jueves, 30 de octubre de 2014

REPRESENTACIÓN LITERARIA DE MÉXICO EN LA OBRA AMULETO DE ROBERTO BOLAÑO







Guadalupe I Carrillo Torea

El texto que les presento a continuación fue escrito como ponencia para el Simposio que se celebró los días 27 y 28 de este mes de Octubre en el Centro de Investigación donde trabajo. Es el último documento que escribo sobre Roberto Bolaño. Con él concluye el Proyecto de Investigación que desarrollé sobre su obra, tomando en cuenta los contextos de México y Chile representados en ella. Fue una experiencia difícil porque debo admitir que, pese a lo rescatable de la obra de Bolaño, siempre me ha producido una sensación de absoluta entropía cada uno de los textos que he leído. También me genera una desazón mayor las muy hiperbólicas alabanzas de que ha sido objeto. La labor de la crítica literaria debe pasar por el filtro de la mesura. Cuando no ocurre así, el lector siente que se asoma a mundos fantásticos que las letras no están mostrando y que ellos inventan. Mis respetos hacia la extensa obra de su autor. Dejo a otros el trabajo de sensores. Yo me detengo aquí.





La narrativa de Roberto Bolaño  está ambientada en un entorno urbano. Durante los años en que el autor vivió en México, se radicó en la capital, ciudad que describe profusamente.  Sus personajes, que conviven en la urbe,  serán producto de ella, padecerán sus conflictos y en oportunidades se verán atrapados en su complejidad.

La trama de la novela Amuleto ocurre en la Ciudad de México de los años sesenta, en los convulsos días de la represión estudiantil de 1968.  Su protagonista y narradora, Auxilio Lacouture,  uruguaya que emigra a  México, una suerte de hippie indigente que vive del peregrinar de una pensión a otra, queda atrapada en los baños públicos de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM la tarde del 26 de septiembre de 1968, cuando el ejército toma la Ciudad Universitaria para reprimir a sus estudiantes. Allí permanecerá escondida durante más de diez días.

   Esta anécdota será el referente fundamental de  la obra, y se traduce en la denuncia más importante. La voz nos dirá: “Esta será una historia de terror. Será una historia policiaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz” (1999: 11).  Las líneas argumentales que se despliegan en la obra no diseñarán una “historia policiaca”, ni de terror. Al contrario, se tratará del monólogo de una mujer que, atrapada en esta suerte de campo de batalla, divaga sobre sus experiencias en la ciudad, con los intelectuales famosos de la época y con aquellos que querían serlo. En tono de urgencia, la protagonista repite una y otra vez sus obsesiones: la fecha probable en que llegó a México, el encuentro con los poetas españoles exiliados,  el sentirse madre de la poesía mexicana, entre otras, para que el lector pueda reconocer en ella el perfil de un personaje psíquicamente perturbado, que vive en el mundo de la precariedad, enganchada a sus fantasías:

Lo único cierto es que llegué a México en 1965 y me planté en la casa de León Felipe y en la casa de Pedro Garfias y les dije aquí estoy para lo que gusten mandar. Y les debí de caer simpática, porque antipática no soy, aunque a veces soy pesada, pero antipática nunca. Y lo primero que hice fue coger una escoba y ponerme a barrer el suelo de sus casas y luego a limpiar las ventanas y cada vez que podía les pedía dinero y hacía la compra. Y ellos me decían con esa musiquilla ríspida que no los abandonó nunca, como si encircularan las zetas y las ces y como si dejaran a las eses más huérfanas y libidinosas que nunca, Auxilio, me decían, deja ya de trasegar por el piso, Auxilio deja esos papeles tranquilos, mujer, que el polvo siempre se ha avenido con la literatura. (1999: 13)

    Aunque nos hable de su extraña relación con los poetas españoles León Felipe y Pedro Garfias, a quienes les sirve haciéndoles la limpieza de sus apartamentos,  o nos cuente sobre sus ida y venidas a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde veía al poeta y crítico  Rubén Bonifaz Nuño disertando sobre Ovidio y a Augusto Monterroso escuchándolo embelesado, (1999:24), constantemente vuelve a los días en los que permaneció encerrada en el cuarto piso de la facultad y desde donde veía moverse a los granaderos golpeando a los estudiantes. De allí su insistencia en que la novela denuncia ese “crimen atroz”, que menciona en las primeras líneas.
   Lentamente vemos perfilarse un personaje sumergido en la bohemia intelectual de la época, que quiere relacionarse con los nombres más prestigiosos que habitaban el DF – Remedios Varo, Lilian Sepas y su hijo pintor; José Emilio Pacheco-  porque además de ver a los famosos, convivía cercanamente con los poetas jóvenes, entre ellos, Arturo Belano, protagonista de la novela Los Detectives Salvajes (1998).

