Guadalupe I Carrillo
Escucho todas las mañanas el noticiero de Carmen Aristegui. Son de esos programas maratónicos que empiezan a las seis de la mañana y terminan a las diez. Obviamente tiene un equipo que le acompaña, pero la voz, la personalidad y la inteligencia brota a raudales de Aristegui. La periodista, que también desarrolla un programa de entrevistas en CNN en Español, debe su éxito no solo a la constancia de tanto años laborando en el medio, sino fundamentalmente, a su valentía y honradez.
Personaje polémico,
ha protagonizado innumerables eventos públicos de los que no siempre ha salido
victoriosa. Quizás los resultados han sido en su contra, pero en medio de los
vendavales, sí salió airosa su fama y su prestigio. Le doy seguimiento desde hace una década. Aún
recuerdo cuando trabajaba en la emisora del Grupo Radio Centro. Una mañana,
como otra, Aristegui, con serenidad, pero no sin la presencia de emociones
encontradas dijo a la audiencia que ese día se despedía del programa, por
diferencias editoriales entre ella y el Grupo Radial. En los meses anteriores
la periodista había estado denunciando la muerte de una anciana indígena a
consecuencia de la golpiza y violación indiscriminada de un grupo de militares
que, además, no habían recibido ningún tipo de sanción. También por aquel
entonces le daba seguimiento a las denuncias de un grupo de ex sacerdotes por
los abusos cometidos por el tristemente célebre fundador de los Legionarios de
Cristo, Marcial Maciel. El arzobispo de
la Ciudad de México, en una homilía dominical sancionaba con dedo acusador a
“todos aquellos que no tienen comprensión ante las debilidades ajenas”;
convirtiendo los horrores cometidos por Maciel en una simple “debilidad”.
Aristegui se despidió
con dignidad, pero no pudo incorporarse de nuevo a otro programa del mismo
corte sino años después. Ahora está en MVS, en la 102.5 de frecuencia modulada.
También allí mantuvo su línea de denuncia, de cuestionar al sistema, a las
autoridades, a los políticos. De nuevo la audiencia subía como la espuma hasta
que se tropezó con el autoritarismo. Era
el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, hacía semanas corría el rumor de que el
presidente bebía en exceso y que en ocasiones se había presentado en público con
visibles muestras de la turbación que provoca el alcohol. Algunos diputados de
la oposición a su partido colocaron un afiche con una fotografía de Calderón
adormilado. Se preguntaban en letras grandes si era justo darle las riendas del
poder a un borracho. Aristegui retomó el tema y se preguntó, con los bueno
modales que la caracterizan, por el alcoholismo del presidente. En menos de
media hora salió del aire, y un rato después se escuchaba un comunicado de la
planta radial en el que señalaban el cierre del programa y la salida de la periodista de esa estación. Ese
escándalo que dio la vuelta al país, llenó de indignación a las voces más
críticas y a todos los que luchamos por
la libertad de expresión; porque en esta ocasión, incluso el comentario más
básico era sancionado. Días después, en medio de una multitud que la rodeaba,
Aristegui leyó un comunicado en el que claramente señaló que su salida había
sido producto de una petición directa de la casa presidencial, de tal modo que
calificó la acción como “berrinche presidencial”. Después de varios días de
negociaciones los dueños de MVS la instalaron de nuevo tras los micrófonos.
