El mundo y las Sombras
De manera recurrente he tenido la sensación de estar rodeado de sombras, similar a estar inmerso en un sueño de esos que aparecen eventualmente. Difuso, confuso, en muchos casos soporífero, en estos me veo envuelto en situaciones apremiantes y con cosas por resolver, sin embargo la falta de enfoque, la duda y algo parecido a la miopía lo impide, el ambiente es borroso, inundado de neblina, la perspectiva y el entorno aparece y desaparece. La situación amerita mi concurso pero me encuentro en una dimensión caótica, me siento incapacitado para ponerme en marcha. Es como confrontarme a las sombras que habitan mi conciencia. Para el año 1880 en París el ministro de Bellas Artes Edmund Turquet le concede el honor al genial escultor Auguste Rodin de diseñar la puerta de entrada para el “Museo de Artes Decorativas”. Esta colosal estructura sobre la que el artista trabajó durante más de 25 años nunca fue develada, antes de presentarla al público la destruyó; solo quedarían las maquetas y los planos como testigos silenciosos de aquella maravilla. “Las Puertas del Infierno” como se denominó, poblada de condenados y una multitud de secretos, se tragó a su genial y obsesivo creador. El escultor ubicó su obra maestra El pensador, en la cima de la puerta, reinaría sobre todo un mundo de criaturas esculpidas a sus pies. Justo debajo del pensador reprodujo tres veces la figura de un hombre sin rostro “la Sombra”, recordando a los centinelas de la Divina Comedia, alertando a los condenados el umbral que ineludiblemente iban a cruzar. Auguste Rodin logró plasmar en una estructura de 6 metros de alto por casi 4 metros de ancho su historia íntima, la expresión tangible y concreta de una idea de un misterio existencial. El pensador está desnudo, a veces rígido, sometido a una extraordinaria tensión, como aquel que está haciendo un enorme esfuerzo, en este caso, pensar, solamente pensar. ¿Resulta paradójico que justo debajo del pensador se ubiquen las tres sombras? Su portentosa figura sometida a una enorme tensión, con orificios nasales ensanchados, piernas y puño contraído y los dedos de los pies doblados, parece indicar que no acepta convertirse en una sombra sin rostro ni identidad, exige entender lo oculto he incomprensible. Copiando al escultor, al genio, al poeta, al escritor, reposo en el pedestal del pensador y trato al menos de recrear las sombras que eventualmente son las protagonistas de sueños tormentosos, buscando elementos que permitan ordenar la traza, sin importar que se doblen los dedos de los pies. La sombra con rostro de espíritu.
En ocasiones me invade la extraña percepción de que el espíritu, o más bien aquello que colma nuestro cuerpo, el alma, más que una verdad incuestionable, es una ilusión. Tengo la sensación, que de manera terca y trascendental la humanidad ha cultivado y predicado su existencia durante años, haciéndose de un elemento que nos permite trascender a la muerte, dándonos así la más alta jerarquía y dignidad en el universo: el ser inmortal. El difuso espíritu, elemento fundamental del ser tal y como lo hemos concebido, se presenta en ocasiones arropado por la sombra de una semilla ancestral implantada en nuestra conciencia. Desde esta panorámica de sensaciones, pudiese inferir que la humanidad ha creído con más fervor en aquello que menos sabe, sin embargo siente y percibe. Surge el pensador para confrontarse así mismo con preguntas cubiertas de sombras que al abordarlas acaso den algo de sosiego. ¿Es la esencia espiritual del ser humano tal y como se concibe, el producto de ideas, reflexiones y opiniones a veces expresadas como hechos?, ¿Es una verdad universal, o más bien representa una conciencia colectiva que proyecta una falsa ilusión?, ¿Está basada esta conciencia colectiva en creencias de lo que otros nos han enseñado o impuesto?, ¿Oh más bien es el resultado de la intuición, de la introspección, o de una inexplicable certeza metafísica? Emulando al pensador apretemos el puño y busquemos otro ángulo, otro enfoque, apartándonos del dogma carcelario del pasado que tantas veces ha herido nuestra inteligencia y abordemos al espíritu con la gentiliza y bondad que merece, quizás de esta manera se alivien las tinieblas. A lo largo de mi vida me he sumergido en ese mundo intangible pero real que palpamos de manera diferente los seres humanos, no solo en nuestra historia personal, sino también en la colectiva, a través de religiones y prácticas impuestas desde afuera que nos orientaron por recovecos interiores desconocidos y no siempre amables.
