martes, 30 de julio de 2013

EN EL OJO DEL HURACÁN


Guadalupe I Carrillo

   Los escándalos parecen ser monopolio de los políticos o de funcionarios públicos con poder. Hace unas semanas escribí sobre el caso del ex primer Ministro Genaro Góngora Pimentel que ha desatado no solo ríos de tinta sino también la indignación de la sociedad y el desprestigio de ese personaje al que tantas veces vimos actuar en su oficio, siendo la voz más alta en un tribunal poco menos que sagrado.  Ahora, si el lector quiere usar un calificativo devastador para algún funcionario, dígale  que es “un Góngora Pimentel”. Y eso ocurrió hace unos días cuando la académica Denise Dresser habló de Arturo Montiel como el “Góngora de la política”.
   Montiel es uno de los personajes públicos que mayores escándalos ha protagonizado en las dos últimas décadas de su vida, si hubiera premio Ginnes de escándalos, lo encontraríamos en el famoso libro. Fue Gobernador del Estado de México  y, además, quien designó como por mano divina, al actual presidente Enrique Peña Nieto para que lo reemplazara en la gobernatura. Siendo gobernador, con poder y dinero a manos llenas, su éxito crecía como la espuma y su prestigio de hombre fuerte se vio matizado por el glamour  que le otorgó la compañía de una mujer mucho más joven que él y extranjera: Maude Versini, una francesa de la que se enamoró perdidamente, contrajo matrimonio y  engendró tres hijos: dos gemelos y uno más.
   En 2005 se habrían las campañas para las candidaturas internas de todos los partidos en el país, para a su vez, pelear  más tarde la presidencia de la república en 2006. Montiel compitió contra Roberto Madrazo, quien, a la usanza del priísmo más rancio, supo sacarlo de la contienda mostrando con pruebas fehaciente el enriquecimiento de Montiel. Madrazo públicamente entregó documentos y fotos de las decenas de propiedades de su compañero de partido. Entre ellas castillos en Francia y mansiones en varios estados del país. La renuncia de Montiel fue inmediata y su salida de la vida pública también. Tiempo después se formalizó el divorcio de la francesa y el fracasado ex candidato. Obviamente con duros tironeos legales: fortuna e hijos son fuente no solo de peleas sino de los más duros odios entre los seres humanos.
   La desventura se cimbró en Maude a partir de ese momento. Al estar casada con Montiel cuando se desató el escándalo de su enriquecimiento ilícito, ella también se vio contaminada de la mala fama: tenía que dar cuenta de lo que, como esposa del político sabía. Se llevó un supuesto proceso en la Procuraduría del Estado que acabó en carpetazo. Enrique Peña Nieto, el heredero político de Montiel, era en ese momento gobernador del Estado.  Maude se fue a su país natal y allí rehízo su vida sentimental pero se quedó con la custodia de sus hijos, menores los tres, cediendo a que vieran a su padre con regularidad y por largos períodos en los que el político los traía a México.
    Sin embargo los resentimientos sobreviven a los hombres, y en este caso así ocurrió. Montiel pidió a  sus hijos par unas vacaciones en que permanecerían en España. Cuando Maude llamó para saber cómo estaban, las criaturas se habían venido a México con su papá. Desde entonces, hace ya 18 meses  que no ha podido verlos ni cinco minutos.
   Ha recurrido a instancias legales de todo tipo, a personas influyentes moral y políticamente como es el caso de Angélica Rivera, esposa del presidente, y Norberto Rivera, arzobispo primado de México.  Envió misivas a la CNDH, Comisión Nacional de Derechos Humanos, y todas las cartas les fueron devueltas en sobres abiertos y sin respuestas. La desesperación de Versini llegó al colmo cuando declararon de nuevo abierto el caso porque Montiel la acusaba de haber maltratado a sus pequeños, pero mientras el juicio se desarrolla ella no puede estar con ellos sin el permiso del padre, que no lo otorga.
   De nuevo, como espectadores radiales y televisivos, vimos surgir la figura de Carmen Aristegui a quien acudió Versini. Aristegui, acostumbrada a causas casi perdidas, sabe que la lucha será lenta, pero ya empezó. La semana pasada Versini habló con ella en su programa radial y desde entonces la periodista no ha quitado el dedo del renglón. Diariamente retoma el nuevo escándalo con la ayuda de académicos y comentaristas que han levantado la voz ante la injusticia y la impunidad. Hoy Montiel vuelve al ring con todo el poder presidencial y su silencio es  muestra de la ruindad que lo caracteriza.  Quién logrará vencer: los medios de comunicación, la sociedad que los escucha, o la política siempre aventajada.
   Desafortunadamente el vínculo pasado entre Versini y Montiel la salpican del lodo de la impunidad en la que vivió por muchos años en los que se cerró el caso del enriquecimiento ilícito de su ex marido. Hoy esperaría que haya un gesto de compasión hacia ella que sigue a la espera de ver a sus hijos.



