La enseñanza universitaria
de la que formamos parte activa, ha padecido de severos reveses en su
proceso de consolidación y crecimiento. A trece de este siglo XXI nos encontramos
frente a coyunturas históricas que, lejos de incentivar y perfeccionar la
actividad académica en las universidades, la hacen sucumbir en el marasmo de la
burocracia, la competencia desleal entre sus pares, y el juego que imponen las leyes del mercado
capitalista, donde competir y ganar se convierten en las metas inmediatas.
Antes de que el pesimismo
se imponga es necesario revisar y rescatar nociones básicas que formaban parte
de la raíz misma de la enseñanza. Una de ellas es el concepto de humanismo al
que vemos íntimamente ligado al surgimiento de las universidades en el siglo
XIII. En la Europa medieval vemos crecer un movimiento intelectual que
pretendía recuperar la tradición greco latina de las humanitas, escuela de
pensamiento que subrayaba la importancia de analizar tanto las obras materiales
creadas por el hombre como las diferentes formas de pensamiento. Cicerón
consideraba que el buen orador debía contar con un programa educativo que
llamaba “humanitas” y que incluía la enseñanza de las llamadas “artes
liberales” propia de los hombres libres. Cuando en el siglo XV la Italia del
Renacimiento cimentaba la experiencia universitaria como práctica común, también se establecían
los “studia humanitatis” obligatorios
para aquellos que pretendían perfilarse como
estudiantes universitarios.
Gramática, música, retórica, historia y filosofía eran algunas de las
materias impartidas.
Lentamente fue cobrando
vida el concepto del intelectual; los maestros universitarios eran hombres cuya
madurez les permitía no sólo enseñar sobre algún tema universal, se les
consideraba sabios en el más completo sentido, esto es, hombres cuyas virtudes
les permitían ser ejemplo a seguir; se les concedía además el privilegio de que
su actividad fuese vitalicia, simbólicamente reflejada en la “cátedra”, podio desde el que disertaban o también la
“silla” desde donde impartían el conocimiento. El humanista era, en definitiva,
el profesor universitario que enseñaba una especialidad propia de las artes
liberales y que, además, conocía del devenir del hombre, de sus acciones
sujetas a cambios constantes.
Las variaciones e
interpretaciones que ha experimentado el concepto de humanista y de las
humanidades como asunto a estudiar son incontables. Pretendemos en estas líneas
acercarnos a la noción que en las últimas décadas han adquirido las humanidades
en la enseñanza universitaria, vinculadas al humanismo desde la perspectiva que
plantea Edward Said, en su obra Humanismo
y crítica democrática publicada en el 2000, poco antes de su fallecimiento,
así como algunas de las opiniones vertidas sobre el tema en su célebre libro El mundo, el texto y el crítico
publicado por primera vez en 1983. Ambas obras contienen buena parte de
conferencias que el autor dictó en Columbia University y en otras universidades
a las que fue invitado Y en las que reflexiona sobre los claroscuros que
mantienen las áreas del conocimiento vinculadas no sólo a las expresiones
artísticas sino a las humanidades entendidas como las acciones del hombre.
La esfera del Humanismo
Edward Said ha sido uno
de los intelectuales más controvertidos de las últimas décadas. Su origen
palestino y su consecuente permanencia en un
exilio impuesto por él mismo le permitieron desarrollar reflexiones
acerca del concepto de lo occidental y lo oriental, así como asumir posturas
equilibradas y no menos combativas sobre la milenaria pugna entre el mundo
árabe y occidente. Ubicado en la rama de lo que se conoce hoy como el “pos
colonialismo” el escritor, sin embargo, abordó a lo largo de su fructífera
carrera académica diversos temas vinculados con las humanidades, con la crítica
literaria y con la labor del humanista en la sociedad y el mundo.