Recientemente su
programa ha dado de qué hablar pues de nuevo la conducta de funcionarios
públicos de renombre se ha visto no solo empañada sino maltrecha. La familia de
Ana María Orozco, ex pareja del ministro en retiro, y antiguo Presidente de la Suprema
Corte de Justicia, Genaro Góngora Pimentel, que había cosechado su prestigio
por fama de hombre justo y cabal, estaba
presa desde hacía once meses. No solo había sido su ex pareja, también el ex
ministro había engendrado dos hijos con ella. Dos niños que padece autismo, uno
severo, el otro moderado. El “buen” ex ministro le había dado un cheque a Ana
María por el monto de dos millones de pesos para que ella comprara una casa
para sus dos hijos en la que vivirían los tres. La mujer lo hizo y la condición
última era que esa casa estuviera a nombre de los niños. Imagínese el lector el
destino de una propiedad a nombre de dos personas que padecen de una enfermedad
que los descalifica para cualquier asunto de orden legal. Ana María pidió que
las escrituras estuvieran a su nombre y Góngora Pimentel la acusó de “fraude
generalizado”; logró que la detuvieran, que la incorporaran a la velocidad del
rayo a la prisión de Santa Marta Acatitla y que la despojaran de la custodia de
sus hijos. Solo cuando la madre y la hermana de Ana María denunciaron tantas
injusticias que llovían sobre su hija en el programa de Carmen Aristegui, fue
cuando el sol empezó a salir en el rostro de Ana María. Aristegui lo denunció,
habló con Ana María por teléfono en muchas ocasiones y por fin vino el milagro:
el solemne Góngora Pimentel envió una carta pública que Aristegui leyó en el
programa y confesó su ofuscación. No habló por teléfono, no se presentó,
justificando su ausencia por su avanzada edad –tiene casi ochenta años-.
Todo parecía que ya
el final feliz había llegado para quedarse. Sin embargo todavía Ana María
estaba en prisión; claramente se estaban dando largas a su salida. Otra vez,
Aristegui, convertida en la práctica en juez, hizo pública la tardanza. El ex
ministro tuvo que manifestarse nuevamente y enviar directamente a sus abogados
para desistir en su denuncia. Pocas semanas después salía Ana María Orozco de
la cárcel. Hubo una nueva apelación por parte de Góngora Pimentel para que
volviera a prisión. Y aquí ya la patraña había crecido en tal magnitud que el
público se organizó. Abrieron páginas en las redes sociales en las que el lema
era “No somos Góngora Pimentel”. Ahora sí, el desprestigio era absoluto. Se
hizo público, además, el documento en el que el ex ministro detallaba la
cantidad mensual que destina a la alimentación de sus hijos: 4000 pesos, en
donde desglosaba el costo de cada alimento con la meticulosidad de un ama de
casa. Señalaba lo que consumirían en fruta, en tomates, en cebolla (media
cebolla), en carne, en pollo, tortillas, frijoles, arroz…y el informe más
triste: decía que no había asignado nada para el entretenimiento de los pequeños
porque según él, “se ven imposibilitados para divertirse”, a causa de su
padecimiento. A esto los gritos de indignación no se hicieron esperar, y los
artículos que desde entonces han salido en periódicos y revistas manifestando
la vileza del ex ministro son incontables.
Habría anécdotas
infinitas que contar de los casos que Aristegui ha logrado desentrañar y muchos
de ellos llevados a buen puerto, pero el meollo del asunto se concentra en una
realidad: el poder que el periodismo es capaz de desarrollar y ostentar. En
nuestro caso, en el personaje Aristegui, podemos sentirnos satisfechos,
aplaudir. Es una mujer honesta y tiene un alto sentido de justicia. Su
preparación intelectual la acreditan ante el interlocutor mejor preparado. Pero
¿y cuando las televisoras, los periódicos, las revistas con el inevitable sesgo
ideológico logran distorsionar la realidad?;
cuando muestran versiones editadas en las que solo vemos lo que ellos
pretenden, sea esto erróneo, injusto, bajo.
La labor periodística tiene una relevancia que muchos de sus
profesionales olvidan, o quieren olvidar para alcanzar fines personales o de
una empresa, un corporativo. El sentido
ético del periodismo se ha ido desdibujando hasta convertirse en un manoseado
manejo de la noticia, de la realidad. Quizás haya que rescatar figuras como la
de Carmen Aristegui para hacer de
nuestras naciones lugares dignos para la vida de todos.