Lo que hoy se conoce como la novela narco tiene
características bien diferenciadas: la violencia de su mundo, la abyección en
sus más variadas perversiones como atmósfera y recurso predominante y los
hechos que protagonizan sus personajes: de
nobleza inusitada en ocasiones, las más de las veces de una terrible
animosidad hacia la maldad por sí misma o por venganzas implacables, la
emparentan con la llamada novela negra, con abundante presencia de las
características propias de la novela policial.
Ambos géneros[1]
-o subgéneros, como también se le clasifica- poseen la célebre paternidad de
Edgar Alan Poe, que elabora el perfil del hábil investigador Auguste Dupin,
categoría recurrente en otros autores del género, como es el caso del famoso
Sherlock Homes. Algunos críticos se remontan
a la novela gótica como
antecedente de lo que será la novela negra; en definitiva se trata de
una misma raíz, el crimen –el mal, como consecuencia- y diferentes matices en la elaboración argumental:
en unas ocasiones la búsqueda de asesino –novela policial- en otras el interés
por resolver asesinatos –novela enigma- y las más de las veces por la
representación de la sordidez que se enquista en personajes, acciones y
espacios: novela negra.
En su
primera época la novela negra estuvo más
vinculada con la investigación de crímenes, propia del género policiaco;
con los años ampliará sus fronteras a medida que se adentra en el siglo XX y
su modernidad, caracterizada
especialmente por el crecimiento urbano. Ciudades grandes, unidas al abandono
sistemático del campo, dan como resultado la sobrepoblación de las urbes y la
pérdida de capacidad para resguardar el orden. La consecuencia inmediata es
predecible: aumento de la delincuencia, mayor inseguridad ciudadana, expansión
de la pobreza; todo ello entreverado por
la corrupción de los altos y bajos mandos, que ven en el poder la mejor
arma para vivir de la impunidad. Luis Carlos Cano Velásquez explica la
evolución de la novela negra clásica hacia la contemporánea, enfocando su
atención en el nuevo escenario de la sociedad contemporánea que afecta en la
metamorfosis que sufre el detective. El investigador apunta:
Aunque
la novela negra conserva la visión
maniquea de oposiciones contradictorias características de la modalidad
clásica, su protagonista asume una función (exitosa en cuanto a la solución del
misterio, pero fallida en el control de la corrupción) de proveer la justicia
que las instituciones son incapaces de proporcionar. En el proceso de
investigación, el detective se sumerge en un mundo de alienación y anarquía, persigue
la verdad e, infructuosamente, intenta erradicar el mal; las sutilezas del
método deductivo, de capital importancia en la narrativa detectivesca clásica,
son reemplazadas por la importancia asignada a la experiencia, por un agudo
conocimiento del mundo y un profundo e incorruptible sentido moral. Como
resultado la novela negra afirma la
noción de que el crimen no es una aberración temporal sino un rasgo definitorio
del mundo contemporáneo, más específicamente del mundo urbano…[2]
El rasgo que caracteriza a la novela narco
es justamente la aberración que señala Cano Velásquez y que se encuentra
tanto a nivel personal, como en cada uno de los estratos sociales; por
ello los argumentos detectivescos que definen a la mayor parte de la producción
novelística del narcotráfico se ven atrapados por la maraña que la abyección
teje permanentemente. No solamente veremos historias de asesinatos en las que
se debe encontrar a la víctima; el universo que se despliega al adentrarse en
el detalle, en los giros argumentales, constatan que el eje centrar alrededor
del cual gira lo demás es la abyección.
Julia Kristeva en su obra Los poderes de la perversión explica:
Pero
había que esperar a la literatura “abyecta” del siglo XX (aquella que continúa
el apocalipsis y el carnaval) para comprender que la trama narrativa es una
delgada película constantemente amenazada por el estallido. Pues cuando la
identidad narrada es insostenible, cuando la frontera sujeto/objeto se
quebranta, y cuando incluso el límite entre adentro y afuera se torna incierto,
el relato es el primer interpelado. Si a pesar de ello continúa, cambia su
factura: su linealidad se quiebra, procede por estallidos, enigmas,
abreviaturas, incompletudes, enredos, cortes…En un estallido ulterior, la identidad
insostenible del narrador y del medio que parece sostenerlo no se narra más sino que se grita o se describe con una intensidad
estilística máxima (lenguaje de violencia, de la obscenidad, o de una retórica
que enlaza el texto con la poesía. El relato cede ante un tema-grito que, cuando tiende a coincidir con
los estados incandescentes de una subjetividad límite que hemos denominado
abyección, es el tema-grito de dolor – del horror. En otros términos, el tema del dolor – del
horror es el último testimonio de estos estados de abyección en el interior de
una representación narrativa.[3]
La descripción de Kristeva sobre la
narración sostenida por lo abyecto, detalla cada uno de los elementos que
encontramos en la narrativa narco y que explica en buena medida la elaboración
discursiva a través de un lenguaje que reproduce la jerga coloquial de sus
personajes y representa ese tema-grito
que pretende atrapar subjetiva y objetivamente el dolor-horror que impregna al
tópico. La oralidad se hace presente en gran cantidad de narconovelas,
vinculándola con un realismo exacerbado en donde se pretende reproducir un
mundo y unos hechos que parecieran inverosímiles y que superan los límites de
lo posible en el comportamiento humano.