Profesor de la
Universidad de Columbia desde 1963 impartiendo la cátedra de Humanidades
occidentales, Said aborda el tema del humanismo asumiéndolo como una “práctica
útil para intelectuales cuyo deseo sea vincular estos principios con el mundo y
los ciudadanos” (2006:26). Para Said lo humanístico es lo que hacemos y
humanidades lo que enseñamos los profesores dedicados al estudio de aquellas
asignaturas cuyo tema central es el hombre y
su recorrido por la historia.
En Humanismo y crítica democrática el autor esboza como tema central
su mayor preocupación, esto es, que las humanidades, objeto de estudio a nivel
superior, se encuentran en permanente crisis provocada tanto por el
desprestigio del que se han visto contaminadas por su carácter subjetivo y en
apariencia poco riguroso, como por el dominio que está ejerciendo la tecnología
y las ciencias duras en el campo de la investigación universitaria y en la
economía de las naciones, vistas como las únicas a través de las cuáles es
posible acceder al progreso.
A esta problemática se
añadieron las posturas asumidas después de la Segunda Guerra Mundial por
intelectuales y catedráticos universitarios que, en muchas ocasiones, entendían
el estudio de las humanidades como una actividad desvinculada de la vida; en
esa torre de marfil escritores, críticos y creadores –fuesen filósofos,
literatos o músicos- no debían involucrarse con la política, el mundo y sus
muchas calamidades. Se presentaban pues como intocables, superiores, e
inalterables seres que, herederos de la cultura clásica, asumían el papel de
preservarla y mantener vivos los cánones y sus muy rigurosas condiciones. Así las cosas, el estudio del humanismo se
asumió como pose y no como cuestionamiento de lo que el hombre, los hombres
hemos hecho a lo largo de nuestra historia.
El crítico nos señala:
El humanismo no es el modo de consolidar y afirmar lo
que “nosotros” siempre hemos sabido y sentido, sino más bien un medio para
cuestionar, impugnar y reformular gran parte de lo que se nos presenta como
certezas ya mercantilizadas, envasadas, incontrovertibles y acríticamente
codificadas, incluyendo las contenidas en las obras maestras agrupadas bajo la
rúbrica de “clásicos” (2006: 49).
Ubicado en la realidad
norteamericana para él más conocida, el autor nos explica cómo en tantas
ocasiones los gobiernos en turno utilizan y sobornan a intelectuales que
convalidan sus acciones con el ánimo de
convencer al resto de los ciudadanos de sus propuestas o de posturas
ideológicas abiertamente inadmisibles. El humanismo es para Said práctica
activa y compromiso ético, por tanto su
rostro difiere del simplismo en el que muchas veces se le ha querido ubicar.
Said perteneció a ese grupo de intelectuales críticos con el sistema, con la
política y con las maneras de hacer y ver el mundo en occidente. El otro al que se observa, se evalúa y
condena desde la distancia lleva a posturas de intolerancia e incomprensión de
parte de esas naciones que como Norteamérica han apostado siempre por el
imperialismo. Cuestionar sus políticas y sus ideologías viene a ser para Said
un asunto de ética irrevocable.
La experiencia vivida por
Said a través de su labor universitaria en un recinto como la Universidad de Columbia, -hoy también
célebre por haber sido el Alma Mater del actual presidente Barak Obama- que,
como pocas, ha tenido el cuidado de ofrecer una enseñanza humanística sólida a
los estudiantes de todas las carreras en sus primeros años de formación, le han
permitido al escritor palestino expresarse críticamente frente a problemas de
orden político, social e ideológico; explica el autor de Orientalismo que la asignatura conocida por Humanidades
Occidentales está vigente desde 1937 cuando dio comienzo la cátedra de manera
obligatoria, ha permitido a los estudiantes enfrentarse a textos de Homero,
Heródoto, Dante, Shakespeare, Cervantes…
Si bien
la selección corresponde a los llamados clásicos, la finalidad del curso era
vincular lo leído con la vida del hombre en la actualidad y su consecuente
cuestionamiento, su revisión constante; esto último es, en definitiva, lo que
entiende Said por Humanismo, así lo advierte en las siguientes líneas:
En realidad no hay contradicción
alguna entre la práctica del humanismo y la práctica de la ciudadanía
participativa. El humanismo no tiene nada que ver con el alejamiento de la
realidad ni con exclusión. Más bien al contrario: su propósito consiste en
someter al escrutinio crítico más temas, como el producto del quehacer humano,
las energías humanas orientadas a la emancipación y la ilustración o, lo que es
igualmente importante, las erróneas tergiversaciones e interpretaciones humanas
del pasado y el presente colectivos. Jamás ha habido una mala interpretación
que no pudiera revisarse, mejorarse o invalidarse. Jamás ha habido una historia
que no pudiera hasta cierto punto recuperarse y comprenderse compasivamente,
con todo su sufrimiento y sus logros (2006: 42-43).