viernes, 26 de julio de 2013

Un lamento en el bosque


Vivir en el bosque tiene un sin fin de atractivos, y también muchas limitaciones que superar. Llueve sin parar durante más de seis meses, los rayos caen con la intensidad de las tormentas y eso supone estar sin luz eléctrica durante cinco o seis días. Digamos que los servicios básicos de cualquiera se ven afectados de manera radical cuando vives en este paisaje. Entre otras cosas, cuando llegamos aquí nos dijeron que no tendríamos toma de agua y que era indispensable una cisterna que llenaríamos con los camiones de pipas. Tomando en cuenta los cuidados necesarios la pipa  derramada nos podría durar un mes.
    Habíamos cumplido dos años en estas alturas cuando nos dimos cuenta que el agua apenas nos duraba una semana. En ese lapso de tiempo perdíamos diez  mil litros del preciado líquido. Era inevitable; había que vaciar la cisterna para reparar la fuga. Así lo hicimos después de varios días de extraer el agua con cubetas que entraban y salían de nuestra cisterna mientras los huesos crujían del esfuerzo de agacharse e incorporarse. Arriba, abajo. Recoges el agua, la amarras a una cuerda, la subes, vuelves a bajar,  así horas interminables. Por fin quedó vacía. La examinamos detenidamente: estaba llena de grietas por donde había estado saliendo incesantemente el agua.
    Pedimos la opinión de Bustamante, uno de los plomeros que tanto nos habían ayudado en la construcción de la casa y nos aconsejó tapizarla con pintura de piscina. Es impermeable y taparía todas las grietas. Se trata de un líquido sumamente tóxico que hay que diluir con tiner para que supere la condición espesa, casi sólida que lo caracteriza. Pero Bustamante había trabajado muchas veces en estos menesteres y sabría hacerlo. Casualmente este accidentado inconveniente había ocurrido dos días antes de que se celebrara la fiesta del pueblo. Es el fin de semana más próximo al once de febrero, día de la Virgen de Lourdes. En esos días habían traído las máquinas de juegos para los niños: sillas voladoras, carritos chocones, caballitos. Veías el espectáculo como si  participaras de un cuento infantil. El ambiente de un gran  circo estaba frente a nuestros ojos; era la  feria anhelada, el gusto por estar contentos y que el asueto fuera la consigna para todos. 
   En este país no se concibe ninguna fiesta sin cohetes. Así que desde la madrugada mis perros estaban desesperados con los cohetazos que lanzaban a granel desde la iglesia del poblado. Hacia las ocho de la mañana se acercó Bustamante, uno de los grandes promotores de la fiesta, que había adquirido el compromiso de pintarnos la cisterna. Venía con un sobrino también experto en tinturas. Les abrí la puerta y Bustamante me comentó que el chico se quedaría trabajando en la cisterna: un agujero de concreto al que se introdujo con la ayuda de una escalera que habíamos comprado para alcanzar los techos altos construidos años atrás.
   Me distraje durante unos quince minutos. Había olvidado la comida de los perros. Fui a buscarlos, y oí un lamento que salía de la cisterna: ¡muuummmumu! Lastimosamente alguien se quejaba, con sonidos guturales que recordaba el grito de quien está muriendo. Sabía que el sobrino de Bustamante estaba allí dentro y pensé que, a pesar de los gritos angustiosos, el chico podría estar bromeando, estaba allí hacía quince minutos, yo lo vi bajar las escaleras en perfectas condiciones físicas. Como los gritos seguían me acerqué al agujero; me quedé pasmada con el espectáculo que tenía frente a mis ojos: el chico estaba tirado en el suelo completamente  embadurnado de la pintura azul. Sin poder si quiera incorporarse, seguía lanzado quejidos con la desesperación de quien se sabe atrapado en ese lodazal de pintura que lo cubría de pies a cabeza. Corrí a llamar a Bustamante que en ese momento venía en la procesión con la  que se inicia la fiesta del poblado. Una procesión en la que, por supuesto, echan cohetes y además se encaminan cantando canciones religiosas para ir rumbo a la iglesia. Prácticamente el poblado entero estaba allí y todos pasaban muy cerca de nuestra casa. Mi voz tenía el timbre de la urgencia y el hombre llegó de inmediato. Entró a la cisterna y empezó también él a gritar: - Ayúdenme, me estoy intoxicando y no puedo sacarlo. Ahora sí, necesitábamos a mucha más gente. Y esa gente llegó. El poblado en pleno estaba en el jardín de nuestra casa, tratando de rescatar al chico que seguía en el suelo  y a su tío. Con el esfuerzo de cuatro hombres lograron subir a los dos pero ya el chico estaba prácticamente envenenado. Abría mucho los ojos,  su mirada se perdía, blanca, desviada hacia la nada. Todo su cuerpo estaba azul, así que las cuarenta y tantas personas que lo rodeaban opinaban a la vez: que le trajera otro pantalón, el suyo se lo habían quitado a jirones, que le dieran agua con azúcar, que no, que mejor una coca cola. Corría yendo y viniendo de dentro de la casa a ese jardín lleno de gente cuando ocurrió lo inevitable. Una mujer entró dando gritos salvajes. Era la madre del chico que lo miraba y gritaba más y más. El chico empezaba a recuperar el color del semblante muy lentamente; le costaba respirar y los gritos de la madre acentuaban el tono trágico a la escena.
   La llamada a la ambulancia fue inevitable pero llevábamos más de media hora esperándola sin que auto alguno se acercara. La desesperación se apoderaba de todos hasta que decidimos tomar el control de lo que se convertía en un verdadero caos. Tomamos el carro y nos fuimos con el chico, la mamá, el tío y el padre a un ambulatorio en el que de inmediato lo atendieron con suero inyectado en la vena, oxígeno para su pulmones intoxicados y la tranquilidad de estar acompañado de gente experta que podría sacarlo de ese estado de letargo profundo.
   La crisis se estaba superando y nosotros podíamos regresar a casa. La novedad acentuaba nuestra indignación: el chico tenía solo 16 años; si ese menor de edad no hubiera sido escuchado cuando pasaba cerca de allí la tragedia se habría apoderado de nosotros y seríamos responsables de su muerte. El final feliz llegó, el chico se recuperó después de varios días de hospitalización, de un corte de pelo al cero pues su cabeza seguía azul y de una reprimenda de nuestra parte para él y para Bustamante que prefirió lanzar cohetes a cuidar el compromiso de un trabajo delicado para un menor.






