jueves, 5 de diciembre de 2013

"Niños en el crimen". Testimonios desgarrados en México


 
Guadalupe I Carrillo Torea
 

De nuevo la editorial Grijalbo saca a la luz el último trabajo de investigación del periodista Julio Sherer García. Su trayectoria profesional es conocida ampliamente en México. Por su compromiso social, por la acendrada crítica al sistema político que nos gobierna. En las últimas décadas su trabajo se centró en la búsqueda de la posible sensibilidad de un amplio sector de la sociedad que permanece en el olvido. Sus pasos atravesaron el umbral de barrotes, telas metálicas y vigilancia extrema, para acercarse a los que ya han perdido la libertad y se encuentran sumidos en reclusorios de alta seguridad.

   A través del recurso de la entrevista, el periodista ha hurgado en la vida de aquellos que se clasifican como escoria social: los capos del narcotráfico, sus sicarios, las mujeres inmersas en ese mundo de manera voluntaria o por simple abolengo, como la llamada Reina del Pacífico. El rostro personal de estos individuos se traduce en el volumen que Sherer le da a sus voces casi  inaudibles, opacadas por los muros que rodean su futuro.

   En esta ocasión el desdichado turno tocó a  los menores infractores: Niños en el crimen es el título que encabeza los testimonios más desgarradores rescatados por Sherer García en su larga trayectoria periodística. El autor visitó los Centros de Adaptación Penitencial en donde se alojan adolescentes entre 12 y 17 años de edad. Son asesinos confesos que pagan penas de entre 1 o tres o cinco años de cárcel.

   A lo largo de sus páginas y desde una primera persona testimonial el autor nos narra las visitas realizadas a varios de estos centros donde tuvo acceso no solo a los expedientes de los allí recluídos, también a diálogos directos con chicos y chicas que anhelan una libertad arrebatada por la ejecución de crímenes inimaginables. La crueldad y más aún, la impasibilidad que embarga a los chicos al cometer los crímenes viene a ser la constante en casi todos ellos, sin distinción de sexo o de edad. Sin embargo Sherer va más allá de ese perfil casi monstruoso de sus protagonistas. Los visita desde la sensibilidad y es capaz de describirlos en el sufrimiento que los embarga. En el trayecto realizado por la Comunidad de Tratamiento Especializado el autor advierte:

Durante el recorrido observo a algunos adolescentes. Se  mantienen en grupos de ocho o 10, silenciosos. En su quieta soledad, sólo dos juegan frontón a mano. A nuestro paso, los jóvenes responden con una inclinación de cabeza y sonríen con dificultad. En sus rostros es patente el síndrome del encierro, la depresión. No sabría de qué manera transmitir el sentimiento que me despertaron. Sentí su depresión, pero no como un dolor. Es la suya una forma de quietud, una no vida, como si sus ojos ya hubieran mirado todo lo que habría que mirar. Su hastío me pareció una forma de muerte” (p. 21)

   Más adelante y después de reflexionar con datos duros sobre el estado de abandono en el que viven estos chicos que han ido creciendo en la calle o rodeados de grupos delictivos, el periodista relata las fichas personales de varios de los cientos de adolescentes que están recluidos. Su pasado reciente, su entorno familiar casi siempre fracturado y las dificultades personales que acompañaron su entrada al crimen. Anoto uno de ellos, la extensión de la cita obedece a la pertinencia del cuadro delictivo:

Desde pequeño Víctor padeció las agresiones de un padre alcoholizado…La primera ocurrió a sus siete años, víctima de golpes en el cuerpo propinados con un cable de acero. La segunda a los diez, cuando su padre le encajó unas pinzas en la pierna.La madre de la criatura no intercedía por él. El miedo lo paralizaba. Posteriormente, Víctor fue expulsado del kínder como consecuencia de las golpizas que les propinaba a sus compañeros…En la secundaria fue expulsado por sus incesantes pleitos con alumnos y profesores. Desde los 15 años robaba a clientes habituales y ocasionalmente a peatones…Ingresó a San Fernando por secuestro y homicidio agravado, delitos que cometió en complicidad de dos muchachos mayores que él y de sus padres. La participación de Víctor en el crimen fue directa: convenció a un niño de cinco años de edad para que lo acompañara hasta una casa que rentaban en Iztapalapa. Ahí mantuvo al chiquito durante una semana hasta que, todos juntos, adolescentes y adultos, decidieron matarlo. Víctor amarró de pies y manos al pequeño y le inyectó ácido muriático en diversas partes de su cuerpo. Los padres de Víctor recibieron una larga sentencia. La de Víctor fue de cinco años. Lo protegió su minoría de edad. (Pp. 58-59)

                  

   La última parte del documento presenta los diálogos sostenidos entre el periodista y algunos de los jóvenes, chicos y chicas, presos en los centros de readaptación. Las conversaciones muestras ampliamente la tensión en la que se sostiene la existencia de estos adolescentes que han padecido la derrota de sus vidas, el abismo que los acompaña. El timbre de sus voces se torna opaco, de una adultez prematura, son aquellos que rozan continuamente los bordes de la demencia.