La mirada abierta que
Columbia asumió en periodos tan
críticos, especialmente en los dos
últimos gobiernos del presidente Bush al contar con la presencia de notables y muy numerosos
humanistas que han levantado la voz frente a atropellos e injusticias
practicadas sistemáticamente en las últimas décadas; todo ello ha convertido a
Columbia en un espacio privilegiado para una reflexión serena no sólo sobre
temas de carácter aparentemente académicos sino sobre lo que debe concernir a
los hombres como ciudadanos, habitantes de un país, de una región, en la que participan
comunidades heterogéneas, de orígenes
diversos y distantes.
Humanidades, humanidad y
arte
Para entender
en su conjunto la controversia que las Humanidades y su estudio ha ido
generando en el siglo XX y el inicio del XXI debemos detenernos en algunos de
los vaivenes académicos a través de los
cuales se abordó lo que vino a convertirse en un problema con soluciones muchas
veces radicales o inadecuadas. Como especialista en los estudios literarios, me detendré en esta área de las manifestaciones artísticas
para revisar de qué manera se fue modificando el abordaje de lo que en
su momento Jakopson llamaría literariedad
o literaturidad y que supuso un
primer acercamiento hacia la comprensión y análisis de lo literario partiendo
de la forma y de las estructuras internas de cada poema. El acercamiento que los formalistas rusos
hicieron a la literatura a través de lo poético tuvo en sus inicios una gran
repercusión en lo que se establecía como
criterio de lo literario.
Más adelante y según nos recuerda Félix Rodríguez Rodríguez,
investigador de la Universidad Complutense de Madrid, podríamos remitirnos
a la década de los años veinte cuando
T.S. Eliot formula algunas ideas acerca
de la necesidad de establecer una crítica literaria rigurosa que se aleje del
biografismo, de la mera impresión y de la subjetividad para analizar en
profundidad un poema. La influencia de
Eliot en occidente, y más aún en Norteamérica es crucial.
En 1935 cuando publica su
famoso ensayo “Función de la poesía y función de la crítica” ya el poeta será un referente ineludible para
los que constituirían la llamada Nueva Crítica, que según palabras de Félix
Rodríguez “Ningún otro movimiento crítico ha ejercido posiblemente una
influencia tan profunda y ha ocupado una posición hegemónica tan duradera en
los estudios literarios norteamericanos
como el denominado Nueva Crítica”[2]. La insistencia de ir al texto y revisarlo
tomando en cuenta exclusivamente su valor estético, dejando de lado cualquier
elemento externo a lo literario es la propuesta del poeta inglés. Críticos
como I.A. Richards, William Empson así
como los poetas norteamericanos John Crowe Ransom y Allan Tate son las primeras
voces que darán continuidad a las propuestas esbozadas por Eliot.