sábado, 20 de julio de 2013

CARMEN ARISTEGUI; EL PODER DEL PERIODISMO HONESTO


Guadalupe I Carrillo





Escucho todas las mañanas el noticiero de Carmen Aristegui.  Son de esos programas maratónicos que empiezan a las seis de la mañana y terminan a las diez. Obviamente tiene un equipo que le acompaña, pero la voz, la personalidad y la inteligencia brota a raudales de Aristegui. La periodista, que también desarrolla  un programa de entrevistas en CNN en Español, debe su éxito no solo a la constancia de tanto años laborando en el medio, sino fundamentalmente, a su valentía y honradez.
   Personaje polémico, ha protagonizado innumerables eventos públicos de los que no siempre ha salido victoriosa. Quizás los resultados han sido en su contra, pero en medio de los vendavales, sí salió airosa su fama y su prestigio.  Le doy seguimiento desde hace una década. Aún recuerdo cuando trabajaba en la emisora del Grupo Radio Centro. Una mañana, como otra, Aristegui, con serenidad, pero no sin la presencia de emociones encontradas dijo a la audiencia que ese día se despedía del programa, por diferencias editoriales entre ella y el Grupo Radial. En los meses anteriores la periodista había estado denunciando la muerte de una anciana indígena a consecuencia de la golpiza y violación indiscriminada de un grupo de militares que, además, no habían recibido ningún tipo de sanción. También por aquel entonces le daba seguimiento a las denuncias de un grupo de ex sacerdotes por los abusos cometidos por el tristemente célebre fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.  El arzobispo de la Ciudad de México, en una homilía dominical sancionaba con dedo acusador a “todos aquellos que no tienen comprensión ante las debilidades ajenas”; convirtiendo los horrores cometidos por Maciel en una simple “debilidad”.
   Aristegui se despidió con dignidad, pero no pudo incorporarse de nuevo a otro programa del mismo corte sino años después. Ahora está en MVS, en la 102.5 de frecuencia modulada. También allí mantuvo su línea de denuncia, de cuestionar al sistema, a las autoridades, a los políticos. De nuevo la audiencia subía como la espuma hasta que se tropezó  con el autoritarismo. Era el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, hacía semanas corría el rumor de que el presidente bebía en exceso y que en ocasiones se había presentado en público con visibles muestras de la turbación que provoca el alcohol. Algunos diputados de la oposición a su partido colocaron un afiche con una fotografía de Calderón adormilado. Se preguntaban en letras grandes si era justo darle las riendas del poder a un borracho. Aristegui retomó el tema y se preguntó, con los bueno modales que la caracterizan, por el alcoholismo del presidente. En menos de media hora salió del aire, y un rato después se escuchaba un comunicado de la planta radial en el que señalaban el cierre del programa y la  salida de la periodista de esa estación. Ese escándalo que dio la vuelta al país, llenó de indignación a las voces más críticas y a todos los que  luchamos por la libertad de expresión; porque en esta ocasión, incluso el comentario más básico era sancionado. Días después, en medio de una multitud que la rodeaba, Aristegui leyó un comunicado en el que claramente señaló que su salida había sido producto de una petición directa de la casa presidencial, de tal modo que calificó la acción como “berrinche presidencial”. Después de varios días de negociaciones los dueños de MVS la instalaron de nuevo tras los micrófonos.  
   Recientemente su programa ha dado de qué hablar pues de nuevo la conducta de funcionarios públicos de renombre se ha visto no solo empañada sino maltrecha. La familia de Ana María Orozco, ex pareja del ministro en retiro, y antiguo Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Genaro Góngora Pimentel, que había cosechado su prestigio por fama de hombre justo y cabal,  estaba presa desde hacía once meses. No solo había sido su ex pareja, también el ex ministro había engendrado dos hijos con ella. Dos niños que padece autismo, uno severo, el otro moderado. El “buen” ex ministro le había dado un cheque a Ana María por el monto de dos millones de pesos para que ella comprara una casa para sus dos hijos en la que vivirían los tres. La mujer lo hizo y la condición última era que esa casa estuviera a nombre de los niños. Imagínese el lector el destino de una propiedad a nombre de dos personas que padecen de una enfermedad que los descalifica para cualquier asunto de orden legal. Ana María pidió que las escrituras estuvieran a su nombre y Góngora Pimentel la acusó de “fraude generalizado”; logró que la detuvieran, que la incorporaran a la velocidad del rayo a la prisión de Santa Marta Acatitla y que la despojaran de la custodia de sus hijos. Solo cuando la madre y la hermana de Ana María denunciaron tantas injusticias que llovían sobre su hija en el programa de Carmen Aristegui, fue cuando el sol empezó a salir en el rostro de Ana María. Aristegui lo denunció, habló con Ana María por teléfono en muchas ocasiones y por fin vino el milagro: el solemne Góngora Pimentel envió una carta pública que Aristegui leyó en el programa y confesó su ofuscación. No habló por teléfono, no se presentó, justificando su ausencia por su avanzada edad –tiene casi ochenta años-.
   Todo parecía que ya el final feliz había llegado para quedarse. Sin embargo todavía Ana María estaba en prisión; claramente se estaban dando largas a su salida. Otra vez, Aristegui, convertida en la práctica en juez, hizo pública la tardanza. El ex ministro tuvo que manifestarse nuevamente y enviar directamente a sus abogados para desistir en su denuncia. Pocas semanas después salía Ana María Orozco de la cárcel. Hubo una nueva apelación por parte de Góngora Pimentel para que volviera a prisión. Y aquí ya la patraña había crecido en tal magnitud que el público se organizó. Abrieron páginas en las redes sociales en las que el lema era “No somos Góngora Pimentel”. Ahora sí, el desprestigio era absoluto. Se hizo público, además, el documento en el que el ex ministro detallaba la cantidad mensual que destina a la alimentación de sus hijos: 4000 pesos, en donde desglosaba el costo de cada alimento con la meticulosidad de un ama de casa. Señalaba lo que consumirían en fruta, en tomates, en cebolla (media cebolla), en carne, en pollo, tortillas, frijoles, arroz…y el informe más triste: decía que no había asignado nada para el entretenimiento de los pequeños porque según él, “se ven imposibilitados para divertirse”, a causa de su padecimiento. A esto los gritos de indignación no se hicieron esperar, y los artículos que desde entonces han salido en periódicos y revistas manifestando la vileza del ex ministro son incontables.
   Habría anécdotas infinitas que contar de los casos que Aristegui ha logrado desentrañar y muchos de ellos llevados a buen puerto, pero el meollo del asunto se concentra en una realidad: el poder que el periodismo es capaz de desarrollar y ostentar. En nuestro caso, en el personaje Aristegui, podemos sentirnos satisfechos, aplaudir. Es una mujer honesta y tiene un alto sentido de justicia. Su preparación intelectual la acreditan ante el interlocutor mejor preparado. Pero ¿y cuando las televisoras, los periódicos, las revistas con el inevitable sesgo ideológico logran distorsionar la realidad?;  cuando muestran versiones editadas en las que solo vemos lo que ellos pretenden, sea esto erróneo, injusto, bajo.  La labor periodística tiene una relevancia que muchos de sus profesionales olvidan, o quieren olvidar para alcanzar fines personales o de una empresa, un corporativo. El sentido  ético del periodismo se ha ido desdibujando hasta convertirse en un manoseado manejo de la noticia, de la realidad. Quizás haya que rescatar figuras como la de Carmen Aristegui para  hacer de nuestras naciones lugares dignos para la vida de todos.

martes, 16 de julio de 2013

¿De qué se ríe?


Guadalupe I Carrillo

Vivo en un paraíso. No se me tome por ingenua, digo la verdad. Por esos maravillosos azares del destino y por nuestro empeño irredento de pasear en motocicleta alcanzamos este lugar. Era uno de esos fines de semana en  que el día tiene más horas de lo usual. Podríamos perdernos por los caminos infinitos de esa región dibujada a mano: la zona de la Marquesa. El olor a madera viva, las montañas pobladas de pinos centenarios y la bruma que invadía generosamente los picos más altos permitió que, literalmente, nos enamoráramos de ese bosque. Pocas casas, algunas bellas cabañas y una calle que lo atravesaba. Estaba alejado de todo, pero lo queríamos; la ciudad vehementemente había logrado disuadirnos de sus paisajes de asfalto, de su ruido monocorde, agotador. Esta era la alternativa deseada y buscada…Hubo trámites, conversaciones, búsqueda de ese espacio para nosotros, hasta que se dio.

   Desde entonces vivimos allí, en una cabaña hecha al gusto de nuestros sueños; y a pesar de la tranquilidad, de la lejanía, de ese encontrarnos “en medio de la nada” habíamos vivido varios años convencidos de que era el sitio ideal. Digo era porque las sorpresas parecen perseguirnos adonde quiera que vayamos. No importa el rincón en el que se quiera estar, tercamente viene lo impredecible a acosarte.