  La memoria de Auxilio conduce la novela. Entre las historias que entreteje la voz narrativa encontramos algunos con referente histórico y otras mero producto de la imaginación de la protagonista quien  lo dice explícitamente-, como es el caso del encuentro con Remedios Varo[1], a la que nunca conoció, y otras vividas años después del momento en que las recuerda en su encierro en los baños de la Facultad; así ocurre en los encuentros con Arturo Belano.  El énfasis no está entonces en relatar hechos verdaderamente vividos, sino en la selección subjetiva que la memoria de Auxilio realiza. Laura Fandiño, en un ensayo intitulado “El orden de la Memoria en Amuleto (1999) de Roberto Boñalo” señala al respecto:

Interesa observar a través de los episodios mencionados la importancia otorgada a la dimensión fictiva, a la capacidad de imaginar historias u otros mundos posibles, lo que permite sobrevivir a una realidad adversa.  El hecho de que las historias imaginadas/alucinadas por Auxilio tengan el mismo estatuto que cualquier otra que relata como efectivamente acaecida, nos permite realizar la siguiente observación: que las operaciones selectivas de la memoria subjetiva (en oposición a la memoria tramada desde los discursos oficiales) no trabaja únicamente con la Res factae , con los hechos, sino también con la res fictae , con los significados que pueden otorgarse a esos hechos desde el ámbito de la imaginación de la creación y desde la locura generada por una situación límite.[2]

   El contrapunteo entre los hechos reales y los imaginados,  expuestos sin ningún orden  generan la sensación de desbarajuste, de cómo el caos exterior experimentado por Auxilio detona otro caos interior donde  el tiempo no se percibe como un continuo, sino de forma desconcertante y desordenada.  La misma Laura Fandiño advierte que el cronotopo bajtiniano, esa fusión del tiempo en el espacio definido por el crítico ruso, serían  los baños de la facultad desde donde Auxilio desarrolla todo su discurso. El lugar sugiere lo fronterizo; del otro lado está la sordidez que acecha a Auxilio en la medida en que su encierro se alarga en el absurdo y la destrucción. Aunque Bajtín concebía los cronotopos como espacios que propiciaban el encuentro, la convivencia social; en este caso será el desencuentro lo que brote de este cronotopo. Es el territorio de la huida, el refugio ante la adversidad que le acecha.

   La tragedia particular, focalizada en la UNAM y en Tlatelolco, lugar que también se menciona reiteradamente, será la raíz de la macro tragedia que ocurre en América Latina, donde sus jóvenes son masacrados. En el último párrafo de la novela Auxilio reflexiona:

Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer. Y ese canto es nuestro amuleto. (1999: 154)

   La masacre que se enuncia literalmente con la toma de la UNAM, es, pues, la metáfora de la otra, del que se estaba dando en América Latina.


Las huellas urbanas

   Como ocurre también en Los Detectives Salvajes  en la novela se describe la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie del Distrito Federal.  Los que recorren sus calles, comen en sus aceras y disfrutan de sus bares; incluso aquellos que hablan con el argot del mexicano joven: “Y yo abría la boca, medio muerta o medio dormida, y decía chido, Elena, una palabreja de argot mexicano que nunca utilizo porque me parece horrible. Chido, chido, chido. Qué horrible. El argot mexicano es masoquista. Y a veces sadomasoquista”. (1999: 54).

   Hay, pues, un trabajo de reinvención de los personajes apegados a la ciudad y a sus ritmos sofocantes, trasnochados. Podría hablarse incluso de una presentación cartográfica del Distrito Federal que nombra sus calles, explica sus rituales y su ritmo de vida matutina y nocturna, coincidiendo completamente con la propuesta estética de Los Detectives Salvajes:

Y así llegué al año 1968. O el año 1968 llegó a mí. Yo ahora podría decir que lo presentí. Yo ahora podría decir que tuve una corazonada feroz y que no me pilló desprevenida. Lo auguré, lo intuí, lo sospeché, lo remusgué desde el primer minuto de enero; lo presagié y lo barrunté desde que se rompió la primera piñata (y la última) del inocente enero enfiestado. Y por si eso no fuera poco podría decir que sentí su olor en los bares y en los parques en febrero o en marzo del 68, sentí su quietud preternatural en las librerías y en los puestos de comida ambulante, mientras me comía un taco de carnita, de pie, en la calle San Ildefonso, contemplando la iglesia de Santa Catarina de Siena y el crepúsculo mexicano que se arremolinaba como un desvarío, antes de que el año 68 se convirtiera realmente en el año 68. (1999: 27)

   El movimiento citadino va acompañado de la percepción de todos los sentidos: se visualiza, se huele, se degusta en el paladar. A la par de la apreciación de la ciudad y sus espacios públicos siempre visitados, siempre presentes, está el ambiente atemorizante que precedió los hechos de septiembre y octubre de aquel año 1968.