   La revista Proceso reseñó la reciente salida del Ponchis, el “niño sicario” que purgó tres años de cárcel. Había degollado a cuatro personas, y descuartizado a otras dos. El 18 de noviembre de este año, días antes de que saliera en libertad, periodistas de la Revista entrevistaron a la presidenta del Tribunal Unitario de Justicia para adolescentes (TUJA), Ana Virinia Pérez, quien reconoció que la terapia recibida por el Ponchis en sus años de reclusión no fue suficiente. El adolescente de 17 años delinquirá de nuevo. No muestra arrepentimiento ni temor por lo realizado tiempo atrás.

   El libro de Julio Sherer, de una pertinencia aplastante, se vuelve clamor desesperado. Hay que detenerse a ver a la sociedad, la pobreza lacerante de millones de familias; el abandono no puede seguir siendo la consigna.

                  

  

 

viernes, 22 de noviembre de 2013

LA MIRADA ATENTA. LECTURAS A EROS Y LA DONCELLA


 
Guadalupe I Carrillo Torea
 

La estética de la recepción es, dentro de la gama de teorías literarias, una de las más importantes. Su reflexión parte de que una obra escrita  está  viva y   se dinamiza con el acto de la lectura Hans Robert Jauss, su principal teórico, hablaba de un “horizonte de expectativas” que posee el lector y que se fundirá con el de la obra a la que se enfrenta, de tal modo que la recepción genera un proceso de percepción que varía por el contenido de la obra y por el bagaje biográfico de quien la lee. Es una labor dialógica en la que lector y obra se comunican. La obra modifica la visión del mundo de quien la lee, a su vez, el lector nutre a la obra con sus percepciones.

   He sido espectadora privilegiada de la vitalidad que desborda  una obra de ficción cada vez que dicto las clases de la asignatura  Creación Literaria. Con los jóvenes estudiantes no solo hacemos trabajo de escritura, también de lecturas de todos los géneros: narrativa, teatro, poesía, ensayo. Cada semestre varío los títulos que estudiaremos. Con el lanzamiento de la novela de Mario Szichman Eros y la doncella por la editorial Verbum este 2013 y la llegada de sus ejemplares a México decidí incorporarla a nuestro estudio. Se trata de una obra extensa, con una galería de personajes ambiciosa y que, además, se construye a partir de ese gran hito en la historia como lo  fue la Revolución Francesa.

   La edad de mis estudiantes oscila entre los 19 y 25 años. Veintidós alumnos, la mayoría de ellos del tercer semestre, otros del noveno, de la licenciatura de Comunicación, y también dos alumnas de la licenciatura de letras. Era un gran reto la lectura, comprensión y análisis de una obra compleja en su estructura y rica en historia. Sin embargo, sabía que la prosa impecable de Szichman llevaría de la mano a los chicos por ese laberinto de eventos que se desarrollaron en aquella Revolución y que están plasmados en la novela.

   Progresivamente íbamos dando plazos para avanzar en la lectura y comentar sus páginas. En el lapso de dos meses discutimos cada parte, hablamos de sus personajes, de la presencia permanente del binomio de  Eros y  Tánatos. En ese juego dialógico que implica el estudio de un texto participó también la editora de la novela, Carmen Virginia Carrillo, que visitaba el país en esas semanas y que nos desveló uno de los grandes logros de la novela: El prólogo anticipa y compacta el contenido total de lo que después se desarrollará ampliamente. Esa anticipación es, al mismo tiempo, el mayor reto para su autor, esto es, cómo mantener la intensidad en los acontecimientos y el interés de unos lectores que ya conocen lo que ocurrirá en toda la novela. Los chicos miraban maravillados a Carmen Virginia que respondía a sus preguntas dando detalles puntuales de ese trabajo de orfebrería que supone la edición de una novela.

   El cierre de nuestro estudio se vería reflejado en el examen que finalmente tuvimos para reconocer el grado de comprensión de la novela y la capacidad dialógica entre lectores y obra. Hice cinco preguntas que abordaron distintos espectros de la novela: sus personajes, tomándolos en cuenta en su condición de las parejas a partir de la relación Eros y Tánatos que envuelve sus vidas. Las diferentes manifestaciones artísticas a través de las cuales se reflejan también los hechos narrados: La pintura, con la intervención de David; la escultura de la mano de Madame Tussaud y la narrativa con las reflexiones meta-escriturales de Louvet.

