Este
texto -parte de uno mayor en el que desarrollo, junto con Edgar Samuel Morales,
un estudio sobre la literatura de las
Antillas Mayores- pretende ser una muestra, si bien precaria, de algunos
esbozos literarios que nos dan un perfil del discurso ficcional puertorriqueño
en el que, directa o indirectamente, los habitantes de la isla hablan de ellos
mismos, de esa identidad maltrecha que aún no logran definir del todo. ¿Son
norteamericanos de adopción? ¿Caribeños de nacimiento para enterrar entre sus
playas un nacionalismo difuso e híbrido? Trataremos de despejar, en las líneas
siguientes, algunas de estas dudas.
A
lo largo del siglo XX la literatura
puertorriqueña ha estado profundamente marcada por temas que deriva de su
sujeción neocolonial. El status actual
de Puerto Rico es el de Estado Libre Asociado de los Estados Unidos de América.
Como quiera, este hecho proporciona a los puertorriqueños una marca de
distinción frente a los demás pueblos del Caribe. De allí que gran parte de sus
intelectuales se avocaran a estudiar y reflexionar sobre el tópico. Desde Luis
Pales Matos, uno de los precursores de la negritud en la poesía, pasando por la
generación de los cincuenta, también conocida como la “Generación desesperada”[1]
por la angustia vital que expresaban en sus obras ante la incertidumbre
nacional, buena parte de la producción literaria se ha ceñido al tema y han apostado, la mayoría de ellos, a la
lucha por la independencia insular. Quieren ser, pues, puertorriqueños en el
más largo sentido de la palabra.
Algunos Nombres, algunas obras
Rosario
Ferré escribió la novela Maldito Amor en que relata la vida de una
familia puertorriqueña aristocrática a fines del siglo XIX, dueños de una finca
azucarera; una época que significó la llegada del neocolonialismo
norteamericano a la isla. Se trata de un texto en donde las pasiones e
intereses de sus personajes giran en tomo a la finca, en el marco del
progresivo e imparable adueñamiento del país por parte de los Estados Unidos:
El Niño Ubaldino fue siempre un hombre
digno, que se hubiese dejado cortar una mano antes de venderle una pulgada de
tierra a los extranjeros. El Destino Manifiesto, la política del "garrote
grande", el American Army Mule y hasta el jabón Palmolive y el cepillo de
dientes, pasaron a formar parte del vocabulario de odio con que él imprecaba al
cielo todas las mañanas. ..Nunca pudo comprender por qué el Cristo del Gran
Poder nos habla enviado a aquellos extranjeros, más "jinchos que un
corazón de palmillo en diciembre", a quitarnos lo nuestro.[2]
Ferré señala en el prólogo de su novela que
si bien Puerto Rico era un país de aproximadamente seis millones de habitantes
hacia 1990, tres vivían en la isla y tres en el extranjero. Los que viven en la
isla se harían representaciones de un lugar que sólo existe en su imaginación,
y quienes viven fuera mueren añorando regresar algún día a la isla, o en un
eterno viaje entre Nueva York y San Juan. En la literatura puertorriqueña,
podemos observar además las propuestas de transformación del país, pues como
anota Luís Rafael Sánchez:
Inmerso
en el contexto colonial, saturado, contaminado, abrazado por él mismo, el
dramaturgo, el poeta, el escritor puertorriqueño se ha colocado en el hecho
creador en la actitud de la ofensiva abierta...Puesto al trabajo de crear,
porque de trabajo dedicado se trata y no de una escurridiza e inoperante
inspiración, el escritor, el poeta, el dramaturgo puertorriqueño debe aspirar a
convertirse en un impugnador militante, en un aguafiestas, en un provocador...A
partir del reconocimiento y acoso de esos demonios nacionales, podrá el
escritor puertorriqueño insistir en la crisis de su nacionalidad, la
modificación de su sensibilidad por la experiencia colonial, pulsar y constatar
los peligros del unitema, abundar en el conocimiento de los lenguajes críticos
que abracen todos los hechos de la lengua.[3]
La
literatura refleja una ética particular, pero también las premisas y dilemas
que dan un sentido de colectividad a las experiencias históricas, tanto del
pasado como del presente, e incluso en las que se constata la presencia de las constantes
históricas y sociales caribeñas a que aludimos más arriba, talla de la
emigración caribeña. Ileana Rodríguez señala a este respecto:
Es pues ésta, una literatura de identidad
histórica que se expresa en diversas lenguas; y esta búsqueda de la identidad
es el primer encuentro de unidad que enfrenta al sujeto con la historia, con la
recuperación del paisaje...las mismas estructuras que crean la dependencia
económica y el imperialismo, expulsan por igual al trabajador y al intelectual,
los que, al emigrar, transportan las contradicciones locales a los viejos o
nuevos centros metropolitanos, ya que la población migratoria vive
predominantemente en los guettos. La diáspora caribeña, que tiene sus raíces en
la búsqueda del sustento, crea, irónicamente, condiciones para desarrollar el
sentimiento de unidad, ya que en el extranjero, todos los isleños son vistos
como iguales...todos son... caribes. Así, pues, el concepto de clase se
confunde y funde con el de raza, nacionalidad.[4]
Desde el punto de vista de Luís Rafael Sánchez
existen cinco posibles problemas para el escritor puertorriqueño: la obsesión
de su nacionalidad que propiciaría una literatura de culpa, en seguida, la
modificación de su sensibilidad por la experiencia colonial. En tercer lugar,
los peligros del unitemario; después, los lenguajes críticos y finalmente las
descolonizaciones sucesivas.