La fase inicial de la
Nueva Crítica le sigue la de desarrollo y consolidación en las décadas
posteriores. Más adelante y favorecida por el furor que después de la Segunda
Guerra Mundial adquirieron los estudios literarios, la Nueva Crítica describió
un método de análisis e interpretación al que llamaron “close reading”, esto
es, “lectura atenta”. En general rechazaban, al igual que Eliot, la crítica subjetiva que apenas si tomaba en
cuenta los elementos del texto, o la tendencia a establecer opiniones viciadas
de ideologías o de valores morales. Coincidiendo con los formalistas rusos,
proclaman el método formal que mira al texto y a la estructura que este posee,
dejando de lado elementos que considero totalmente intrínsecos al fenómeno de análisis como
puede ser la presencia del lector y la
manera en la que éste asume el texto.
Según advierte Félix
Rodríguez refiriéndose a la postura de la Nueva Crítica
Su voluntad científica de establecer
una disciplina de lo estrictamente estético les hace recelar de cualquier
intento de ligar la literatura a otras disciplina como la filosofía, la
sociología o la psicología. Siempre mostraron una firme confianza en poder
distinguir lo literario de lo no literario, en separar la obra de estructura y
fines éticos de otros tipos de escritura de carácter científico o didáctico. [3]
Ante las posturas
totalmente academicistas y excluyentes de aquello que no fuera exclusivamente
literario, la Nueva Crítica norteamericana dio pie al surgimiento
de otros sistemas metodológicos igualmente
asépticos frente al fenómeno literario, bien fuese tomando en cuenta el texto,
el lenguaje y sus estructuras, dejando de lado cualquier vínculo con el mundo y
sus avatares; de allí a que surgiera igualmente una suerte de jerga que tomaba
como punto de partida y de llegada a la
terminología, como ocurrió en el análisis estructural o en algunas corrientes
de la semiótica francesa o la norteamericana[4];
comenzaron a aplicarse rígidos esquemas de orden más bien lingüísticos que
literalmente diseccionaban el discurso literario en mínimas partes con el ánimo
de desmontar significados oscuros que
pudiesen esconder los textos. Lo
críptico se convirtió en moda y validó disertaciones cuyo hermetismo ahuyentó
la mirada fresca de los nuevos y jóvenes críticos.
Por fortuna para los que
ahora seguimos en el trabajo académico y en el estudio de las humanidades,
aquellos recursos de análisis o bien se dejaron de lado o permitieron la
entrada de otros métodos más vinculantes con la cultura y el devenir del hombre
en el mundo. La crítica se hizo, a ojos de Said, más funcionalista, y más
incluyente, dando entrada a lo
multidisciplinario, priorizando, claro está la literatura. Sin embargo, aún en
1983, año en que fue publicado por primera vez
El mundo, el texto y el crítico
Said evalúa la crítica vigente para entonces y advierte:
Al haber renunciado al mundo por
completo a favor de las aporías y las inimaginables paradojas de un texto, la
crítica contemporánea se ha apartado de
su público constitutivo, los ciudadanos de la sociedad moderna, que han
sido abandonados en manos de las fuerzas del “libre” mercado, las corporaciones
multinacionales y las manipulaciones de los apetitos del consumidor. Se ha
desarrollado toda una jerga preciosista, y sus formidables complejidades
oscurecen las realidades sociales que, por extraño que pueda parecer, favorecen
un academicismo de “modos de excelencia” muy alejado de la vida cotidiana en la
era de la decadencia del poder estadounidense. (2004: 15)
Esos “modos de excelencia”
de los que habla Said han logrado los fines opuestos: ante lo aparente, frente
a la simulación, sólo cuentan en muchas de nuestras universidades las
acreditaciones, ISOS, certificados, constancias... dejándose en el olvido y sin
supervisión la profundización en los temas. La revisión de los programas del
nuevo sistema llamado “currículo flexible”, que en apariencia pretendía
establecer mayores vínculos entre las disciplinas dio al traste asignaturas de
corte más humanista para llevar a los alumnos a la ultra especialización, con bibliografías a las que acceden por lo
general a través de las fotocopias ya que el acervo bibliotecario es deficiente,
desactualizado y raquítico.