     Quise saber qué interpretación le daban a esta excéntrica pareja, Robespierre y la Doncella,  que permanentemente nos interpela en la ficción. Y por último su opinión personal. Qué les atrajo, que les conmovió, qué perturbó su imaginación. En definitiva, cómo fue ese proceso de la estética de la recepción.

   Las respuestas ilustran un mosaico rico en percepciones, muchas de ellas extraordinariamente inteligentes. Era la mirada atenta de un buen lector. La mayoría de ellos recordaba el detalle de que Danton se había sorprendido al ver las arrugas en la mejilla de su esposa muerta pues el personaje no  recordaba haberlas visto en vida de Gabrielle. Todos quedaron maravillados con las escenas en las que actuaba el gran mago y a la mayoría le perturbó hasta la intranquilidad los ríos de sangre que corrían en aquel París demencial ante la mirada impávida de un público ya habituado al espectáculo de la muerte. La interpretación que hacen de Robespierre y la Doncella la ejemplifico con el comentario que señaló  un alumno: “Se trataba de una diosa pidiendo sacrificios a su leal y devoto seguidor”.

    Los chicos habían superado los retos y lo confirmaron ampliamente en sus respuestas. El mayor atractivo además de la prosa fue el tono íntimo por el que Szichman nos lleva a reconocer y admirar en su total dimensión  aquella tragedia colectiva. Uno de ellos acota: “Literalmente te transporta al lugar de los hechos”. Otra más señala asertivamente: “Como novela histórica es claro que debe referirse a acontecimientos reales; pero en Eros y la Doncella lo importante no es “lo que pasó”, sino “cómo se cuenta” y es ahí donde está el logro literario de la novela”. La chica continúa: “La narrativa es atrayente y fluida y el trabajo del lenguaje, espléndido”.

   Luego dieron paso a las preferencias personales: “Al leer  Eros y la Doncella puedes hacerte tu propia historia y tus propios héroes, el mío es Francisco de Miranda”. En clase, ya la alumna me había expresado la atracción que había sentido por ese venezolano tan controvertido, preguntándome incluso si se podía considerar como uno de los  protagonistas, como bien lo advierte en su comentario.

   La obra los había envuelto en su ficción. Algunos incluso asumían de manera personal eventos, situaciones o comportamientos de los personajes a los que criticaban con pasión: “El pintor pintaba realmente lo que se le daba la gana; el más claro ejemplo fue con Mirabeau. El señor más feo descrito en la novela; y creo que me lo imaginé aún peor de lo que ya estaba. David lo arregló, le hizo su photo shop de la época, para transmitir ciertas cualidades que querían decir de la persona que probablemente sus facciones físicas no expresaban”.

   Hubo un real crecimiento en mis alumnos como críticos literarios, como lectores que comprenden, aprecian y disfrutan una obra de ficción de gran calidad. Así lo demuestra la agudeza de una de ellas al manifestar: “El mayor acierto es la exquisita descripción que hace del Eros en el momento en que parece reinar el Tánatos. Estos dos elementos hacen de la obra del escritor argentino un libro único”.  

   De nuevo la estética de la recepción se manifestó con acierto, nos enriqueció como lectores y le dio vida una y otra vez al texto a medida que las lecturas reconstruyeron ese extraordinario y contradictorio mundo que ficcionaliza Szichman en Eros y la Doncella.

 