Otra novela particularmente interesante de
Rosario Ferré es: La casa de
la laguna, en la que describe muy detalladamente la alta sociedad
puertorriqueña, con sus prejuicios raciales, sus pruritos frente a la limpieza
étnica y sus costumbres avejentadas que contrastaban, en el Puerto Rico de
inicios del siglo XX, con las prácticas sociales y culturales de los
norteamericanos que día tras día se apoderaban del país y de su economía:
Unas cuantas familias burguesas, sin
embargo, las que realmente tenían mucho dinero, como los Mendizábal, se
aferraron tercamente a las antiguas costumbres españolas, y les exigieron a sus
hijos un código de comportamiento estricto. Les advirtieron que tuviesen mucho
cuidado con sus nuevas amistades, y les aconsejaron que preguntaran por los apellidos
antes de establecer relaciones serias, para así verificar la pureza de los
linajes... El concepto de igualdad bajo la ley que el nuevo régimen democrático
de los Estados Unidos había impuesto férreamente en la Isla , y que ellos habían
abrazado con tanto ahínco porque querían ser buenos ciudadanos norteamericanos,
se ponía en práctica de una manera muy distinta en el continente.[5]
En esa misma obra se proporcionan datos
interesantes sobre los movimientos independentistas de la década de los
treinta, ante los cuales el senador Millard Tydings prefirió someter al
Congreso de los Estados Unidos un proyecto para reconocer la independencia de Puerto
Rico. De Pedro Albizu Campos, uno de los
líderes más conspicuos del nacionalismo puertorriqueño, la autora señala que
era:
El hijo de un hacendado de Ponce y una mujer
mulata, era sin duda, un fenómeno interesante: Nadie entendía cómo había logrado
estudiar leyes en Harvard, en donde combinó sus estudios legales con los de la
ciencia militar, y se graduó a la cabeza de su clase. Allí se hizo amigo de los
nacionalistas irlandeses, quienes acababan de lograr su independencia en 1916
gracias a los jóvenes martirizados durante el Domingo de Pascua Yo no le tengo
tanto miedo a Albizu Campos como a Luís Muñoz Marín -dijo Arístides -.Ese joven
es un listo; no pretende llevarnos a la independencia con balas, como Albizu,
sino a lo sucu sumucu, de una forma taimada. Primero quiere lograr la autonomía
y, más tarde, la República
nacionalista. En Irlanda sucedió lo
mismo hace catorce años; no hay nada nuevo bajo el soI.[6]
Además de esos textos, se debe subrayar la
obra de Julia de Burgos, poeta e intelectual que mantuvo un compromiso social y
político en la isla en los años de mayor desasosiego económico, en los que se
confrontaban las tendencias nacionalistas frente a las que apoyaban la adhesión
a los Estados Unidos como Estado Libre Asociado, eufemismo que en realidad
trataba -y trata- de maquillar una dependencia absoluta frente al imperio del
Norte. El nombre de Julia de Burgos se encuentra entre los más convocados tanto
en los años de su mayor producción poética como en la actualidad. Sus obras
completas fueron publicadas en una edición inglés-español preparada por Jack
Agüeros para Curbstone Press, en Canadá, precedida por una muy completa
introducción que habla de la vida y obra de la autora. La poesía de nuestra
autora, desarrollada entre las décadas de los años treinta hasta los cincuenta,
mantiene un estilo que se ha calificado de neo- romántico u otras veces
moderno, donde prevalece el tono intimista del que brota un vínculo de
inevitable solidaridad con sus convicciones de orden social y nacional.