   El tiempo había permitido que pateáramos las montañas infinitas veces. Conocimos rutas fascinantes que nos pedían nuestro regreso permanente; en ese ir y venir entramos en contacto con los habitantes del lugar,  supimos de sus vidas, de sus avatares, supimos también de la amistad. Donde creíamos que no había nada, descubrimos a una comunidad que podía acompañarnos y ayudarnos. Uno de los vecinos, un hombre joven que corría en las mañanas y en las tardes desaforadamente se acercó a saludarnos. A invitarnos a su casa para alguna comida. Él vivía al final de un camino de tierra. A pesar de que nuestro paisaje cotidiano eran los pinos, en su caso yo diría que se encontraba en el corazón del bosque. Su casa era pequeña; construida con lentitud, aún en obra gris. Estaba solo y el lugar acentuaba la soledad lacerando su ánimo y aumentando sus deseos de abandonar aquello. Se decidió, hizo un afiche grande con la fotografía de la casa, que no se parecía a la casa real, sino a una de revista y empezó su campaña de venta. Pasaron algunos meses pero lo logró. Caminando rumbo a su casa nos cruzamos con un automóvil en el que estaba nuestro conocido y tres hombres más. Acababa de cerrar el trato con ellos. La casa estaba vendida. Muy pronto vino la mudanza y los nuevos dueños iban y venía. Cada vez que pasábamos por ahí, pues era la ruta de uno de nuestros paseos predilectos, veíamos los avances de la  construcción. Progresivamente la nueva casa iba cobrando forma y crecía hacia arriba. Un piso, dos, tres…no, hicieron incluso un cuarto piso, pero en el sótano.

   El sitio se llenó de carros, de visitantes, de familia numerosa. Y todo nuestro poblado empezó a fijarse en ese grupo de gente. Eran extranjeros, de algún país de Sudamérica. Contrataron lugareños para la construcción de la vivienda, para la atención doméstica.  La generosidad podría ser el calificativo que mejor les calzaba. Según se decía se trataba de unos seis hermanos que se habían dado a la tarea de levantar ese emporio rural. No solo era la casa. Junto a ella construyeron caballerizas, corrales para gallinas, borregos, guajolotes…colocaron una fuente en el jardín que embellecía aquel espacio interior y lo llenaba de vida.

   La curiosidad se apoderó del poblado, incluyéndonos a nosotros. José, uno de los trabajadores de aquella familia, que también nos resolvía averías domésticas a nosotros, nos invitó a acercarnos para conocer la casa recién construida. Era empleado de confianza, conocía de las costumbres de los dueños y nos comentó: “Acérquense; ellos les temen al frío y vienen poco a la casa. Yo se las muestro”.

Una de esas tardes nos animamos en la caminata y nos acercamos al caserón. Siempre se veía el trasiego de muchas personas, así que no nos extrañó verlo en esta ocasión. Preguntamos por José a uno de los hombres que allí se encontraba. José se acercó con una sonrisa. Así, sin respirar, nos sorprende: les presento a mi patrón. El hombre  no solo nos saludó afablemente, quiso además mostrarnos el recinto de arriba a bajo. En la primera planta nos topamos con una imagen tamaño natural de la Virgen de Guadalupe. Nuestro anfitrión elogió la imagen y nos habló de su devoción mariana: “Todos los doce de diciembre hacemos acá fiestas patronales para celebrar a la Virgen”. “Espero que nos acompañen para el sábado”. Casualmente se acercaba la fecha de la conmemoración de la Virgen y la invitación brotó de forma natural; incluso el hombre insistió: quiero presentarles a mi familia, no vayan a faltar.

   Pasamos por un gran comedor, por zonas de esparcimiento para los jóvenes. La planta alta estaba llena de habitaciones, cada una con su chimenea, con muebles nuevos y elegantes. El dueño minimizaba la grandeza de todo aquello, y nos explicaba que eran varios hermanos y, uniendo fuerzas y dinero, habían podido construir un lugar tan grande. Por último nos mostró el sótano donde nos encontramos con una cantina: barra, mesa de billar, botellas de tequila, vinos, sillas y mesas como si se tratara de una cantina pública. El amigo nos aclaró que no le gustaba beber, pero que la habían construido por el juego de billar que gustaba a todos y las reuniones familiares. Por último, y ya a la salida estaban aparcadas varias motocicletas. Con gran alegría el hombre animó a mi marido a montar en sus motos pues había visto que en nuestra casa también teníamos una; “Yo se la presto cuantas veces quiera, como si fuera suya”. El cierre de nuestra visita fue el reconocimiento de que nos ubicaban bien: Claro, dijo, usted es el profesor, verdad. Su casa es bella, queríamos una así. Salimos de allí con una extraña sensación de haber asistido a una suerte de puesta en escena, donde se ve una superficie falsa de algo misterioso y por ello inquietante.

   Los meses pasaron y aquella gente acentuaba su fama de generosidad. Invitaban a los lugareños a asfaltar algunas calles de tierra, abrieron tiendas de refacciones; compraron más y más terrenos…Nosotros nos manteníamos a distancia ante la evidencia de una fortuna creciente que se palpaba en los proyectos comunitarios del poblado.

   Una tarde regresábamos de nuestro trabajo. El ambiente se veía tranquilo. Alguien tocó el timbre; era una conocida que con sigilo me planteó: Oiga, ¿Podría José venir a su casa para estar acá un rato? La pregunta me desconcertó. Por qué querría José, el empleado de los conocidos, venir sin ton ni son a nuestra casa. Sin embargo acepté porque José era un hombre amable y de probada bondad. Al verlo asustado le pregunté: José, de qué se está escondiendo.

   Su visible agitación me inquietó aún más. Estando en la puerta de la casa vimos pasar una camioneta con un convoy de militares armados y con el rostro cubierto. Pasaban  a toda velocidad con las ametralladoras alzadas. Se dirigían a la casa nueva, a la que estaba en el corazón del bosque, donde José trabajaba como capataz. Se oyó un tiro. El miedo nos paralizó y entramos a la casa, con José incluido. Ya adentro con la palidez de quien se le va la vida nos confesó: “Mi patrón salió huyendo, vinieron los militares y se llevaron a uno de sus amigos que estaba pasando unos días en su casa”. Quisimos saber más; aquel amigo del que hablaba se paseaba en las tardes o en las mañanas caminando tranquilo a la tienda del poblado. Saludaba a la gente, era reservado pero amable. Pasó poco tiempo; de nuevo tocaron a la puerta, alguien le mandaba a José una nota. Le decían que encendiera el televisor en el canal de las noticias. No hizo falta pasar al canal de las noticias. Todos los canales habían interrumpido su programación para dar la primicia: Acababan de apresar en un operativo especial al “Muñeco”, uno de los sicarios más peligrosos; había trabajado como matón para varios Cárteles de la droga. Se dice que lo atraparon en un poblado en medio de las montañas…Dos horas más tarde, apareció el hombre; aquel que había paseado tardes y mañanas frente a nosotros. Estaba esposado con tres militares detrás de él, pero se reía. Constantemente se reía. Los hermanos de José, empleados de la familia numerosa, comentaron que el Muñeco estaba tomando el sol en el jardín, acostado en una poltrona. Los militares llegaron, lanzaron un tiro al aire. Él los miró, como esperándolos, y ellos le señalaron: ahora arrodíllate para tomarte la foto. La misma que presentaron los canales de televisión

   Al día siguiente los titulares de todos los periódicos se preguntaban: ¿De qué se reía el Muñeco?