La sensación de opresión de muchas prácticas religiosas está en radical oposición a la percepción de libertad que encarna un espíritu noble. Son tantos los matices, tantas las formas de experimentarlo, que nos reclaman respuestas convincentes a quienes nos hemos visto invadidos por la duda o por un deseo imperante de una posible y necesitada paz, aquella que se forja con el cincel que habita nuestro interior, exigiéndonos gestos amables, voces cálidas, miradas que consuelan, abrazan y colman de serenidad nuestro día a día. Alimentar el espíritu significa ejercitarse en olimpíadas invisibles que solo percibimos dentro. No se trata de buscar una perfección hecha a la medida de ideologías o doctrinas que se han impuesto a lo largo de los siglos. Es trabajo estrictamente personal que va de la mano del convencimiento subjetivo de cada uno. Buscamos la luz, el aire apacible o el ventarrón de pasiones liberadoras para que el horizonte que pretendemos alcanzar esté cada vez más despejado. Allí, desde la cima, nos será más fácil pensar lo humano como una posibilidad en armonía con el universo. ¿Podremos entonces despejar del horror, que construimos con nuestras mezquindades, el pasto que crece transformado en esperanza? El poeta español Blas de Otero, testigo de las crueldades de la Guerra Civil española y de la segunda Guerra Mundial, escribió con el corazón invadido de piedad, el poema “Aren en paz” donde, conmovido ante la desolación de la violencia bélica, lanza una arenga a la humanidad toda. Nos dice: “Pensé poner mi corazón, con una cinta/morada, encima de la montaña más alta de/ Europa,/ para que, al levantar la frente al cielo, los/ hombres/ viesen su dolor hecho carne, humanado. Pensé mutilarme ambas manos, / desmantelarme/ yo mismo mis dos manos, y asentarlas/ sobre la losa de una iglesia en ruinas:/ así orarían por los desolados. Después, como un cadáver puesto en pie/ de guerra, clamaría por los campos/ la paz del hombre, el hambre de Dios vivo,/ la verdadera sed de ser eternos. Noches y días suben a mis labios/-ellos, en son de sol; ellas, de blanco-,/detrás acude la esperanza con/una cinta amarilla entre las manos. Miradme bien, y ved que estoy dispuesto/para la muerte. Quedan estos hombres./ Asome el sol. Desnazca sobre Europa/ la noche. Echadme tierra. Arad en paz.” “El dolor hecho carne, humanado”, es la clave para entender nuestra indefensión y palpar la fragilidad de la que estamos hechos, para nunca olvidar que el llanto también está a flor de piel en nuestro recorrido por la vida. Abandonar la soberbia que tantas veces nubla el entendimiento es el primer paso para que ese espíritu maleable se transforme, sea una copia medianamente fiel de la bondad que, como atmósfera, rodea al mundo, aunque no lo veamos.
No pretendo escribir un “Desideratum”, ni inventar “tips” para “mejorar el mundo”. En mi corazón he ido guardando lo que vi en otros seres humanos que habían apostado por el BIEN, con mayúsculas. Sus vidas son testimonio de que estamos diseñados por algo que va más allá de la materia, de la finitud, de nuestros propios egoísmos. Son nobleza encarnada y sus huellas, imborrables. Mi acercamiento a la religión católica, más allá de lo sembrado en el seno familiar, provenía de una necesidad imperiosa de entender al hombre en su dimensión total: no solo la crueldad nos define, afortunadamente, están los actos heroicos, las vidas ejemplares de aquellos que, por seguir un ideal, entregan su vida a la causa que se les ha propuesto. De ellos, me sentía deslumbrada por aquellos que apostaban por la humanidad y sus carencias, fuesen estas físicas, materiales o morales. Recuerdo haber leído un gran compendio de La historia de la vida religiosa, investigación que abordaba un sacerdote claretiano, Jesús Álvarez Gómez, en la que narraba las biografías de centenares de hombres y mujeres que habían seguido el cristianismo y el catolicismo. Además de las excentricidades de muchos, de las locuras de otros, encontré la llama encendida en el corazón de una mayoría de hombres y mujeres que hasta el último de sus días entregaron sus energías, estima y compasión a los otros, los desvalidos. En mis afinidades personales, encuentro nombres como el de San Francisco de Asís, parte aguas en aquel Medioevo aún oscuro y tradicional, donde valían más las cruzadas y los tesoros materiales que lo propuesto por un Evangelio incipiente y malogrado. Francisco fraternizó con la pobreza, con la naturaleza, y también con la hermana muerte, destino inevitable de todos. La vida de San Juan de Dios -por señalar los más célebres ejemplos- afianzó la atención a los enfermos, niños en su mayoría, en hospitales abiertos bajo su vigilancia; o San Juan Bosco, ese jovencito saltimbanqui que abriría orfanatos para albergar a cientos de generaciones de niños cuya vida estaba a la deriva emocional y materialmente. Y ni qué decir de la Madre María Rafols, fundadora de las religiosas de Santa Ana. Las primeras mujeres que llegaron a Venezuela, por ejemplo, fueron directamente a atender a los enfermos de lepra, alojados en islas del Estado Zulia; el estado pretendía, con esta medida, evitar el contagio a los sanos. Desde la otra orilla, vemos el mundo de los místicos, con la extraordinaria Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que optaron por la oración, no por las obras de caridad. Parecería un mundo de ocio y absurdos: la oración, el encierro traducido en clausura, la penitencia, y el ayuno, fue el mapa elaborado para ellos; sin embargo desde ese faro luminoso, se emiten las mejores vibraciones, los más claros anhelos. Solo así entenderíamos aquellos famosos versos de Santa Teresa de Jesús que nos colma con las más sublimes hipérboles: “Vivo sin vivir en mi/. Y tan alta vida espero/ que muero porque no muero”.