La novela de las coincidencias
Amuleto podría catalogarse como una novela menor, un texto anciliar, paraliteratura. Clasificaciones que pueden resultar peyorativas y que en el análisis del discurso literario son muy comunes, más aún, tras la apertura del espectro clásico y la inclusión de textos “contaminados” por la llamada cultura popular y los massmedia. Como bien aclara Regine Robin, “El rodillo compresor de la cultura de masas contribuyó ampliamente a romper la certidumbre de las fronteras del objeto literario” (Robin: 1993: 51). 

  El  embrión de Amuleto se encuentra en Los Detectives Salvajes  (1998) –de la página  190 a la 199-. Algunos estudiosos de la obra de Bolaño, como es el caso de Carolina Navarrete González, hablan de la novela como una  “reescritura”[3] ; Celina Manzoni, estudiosa de toda la obra de Bolaño, lo describe como una técnica conocida como “autofagia”[4], en la que se retoman fragmentos de otros textos para ampliarlos considerablemente; incluso aboga por una interpretación mayor al apuntar que Amuleto, nos permitiría entender mejor y desde otras perspectivas, Los Detectives Salvajes.

    Sin embargo,  la novela se enmarca insistentemente en el ambiente,  personajes y el mismo argumento de la novela anterior del autor; prácticamente queda inserta en ella como un apéndice imposible de metamorfosearse. Aunque el autor añade otras vivencias de la protagonista, la atención se desvía a la convivencia con Belano, a narrarnos el viaje a Chile por tierra –que también se narra en Los Detectives- y a explicarnos su regreso convertido en un hombre alucinado: “Cuando Arturo regresó a México, en enero de 1974, ya era otro. Allende había caído y él había cumplido con su deber, eso me lo contó su hermana, Arturito había cumplido y su conciencia, su terrible conciencia de machito latinoamericano, en teoría no tenía nada de qué reprocharse” (1999: 66).

   Lentamente, Belano se convierte en el héroe de algunos de las peripecias ocurridas en la novela, como el momento en que salva a uno de sus conocidos, Ernesto San Epifanio, de ser sometidos por el llamado “Rey de los putos de la Colonia Guerrero”: “Así que allí estaba, amiguitos, la madre de la poesía mexicana con su navaja en el bolsillo siguiendo a dos poetas que aún no habían cumplido los veintiún años, a través de ese río turbulento que era y es la avenida Guerrero, similar no al Amazonas, para qué vamos a exagerar, sino al Grijalva, el río que en su día cantó Efraín Huerta” (1999: 78). También será el poeta  que se separa de los poetas jóvenes de México para acercarse a los más adolescentes. Las referencias constantes al personaje masculino, justificadas por una preferencia personal, son tan acentuadas que le roban temporalmente el protagonismo a Auxilio para dar paso al de Belano,  privando a  Amuleto  de ser  novela independiente.

   Si bien los eventos de 1968 que se denuncian están presentes a lo largo de toda la obra, pierden la fuerza que de suyo tuvo tal acontecimiento para mostrarse en sordina en medio de los devaneos intelectuales de Auxilio, sus aventuras citadinas y sus largas tertulias con la bohemia incipiente del Distrito Federal. No hay cuestionamientos a lo ocurrido, ni se describen los actos crueles que se perpetraron en aquel entonces.

