Guadalupe I Carrillo T
Esa
mañana en la que la rutina se adueñaba del día, recibí un whasaap de mi primo
Guillermo. El formato telegráfico del mensaje instantáneo nos ciñó a pocas
oraciones en las que compactábamos la alegría que se avecinaba. Guillermo me
auguraba una cercana visita a tierras mexicanas y una posible prolongación de
su estancia aquí.
El encuentro podría haberse quedado en la
intrascendencia familiar en la que dos primos hermanos vuelven a verse después
de una larga ausencia, pero no fue así. Habían transcurrido unos diez años
desde la última vez que lo había visto, en una rápida visita de no más de media
hora. En realidad, a excepción de la niñez, los tejidos de nuestras vidas
se bordaron a kilómetros de distancia;
en ciudades y países muy distantes, en intereses diferentes e historias de vida
independientes. Sin embargo, desde el momento en que nos vimos, supe que ese primo al que apenas había visto en
los últimos 30 años, era el hermano de la infancia, de aquel territorio común
al que asistimos como ciudadanos de honor un grupo de más de 20 primos.
La sensación de anclaje afectivo y de
empatía se instaló como un invitado más y ha estado presente desde entonces. Parecía
que nuestra última conversación había sido el día anterior. El tiempo que sana
heridas, también nos trae olvidos o indiferencia. No ocurrió así entre nosotros.
Los años se convirtieron en paréntesis porque el afecto, intacto, se había
actualizado.
Las coincidencias que se mueven a su ritmo,
en esta ocasión hicieron alarde de abundancia: de nuevo hace un mes a través
del whassaapp recibí varios mensajes de mi gran amiga Beatriz Virginia. Su hija
mayor está haciendo una especialidad en México y ella vendría a visitarla por
unas semanas. Quería que nos viéramos.
Nacer y crecer en una ciudad pequeña como
Valera, localizada en el Estado Trujillo, en Venezuela, te aporta la sensación de familiaridad continua. Sientes que el espacio
geográfico es una prolongación de tu casa, de tus afectos. A todos conoces, las
caras nunca son extrañas. En ese ambiente vi el rostro de Beatriz desde el
primer grado de primaria hasta el último del bachillerato. No solo era compañera
de escuela, era mi gran amiga en los años en que la despreocupación se erige
como bandera y las ganas de reír son consigna diaria. No entendíamos que en
realidad estábamos dibujando en nuestro
interior eso que se llama afecto
incondicional.
La elección profesional nos distanció físicamente:
otros lugares, otras rutas a seguir…esporádicamente coincidíamos en la ciudad,
pero siempre en visitas breves, con prisas.
La semana pasada recibí de nuevo un mensaje
suyo. Ya estaba en México y, por fin, el miércoles nos encontramos. Sé del
valor de la amistad, pero ahora podría levantar un monumento a ella, más aún cuando te encuentras con alguien a
quien quieres sin fisuras, y palpas en sus gestos el afecto irreversible. Es el
antídoto ante la desesperanza, es la ruta que te aleja de la desilusión.
Guada, yo también te quiero así, desde niña. No puedo olvidar la felicidad tan verídica que sentía cuando pasaba el día contigo y te oía reir a carcajadas con esa gran bienvenida que le dabas, y sigues dando, a la vida. Escucharte declamar La Leyenda del Horcón, cantar contigo Juan Charrasqueado, viajar contigo en tu carro, entre muchas cosas más, fueron quizá, los momentos más especiales de mi niñez y juventud. Por eso mi corazón selló un pacto incondicional de amistad contigo, pues gracias a ti, descubrí que la vida era bellísima y que existía para amarla. Nunca he pasado contigo ni un sólo momento que mientras lo hemos estado viviendo, no haya estado sintiendo que no es posible gozar más, y que nunca lo olvidaré. No te he vuelto a ver, ni a ti ni a Samuel, desde hace nueve años, pero igual me parece que no he dejado de estar con ustedes ni un día. Muchos besos
ResponderEliminarMi queridísima Mónica, es bellísimo lo que dices. Gracias por esos recuerdos y, más aún por esa hermosa conclusión, que la vida está para amarla intensamente. Cuando los años pasan y te asalta la desilusión, debemos ir al rescate de esos tesoros que guardamos. Tú eres uno de ellos. El tiempo que te vimos en Lima fue imborrable. Un abrazote inmenso, Guada
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