Obviamente hablo desde mi experiencia vital, desde mis lecturas e investigaciones. Las religiones asiáticas, el Islam, tienen también sus tesoros. En varias ocasiones en las que viajé al continente asiático, visité muchos templos budistas. Las esculturas de Buda muestran a un anciano sonriente y panzón. Los feligreses le rezan inclinando el cuerpo y juntando las manos; no hay rodillas en tierra, golpes de pecho o figuras dolientes. Buda transmite felicidad. Las religiones tienen, pues, sus criterios y sus maneras de ver el mundo, de nosotros depende si nos unimos a ellos o vamos de forma independiente. “Y allá en el fondo está la muerte” dirá Julio Cortázar en unos de sus esplendidos textos. Sí, la caducidad es parte de nuestra naturaleza, ella podría lanzarnos al olvido inevitable. Estar preparados es sinónimo de humildad, un reconocimiento a nuestra pequeñez, que no por ello es bajeza. Al contrario, redimensionamos lo que somos para que solo quede lo esencial. Así lo dice Antonio Machado en estos sabios y conmovedores versos: “Y cuando llegue el día del último viaje/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/ me encontrareis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Solo tendremos lo que hemos sido y el vigor de nuestro espíritu así nos lo dirá, La sombra con rostro de ciencia.
En 1980 el insigne hombre de ciencia Carl Sagan en su programa de TV Cosmos, le explica a sus seguidores que hay más estrellas en el universo que granos de arena en todas las playas del mundo. Tan arriesgada comparación abría una dimensión de proporciones difíciles de imaginar, que escapan a nuestra comprensión. El aserto plantea un escenario inconcluso, es como enfrentarse al “non finito”, a la cara de Balzac esculpida por las manos de Rodin, algo difícil de concretar, sin embargo se puede intuir. La afirmación recrea un espacio sin fondo, ni limite, que resulta abstracto e incompleto para nuestro cuadriculado y domesticado mundo de escalas. Mirando hacia adentro nos dice la ciencia que el humano promedio está conformado por más de 30 billones de células, que el cerebro tiene aproximadamente 86.000.000 millones de neuronas y que en un gramo de arena hay 300 trillones de electrones. Similar al reloj solar concebido hace más de 4.000 años, que mediante un elemento geométrico alargado gnomon proyecta sobre un plano la sombra del sol abarcando el área más extensa al amanecer, desvaneciéndose a medida que el astro se acerca al zénit de su tránsito diario, la ciencia, cual máquina ancestral, ha recogido paulatinamente las sombras que habitan nuestra psique, develando en un viaje de más de 3 millones de años (partiendo de Lucy de Abisinia, la abuela de la humanidad), misterios insospechados, antes incomprensibles e invisibles a nuestra mirada, cediéndole así un anclaje cosmológico aparentemente sustentable a nuestra existencia. Si mirarnos por el retrovisor del tiempo, no se visualiza un punto de partida respecto a la ciencia, esta se percibe intrínseca al ser humano, a la curiosidad, a la observación, a la necesidad de comprender su entorno. Sin embargo y aunque resulte contradictorio esta búsqueda creó un pegamento y un anclaje a la autoridad de remotísimos y primigenios maestros, a definiciones consagradas por siglos, inspiradas en doctrinas creídas o inventadas, a impresiones sensoriales. La ciencia más que evolución y crecimiento en un paréntesis de tiempo, se convirtió en tradición inquebrantable. En este recorrido hemos fabricado enormes obstáculos y cercos que nos han dejado aletargados y hasta catatónicos por siglos. La verdad verdadera que se encuentra con las luces del entendimiento, se ha enfrentado permanentemente con la certeza divina, que ha parcelado años de historia con barrotes de error e ignorancia, ambas líneas de pensamiento definitivamente escritas por el mismo autor. Ahora, imaginemos por un momento que observamos la historia de la ciencia como un cosmos temporal y lo recorremos en forma lineal a una velocidad supersónica, a la velocidad que se desplaza nuestra nave sideral la tierra alrededor del sol, aproximadamente 100.000 Km/h y por instantes nos detenemos como espectadores en ciertos puntos de inflexión, de cambio y observamos como unos pocos genios contestatarios, arriesgados y únicos a través del análisis y la experimentación, nos han heredado el constructo que tenemos hoy día. De los antiguos nos encontramos con manuscritos labrados en piedra y en papiro, estructuras todavía en pie y ruinas que no hacen honor al nombre que las identifica por la majestad y la dignidad que aun manifiestan. Civilizaciones antiguas que una tras otra suben el telón de espacios oscuros de forma intuitivamente diferente. Se percibe que la sapiencia resultaba a veces empírica he irresoluta, aunque perfectamente concreta. Apoyados en el estribo de los antiguos y habiendo roto el nudo gordiano de la Edad Media, la humanidad pisa el acelerador con el advenimiento del Renacimiento. Nicolas Copérnico “el hombre que detuvo el sol y puso en movimiento la tierra” decía presente, abriéndole paso al sistema heliocéntrico. Con el concurso de Johannes Kepler y Galileo Galilei, se conforma un tridente de genios para gestar una nueva teoría del cielo, nuestra nave sideral a partir de ese momento se movería para