lunes, 4 de noviembre de 2013

LA EDUCACIÓN BÁSICA RURAL, A LA DERIVA


Guadalupe I Carrillo T


Tenía el oficio en mis manos. Dos meses atrás nos habían invitado a los investigadores de la Universidad, a colaborar  en la Semana de la Ciencia y la Tecnología que promueve anualmente la Secretaría de Educación Pública. Había anotado que podría dictar una charla a estudiantes de primaria, secundaria o preparatoria sobre el tema seleccionado. Me gusta mucho el tópico de la lectura y su estímulo, más aún en estudiantes de esos niveles educativos, así que había escrito como título de mi charla “La Lectura”, así , lacónicamente.
   La respuesta a mi propuesta, sin embargo, me desconcertó. Estábamos anotadas en sendos recuadros dos investigadoras. Mi colega dictaría su charla en una Secundaria de la ciudad de Toluca, donde se aclaraba que podría  disponer de Cañón y Laptop. Mi charla fue destinada a la población de Tlachaloya, y se me advertía que “No podría disponer ni de cañón ni de laptop”.
    Además de no conocer Tlachaloya ni de saber cómo acceder a ella, me desalentó que hubieran asignado un lugar tan apartado de los predios de la Ciudad Universitaria, situada en Toluca. Implicaba traslado público o la ayuda de alguien que supiera llegar  hasta aquel lugar para ir en mi automóvil; se trataba de una zona rural que acá en México suele tener el estigma de las carencias. Pocos maestros y  mal remunerados, instalaciones deficientes y, claro está, el rezago de estudiantes que arrastran lagunas cognoscitivas, además de las afectivas y familiares.
   La dirección de la secundaria generaba aún mayor desaliento a mi futura visita. Decía: : “La secundaria se encuentra en la calle Manuel Rincón S/N, Tlachaloya Primera sección. A cinco minutos de la Facultad de Ciencias Agrícolas, entrando a la comunidad la primera calle a la izquierda”. La cartografía apuntada daba cuenta de la ausencia de señalización y de lo apartado del lugar. Aunque pertenece al municipio de Toluca, su acceso se extiende a unos veinte minutos fuera de la ciudad, después de pasar varios poblados.
   Tenía pocos días para decidir si iría o no a la cita pero la cercanía de la fecha me forzó a tratar de buscar soluciones y a no titubear. El miércoles a las doce de la mañana era el encuentro con los chavitos de la secundaria y allí estaría puntualmente.
   Los cinco minutos que separaban a la facultad de Ciencias Agrícolas de Tlachaloya se convirtieron en unos quince más pero después de varias preguntas nos encontramos, un colega que amablemente me acompañó y yo, a las puertas de la secundaria. Nos abrió el portón una adolescente de unos doce años. No tenía idea de quiénes éramos pero nos dejó pasar, acotando que claro que esa era la secundaria, ella recién había abierto las puertas al director que salía de sus predios y que no estaría para recibirnos en su escuela.
    Buscamos las oficinas administrativas. Una secretaria nos dijo que nos esperáramos porque iría a buscar a la maestra. El largo tiempo transcurrido nos iba mostrando el panorama real que encontraríamos. Estaban buscando a un grupo para la charla a quienes no se les había advertido que esta se daría. Una señora más bien robusta nos saludó y nos indicó que era la Orientadora de la institución.  Unos cincuenta chicos se acercaban a nosotros y entraban en un salón acondicionado como laboratorio de biología. Había unas seis mesas y sus bancas estaban  apiñadas sobre las mismas.
    El ruido de sus doce años no se hizo esperar. Entre gritos, carcajadas y empujones los chicos iban entrando al laboratorio y bajaban estrepitosamente las bancas donde se sentarían. Buscaban sentarse con los amigos hasta que la Orientadora lanzó el primer alarido de alerta: “Jóvenes, Joooooovenes!”. “Silencioooooo!”.  Mientras tanto observé que no había una sola silla para nosotros y que hablaríamos desde un pequeño podio en el que permaneceríamos de pie. El espacio, los chicos y nuestra presencia se estaba envolviendo en una atmósfera de  improvisación que me inquietaba cada vez más.
   Por fin la voz de la Orientadora afloró con más decibeles que los gritos de los chicos y logró explicarles: “Estos profesores vienen de la Universidad de Toluca y les van a dar…”Se interrumpe y me pregunta: “¿Van a dar un taller?”, le aclaro que no, que el tiempo es muy breve y que sería solo una conferencia sobre la lectura. “Van a dar una conferencia y ustedes deben estar callados para escucharlos”. Acto seguido un aliento de alivio nos cubrió cuando notamos que los chicos empezaban a callar y a mirarnos. Mi colega empezó hablando del por qué estábamos allí, de la importancia de la lectura en esas edades, de lo poco que se lee en el país. La Orientadora se paseaba vigilante de mesa en mesa e iba decomisando gorras, diademas, palitos, ganchos con los que los niños habían intentado distraer su atención.
   Tocó el turno de mi intervención pero ya el tiempo transcurrido, de unos quince minutos,  había mellado el lapso disponible de los chicos para la concentración. Sin embargo les desconcertó mi acento extranjero y eso permitió que los primeros cinco minutos me miraran. Además quise que hubiera un intercambio entre ellos y nosotros así que les pregunté qué libro estaban leyendo en ese momento. Una de las chicas respondió con entusiasmo que leían el Diario de Ana Frank. “¿Y de qué trata el Diario de Ana Frank?”. De inmediato la chica respondió: “Es la historia de una chava que está encerrada en una casa con su familia y que se enamora de un chavo”. Traté de ampliarles el radio de comprensión de Ana Frank y les hablé de la trágica circunstancia que vivían ella y su familia perseguidos por el nazismo pero creo que justo esa información se perdió en la densa nube de rumores, gritos y risas que ya para el momento reinaba por completo en el salón. Hasta que mi paciencia se colmó. Con sinceridad les dije que habíamos ido hasta allá porque creíamos que el tema de la lectura era muy importante para ellos y su formación; que además veníamos de lejos y que era muy desconsiderado de su parte que lo tomaran como una broma, o como la oportunidad de hacer notar su rebeldía frente  a gente desconocida,  como lo éramos nosotros. Se los dije con el mismo tono de voz con el que había dicho lo demás pero hacerlo público alarmó a la Orientadora y al otro maestro que había guardado silencio durante todo ese rato.
    A esas edades los chicos entienden muy bien lo que están haciendo. A pesar de la inmadurez que los caracteriza, estaban conscientes de que la desatención hacia nosotros era una forma no solo de rebeldía sino de agresión a todos: sus superiores, sus maestros, hasta a sus padres. Hacer pública mi decepción era un acto de justicia necesaria para que también  entiendan que la minoría de edad no los excluye de la educación y de  la deferencia hacia los que quieren darnos algo bueno.
   Les había insistido en la necesidad de leer por gusto, de que vieran la lectura como una diversión, un acto grato que puede extenderse el tiempo que queramos. Sin embargo ante mis palabras de reclamo y ya con la conferencia concluida levantó la voz la ya famosa Orientadora: “Antes de que se vayan los profesores les quería decir, niños, que así no van a llegar a ninguna parte. Seguro que ninguno de ustedes va a estudiar una carrera porque no quieren servir para nada, quieren seguir de vagos por la vida. Y además, como castigo, esta semana se van a quedar sin recreo y en ese tiempo se sentarán a leer!”
    Las palabras demoledoras de la maestra fue el colofón para que todo el esfuerzo se transformara en total derrota. Ahora leer sería sinónimo de castigo. No por ello los chicos se sintieron apabullados, quizás por la costumbre de las amenazas incumplidas de orientadores y maestros. Salieron corriendo del salón. Gritaban y reían como si todo lo anterior hubiera sido un paréntesis prácticamente inexistente en su rutina escolar.
   Pido al lector que saque sus propias conclusiones. Las mías tienen el tinte de la decepción, el mal sabor del testimonio de lo que es y seguirá siendo la dinámica de una escuela rural de provincia.
  