 

viernes, 12 de julio de 2013

Simón Bolívar: Laberintos, glorias y fracasos en la historia y la ficción


 
 

 
 Guadalupe Isabel Carrillo Torea

 


   La escritura de la novela histórica entrelaza una realidad que no sólo es verosímil sino efectivamente cierta, porque ocurrió y es reconocida. Si bien la ficción participa en ella en mayor o menor grado, el narrador toma en cuenta personajes y hechos de carácter histórico que se convierten en la dominante en la argumentación y sus desenlaces. En este 2010 en el que las conmemoraciones se acumulan en nuestros calendarios nos detenemos en obras que nos muevan a la reflexión de nuestros procesos emancipadores o de los personajes que los hicieron visibles.

 

   El General en su laberinto, novela escrita por Gabriel García Márquez en 1989 aparentemente se inscribe dentro de lo que comúnmente se considera la tipología de la novela histórica tradicional, es decir, aquella en la que se respeta casi con escrúpulo los hechos contados previamente por la historia; el escritor pretendió mostrar, sin embargo, el rostro humano de Simón Bolívar, personaje que, por su grandeza y heroicidad, ha sido glorificado a extremos delirantes; García Márquez se ubica en  los últimos siete meses de la vida del héroe, libertador de gran parte de los países de Sur América, cuando se desplaza a lo largo del Río Magdalena con los pocos seguidores que se mantienen fieles a él, con el ánimo de tomar un barco en las costas de Cartagena de Indias hacia Europa. La historia nos dice que sólo logró llegar al puerto de Santa Marta donde, por fin, falleció.

 

   La fuerza del personaje, su importancia dentro de la historia emancipadora de muchos de nuestros países, llevaron al autor a tratar de ajustarse a lo que hasta ahora se conoce fue la vida y muerte del Libertador. El avance en territorios de lo veraz se acentúa al entrecomillar todos los dichos de Bolívar pues corresponden, según datos de historiadores, a expresiones usadas realmente por él. La originalidad de la novela se advierte en el énfasis que imprime el narrador en  desmontar el mito tejido en torno a la vida y obras de Simón Bolívar. Estamos ante el hombre que viene de la desilusión, frente al amante irrefrenable, general con deseos de mando y con ansias de perennidad, se perfila como individuo hosco que no tolera la desobediencia…

 

   El afán por construir al Bolívar desconocido, que le valió al escritor las más duras críticas, no opaca la personalidad avasallante del Bolívar inmerso en marasmos ideológicos en los que sobresale su ideario, su mirada sobre el futuro que vendría, de una lucidez pasmosa y su sentido de unidad, de lo que hoy entendemos por latinoamericanidad. Acercarse a la obra desde una perspectiva sociológica permite ver la figura de un personaje despojado de mera individualidad, e investido de un ropaje social que le llevará a transformar su vida en el trabajo de forjar la patria grande, que no termina en los confines de la comarca o de la región geográfica cotidiana, sino que posee un todo de horizontes continentales.

 

   La novela es un transcurrir de recuerdos y de presentes en los que se visualiza como centro de gravitación más que la gran empresa emancipadora ya concluida, la frustrada formación del ideal integrador que estaría encarnado en una sola patria. La gran Colombia, que en los hechos era la fusión entre el antiguo virreinato de la Nueva Granada y la entonces capitanía general de Venezuela, debería ser, como señala García Márquez “el embrión de una patria inmensa y unánime” (1989: 24) cuyos límites empezarían en el Río Bravo y concluirían en la Patagonia. Monserrat Iglesias Berzal, estudiosa de la obra de García Márquez, advierte a propósito de las pretensiones del autor sobre su personaje:

           

En primer lugar hay que partir del hecho de que el dominio temporal de la novela abarca toda la trayectoria vital de Bolívar. Sin embargo, la obra no es una biografía porque, de todo ese marco temporal, sólo se seleccionan los momentos en los que la unidad hispanoamericano y/o su destrucción son factores significativos. Esta selección se realiza a partir del espacio temporal del relato primario: el viaje que, en los últimos meses de su vida, emprende un Simón Bolívar enfermo y desengañado con la intención de marcharse a Europa. Desde este punto, se rememoran algunos pasos anteriores del Libertador con un doble objetivo: hacer más una semblanza psicológica e ideológica del general que una veraz recopilación de los momentos fundamentales de su vida, y centrarse en los detalles de la aspiración unitaria de Bolívar y no tanto en los procesos históricos de la Independencia y los movimientos políticos posteriores.[1]

 

   Efectivamente, tal es el peso que lo ideológico adquiere que el narrador logra establecer una unidad entre el acabamiento físico y moral del Libertador junto al desmembramiento de la Gran Colombia, simbiosis que permite al lector sentir que la estructura ideológica que movió la independencia de gran parte de la América se sumaba plenamente en Bolívar, de tal modo que con su vida, desaparecía también el sentido de unidad latinoamericano. Así lo dice el narrador:

 

Era el fin. El general Simón José Antonio  de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el consuelo de que se lo creyeran[2]

 

  El ideal integracionista de Bolívar sólo habría de durar unos cuantos años. Apenas se había logrado derrotar militarmente al colonialismo español, cuando el Perú decretaba su independencia; Bolivia tomaba rumbo propio; Venezuela decretaba su autonomía y el Ecuador se proclamaba república independiente. Lo que pudo haber sido un país continental se desmoronaba en entidades de dimensiones menores, en una actitud reduccionista y una visión miope de los próceres latinoamericanos de la época, que contrastaba con la audacia de los dirigentes norteamericanos: crecer cada vez más; expandirse incluso por la vía de la conquista, como habría de ocurrir en 1847, hasta desbordarse sobre el norte y el occidente del entonces territorio de México.

 

   ¿Cómo entender estos hechos?¿qué pretende decirnos García Márquez sobre Bolívar. Quizás el énfasis de la narrativa esté más en el ideal bolivariano y en la grandeza del mismo que en la imagen humana y moribunda del hombre que pretendía llevarlo a cabo. Para la mente de Bolívar la Gran Colombia se presentaba como necesidad vital para la construcción de una identidad continental que se opusiera a las locales que no ven más allá de la aldea, del poblado extendido o la comarca.