siempre alrededor del sol. Este grupete de individuos le hacía un guiño de ojo al viejo testamento. Concreta y contradictoriamente a la genuina divinidad: “Josue 10:12, Entonces Josué habló al Señor el día en que el Señor entregó a los amorreos delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de Israel: Sol, detente en Gabaón, y tú luna, en el valle de Ajalón.” Deja asentado Copérnico: Lo único que se detuvo fue el planeta tierra, si fuera el caso, el centro de esta aventura siempre fue el sol. Solo somos un elemento cósmico más, viviendo en confusa soledad en la vastedad del espacio. No somos el centro del universo, solo un ladrillo de la mecánica celeste. Seguramente habrá que pensar con mucho detenimiento qué nos quiso decir Josué. Copérnico trae a la luz el sistema heliocéntrico, formula la teoría, Kepler traza la elipse y Galileo lo confirma. Finalmente, la mecánica celeste queda integrada con la obra de Isaak Newton. Nos explica cuál es la fuerza que gobierna el movimiento de los planetas y satélites. Sale a la luz la ley de la gravedad. Comenta Ignacio Burk respecto a la teoría Heliocéntrica. “Los grandes descubrimientos se inician con ideas que, para la mayoría de nosotros los mortales, parecen alocadas y descabelladas, pero terminan siendo la concreta verdad.” A partir de este momento todo parece indicar que la humanidad le abre los brazos a la ciencia, se rompe con el rígido tradicionalismo medieval de la historia y en el transcurrir de los siguientes 500 años se produce un cambio radical de mentalidad, cultura y forma de vida, con el peso de sus excelencias y sus miserias. A principios del siglo XIX, antes que la humanidad conociera la naturaleza atómica y molecular de la materia, el físico francés Nicolas Carnot enuncia la teoría de la conservación de la energía: “La energía no se crea ni se destruye”, “solo se transforma” y fundamentalmente, “el calor se transforma en energía mecánica”. Abría la puerta a los principios de la termodinámica, tres leyes fundamentales para el impulso de la era industrial que tendría a partir de entonces hasta hoy, proporciones inimaginables. Parados en los mil ochocientos todavía, suben al escenario respirando el mismo oxigeno que envolvía al planeta por aquellos días, dos personajes: Charles Darwin y Gregor Mendel. Exponen la teoría de la evolución, de la genética, de como y porqué somos la resultante de nuestros ancestros y de la descendencia que está por venir, con la influencia determinística de factores ambientales y biológicos, es decir, nos incorporan al ecosistema de los seres vivos. Tiempo después de darle la vuelta al mundo en el bergantín Beagle, Darwin presenta su obra maestra “Origen de las especies”, para establecer las bases de la evolución, gracias a la evolución natural. A partir de aquí, los interesados quedarían divididos en “evolucionistas” y “creacionistas”. Una vez más la humanidad recibe un duro golpe y se pone en tela de juicio nuestra supremacía divina. Asegura Darwin “somos un animal más, al que las leyes de la selección natural le afectan como a todos los seres vivos”, es decir, nos pone un peldaño más arriba de la antes mencionada Lucy, no sin dejar de sugerirnos que estamos marcados por la huella de su cordón umbilical. Copérnico nos arrebata el centro del universo y Darwin nos arroja al lugar común de todos los seres vivos y nos hace parte de la selección natural, vapuleando la mítica ilusión narcisista de la hegemonía humana cultivada durante siglos. En un recorrido supersónico de la historia vemos cómo aparecen protagonistas emblemáticos provocando una ruptura con tradiciones incuestionables, dándole un viraje a la concepción del mundo a través de la ciencia y la epistemología. Quedaba expuesta la idea concreta de que un hombre no es genial por pensar ideas geniales, sino por el valor de profesarlas. En términos cósmicos, centésimas de segundos después, el monje Agustino Gregor Mendel, logra ordenar los resultados de años de investigación que reposan sobre su escritorio y establece reglas prácticamente cartesianas que determinan cómo se ordenan las características esenciales de los seres vivos. Nos señala la presencia de caracteres dominantes y recesivos y con reglas precisas nos explica cómo resucitan en nuestra descendencia los ojos azules de un abuelo desconocido. Con su aporte recibiría nuevamente las aguas bautismales, para ser conocido como el padre de la genética. Como dice el sagrado libro y “por aquellos días”, el hombre volcaba su mirada sobre nuevas entidades, fenómenos que aprendía a manipular y con los que podía experimentar. La ciencia paulatinamente apartaba la sombra de un universo invisible, salía a la luz la naturaleza atómica y molecular de la materia. El escoses James Maxwell al borde del siglo XX, le da un nuevo empujón al carro de la ciencia y plasma en cuatro ecuaciones las leyes que rigen la electricidad y el magnetismo, a ambos fenómenos los identifica en una sola fuerza: electromagnetismo, donde una cosa se debe a la otra. Demuestra con la sugerencia de otros, que un rayo de luz es una onda electromagnética, pero además, que es de carácter corpuscular, es decir está conformada por partículas. Estas señales invisibles ahora manipulables, crean un sistema nervioso de información casi instantáneo