lunes, 28 de septiembre de 2015

La Soledad

Guadalupe Carrillo 






La semana pasada encontré un artículo del escritor venezolano Héctor Torres al que admiro por su prosa sensible y  la belleza de su palabra. El artículo se titulaba “Elogio a la Soledad”. En él Torres se define como un solitario irredento que ha encontrado desde su niñez pasión por la soledad. Por los beneficios de una soledad bien llevada que nos permite reconocernos en nuestro interior y alcanzar esa paz que siempre buscamos.

   Es un bello texto cargado de comprensión, de mirada compasiva hacia el mundo. Sin embargo en él no se habla de la soledad accidental, aquella que nos viene sin buscarla y que muchas veces trae pesadumbre: la soledad que convocan las pérdidas, las rupturas, o una larga vida que nos va arrebatando amigos, hermanos, familia. Con ella hay que lidiar de otra manera, pero para bien o para mal, ocurre que nos enfrenta con nosotros mismos.  Podría, pues,  convertirse en ademán de serenidad en la medida en que veamos en ella una oportunidad para encontrar nuestras contradicciones, nuestros miedos ancestrales y doblegarlos.

   Siempre he sido “amiguera”. Adoro el contacto afectivo: convivir con amigos, con la familia, con mis estudiantes de la universidad, con mis mascotas, pues como bien dice Antonio Machado, “un corazón solitario no es un corazón”. Sin embargo cuando busco  la soledad fructífera, ella me viste de sosiego; me sumerge en aguas apacibles y me permite tocar el equilibrio interior. En la soledad entiendes la finitud de tu aliento, mides los centímetros de tu humildad, los agrandas.

   En la soledad arranca la creación: un artista siempre  la sentirá su aliada. Y lejos de asumirla como algo inevitable, la disfruta, es agua mansa; caricia quizás. Que la soledad no sea corrosiva, que vaya contigo, lector, a mostrarte el horizonte nítido de tu vida.