 

   Bolívar había señalado que en América se había gestado un nuevo grupo social, poseedor de una cultura compartida y con raíces en tres fuentes principales: los europeos, los grupos autóctonos y los africanos trasladados como esclavos al continente. Al propio tiempo nacía una identidad diferente de la de nuestros ancestros y una responsabilidad histórica: promover la independencia de la región del colonialismo ibérico: “Es a nosotros, que constituimos esa especie intermedia entre indios y españoles, a quienes nos corresponde hacer la independencia” dirá Bolívar en su Carta de Jamaica escrita en 1815, y en el mismo documento reflexiona en torno a las dificultades que supone la unidad:

 

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse: mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.[3]

 

 

   La propuesta bolivariana interpreta la complejidad que las realidades sociales, políticas, económicas y culturales añadían a la posibilidad integradora. Bolívar pretendía buscar un gobierno de confederaciones de estados diversos. No pretendía dar paso a un gobierno continental de naturaleza centralista y excluyente, sino a una entidad que coordinara a Estados distintos, con intereses particulares, con características a veces opuestas.

 

La historia, la ficción

 

Las discusiones en torno a la novela histórica contemporánea y su correspondencia con la historia, no sólo están llenas de complejidades y aristas, sino que carecen de respuestas definitivas o soluciones dogmáticas. La condición de ambos discursos, el histórico y el literario, inhiben por su naturaleza la posibilidad de que sean comparados en búsqueda de una veracidad  inexpugnable. Al respecto Margot Carrillo Pimentel puntualiza con gran acierto:

 

Tanto la historia como la literatura se indentificarán en la medida en que ambos discursos sean valorados a partir de su capacidad o naturaleza poéticas. Al considerar ambas instancias como experiencias discursivas que articulan una compleja visión del ser o del mundo en la trama, se advertirá que en ellas el compromiso ético del discurso –histórico o literario- es una realidad inherente al mismo, a la vez que un indicio de su propia historicidad. No obstante. Al incorporar en nuestra búsqueda criterios que como éstos exponen semejanzas en cuanto a procedimientos de composición, experiencias similares o intereses compartidos entre la historia y la literatura, nos hemos visto en la necesidad de considerar también que sería un error que en nuestra lectura sólo llegásemos a plantear aquellos aspectos que, como en el caso de White, apuntan a establecer la identidad entre dos discursos, cuyas maneras de realización y pretensiones difieren considerablemente: hablar de un personaje o de un acontecimiento bajo la garantía de la indagación, de la prueba del documento y de la fundamentación de lo que se dice o afirma, tal como lo hace la historia, no es lo mismo que ofrecer un relato en el que la libertad imaginativa es el punto de partida de ese escribir o reescribir, contar o recontar el mundo, como es el caso de la ficción [4]

 

 

   Efectivamente, la libertad imaginativa permitió a García Márquez dibujar un rostro de Bolívar que se adecuaba a la manera en que el mismo autor lo concebía, y a su forma de leer la historia del continente americano y de nuestra patria y de cómo debemos asumir la vida de nuestros héroes. Por ello, imprecisiones como las que a continuación muestro en dos textos, uno de ficción, otro histórico, nos mueven a formular dudas sobre el acierto de la historia y de la ficción.  En el afán descriptivo de ese Bolívar menos conocido el narrador apunta:

 

Tenía una línea de sangre africana, por su tatarabuelo paterno que tuvo un hijo con una esclava, y era tan evidente en sus facciones que los aristócratas de Lima lo llamaban El Zambo…a medida que su gloria aumentaba, los pintores iban idealizándolo, lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria oficial con el perfil romano de sus estatuas.[5]

 

   Si buscamos en otras fuentes de corte histórico veremos contradicciones de la cita anterior. Una pequeña muestra la tenemos en una de las más recientes biografías del personaje escrita por John Lynch, investigador inglés que concibió el libro titulado Simón Bolívar; el estudioso señala a propósito de las raíces genealógicas del Libertador:

 

Era americano de séptima generación, descendiente del Simón Bolívar que en 1589 había llegado a Venezuela procedente de España en busca de una nueva vida. Perteneciente a una sociedad formada por blancos, indios y negros, en la que los vecinos eran sensibles a la menor variación, su linaje familiar ha sido rastreado en repetidas ocasiones en búsqueda de indicios de mestizaje racial, sin embargo, a pesar de testimonios dudosos que se remontan a 1673, los Bolívar siempre fueron blancos. [6]

 

  Otra contradicción entre los dos autores la veremos en la narración de sus últimos días. Según John Lynch Bolívar murió“en la fe católica, apoyado por el obispo Estévez y un sacerdote de una aldea indígena cercana. Se confesó y recibió los últimos sacramentos, contestando con claridad y firmeza a los responsos”. Más adelante el estudioso reflexiona en torno a la duda de la condición de Bolívar en esos momentos y afirma:

 

Si pareció vacilar, fue probablemente debido a un deseo de detener el tiempo, el temor ante la inminencia del viaticum, la última comunión. Lo que dijo en su confesión no lo sabemos. Pero los ritos de extremaunción y de la comunión suponen un compromiso y es justo concluir que su intención era sincera. Después confirmó su testamento, que emplea las fórmulas usuales en la época, lo que no obstante no lo hace menos creíble. En él afirmó que creía en la Santísima Trinidad, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas distintas, un solo Dios verdadero, y en todos los misterios de la Iglesia católica, apostólica y romana, “bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte como católico fiel y cristiano”.[7]

 

 

Si leemos la novela de García Máquez no encontramos con el siguiente relato:

 

 

El general amaneció tan mal el 10 de diciembre, que llamaron de urgencia al obispo Estévez, por si quería confesarse. El obispo acudió de inmediato, y fue tanta la importancia que le dio a la entrevista que se vistió de pontifical. Pero fue a puerta cerrada y sin testigos, por disposición del general, y sólo duró 14 minutos. Nunca se supo una palabra de lo que hablaron. El obispo salió de prisa y descompuesto, subió a la carroza sin despedirse, y no ofició los funerales a pesar de los muchos llamados que le hicieron, ni asistió al entierro. El general quedó en tan mal estado, que no pudo levantarse solo de la hamaca, y el médico tuvo que alzarlo en brazos, como a un recién nacido, y lo sentó en la cama apoyado en las almohadas para que no lo ahogara la tos. Cuando por fin recobró el aliento hizo salir a todos para hablar a solas con el médico. “No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos”, le dijo. “Yo, que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo” [8]

 

  ¿Cuál de los dos autores es veraz? ¿En la pluma de quién de ellos se encuentra la información fehaciente? Los hechos que no hemos vivido, aunque documentados, pueden resultar inaprehensibles, es uno de los riesgos que se corren con la historia y de los que no estamos exentos. Es evidente que la lectura de  la novela de García Márquez debe realizarse con la mirada del lector que se enfrenta a un texto de ficción, en el que sobresalen las huellas del escritor, de su estilo, sus maneras de concebir a los personajes y, por último, su ideología, tan definida que la misma novela es una arenga  histórica en la que se escudriña buena parte de los hechos que conocemos a través de otros libros. En la novela de García Máquez hay páginas completas en las que el autor reseña acontecimientos de la independencia con el ojo del cronista,  más que  del fabulador.