   La anécdota de la mujer atrapada tiene un referente real. Elena Poniatoska dice haberla entrevistado dos años después de los eventos en la UNAM, según la investigación de la ya citada Carolina Navarrete González quien apunta:

Auxilio Lacouture es el personaje elegido por Bolaño para narrar una de las peripecias más insólitas ocurridas durante la ocupación militar en la UNAM. Conviene tener en cuenta que se encuentran antecedentes de la existencia histórica de una mujer uruguaya llamada Alcira que, al igual que la protagonista de Amuleto, habría permanecido encerrada en un baño de ciudad Universitaria en septiembre de 1968 durante las jornadas de represión del movimiento estudiantil decretada por Gustavo Díaz Ordaz. Al respecto, Elena Poniatowska entrega datos sobre dicho episodio y sobre su encuentro con la uruguaya:
El terror al Ejército Mexicano hizo a Alcira esconderse en los escusados de mujeres y allí permaneció quién sabe cuántos días, aterrada, tomando solo agua, esperando el momento en que ya no escucharía las botas militares para salir de su escondite. A Alcira habría yo de verla dos o tres años más tarde en el entierro de una gran escritora mexicana, Rosario Castellanos. Bajo la lluvia, Alcira repartía, como sudarios, poemas de Rosario que ella misma había pasado a máquina la noche anterior. [5]

   La presencia permanente de referentes reales, de anécdotas plenamente autobiográficas en las que no se pretende esconder el gesto especular, es también una constante en la obra de Bolaño; esta característica ha llevado a muchos de sus críticos a resaltar su inclinación hacia ese real visceralismo, movimiento diseñado por aquellos poetas jóvenes reunidos con Belano en los bares del DF y de los que da cuenta la novela Los Detectives Salvajes.  Indiscutiblemente estamos frente a una obra de creación literaria. No obstante, las precisas referencias a  personajes y lugares perfectamente identificables en la memoria contemporánea reciente, podrían llevar al lector a olvidar el carácter ficcional de la novela.

    El éxito del escritor, las reseñas que alaban sus obras encontrando en ellas riquezas estéticas encriptadas que se pierden de vista, es un lugar común dentro de la crítica literaria actual, más aún después de su muerte prematura, que  ha proyectado la calidad de su obra a dimensiones casi míticas. Atemperar los ánimos e inclinarse a la objetividad, sería una mejor postura para visualizar con más tino y sin gestos hiperbólicos la obra de Roberto Bolaño.

  






BIBLIOGRAFÍA
Bolaño, Roberto. 1999. Amuleto. Editorial Anagrama, Colección Compactos. Barcelona. 154 Páginas.
________________. 1998. Los Detectives Salvajes. Editorial Anagrama. Barcelona. 609 Páginas.
Marc Angenot, Jean Bessiére, Douwe Fokkema, Eva Kushner. (Compiladores) Teoría literaria. 1993. Siglo XXI Editores, México. 471 Páginas.
Robin Régine: “Extensión e incertidumbre de la noción de literatura”. De la página 51 a la 56.

HEMEROGRAFÍA

Carolina Navarrete González: “Amuleto de Roberto Bolaño, de la representación especular al rito sacrificial”. Revista de Cultura # 45. 2005. Sao Paulo.

Fariño, Laura: “El orden de la memoria en Amuleto (1999) de Roberto Bolaño. Página 3. En la Revista del “VI Encuentro Interdisciplinario de las Ciencias Sociales y Humanas”. Argentina. 2009.
Celina Manzoni: “Reescritura como desplazamiento y anagnórisi en Amuleto de Roberto Bolaño”. En Revista “Hispamérica”. Año 32. N° 94. Pp: 2532.






[1] EN la página 91 del libro el personaje señala: “Son tan pocos los que se acuerdan de Remedios Varo. Yo no la conocí. Sinceramente, me encantaría decir que la conocí pero la verdad es que no la conocí… No porque tuviera vergüenza  de ir a verla a su casa, no porque no apreciara su obra, sino porque Remedios Varo murió en 1963 y yo en el 1963 aún estaba en mi lejano y querido Montevideo”…y más adelante añade: “luego escucho unos pasitos y alguien abre la puerta y es Remedios Varo. Tiene cincuentacuatro años. Es decir, le queda un año de vida” (página 93)
[2] Fariño, Laura: “El orden de la memoria en Amuleto (1999) de Roberto Bolaño. Página 3. En la Revista del “VI Encuentro Interdisciplinario de las Ciencias Sociales y Humanas”. Argentina. 2009.
[3] Carolina Navarrete González: “Amuleto de Roberto Bolaño, de la representación especular al rito sacrificial”. Revista de Cultura # 45. 2005. Sao Paulo.
[4] Celina Manzoni: “Reescritura como desplazamiento y anagnórisi en Amuleto de Roberto Bolaño”. En Revista “Hispamérica”. Año 32. N° 94. Pp: 2532.
[5] La cita a Elena Poniatoska corresponde a un artículo publicado en el diario La Jornada, el lunes 7 de julio del 2003, titulado “Soldados de Salamina de Javier Cercas. México Df.

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