que en el presente siglo XXI, revelan un horizonte antes inimaginable cuando una nave espacial nos susurra lo que ve al borde del límite de nuestro sistema solar, hasta llegar a unos pasos de lo más íntimo de nuestro sitio de reposo con el wifi. En este ambiente de evolución meteórica, donde unos cuantos precursores compactan nuevas teorías científicas en una masa madre que deviene en puntos de inflexión y de cambio, para que otros que no hemos mencionado las refinen y concreten en un hecho real, llegamos al año 1905, bautizado como: “año maravilloso de la ciencia”. El físico teórico Albert Einstein, publica en la revista Annalen der Physik de Alemania cuatro artículos o más bien teorías. La primera: “Heurística de la generación y conversión de la luz”. Detengámonos por un momento en la palabra “heurística”, más que una palabra parece un trazo, no es solo gramática, es un sentimiento, dice la RAE: “Técnica de la indagación y el descubrimiento”, su definición tiene armonía y música, el científico se toma el tiempo para enamorarnos con sus sugerencias y buenos modales, nos llama a indagar, a aprender. Básicamente establece los principios de la mecánica cuántica, apartando las sombras y los misterios de las partículas más pequeñas, explica el efecto fotoeléctrico y como la emisión de la energía depende de la frecuencia de la luz (spin del electrón) más no de la intensidad; pero no podemos dejar de mencionar; “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento”, con el componente “Depende la inercia de un objeto de la energía que contenga?” esto para nosotros público de galería, es el equivalente a la cara de la Mona Lisa, ya no como una pintura sino como fórmula matemática: E=mc², todos la hemos tropezado en alguna oportunidad, ambas son magistrales por supuesto, pero no la terminamos de entender. Propone Einstein un espacio curvo y cuatridimensional aparece el tiempo como variable adicional. Después de 1905, la gravedad no sería más una fuerza instantánea que nos hala o nos empuja como propone el mecanicismo dinámico de Newton, ahora es una distorsión espacio-tiempo. Es como si el espacio fuese un edredón perfectamente dispuesto sobre la cama y pusiéramos una bola de Bowling en el medio, este simplemente se deforma, si hay muchas pelotas de diferente peso dispuestas en uno u otro lado se establecerá algún equilibrio en esta maya geométrica, se produce una distorsión del espacio, que origina también dilatación del tiempo. Se produce un movimiento telúrico, una especie de Tsunami, el memorable aficionado al violín dirigía la orquesta, proponía ideas difíciles de digerir, que le tomarían tiempo a la comunidad científica para entender y demostrar. La ciencia evoluciona no solo apartando sombras, apartaba también la pugnacidad del pasado respecto a la verdad, a la verdad divina, interesadamente se rezagaba a un segundo lugar, posición que le permitiría crecer, y operar, el libre albedrio pues. Siguiendo la melodía del violinista, Plank enuncia la teoría cuántica; publica Plank: “la energía no es emitida en forma continua sino en cuantos”, es una llovizna de paqueticos, Lorentz con expresiones matemáticas expone como el tiempo y el espacio se contrae a medida que nos acercamos a la velocidad de la luz, Bohr anuncia que el átomo solo emite energía con los saltos de órbita de un electrón, pero además que este recorrido es impredecible, simplemente salta (salto cuántico), no hay un recorrido, desaparece de una órbita y se manifiesta en otra, lo que se demuestra con el experimento de la doble rendija, para que Heisenberg nos diera la posibilidad de acercarnos a alguna solución con ecuaciones matemáticas, “principio de la incertidumbre de Heisenberg”, es decir el electrón probablemente va a caer por aquí cuando salte, a lo que Einstein replica “Dios no juega a los dados”. Es una telenovela fantástica con un solo benefactor, la humanidad. Se inicia el reordenamiento del mundo sub-atómico, ya el núcleo del átomo no son solo protones y neutrones, se descubren partículas aun más pequeñas denominadas elementales. Protones y neutrones están formados por 3 Quarks, a los protones los mantiene unidos al núcleo del átomo un pegamento (gluones), aparecen los neutrinos, partículas que nos atraviesan todos los días por millones como si la materia fuese un espacio vacío, es un hecho la existencia de la partícula de dios o Bosones de Higgs que le dan masa a otras partículas elementales, siendo estas en sí mismas elementales. Se reconoce la materia oscura y la energía oscura y ambos fenómenos se destacan como el primer componente del universo, nadie los ha visto, no se tiene certeza de cómo son, sin embargo la experimentación y observación instrumental demuestran su existencia. En un esfuerzo por resolver cosas inexplicables, contradictorias o paradojas que crean las propias teorías, surgen propuestas fascinantes: La teoría de los multiversos, las supercuerdas, los agujeros de gusano. La fuerza ya no es lo que entendíamos, ahora se trata de “interacciones transmitidas por partículas”. Uno queda jadeando al observar como la ciencia escala a toda prisa lo que pareciera el “límite del conocimiento”; ¿pero es así realmente? Cuesta creerlo, parece una apuesta muy arriesgada hablar de límite. En una entrevista por demás