 

   Sin embargo, el autor continuamente retoma el tono ficcional para ver a Bolívar desde un abanico de perspectivas más basto. Pues aunque  el protagonista sea un individuo que hizo  historia, a pesar de que los dichos que brotan de boca de Simón Bolívar fueron puntillosamente seleccionados de  archivos de la nación, el Bolívar que aquí vemos es el que construye un escritor con la finalidad de recrearlo y de mostrar sobre todo su humanidad y su pensamiento. Ese es su más importante fin. Lo demás debe verse, repito, como  ficción. El caso de John Lynch no es así, pero su ánimo de realizar una biografía a través de otros biógrafos, como es el caso de los textos consultados del Edecán del Libertador, Daniel Oleary, puede correr también el riesgo de la imprecisión.

 

  A lo largo de las páginas de la novela vemos la insistencia del narrador en mostrarnos la lucidez del ideario bolivariano  que lo acompaña hasta el momento de la muerte como muestra  sintomática de la verdadera problemática de aquellos años y aún hoy entre los pueblos latinoamericanos: la ausencia de sentimiento de identidad continental; así lo dirá el narrador a propósito de las memorias de Bolívar: “La verdadera causa fue que Santander no pudo asimilar nunca la idea de que este continente no fuera un solo país…la unidad de América le quedaba grande”[9].

 

   Efectivamente, para los americanos de principios del siglo XIX los sentimientos de patria, de identidad nacional, el hecho de sentirse igual que los demás individuos de una comarca vecina, con la misma historia, los mismos ancestros, costumbre o hábitos, con el sentimiento de tener un destino común, era algo que no sólo se debía empezar a construir, sino siquiera por identificar. Así lo cita García Márquez que dijo Bolívar: “la vaina es que dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí para allá, en países que cambian tanto de nombres y de gobiernos de un día para otro, que ya no sabemos ni de dónde carazos somos”[10].

 

   La idea de la integración continental no cabía en la mente de los habitantes de los países recién liberados, era algo que se les antojaba si no fantasioso, al menos inalcanzable. El ideario bolivariano no encontró eco en el pensamiento de quieres hicieron materialmente las guerras de independencia, ni siquiera le dieron difusión. Las palabras del libertador son elocuentes: “En todo caso el equivocado soy yo. Ellos sólo querían hacer la independencia, que era algo inmediato y concreto, y ¡vaya si lo han hecho bien!...En cambio yo me he perdido en un sueño buscando algo que no existe” [11].

 

   La clave para entender a Bolívar es el laberinto en el que lo había sumido la empresa de unidad continental y que pretende resaltar García Márquez, por sobre los demás elementos novelescos; más allá de la descripción de ese Bolívar humano, está el gran ideólogo, por eso deja salir de sus labios la afirmación de un fracaso futuro en el continente: “La América es ingobernable, el que sirve una revolución ara en el mar, este país caerá sin remedio en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas…”[12].

 

   García Márquez apuesta por mostrar dónde radicaba el sentimiento de profunda derrota que acompañó al libertador hasta el final, y nos lleva a descubrir el por qué las propuestas de Bolívar no tuvieron el apoyo de los revolucionarios de la independencia. El narrador señala: “Las oligarquías de cada país, que en la Nueva Granada estaban representadas por los santanderistas, y por el mismo Santander, habían declarado la guerra a muerte contra la idea de la integridad, porque era contraria a los privilegios locales de las grandes familias”. La insistencia del autor de mostrarnos quiénes apostaban por las autonomías y quién buscaba la unidad está emparentado con el afán de seguir desmontando mitos. En esta ocasión, según palabras de Monserrat Iglesias, se pretende desmitificar la noción de la identidad del hispanoamericano de la época. La estudiosa señala:

 

La destrucción del mito no sólo debe alcanzar a Bolívar, sino también a la identidad del ser hispanoamericano. Tanto en su obra periodística como en la novela hay una voluntad de rebajar el alto, para García Máquez excesivo, concepto que el hispanoamericano tiene de sí mismo. En la novela acusa al colombiano/hispanoamericano  contemporáneo de Simón Bolívar de la frustración de la unidad hispanoamericana: “En suma”, concluyó el general “todo lo que hemos hecho con las manos lo están desbaratando con los pies”.[13]

 

 

 

   Cómo definir la identidad

 

  La identidad es un fenómeno complejo y lleno de aristas. Cada individuo posee una multiplicidad de identidades. Nacemos en el seno de una familia, de un grupo social, de un país que no elegimos; pero a partir de esos marcos referenciales vamos adquiriendo nuestras identidades; a medida que crecemos, o que vamos asimilando símbolos que cobran importancia; adquirir o rechazar identidades es parte del proceso vital; sin embargo esto puede convertirse en un problema cuando lo asumimos con radicalidad, cuando establecer la diferencia con el otro o los otros se convierte en fanatismo o esquizofrenia. Bolívar no escribió un estudio sobre las identidades pero siempre lo tomó en cuenta como uno de los grandes obstáculos para alcanzar su ideario. En la novela leemos el siguiente diálogo: “El señor obispo no ha puesto paz en la Ciénega por amor a Dios sino por mantener unidos a sus feligreses en la guerra contra Cartagena…” “Aquí no estamos contra la tiranía de Cartagena dijo el señor Molinares” “-Ya lo sé, dijo él. Cada colombiano es un país enemigo”[14].

 

   Al afán de individualidad se suma que la América de la época estaba marcada por lo rural. La mayoría de las antiguas colonias españolas carecían de caminos porque su geografía es frecuentemente inhóspita. Desiertos y estepas inmensos; selvas cruzadas por ríos caudalosos; montañas que separaban por decenas de kilómetros valles contiguos; zonas pantanosas y lagos de grandes dimensiones a los que faltaban puentes hacían de la región un espacio difícil de recorrer. Las comunicaciones eran lentas y transitaban por vías tortuosas. Las geografías de nuestros países sólo eran superables por las marchas a caballo, de allí la descripción que resalta el narrador sobre las destrezas de Bolívar como jinete:

 

Decía que el paso del caballo era propicio para pensar, y viajaba durante días y noches cambiando varias veces de montura para no reventarla. Tenía las piernas cazcorvas de los jinetes viejos y el modo de andar de los que duermen con las espuelas puestas, y se le había formado alrededor del siso un callo escabroso como una penca de barbero, que le mereció el apodo honorable de Culo de Fierro. Desde que empezaron las guerras de independencia había cabalgado dieciocho mil leguas: más de dos veces la vuelta al mundo. Nadie desmintió nunca la leyenda de que dormía cabalgando.[15]

 

   La amplitud territorial, la majestuosidad de la naturaleza acentuaban el ánimo secesionista que prevalecía en nuestros países; la división geográfica redujo a la Gran Colombia a su núcleo: la Nueva Granada, y la fragmentación de América del sur fue tejiéndose por las traiciones, las muertes de héroes ilustres –recuérdese el asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre-, los atropellos y las mayores arbitrariedades de aquellos que ostentaban el poder (Santander, Páez..) y que durante muchos años se habían declarado discípulos y amigos entrañables de Bolívar.

