miércoles, 28 de enero de 2015

La ridícula idea de no volver a verte










Guadalupe Carrillo Torea

Cuando el duelo se hace presente, cuando reconocemos que está ahí, cubriéndonos de pies a cabeza, entendemos en toda su amplitud títulos como el que preside este texto. Se trata de una de las últimas publicaciones de la escritora española Rosa Montero, un tributo a la vida y también a la muerte de seres entrañables. La voz de Montero se siente desde el inicio templada por la honestidad y el deseo de ser veraz en su dolor.

   A raíz de la muerte de su esposo Pablo –padeció un cáncer fulminante que acabó con su vida en pocos meses-  y como una necesidad de entender la sensación pétrea de su pena, la escritora se planta frente al papel rescatando su biografía y la de un personaje de dimensiones míticas: la científica Marie Curie, descubridora del radio, del polonio y de la radiactividad. Montero desarrolla una investigación documental de la vida y obra de Marie y se encuentra con un ser excepcional que si bien dedicó su vida con energía titánica al trabajo científico, dejó en su diario huellas que delatan a la mujer apasionada, a la amante incansable y a la viuda que se hunde en el más profundo desconsuelo.

   Con once años de casados, Pierre Curie pierde la vida al ser arrollado por una carroza. Tenían dos hijas y la menor apenas contaba con 14 meses. A partir de ese momento Marie, al igual que la narradora, utiliza la palabra como la única ruta que la desplazará hacia un lugar menos oscuro, para que ese grito interior no sea tan desgarrado.

   La obra es pues un contrapunteo entre la vida de Marie Curie, y el duelo de ambas. Hay una disección cuidadosa de todo aquello que decora la palabra “duelo”: la incredulidad ante el dolor, la sensación de orfandad, las culpas que laceran en el recuerdo de aquello que no se hizo o que no se dijo, o el abrazo que no se dio. La muerte inesperada, la muerte prematura, la muerte que no estaba en la bitácora de vida:

Uno descubre que está jugando al escondite inglés cuando se le muere alguien cercano que no debería haber muerto. Un fallecimiento intempestivo y fuera de lugar, la Parca avanzando a toda velocidad a nuestras espaldas mientras no miramos. Eso le sucedió a Marie: de pronto llegó corriendo la Muerte y plantó su manaza amarilla sobre Pierre. Fue el 9 de abril de 1906. Llevaban once años juntos. Él tenía 47, ella 38. (2013:110)

Rosa Montero apuesta por un discurso híbrido donde lo biográfico, lo personal y también lo histórico –sin dejar nunca el tono intimista de su vida y de la de Marie- están presentes. Nos cuenta retazos de su conviviencia con Pablo, de la muerte que llegó apresurada, del deterioro físico que hablaba del otro, del más profundo:

Una noche estábamos en el hospital, ya muy cerca del fin. Habíamos ingresado por urgencias porque Pablo se encontraba violentamente agitado, confuso, incoherente…Esa noche, muy tarde, tras suministrarle todo tipo de drogas, consiguió quedarse tranquilo. Me incliné sobre él para comprobar que estaba bien…Éramos los dos únicos habitantes del mundo y me parecía notar bajo los pies la pesada y chirriante rotación del planeta. En ese momento Pablo abrió los ojos y me miró. “¿Estás bien?”, susurré, aunque para entonces ya resultaba prácticamente imposible hablar con él y trabucaba todo y decía esmeraldas cvuando quería decir médicos, por ejemplo. Y, en ese minuto de serenidad perfecta, Pablo sonrió, una sonrisa hermosa y seductora; y con una ternura absoluta, la mayor ternura con que jamás me habló, me dijo: “Mi perrita”. Fue una palabra rebotada por su cerebro herido, una palabra espejo sacada de otra parte, pero creo que es lo más hermoso  que me han dicho en mi vida. 2013: 118-119)

Montero rescata la vida de Curie,  en la que sobresale como la mayor tragedia la muerte de Pierre, y de alguna manera la utiliza como espejo de su duelo. Sin embargo la balanza se inclina sobre Curie, dejando en la opacidad el drama personal de la escritora y más aún, resguardando la intimidad de su vida con Pablo. Se percibe en ese gesto una suerte de pudor del que emana una ternura intacta, intransferible.


   Una lectura imprescindible para entender cómo duelen las pérdidas genuinas y cómo, a pesar de nosotros mismo, la vida sigue sin parar.