Las contradicciones
mayores se encuentran en el manejo del aparato universitario que las
autoridades académicas en turno establecen en su orden de prioridades. Lo
burocrático ha crecido desmesuradamente opacando la labor académica que debería
ser lo prioritario. Las partidas presupuestales más altas van destinadas a
propagandas, espectaculares, distribución del último informe del Rector o de
los directores de Facultades, de tal forma que los investigadores o académicos
somos evaluados con instrumentos que permiten reducir indiscriminadamente los salarios que se nos otorgan cada año, pues las partidas que destinan
para esos rubros son cada vez más bajas. Así mismo lo que se destina para
financiar los proyectos de investigación desaparece en el marasmo burocrático
que privilegia cargos y amistades, haciendo que el proceso sea lento e
inabordable.
Estas irregularidades
desvelan un ambiente universitario enrarecido por compromisos anticipados, por
políticas de irreversible sometimiento al gobierno en turno o por
arbitrariedades de las autoridades que utilizan sus cargos para dar rienda
suelta a sus muy personales intereses, al revanchismo o la venganza. Una
medianía voraz termina invadiendo nuestros recintos universitarios, que alguna
vez pretendieron ser generadores de un conocimiento que nos permitiese vivir
mejor, siendo mejores.
La cultura ha pasado a
ser esa Industria Cultural de la que
hablaron Teodoro Adorno y Horkeimer a mediados del siglo XX en la que se
privilegian los sistemas capitalistas: sólo cuenta aquello que puede ser
vendido, aquello que me aporte ganancias y que me permita formar parte del
engranaje industrial que el neoliberalismo sigue imponiéndonos. Las
Universidades corren el riesgo de dejar de ser ese Alma
Mater que transformaba nuestras vidas, enalteciendo el valor del hombre
como ser humano.
Es imprescindible volver a
nuestros claustros, rescatar de ellos las raíces de un humanismo que, vinculado
con el conocimiento, sea capaz de volver la mirada a su mundo, a su sociedad
para participar en ella sin el desánimo de la derrota. Las artes en general,
las humanidades en particular, serán instrumentos adecuados en la medida en que
promuevan diálogos entre la sociedad, su cultura y sus modos de vida. Así lo
percibe Said, al reflexionar acerca de la crítica literaria. El autor insiste:
La crítica no puede presuponer que su territorio es
exclusivamente el texto, ni siquiera el gran texto literario. Debe considerar
que habita, junto con otro discurso, un espacio cultural muy polémico, en el
que lo que ha importado para la continuidad y transmisión de conocimiento ha
sido el significante, entendido como un acontecimiento que ha dejado rastros
perdurables sobre el sujeto humano. Una vez que adoptemos ese punto de vista, la literatura desaparece
entonces como un coto aislado en el ancho campo cultural, y con él desaparece
también la inocua retórica del humanismo autocomplaciente. En su lugar seremos
capaces, en mi opinión, de leer y escribir con un sentido de la máxima
categoría en cuanto a efectividad histórica y política que tanto los textos
literarios como todos los demás textos han ejercido. (2000: 301).
Leer, escribir, pensar,
son verbos imprescindibles para el académico, para el estudiante universitario
que debe y puede contribuir en la transformación de nuestro mundo.
HUMANIDADES UNIVERSALES
¿Por qué son importantes
las humanidades? nos volvemos a preguntar; estudiar el hacer del hombre en la
historia nos llevaría igualmente al desconsuelo; el ser humano en su condición
de imperfección es capaz de realizar actos de nobleza así como obras de vileza
extrema, sin calificar tales acciones como demenciales. La maldad, si no la
controlamos, anida en el hombre como el amor, o la compasión, de allí que la
manera en que ha sido concebido el Humanismo sea más bien como la capacidad de
buscar en la historia y en la cultura lo mejor del hombre; si vamos a los extremos de la subjetividad podríamos plantearnos qué es “lo
mejor”, quién lo determina.
