jueves, 28 de marzo de 2019

A MANUEL ANTONIO CARRILLO, MI HERMANO





“Nos haces una falta sin fondo”
César Vallejo

En la madrugada del 25 de marzo -hace tres días- fallecía mi hermano Manuel Antonio. Dos semanas atrás le habían celebrado sus 59 años de vida, en medio de una situación de salud precaria,  pero sin pensar un desenlace abrupto. Sin embargo la velocidad alcanzó a la esperanza. ¿Por qué madrugar para partir? ¿Por qué tan pronto el adiós? Son las preguntas que repetidamente le hago a Manuel desde mi corazón.

   Cuando muere un hermano, tan querido como él, te das cuenta de lo que significa la fraternidad: compartir el reino del afecto incondicional, habitar las coordenadas de la infancia, en esa misma atmósfera donde padre y madre podrían ser el sol y la luna de tu vida. Forjar la picardía juntos, en complicidad tácita, la que no necesita explicaciones. Esas son  algunas de las  sensaciones que me brotan al pensar en él.

   Manuel Antonio fue el líder de nuestros juegos más remotos: el cantante del grupo que él mismo organizó, donde yo era la bajista con mi raqueta de tenis y José María el baterista con cajas de cartón y palitos extraídos de los ganchos de ropa. También fue el médico de nuestras muñecas; yo la enfermera y José, el asistente.

   La convivencia entre hermanos no solo significa jugar o pelear. Va más allá; sin que te des cuenta, va perfilando tu personalidad. Si el ríe a carcajadas, tú también. Si él es audaz, por qué tú no. Si sabe trabajar en equipo, tú eres parte de ese gran grupo. A lo largo de la vida tus gestos se parecen a los suyos; tu manera de amar coincide  con él en la estridencia y en el deseo de abrazar. Ser extrovertido, sociable, se convierte en  forma de ser.

    Fue un adolescente sano que lloraba a mares frente a situaciones adversas, o pérdidas irreparables de otros, aunque se tratara de películas. Cuando se publicó el filme “El Campeón” donde el niño pierde a su padre boxeador en el cuadrilátero, Manuel lloraba desconsoladamente. Nos pedía parar la película -que estaba en VHS- para desahogarse y luego continuarla; y claro, seguir el llanto. Ser sentimental era inherente a su espíritu benévolo y generoso.

   Los años pasaron. Las hondas raíces que hemos ido tejiendo entre los hermanos se convierten en nudos indivisibles. No importa que vivamos en países distantes; tampoco que no nos veamos en años. Tu hermano vive en ti; tu hermano es parte de ti.

   Nos hicimos adultos, profesionales. Construimos familias y quisimos continuar conversando la vida. Por ello buscarnos se convirtió en consigna. Manuel y Carolina, su esposa, se fueron a San Cristóbal y allí alargaron sus días, siempre juntos.

   La personalidad de Manuel era un vendaval de ternura, de alegría, de generosidad. Por ello cuando me hablaron de su muerte, sentí que un trozo de mi pecho se desprendía. Recordé los versos de Miguel Hernández, el gran poeta pastor, cuando le decía a su amigo Ramón Sijé: Hoy “… siento más tu muerte que mi vida”. Esa es la descripción más exacta, más contundente.

Recojo  también los versos del gran maestro José Martí  cuando reflexionaba: “Yo quiero salir del mundo/por la puerta natural:/En el carro de hojas verdes/a morir me han de llevar/No me pongan en lo oscuro/a morir como un traidor/Yo soy bueno, y como bueno/ moriré de cara al sol”. Sí, hermano, has muerto “de cara al sol”, con el cariño profundo de todos los que te conocieron, con el recuerdo de tu jovialidad infinita, con ese afecto avasallante que hoy abrazo conmovida.