 

   Ese hombre, estadista, titán, héroe que se nos presenta en la obra como un individuo atribulado y desencantado de sus contemporáneos, alcanzó con agudeza premonitoria, con sentido de universalidad y de nacionalidad, a advertir no sólo los beneficios de la integración, sino de lo que se significa ser latinoamericano como condición que nos singulariza, que nos constituye en continente distinto y diferente al resto del mundo. Bolívar dejó honda huella en el pensamiento latinoamericano y sus ideas resurgen con vigor en nuestro tiempo; son base de una identidad continental que cada día se extiende más.

 

   En diálogo entre Bolívar y un visitante francés, el Libertador dirá con magistral exactitud las ideas más latinoamericanistas y de mayor conocimiento del sentir europeo con respecto a América que en aquella época se hayan escuchado: “Los europeos –dice Bolívar- piensan que sólo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y que todo lo que sea distinto es execrable”, para más adelante añadir: “No traten de enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no pretendan que hagamos bien en veinte años lo que ustedes han hecho tan mal en dos mil”[16].

 

   La identidad sólo se formará, según estas ideas, en la medida en que América lleve a cabo su propia historia, sin tratar de convertirse en espejo de otros continentes que ya han construido la suya. Los errores o los aciertos serían lo que permitirían dibujar la silueta del continente, reducido apenas a esbozo. Todo esto es concebido en la mente de un individuo de la aristocracia caraqueña, que vivió algunos años en Europa, admirador de Napoleón, de Rousseau, de la Revolución Francesa…Por extraña paradoja podríamos inferir que lo recibido en Europa fue construyendo en él un sentido de identidad arraigado y genuino que le permitiría, años después, gestar y consumar la independencia.

 

   Sin embargo la independencia material, los intereses de poder y por último un mal entendido sentido de nacionalidad, llevaría a las provincias de la Gran Colombia a la casi inmediata separación. Esto constituyó igualmente, la irrupción de los sucesos más adversos en la vida del libertador que se vio rodeado de traiciones, de críticas feroces de sus más allegados, ahora detractores acérrimos de su gobierno, y de toda su obra. Fue expulsado de Venezuela y huyó de la Nueva Granada por temor a que los muchos atentados perpetrados contra él tuvieran algún éxito.

 

   A su muerte, apenas quedaba de él un despojo humano que sólo contaba con la caridad y conmiseración de los más allegados. Como colofón de incomprensiones, se supo que, ya muerto, el gobernador de Maracaibo escribió anunciando el hecho: “Me apresuro a participar la nueva de este gran acontecimiento que sin duda ha de producir innumerables bienes a la causa de la libertad y la felicidad del país. El genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de existir”.[17]

 

   Ese hombre de lucidez implacable, estadista de intuiciones adivinatorias fue desgarrándose a medida que se perdía la integridad continental, adentrándose lentamente en ese laberinto que muchas veces es la vida y que se presume, será también la muerte.

 

   Pero Bolívar acertó en su visión del futuro de América Latina. Prácticamente todos los pueblos de países de la región han sufrido los regímenes despóticos de las oligarquías locales. En muchas naciones hemos tenido que soportar el duro peso de los dictadores de opereta, de los partidos de Estado cuyos miembros no tuvieron otro interés que el de saquear las arcas públicas. En otros más las mentalidades provincianas y desfasadas siguen impulsando las identidades chauvinistas y excluyentes.

 

   Por fortuna la larga noche de la Edad Media Latinoamericana ha ido cambiando sus rumbos. La globalización, irónicamente, nos ha traído no sólo la ultra modernización de tecnologías, sino también, a nueva cuenta, el pensamiento bolivariano para insistir en la consolidación de la identidad latinoamericana. Las sociedades civiles de nuestra América tienen cada vez más contacto y establecen mayores y más sólidos lazos.

 

   La novela de García Márquez, entonces, no sólo es un relato del héroe libertador caído en desgracia, enfrentándose a una tortuosa muerte. Es el despliegue de lo que verdaderamente le dio gloria y grandeza: su ideario americano.

 

 
Nota: Este texto fue publicado como capítulo de libro. En: La nueva Nao: De Formosa a América Latina. Reflexiones en torno al Bicentenario de las Independencias Latinoamericanas. 2010. Universidad de Tamkang. Taipei.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

Carrillo Pimentel, Margot. Certezas e invenciones del pasado. Significación de Pirata en la obra de Luis Britto García. Mérida, Venezuela. Editorial el otro@el mismo. Serie Universidad y Pensamiento.  2007. 172 Pp.

 

García Márquez, Gabriel. El General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua Española. 1989. 284 Pp.

 

Llynch, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial Crítica. 2006. 478 Pp.

 

 

HEMEROGRAFÍA

 

 

Iglesias Berzal, Montserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de Hispanoamérica en el General en su laberinto”. Revista Latinoamérica. Número 41. 2005. México DF.

 

 

 

ARTÍCULO DE INTERNET

 

http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar , consultado el día 20 de agosto 2010.

 



[1] Iglesias Berzal, Monserrat. “Simón Bolívar: La oportunidad de Hispanoamérica en El General en su Laberinto. En la Revista Latinoamérica. Número 41. 2005. UNAM. Distrito Federal. Página 18.
[2]García Márquez, Gabriel. El General en su laberinto. Barcelona. Editorial Autores de Lengua Española. 1989. Página  42
[3] http://www.patriagrande.net/venezuela/simon.bolivar , consultado el día 20 de agosto 2010.
[4] Carrillo Pimente, Margot. Certezas e invenciones del pasado. Significación de Pirata en la obra de Luis Britto García. Mérida, Venezuela. Editorial El otro@el mismo. 2007.  Páginas 16,17.
[5] Ob.Cit. página 184.
[6] LYNCH, John. Simón Bolívar. Barcelona. Editorial Crítica.2006. Página 3.
[7] Ob.Cit. Página 369
[8] Ob.Cit. Página 266
[9] Ob.Cit. Página 123
[10] Ob.Cit. Página 188.
[11] Ob.Cit. Página 223.
[12] Ob.Cit. 204
[13] Iglesias. Ob.Cit. Página 30
[14] Ob.Cit. 240
[15] Ob.Cit. 49
[16] Ob.Cit. Páginas 129, 130
[17] Ob.Cit. 198