Si nos guiáramos por la
voz de alguna célebre figura podríamos citar a Aristóteles que entendía a la tragedia, la más noble de
las expresiones artísticas a su parecer, como aquella representación de
carácter coercitivo que pretendía llevar al espectador a la búsqueda de la
felicidad que él entendía era el ejercicio de la virtud, aspiración máxima a la
que cualquier mortal podría aspirar. Sin embargo, cuando Aristóteles habló de
seres virtuosos aceptaba la esclavitud y la segregación de la mujer en la sociedad…
Qué es, entonces, lo
mejor del hombre. Para no establecer criterios dogmáticos veríamos al humanismo
como el estudio del hombre visto desde diversos ángulos para hacernos una idea
de conjunto que nos lleve a la comprensión de sus actos y, en consecuencia, que
nos permita dialogar con él en las distintas épocas de la historia. Quizás lo
mejor del hombre es aquello que le permite convivir sin agredir, edificar sin
atropellos y sin ventajismos.
El ensayista venezolano
Arturo Uslar Pietri, de feliz memoria, escribió en defensa de los estudios
humanísticos un ensayo intitulado “Humanidades y Humanidad”, en él el gran
sabio Uslar, con su bagaje de experiencia, conocimientos y lecturas explicaba a
un joven estudiante las razones por las cuales no sólo era válido ser
humanista, para él constituía, incluso,
un privilegio. Dejo en sus palabras las razones:
Las humanidades no son otra cosa que una inmensa
colección de experiencia humana. El hombre que penetra en ellas se enriquece de
toda la mejor experiencia de todos los hombres que lo han precedido en la
maravillosa creación colectiva de la civilización. Quien oye la copla que dice
el pueblo y no conoce el romancero y no
conoce el cantar de gesta, no ha visto sino las más cercanas hojas de un
inmenso árbol o acaso de un inmenso bosque poblado de la más diversas
maravillas de la vegetación. No hay otra disciplina donde recibir la
experiencia vivida y expresada en vivo del hombre ante el mundo. No hay otra
escuela donde afinar, extender y profundizar la sensibilidad. No hay otro
gimnasio donde aprender la ciencia y el arte fundamental de ser hombre.
Sabiendo lo que el hombre ha hecho es el único modo de aprender a conocer al
hombre. Eso que por tradición llamamos las humanidades, no es otra cosa que el
conocimiento de conjunto de la humanidad. El testimonio en belleza y
pensamiento de cómo los hombres se han ido haciendo hombres.[5]
Tratar de perfeccionar la
educación para el llamado capital humano significaría incluir, como lo hace
Columbia University, en el pensum de estudios asignaturas de base humanística,
bien sea literatura, historia o filosofía, de modo que los estudiantes que
apenas se internan en el mundo universitario sean capaces de abrir sus
horizontes a ideas y formas de vida diferentes, cambiantes, mejores. La
tolerancia, el diálogo y el respeto a los demás son algunas de las cualidades
que la universidad, entendida como lo universal, nos aporta para que de sus
claustros egresen individuos con un alto sentido de humanidad.
BIBLIOGRAFÍA
SAID, Edward. 2006. Humanismo
y crítica democrática. La responsabilidad pública de escritores e
intelectuales. Editorial Debate. Barcelona.
_______________. 2000. El
mundo, el texto y el crítico. Editorial Debate. Barcelona.
[1] Guadalupe Isabel Carrillo Torea. Doctora en Letras por la UNAM.
Profesora Investigadora de la UAEM. gicarrillot@uaemex.mx
[2] En la página web http://www.liceus.com/cgi-bin/aco/lit/02/115491.asp
[3] Ídem
[4] La semiótica como
disciplina –tanto la francesa como la norteamericana- ha aportado a la
literatura en particular herramientas de análisis de gran valor. Cuando
advierto sobre los vicios de la terminología me refiero al mal uso que en
muchas ocasiones emplearon algunos críticos.