miércoles, 16 de octubre de 2013

EL HUMANISMO DERROTADO EN LA PRIMERA REPÚBLICA DE VENEZUELA



 

 

 
 Guadalupe I Carrillo T.

   La independencia de los países Latinoamericanos desarrollada en el siglo XIX perfiló de forma definitiva el rostro de una centuria. Podríamos dibujarlo a trazos irregulares, donde se pudiese apreciar no sólo los duros altibajos que padecieron los habitantes de nuestras naciones en aquel momento colonizadas, sino también que mostrasen la muerte, la discordia e, inevitablemente, la traición de los cercanos; la devastación que nuestro continente padeció y las rutilancias que más adelante quiso narrar a través de la literatura, del testimonio y del relato de una historia oficial que muchas veces ha evadido la realidad, nos dejan ver las complejidades sociales y políticas que rodearon el proceso de independencia y su posterior consolidación.

 

    Los protagonistas  de la independencia, los líderes que llevaron adelante una empresa inevitablemente admirada en la actualidad, se vieron envueltos en  huracanes de grandeza que muchas veces se traducirían en ambiciones de poder,  leyes que reflejaban autoritarismos exacerbados, posturas racistas, marginación y desigualdades escandalosas  o sueños irrealizables.

 

   Simón Bolívar, evidentemente, no se sustrajo de padecer todas estas posturas. Su liderazgo iba a la par de la inteligencia, tenacidad, y  de la grandeza que lo caracterizó incluso en el momento de su muerte. La pasión que lo impulsaba lo llevaría a realizar actos heroicos, muchos de ellos sublimes;  pero, igualmente,  como hombre veremos claro-oscuros que definen de una mejor manera el proceso de madurez que tuvo que experimentar para convertirse en el coloso que hoy admiramos.  Si nos acercamos a la historia veremos decisión y valentía; también dureza y radicalidad; “vacilar es perdernos” dirá el Libertador en los días de la primera república; La vida de Bolívar estuvo signada por la gloria más alta y la decepción mayor: verse desterrado de todo y de todos. “Aré en el mar”, dijo, expresando su fatal desconsuelo.

 

 

El humanismo ilustrado y romántico

El movimiento romántico que surgiría a comienzos del siglo XIX europeo tuvo como estandarte ideológico la consolidación de un humanismo de raíz greco-romana  centrado no sólo en la revalorización del hombre como individuo y en el respeto a sus derechos. Fue más allá; desarrolló el concepto y sentido del liberalismo que había impreso la revolución francesa en el lema que la precedió. “Libertad, igualdad y fraternidad” serían condiciones imprescindibles para quienes pretendían vivir el humanismo.

