viernes, 27 de agosto de 2021

CATIRE QUITAPESARES

 




Constantemente escuchamos historias de amistades entre animales y seres humanos. Relatos conmovedores donde muchas veces el protagonista no es la persona, al contrario. El animal domesticado es el centro de atención porque el asombro nos viene de observar su comportamiento, de disfrutar la memoria afectiva que conservan y crece feliz en su interior, haciendo que nosotros, los afortunados compañeros, los gocemos al verlos vivir.

   La edad para el disfrute de una compañía perruna o gatuna es ilimitada. A mis cincuenta y tantos años  tener una mascota es un regalo, y decirle adiós, una pérdida honda que nos deja el afecto inconcluso; algo falta en el alma, algo en el recuerdo se ve borroso; de pronto se apagó el arcoíris que llevábamos dentro.

  Despedí a Cotufa y a Pelusa, meses más tarde Catire las alcanzó en ese inevitable círculo que es la vida y que tiene un principio y un fin. Estoy agradecida porque pude amarlos; su inquebrantable incondicionalidad de amorosos compañeros era el regalo cotidiano, que no por ser constante nos deja de maravillar.

   Catire – el güero mexicano- era venezolano de nombre y esa herencia querible lo convirtió en el “quitapesares”, apodo que el personaje legendario Florentino recibió nada menos que del Diablo bravucón que lo retó en el llano venezolano para enfrentarse a un duelo musical de improvisación de coplas madrugadoras. El mío, el quitapesares mexicano, llenó los casi catorce años de vida de permanente atención, no podía ignorarlo porque estaba allí para acompañarme, para avisar que, mientras él respirara, yo no estaría sola.

   Era el jefe de la manada, y ninguno fue capaz de cuestionar ese protagonismo. La vitalidad crecía en él como lo inevitable, por eso corría, jugaba y también peleaba con quienes osaron cuestionar ese liderazgo. José María, mi sobrino querido, siendo aún niño, al enterarse que Catire había recibido una herida de un machetazo y que había salido incólume, me comentó asombrado: Tía ¡Catire es invencible! Y lo fue. Su corazón, sus abrazos, sus lamidas, su afecto vigilante y grande como los bosques que lo vieron crecer, así lo confirman. Gracias, mi Catirote, aquí adentro estás presente siempre.

 

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