amena y reveladora, realizada por Susan Kruglinski, al científico Murray Gell-Mann, el hombre que encontró los Quarks, nos narra porqué el nombre de estas partículas, dice ser un obsesivo de las palabras y tener una particular fascinación por las lenguas, historia natural y arqueología. Lo recuerda en sus palabras de esta manera: “Cuando tenía unos 5 [años], miré los libros de mi padre. Él tenía una importante biblioteca, una gran biblioteca. Y cuando llegaron los malos tiempos -la Depresión- tuvo que deshacerse de ellos cuando nos mudamos a un departamento pequeño. Debía remover el mobiliario. No podía venderlo, debía pagar para que lo sacaran. Le pagó a alguien cinco dólares para que se llevara la biblioteca. Desgarrador. Pero conservaba algunos libros, 50 libros o algo así. Uno de ellos era un libro que daba la etimología de las palabras en inglés tomadas del Griego o Latín. Así que aprendí todas estas raíces Griegas y Latinas y cómo habían formado las palabras en inglés. Era excitante. Eso me inició en la etimología, y la he amado desde entonces.” Así, el nombre de la partícula viene de un poema de James Joyce de quien Gell-Mann es fanático lector, titulado Finnegans Wake y de ahí el origen del nombre: “Three quarks for Muster Mark! Sure he has not got much of a bark And sure any he has it's all beside the mark.” Del libro Finnegans Wake de James Joyce Quark, es “el sonido que emite una gaviota”, graznido que ahora es reconocido como partícula, etimológicamente hablando. Gell-Mann logró plasmar la figura del Quark antes que este se manifestara, lo pudo predecir. Su huella quedaría fotografiada poco después en las paredes de un acelerador de partículas, con la misma silueta que había dibujado sobre un papel. Cuando su existencia fue incuestionable, comentó: “esta noche el mundo es mío”. Cuando le preguntan Gell-Mann como percibe la evolución de la ciencia comenta lo siguiente: “los experimentos que llevamos a cabo, es el equivalente a lanzar un piano por las escaleras, para tratar de descifrar que sonido emite cada tecla a medida que se deshace en la caída”, ilustración reveladora y complicada. Este científico que nos muestra su lado humano, curioso y bonachón parece visualizar un horizonte todavía lejano, nos sugiere que el sol está muy lejos del zenith de su recorrido, que la sombra que proyecta el gnomon es vasta y extensa. Como por arte de magia el universo va mostrando uno a uno sus misterios y pareciera que develarlos solo depende de la inteligencia humana, de lo que estemos dispuestos a ver o buscar. Creamos un sendero que muestra un horizonte prometedor para la ciencia, ¿pero es esto suficiente y necesario para llenar espacios que seguramente necesitan otros asideros? Una de las sensaciones más gratas que he experimentado desde muy corta edad es sentarme en la arena a la orilla del mar en un punto donde apenas me alcance el agua para mojarme los pies descalzos. Apreciar la fuerza de la marea, el aire puro y salado que llena mis pulmones que viene no sé de dónde. Es una experiencia simple y única, me recuerda que estoy vivo, que puedo acariciar el agua fría y las maravillas de la naturaleza, del planeta azul. Puedo imaginar a un individuo hace miles de años disfrutando de la misma sensación, el pedestal tecnológico en el que estamos parados y que actualmente nos hipnotiza no hace ninguna diferencia. Solo se trata en esencia de una vida humana y humanizada. La sombra con rostro de magia.
Visualizo a la magia como un saco repleto de cosas desconocidas, como aquel que lleva sobre el hombro San Nicolás cuando reparte juguetes en navidad. No podemos predecir qué lleva dentro, parecen sorpresas gratas, la sabiduría del personaje nos sugiere que en el interior del saco tiene lo indicado para cada quien, sin embargo siempre es una incógnita, entonces surge el dilema: ¿Quién espera lo inesperado? Lo inesperado tiene muchas caras, no lo podemos predecir, se presenta y ya, no lo podemos controlar y muchas veces no lo podemos explicar, hay oportunidades que es bien recibido, en otras no. Si lo analizamos desde el otro lado del espejo, podríamos afirmar que quien no busca lo inesperado jamás lo hallará, pues muchas veces es prácticamente imperceptible y detrás de lo inexplicable se puede hallar un mundo nuevo. La interpretación resulta paradójica, la racionalidad llama a evitar la incertidumbre y la curiosidad y la improvisación nos invita a arriesgarnos. Encontrarlo y resolverlo es cuestión de magia. Los más gratos recuerdos de la magia vienen de mi infancia, quedaba atónito cuando veía un espectáculo de magia donde un “mago” sacaba de su sombrero de copa un conejo que segundos antes estaba vacío, o cuando levitaba horizontalmente una hermosa dama ataviada con una maya muy ceñida al cuerpo para quien la fuerza de la gravedad solo intervenía sobre su larga cabellera que casi tocaba el suelo cuando quedaba suspendida a 1 metro de altura. Pasados unos añitos entiendo que no necesito sentarme en la butaca de un teatro para ser testigo de la magia, es algo cotidiano sin ser del todo evidente. Es una herencia esotérica, muchas veces la llamamos y hasta la necesitamos, es como soltar la razón y levitar para creer por un momento en lo misterioso y sobrenatural. No tiene un sustento filosófico, teológico