 

   El sentido libertario era acorde con las luchas que tanto en Europa como en las colonias americanas se estaban librando en el convulso siglo XIX.  Aunque como movimiento propiamente literario, el romanticismo se desarrolla tardíamente en Venezuela, no así sus ideas que se extendieron  a la centuria y que azuzó apasionadamente los ánimos, impulsó guerras suicidas y definió la libertad. Sin embargo, ese mismo romanticismo hiperbolizó con desmesura la valentía de unos, la cobardía de otros; fácilmente se perdían las proporciones y la sensatez terminaría siendo sinónimo de tibieza: el humanismo que entronizaban los actores de aquella centuria como bandera identitaria, padeció de terribles vaivenes.

 

   Los pensadores de la época enfocaban su atención en estrategias políticas y sociales que les permitiera, en primera instancia, tener una mayor intervención en los asuntos de la colonia, completamente centralizados en los enviados de la corona.  No había una literatura escrita; la oratoria se convirtió en alternativa artística y cobró pertinencia. Las reuniones públicas eran comunes en aquellos espacios que no contaban con otros medios para la comunicación entre unos y otros. La exhortación  fue instrumento para convencer y conciliar ideas. Más tarde se fabricó  la primera imprenta que permitió la elaboración de periódicos que se difundían con las ideas independentistas. Uno de los más célebres será  “El correo del Orinoco” [1] así como la Gaceta Oficial que en la actualidad publica decretos presidenciales y acuerdos de oficio.

 

   El concepto de literatura como se concibe en la actualidad aún era incipiente; los ciudadanos que poseían instrucción en las artes liberales  preferían la lectura de filósofos e ideólogos europeos críticos con el sistema político y social que se había vivido hasta entonces en Europa, y en consecuencia, en la América. El romanticismo, por tanto, era más una vivencia, un impulso libertario. Décadas más tarde, hacia 1840 empezaron a publicarse  en Venezuela las obras escritas de corte romántico que relataban, a modo de crónica, las experiencias bélicas del proceso de independencia, intentando, también con ello, configurar una identidad nacional que aún no cristalizaba. Por ello, en este trabajo, me centraré más en los hechos que se desarrollaron en la Primera República y la manera en que el humanismo trascendía en las acciones y las ideas.

 

La Primera República: Algunos pasos del infortunio

   La coyuntura histórica de la invasión francesa impulsada por Napoleón Bonaparte y la posterior deposición de Fernando VII   favoreció a la mayor parte de nuestros países latinoamericanos, moviéndolos a realizar los primeros actos relevantes que dieran inicio a la configuración de Repúblicas constituidas por  patriotas. El 24 de noviembre de 1808 la oligarquía criolla presentó al Capitán General Vicente Emparan, representante de José Bonaparte, la petición  de establecer una junta independiente que seguiría fielmente las directrices de Fernando VII. Más que un acto de carácter revolucionario, el texto se tradujo en la defensa de la monarquía española; de tal suerte que fue negada de forma inmediata por los representantes de España, arrestando a los 45 caballeros firmantes.

 

   Hubo dos intentos más de separarse del régimen: el 14 de diciembre de 1809 y el 2 de abril de 1810; sin embargo, la noticia de la disolución de la Junta Central de Cádiz,  creada por los representantes del gobierno napoleónico fue publicada en la Gaceta de Caracas, primer periódico de la entonces capitanía general, y se convirtió en el detonante de la revuelta que llevaría a buena parte de los caraqueños de la época a reunirse en la plaza mayor de la capital para exigir la salida de Vicente Emparan. Era el 19 de abril de 1810. La nueva Junta que gobernaría la ciudad amparándose en la defensa de los atributos del depuesto rey español fue constituida por la dirigencia criolla compuesta en su mayoría por conservadores, algunos cuantos autonomistas y muy pocos independentistas radicales [2] Bolívar se mantuvo en contacto con los nuevos actores, pero distante de sus acciones, ya que las ideas de éste último estaban a favor de una separación definitiva del gobierno monárquico.

 

   Sin embargo, el 10 de junio fue nombrado, junto a Luis López Méndez, licenciado en administración y Andrés Bello, profesional de las letras,  embajador de una misión a Inglaterra que pretendía recibir el apoyo de los ingleses a la causa patriótica con ayuda económica y la adquisición de armamento. Allí los esperaba Francisco de Miranda, veterano luchador que participó en la Revolución Francesa y en la independencia norteamericana, y que sería quien les facilitaría los contactos del gobierno oficial inglés. Las reuniones con los ingleses no tendrían el fruto esperado: demasiado apasionamiento en el joven Bolívar, y previas alianzas con España llevaron a los ingleses a expresar su negativa de forma tajante.

