página acompañada del desconcierto que brotaba cada vez que ÉL era defendido por sus seres queridos. Allí habla una intelectual, una madre y una esposa que ha sido secuestrada por el desconcierto.

   La película filmada en 1953 sigue el guió de Mercedes Pinto, pero el foco que observa lo que ocurre le da un giro diferente.  Nos encontramos ante una mirada masculina que se detiene en el hombre enfermo. La denuncia de la agresividad del hombre se hace manifiesta y el sufrimiento de la mujer también. Sin embargo ella, protagonizada por Delia Garcés, una mujer cuya belleza y dulzura sobresalen,  es encarnada desde la sumisión. Brilla su rostro, sus maneras suaves, su delicadeza; pero el intelecto parece ausentarse de las escenas. Se escapa la inteligencia que sí encontramos en el libro y la voz, la masculinidad de Arturo de Córdova cubren la pantalla por completo.

   Es una buena interpretación, las escenas de violencia más fuertes son dosificadas e insinuadas por la cámara con respeto al espectador y la genialidad de Buñuel se hace presente. No cabe duda. Pero quien ha leído el testimonio escrito y ve la película echa de menos la representación inteligente de una mujer cuya valentía cruzó el océano y cuya voz se hizo escuchar por décadas y en cientos de lugares del planeta.




[1] Él de Mercedes Pinto. 1926. Página 6