En toda su poesía podemos leer entrelíneas
la presencia inamovible de su Puerto Rico natal a la que tantas veces evocó, al
extremo de que en la actualidad se habla de ella como una suerte de icono
nacional, elocuente palabra de aquellos que han quedado sin voz. En varios de sus poemas la temática social
está muy presente, como en sus poemas: Una canción a Albizu Campos, Himno de
amor a Rusia y Canto a Martí. El famoso
poema "Himno de sangre a Trujillo" es muy representativo de su
posición ideológica frente alas discontinuidades del dictador Trujillo, del que
cito algunas de estrofas:
Que ni
muerto ni las rosas del amor te sostengan / General de la muerte para ti la
impiedad / Que la sangre te siga, General de la muerte / Hasta el hongo, hasta
el hueso, hasta el breve gusano condenado a tu estiércol.../ Que las flores no
quieran germinar en tus huesos / Ni la tierra te albergue: que nada te
sostenga, General, que tus muertos / te despueblen la vida y tú mismo te
entierres.[7]
La calidad de su poesía se vio
estruendosamente vinculada a su vida personal, que para la sociedad de la época
fue considerada no sólo de absolutamente excéntrica, sino que además se apreció
como escandalosa. Fue de las pocas mujeres graduadas en la universidad por
aquellos años de 1930; sabía varios idiomas, dominaba el inglés como segunda
lengua y se dio la libertad de casarse en varias oportunidades e incluso de
establecer una relación adúltera con el hombre que le arrebataría algunos de
sus mejores versos. Su participación en
la política del país y en concreto en el partido nacionalista la llevó a un
compromiso de por vida del que no se sustrajo tampoco su poesía. El poema "Puerto Rico está en ti" es
una elocuente manifestación de ello, de él solo cito algunas estrofas:
Puerto Rico depende de tu vida y tu nombre,
/ Colgando en ti van millones de esperanzas / Para resucitar en lo que nos fue
robado / y hacer valer de nuevo el honor de la Patria. / La voz de Independencia
que contigo seguimos / Los que vivos de honor limosna rechazan / De un Puerto
Rico "estado asociado y ridículo"... / De tus hermanos libres que en "New
York" te acompañan / Y sigue tu camino con la luz de una estrella, /
Gilberto Concepción de la Gracia
y de batalla.[8]
Se ha documentado que la soledad y el alcohol
acabaron con sus últimas energías en la ciudad de Nueva York. Internada en un
hospital psiquiátrico se le preguntó cual era su profesión, y pese a contestar:
poeta, en el expediente se anotó: amnésica. Su vida terminó en la misma ciudad,
en la que murió abandonada en una calle para ser luego enterrada en una fosa
común.
[1] Entre ellos
encontramos a escritores como René Marqués, Pedro Juan Soto, Luis Rafael
Sánchez, conocido autor de la novela La
Guaracha del Macho Camacho, entre otros.
[2] Ferré, Rosario. Maldito
Amor. Ediciones Huracán. 1991. Puerto Rico.
[3] Sánchez, Luís Rafael: Cinco
problemas al escritor puertorriqueño.
En Revista Vórtice, II números 2-3 , 1979, Pp. 120-121.
[4] Rodríguez, Ileana et al.: Lectura
Crítica de la Literatura Americana. Actualidades fundacionales. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1997, Pp.
559-560.
[5] Ferré, Rosario: La casa de la Laguna. Emecé , Buenos Aires, 1997, Pp.36-37.
[6] Ídem. Pp. 132-133.
[7] Agüeros, Jack: Song of the simple truth. Obra poética completa de
Julia de Burgos.
Curbstone Press, Canadá, 1997, P. 392.
[8] Ídem. P. 500.
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ResponderEliminarHola, he encontrado de casualidad tu ensayo, buscando "hashtags" del tema de la "Generación Desesperada" en la literatura puertorriqueña. Es agradable ver que compañeros de otro espacio del continente latinoamericano se acercan a nuestra historia y quehacer literario. Precisamente, estoy haciendo un trabajo sobre Lenguaje y Violencia en la obra de Pedro Juan Soto, autor puertorriqueño perteneciente a esta generación del 50. Resido en México hace ya muchos años y sería agradable mantener comunicación. http://obolodeamor.tumblr.com/; https://obolodeamor.wordpress.com/; https://www.facebook.com/pages/Myrtha-San-Fer-%C3%93bolo-de-Amor/246133938901349?fref=tsºº Te deseo todo el éxito. Myrtha San-Fer
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