 

   La decisión del regreso de la comisión venezolana, animaría a  Francisco de Miranda a acercarse nuevamente a su patria; arribó el 10 de diciembre de 1810 y fue  recibido por Simón Bolívar personalmente  quien promovería su aceptación por parte de la Junta de Gobierno que miraba con recelo al maduro militar, cosmopolita y libre pensador.  Miranda era tachado por muchos de anticlerical;  su experiencia en casi toda Europa y Estados Unidos; en las revoluciones y su preparación intelectual lo convertían en el ilustrado de mayor talla de la América colonizada y, por tanto, en un hombre con el liderazgo capaz de destituir a los que se encontraban en el poder.

 

   Gracias al apoyo de Bolívar y a sus habilidades bélicas y de gobierno, Miranda fue nombrado Teniente General de los Ejércitos de Venezuela el 31 de diciembre de 1810. Junto con Bolívar impulsa la instalación de la Sociedad Patriótica, que a juicio de John Lynch, biógrafo y analista de la vida y obra del futuro Libertador, se convierte en un “club político y en un grupo de presión independentista que defendía, tanto en el ámbito político como en el militar, la adopción de unas medidas más audaces y que controlaba la Gaceta de Caracas, a la que usaba para promover sus ideas” (Lynch, 2006: 74).

 

   Los esfuerzos por consolidar a la primera república se ven reflejados en diferentes maniobras que pretendían dar forma a las instancias de gobierno. Miranda se incorpora como diputado al Congreso en 1811, hecho que permite un mayor diálogo entre los independentistas radicales y los conservadores monárquicos; se redacta  la  primera constitución  en diciembre de ese año. La propuesta de un poder ejecutivo débil que concedía derechos a las provincias y la imposición de valores jerárquicos aún muy radicalizados, tuvieron como consecuencia el rechazo no sólo del documento sino de su puesta en marcha en la cotidianidad de los grupos en cuestión. Entre sus líneas se lee: “Los ciudadanos se dividirán en dos clases: unos con derecho a sufragio, otros sin él…Los que no tienen derecho a sufragio son los transeúntes, los que no tengan propiedad que establece la Constitución, y éstos gozarán de los beneficios de la ley, sin tomar parte en su institución”[3] El documento oficial que establecía “la libertad, la igualdad y la propiedad y la seguridad”, en la práctica  ejercía fehacientemente lo opuesto. John Lynch reflexiona al respecto:

 

La desigualdad legal fue reemplazada por una desigualdad real basada en el sufragio, que limitaba el derecho al voto y, por ende, la ciudadanía plena a los propietarios. Para los pardos, por consiguiente, la igualdad constitucional era una igualdad ilusoria. Y los esclavos siguieron siendo esclavos. La constitución confirmó la supresión de la trata de esclavos, pero mantuvo la esclavitud…El mensaje de los criollos era inequívoco, y llegó pronto a los negros y a los pardos. La imposibilidad de votar y las barreras sociales les hicieron desconfiar de las políticas de los republicanos, lo que les llevó a buscar otros modos de promover su causa. (2006: 76)

 

   Efectivamente, el descontento de los grupos marginados abrió una brecha entre éstos y los patriotas que se hizo efectiva en los diferentes levantamientos de pardos y negros, así como en la adhesión de los mismos a Domingo Monteverde, representante del gobierno realista que había dominado  la ciudad de Coro fácilmente. Insurrecciones de unos y otros así como el esfuerzo por controlarlos debilitó peligrosamente las filas patriotas que perdían adeptos. Por su parte, la oligarquía criolla, atemorizada ante la derrota cercana, da los primeros pasos hacia una capitulación que oteaba en el horizonte de sus intereses.

 

   Los últimos zarpazos vendrían de fuentes muy diversas: una, procedente de los azares de la naturaleza que el 26 de marzo de marzo de 1812 removería sus raíces más profundas, ocasionando uno de los terremotos más devastadores sufridos en tierras venezolanas. Era jueves santo y la coyuntura religiosa llevó al clero, inclinado a la monarquía española, a afianzar sentimientos de culpa en los feligreses que veían el terremoto como castigo divino. Para enmendar los pecados cometidos era necesario volver a las filas monárquicas. La siguiente, la pérdida de Puerto Cabello al mando de Simón Bolívar. Esto permitió el avance definitivo de Monteverde a la ciudad de Caracas, a la que ya había arribado Francisco de Miranda con el ánimo derrotado y la razón perdida en marañas de capitulaciones y acuerdos finales. El Generalísimo, a quien se le había concedido el título como una manera de expresar su carácter dictatorial, consideró pertinente negociar, ceder, aceptar; exigió únicamente el derecho a la vida de los patriotas y la salida del territorio sin mancillar ni sus pocas pertenencias ni su libertad.  El 30 de julio de 1812 se desplaza al puerto de la Guaira con la decisión de embarcarse en el Sapphire que lo llevaría a Cartagena (Lynch, 2006).