o científico, aparentemente no la acompaña la razón, pero sigue tercamente presente. La historia nos muestra cómo la empírea fue perdiendo terreno, la alquimia se hizo química, el cirujano apartó al barbero y se especializó en la anatomía del hombre y la astrología se convirtió en astronomía, sin embargo todo parece indicar que las tablas astronómicas de Alfonzo X el Sabio siguen permeando nuestra realidad y a pesar de haber derivado en una ciencia exacta, la astrología está tan presente como antes. En épocas pasadas interpretar los códigos fugaces que estaban escritos en las estrellas era fundamental para tomar acciones y adelantarse a lo que estaba por venir, de estos dependía la paz y la guerra, la abundancia o la escases y hasta el ineludible destino de cada quien. El evangelio de Mateo nos alerta: «Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo ‘¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente y venimos a adorarle». (Mateo 2:1 1-12). En esta única mención, no se refiere Mateo a reyes, no se precisan sus nombres, ni cuántos eran, lo que sí queda claro es que seguían a una particular y novedosa estrella y de alguna manera habían interpretado su significado, eran los magos de las estrellas, eran astrólogos. En nuestros días la astrología tiene un abultado reconocimiento, no estoy seguro de cuánto ha cambiado la precisión de las predicciones respecto a los magos de oriente, o de los horóscopos que diseñaba Kepler apoyado en las tablas Alfonsinas. Lo cierto es que tienen la magia de atraparnos. Los cuatro elementos de Aristóteles: Tierra, aire, agua y fuego están todavía vigentes. Un compás de tiempo entre dos meses, con fecha de corte el día 20 de cada mes, nos ubica en uno de doce cuadrantes distribuidos en los cuatro elementos, gracias a lo cual un individuo puede ser amante apasionado, soñador, recio de carácter, equilibrado, terco, etc. Pero a los rasgos que heredamos de este cuadrante hay que agregarle otra variable: el día y la hora de nacimiento, denominado “ascendente”. El ascendente afecta, modifica un tanto la fórmula, es decir tienes las características de tu signo con unas gotas de otro. ¡Parece como un acto de alquimia, verdad! La cosa no termina aquí, en nuestros días de globalización se ha hecho presente el ancestral y respetado horóscopo chino. Con periodos de un año, se crean parcelas que simbolizan un animal, esto se repite en ciclos de doce años, que completa una granja parcelada por doce animales. Entonces, un individuo puede ser del signo Piscis, con ascendente Libra, en la parcela de la serpiente, casi colindando los linderos del caballo. Como si fuera un GPS, la astrología a través de zodiaco, según cuentan los entendidos, nos da las coordenadas espaciales de la genética conductual que el universo nos designó por obra y gracia de la mecánica celeste. Es mágico el asunto ¿no? Los más escépticos se tropiezan sin querer con las recomendaciones del horóscopo semanal o anual. Los astrólogos de nuestros días pueden predecir un accidente de tránsito, una entrevista de trabajo o el amor de nuestras vidas, siempre hay que estar alerta y receptivo, las estrellas lo anuncian. Aquí es cuando lo insólito se hace cotidiano. Abrazando al encanto del zodiaco, si una conversación entre dos se pone difícil, no hay mejor gancho que el horóscopo. Si nos paseamos por el clima, el tráfico o la dieta y muy a nuestro pesar la verborrea se agota, hay que acudir al lenguaje universal: ¿Qué signos eres tú?, creo que algún punto de coincidencia se puede encontrar. Alejándonos de las estrellas fijamos la mirada en la magia terrenalmente pura, la que mostró la escritora británica Joan Katlin Rowling en la extraordinaria saga de Harry Potter. Su obra se desarrolla en una escuela de magia, Hogwarts, en Gran Bretaña grupo de países considerados por muchos como el centro del movimiento esotérico occidental, el escudo que identifica su estirpe exhibe un unicornio, símbolo que no está envuelto en un discurso frondosamente patriótico, es puro, único y de carácter mitológico, Gales exhibe en su bandera local un dragón rojo, emblema de su linaje y lugar de origen del mago Merlín. Para emprender el viaje a la escuela de magia, es necesario traspasar a otra dimensión a un mundo paralelo e invisible, el mundo de la magia, similar a la teoría de los multiversos propuesta por Stephen Hawking, y, por supuesto, el que atraviesa el umbral es mago de nacimiento, es un individuo con poderes especiales. La obra de Rowling, está llena de pistas, de numerología, de iconografía, de magia, Las almas seleccionadas para asistir a Hogwarts una vez traspasada la otra dimensión deben abordar un tren rojo en un viaje de más de 7 horas hacia el norte, lo que insinúa las tierras altas de Escocia, cuna de leyendas esotéricas y la presencia del Fénix, tierra de duendes y dragones, de donde surgió el monstruo de Loch – Ness. Su obra repleta de compleja simbología, tiene la magia de transportarnos a otro mundo, a un mundo fantástico. El castillo donde habita el colegio está forrado por cuadros con personajes del más allá, seres ectoplasmáticas, fantasmas que no dan miedo, parecen más bien unos chismosos; tengo un especial interés por Sir Nicolas casi decapitado. A los mortales como el que escribe, nos llama Rowlling “Muggle” o profano o no iniciado. Propone un juego que conforma una especie de olimpiada colegial: Quidditch, donde nadie hace ejercicio, la competencia está diseñada por dos equipos de siete niños, todos cabalgando sobre escobas, es el medio de locomoción. El campo es una elipse, como el recorrido que describe la tierra alrededor del sol, se anotan diez puntos al pasar la pelota grande de color rojo por un aro, juego con coincidencias como la pelota maya, puedes seguir sumando al encestar las negras, pero el pleno de la ruleta está en una pequeña pelota metálica dorada con alas, esta se cotiza en 150 puntos, si atrapas a la esférica dorada el juego queda resuelto. Si algo está alejado de la aerodinámica en este mundo es una escoba, creo que es el instrumento más antiguo de la humanidad, casi puedo visualizar a algún personaje barriendo los restos de un mamut en una caverna no sé cuantos años antes de Cristo, además debe ser muy complicado cabalgar sobre una escoba , una dinámica seriamente difícil e incómoda, pero una pelota nerviosa y con alas ya es casi un despropósito, el encanto de la pelota está en la fuerza que le imprime el autor, en la patada, en el lanzamiento o en el batazo. Rowlling nos fascina y no deja espacio para el cuestionamiento, lo que sucede en Hogwarts no puede ser un punto de crítica o análisis, simplemente logra hacer magia en nuestra mente, recreando una realidad mucho mas fantástica de lo que pudiésemos imaginar en un mundo paralelo e invisible. El cosmos esotérico, nos mostró a principios del siglo XX a un misterioso personaje de la vida real, es el creador de la imprenta de la magia de hoy día. Nos legó un manuscrito incunable de hazañas, que fue escribiendo sobre las tablas de cientos de escenarios y en las mentes de su auditorio. El legendario Harry Houdini fue el ilusionista que forjó sobre su pseudónimo un personaje rodeado de misterio y de intriga. No solo entendió y desarrolló una extraordinaria habilidad para abrir complejos mecanismos de seguridad, cerraduras, candados o la forma de dislocarse un hombro para escapar de una camisa de fuerza. Todo aquello más que entrenamiento, práctica, habilidad, condiciones físicas, etc; me hace presumir la existencia de un ser espiritual abierto a la presencia de un mundo mucho más amplio que el enclavado en lo que llamamos realidad. Dejemos para la imaginación la posibilidad de que haya traspasado alguna dimensión que desconocemos. Su biografía habla de su mayor obsesión, establecer contacto con el mundo de los espíritus, le apremiaba hablar con su mamá fallecida, comunicarse con el espíritu de la divina raíz de su existencia. Después de acudir a los más prestigiosos espiritistas de la época, entendió decepcionado que estos ventrílocuos de dos dimensiones eran un fraude, a quienes llamó “traficantes de la inmortalidad”. Su tenacidad y enfoque le abrió todas las puertas físicas que encontró a su paso, sin embargo nunca encontró el modo de traspasar la frontera del más allá, estaba convencido que había una ruta, una puerta de enlace a la vida espiritual, idea que no abandonó hasta el final de sus días, el seria la prueba una vez traspasada esta línea, hablaría con su esposa a través de un código secreto de diez palabras que solo ella conocía. Pasados diez años Beatrice apagó la vela que había mantenido encendida junto a una fotografía de su esposo y dijo: “Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre”. Las estrellas, la palabra escrita y un hombre que dijo ser mago, nos abren la rendija de lo inexplicable, de interpretaciones y leyendas que parecen ciertas. Es como si de la mítica caja de pandora, se hubiesen escapado más que solo calamidades, también dones particulares para unos pocos benefactores. Cierre. En el dialogo del “mito de la caverna”, Platón imagina a un grupo de prisioneros atados en una caverna desde que nacieron, son felices no notan que están sujetos. La caverna les transmite sombras, como no han visto otra cosa, como no han tenido lenguaje que interprete lo que perciben, creen que eso es lo real. Están envueltos en una locura sensata. Un prisionero consigue liberarse de las cadenas, se escapa de aquellos que estaban atados al fondo de la caverna. Descubre que hay un sol, una luz, que hay otro mundo. En lugar de recrearse en su felicidad, en la luz del sol, de la naturaleza, piensa en sus compañeros que han quedado allí. Regresa poco a poco a la oscuridad para decirles que lo que están viviendo es falso, no es la realidad. Lo más sobrecogedor del mito es que no entienden, que no saben. Dicen, está loco, ha perdido el concepto de la realidad, de la sombra, él se ha perdido. Nos advierte Platón sobre la presencia de las sombras, sale al encuentro de la potencialidad humana, desinteresada, noble y bondadosa y recrea el rostro de una vida sin cadenas donde seguramente estarían presentes el espíritu, la ciencia y la magia. Quizás algún día, la ciencia haga la magia de explicarnos entre las muchas cosas que cuenta la Biblia el pasaje del génesis, donde nuestros padres espirituales primigenios, engañados por una serpiente violaron la prohibición del creador de comer una manzana y murieron a la vida humana. e
jueves, 1 de abril de 2021
El Mundo y las Sombras
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