 

   Sin embargo, los reveses se desencadenaron trayendo consigo la mayor de las desgracias: la incomprensión disfrazada  de justicia, la venganza sin contemplaciones y la derrota de un humanismo apenas incipiente y mal asimilado. Cuando Bolívar y otros generales cercanos a él se enteraron de la capitulación firmada por Miranda, fueron en su búsqueda con la decisión de arrestarlo y no dejarlo partir. Francisco de Miranda se había convertido en el traidor de la patria que lejos de luchar hasta la muerte prefirió perder lo alcanzado y, para ellos, echar por la borda años de sacrificio, de vidas humanas y de esperanzas libertarias. Fue acusado de dilapidar el tesoro del estado. Los que acudieron en su búsqueda lo arrestaron en el castillo de San Carlos para que, supuestamente, se enfrentara a Monteverde y le exigiera el cumplimiento total de las condiciones de la capitulación. Al día siguiente, sin embargo, lo embarcaron con destino final al puerto de Cádiz, donde fue encerrado en la cárcel de la Carraca, el último de sus destinos.

 

Reflexión Final

   La pérdida de la Primera República no supuso para los actores de la época y también para los observadores posteriores, la derrota y caída de una colonia que pretendía dejar de serlo, paulatina o rápidamente. Los acontecimientos ocurridos, las pérdidas humanas y la actuación de muchos de sus protagonistas nos llevan a reflexionar en torno a la necesidad de orientar todos los actos de nuestra vida a través de las directrices de un humanismo que apenas se esbozaba como convicción y motor de vidas. En el siglo XIX, como señalamos líneas arriba, el humanista tiene como metas la libertad, la igualdad y  la fraternidad. El humanista que busca la emancipación de sí mismo y de su sociedad, lo hace en aras de un compromiso consigo mismo en el que la virtud y la honestidad se entrelazan con la grandeza y el sacrificio.

 

      En la Primera República si bien participaron grupos de deplorable sentido del honor, o bien hombres sanguinarios, traidores de toda calaña, también lo hicieron individuos que hoy permanecen en la historia como héroes  provistos de genialidad y nobleza intachable.  Francisco de Miranda fue un adelantado de su época; las ideas de corte liberal, la erudición que lo caracterizaba, el conocimiento directo de lugares, personas y condiciones políticas o sociales de diferentes culturas y naciones lo colocaban en una posición privilegiada.  El ideario de la América total que años después distinguiría la meta última del Libertador, la propuso Miranda décadas antes y la mantuvo por muchos años. Para él América arrancaba del Mississipi y se extendía hasta el Cabo de Hornos. Se llamaría Colombia y nos uniría como el territorio con mayor riqueza y potencia conocidos. De estas ideas surge la estrofa más bella del himno nacional venezolano: “unida con lazos que el cielo formó, la América toda existe en nación”.

 

   Al pisar tierra venezolana en 1810 trajo consigo la primera bandera que lleva los colores –amarillo, azul y rojo- de tres países en la actualidad: Venezuela, Colombia y Ecuador. Su firma se encuentra en el acta de Independencia y su nombre está inscrito en el Arco de Triunfo en París. Ese hombre a quien Napoleón tildó de “Quijote que tiene fuego sagrado en el alma” y al que Bolívar pretendía fusilar  aquel 31 de julio de 1812 para después, ya maduro  llamarle “el más ilustre de los colombianos”, murió en la soledad de una cárcel de Cádiz y fue enterrado en una fosa común.[1] Indudablemente lo descrito nos confirman que la mayor tragedia para el pueblo no fue la pérdida de la Primera República, sino la constatación de que el humanismo decimonónico, aquel que abogaba por el hombre,  su libertad y su honra había sido derrotado. Las experiencias posteriores, los reveses, los triunfos otorgarían a sus protagonistas la madurez necesaria para entender dónde radica la gloria de los hombres.

 

NOTAS DEL TEXTO

 

[1] Información adquirida de la páginawebhttp://www.mipunto.com/venezuelavirtual/000/

2 Datos que relata el investigador  John  Lynch en su obra Simón Bolívar. Editorial Crítica. 2006.

 

3 Textos oficiales de la Primera República, II, p. 95; Parra-Pérez Historia de la Primera república, II, pp. 113-120.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

LYNCH, John. 2006. Simón Bolívar, Yale University Press (versión original en inglés). Crítica (para traducción en español) Barcelona, 2006.

PARRA-PÉREZ. Historia de la Primera República. Tomo II. Archivo de la Nación. Caracas.

Textos Oficiales de la Primera República. Tomo II. Archivo de la Nación. Caracas.




[1] Datos extraídos del Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo 3. Caracas. Fundación Polar. 1997.