El discurso de las narconovelas abunda en
coincidencias entre unos autores y otros; por ello haremos uso de una taxonomía
de orden estético a través de la cual podamos mostrar un panorama amplio de
títulos que nos permita tener nociones de conjunto respecto a lo que hoy
podemos clasificar como narconovelas; que no son solamente aquellas que se
detienen en el narcotráfico como tema central; a esto se ha añadido la
composición de un lenguaje desgarrado,
la presencia de protagonistas con perfiles conductuales semejantes, y el
desarrollo de argumentos viciados de violencia, muerte y derrotas personales;
tanto las acciones como el desenlace de las mismas se ven impregnadas
permanentemente de la presencia del mal como rasgo definitorio, de allí que
muchas veces nos encontramos frente a ambientes y situaciones exacerbadas y al
borde de abismos interiores que rayan en la pérdida de la razón.
Realismo y voz
Para establecer una
mirada de conjunto que nos permita tener una visión clara y más completa de la
producción narrativa sobre el narcotráfico, y previa lectura de un número
abundante de novelas, podríamos clasificarlas en dos bloques. Uno, el más
abundante, no sólo por la afluencia de las novelas sino por el éxito en su
recepción y en sus dividendos editoriales, serían aquellas obras escritas y
publicadas prácticamente todas en la primera década del siglo XXI por jóvenes
promesas, o por escritores ya en su madurez. En su mayoría son intelectuales erradicados en los estados del norte
de México (aunque también nos encontremos con otros que viven y laboran en el
centro del país) que en definitiva pretenden mostrar el flagelo en el que viven
cotidianamente el ciudadano común.
El afán de denuncia –sin que por ello medie
un tono moralizador- va de la mano de una inclinación hacia el realismo que en
ocasiones podría tornarse desmedido. Lo vemos fundamentalmente en el uso de la
oralidad muy apegada a como se concebía en las novelas regionalistas de
mediados del siglo XX y ya en desuso. En aquel entonces se pretendía reproducir
el habla campesina; ahora la del bato callejero, la del matón a sueldo que
habla con vulgaridades, que es hijo de la ciudad y de sus bajos fondos, que
pertenece a una zona del país asfixiada por la violencia.
En este tenor leímos a uno de los más
controvertidos autores; me refiero a Elmer Mendoza, escritor prolífico que ha
recibido reconocimientos de carácter internacional. Su novela, Un
asesino solitario (1999) publicada por Tusquets Editores en 1999, fue la
primera que salió al mercado editorial con el tópico del narco; sin embargo
ella cuenta con un antecedente célebre, la novela Complot Mongol, publicada en 1969 y escrita por Rafael Bernal,
considerada por la crítica como “la novel inaugural del género policiaco en
México”[4]
según palabras de Claudia Sánchez Quiroz en su reseña al libro de Bernal. La
obra de Bernal se desarrolla en la Ciudad de México, en sus barrios céntricos.
El protagonista, Filiberto García es un veterano de la Revolución mexicana;
encarna al matón a sueldo, frío, implacable a la hora de matar y decidido a
perder la vida si es necesario para cumplir con su cometido; el mundo del
espionaje y de las drogas es el catalizador que mueve los hilos argumentales y
configura el perfil de sus personajes.
La novela, editada por Joaquín Mortiz, agrupa estructuras semejantes,
tipologías o argumentos que siguen el mismo esquema narrativo de la novela
policial; además de la presencia de expresiones coloquiales llenas de
tipicismos mexicanos que repetirán después Elmer Mendoza y muchos que siguieron
esta línea estilística y argumental. En entrevista concedida al diario el País de España el 26 de septiembre del 2011, Mendoza reconoce la influencia que ha tenido la obra de Bernal en su narrativa y en el trabajo del lenguaje.
En la primera novela de Mendoza –Un asesino solitario- , y través de la voz del narrador protagonista, en
un tono de oralidad urbana, haciendo uso de los modismos regionales de la zona
norte del país –Culiacán, Sinaloa- vemos de forma indirecta, como si
asistiéramos a una radionovela, y de la mano de una voz, parte de la vida de
Jorge Macías, sicario a sueldo al que se le encarga el asesinato del candidato
en turno.
Con el tenue disfraz de cambios de nombres y
lugares, al autor implícito permite que nos ubiquemos en el México de los
políticos corruptos y de la supremacía de los cárteles de la droga en los
espacios más poderosos. La historia la
desmenuza el protagonista de la novela desde una perspectiva vacua. Jorge
Macías, asesino a sueldo y antiguo guarura del presidente, se le encarga que
mate a Luis Donaldo Colosio, tarea que lleva a cabo con absoluta
inescrupulosidad; sin remordimiento ninguno cuenta la historia de cómo realizó
este asesinato y todos los que le pedían; es una confesión que adquiere visos
de testimonialidad, pues sólo escuchamos su voz, su punto de vista, su vida
desaliñada es el producto del contacto con la ferocidad y el horror. A través
de un único foco narrativo
se construye una atmósfera que va del cinismo al humor negro.
Vemos el lenguaje de violencia del
que habla Julia Kristeva líneas arriba traducido en un recurrente soliloquio;
el interlocutor, siempre ausente, permite que el protagonista desarrolle su
locuacidad que raya en la verborrea ramplona, propia de un individuo sin
instrucción. Transcribimos algunas de sus intervenciones:
Tratando
de entender a la pinche vida eché un lente por el lugar, que Cifuentes y sus
compañeros ya habían inspeccionado, el guarura más guapo del mundo y el
destripador eran una sola masa roja, estaban encimados, bien chilo; ¿Es cierto
que murió el jefe H? pregunté, Los hombres como el jefe H no mueren, pendejo,
gritó Jiménez bien encabronado.[5]
El tono coloquial, con lenguaje soez logra
esa condición de lenguaje horror- dolor; sin embargo éste se presenta a lo
largo de toda la obra, convirtiéndose en un discurso tedioso e incluso
redundante; esto explica la controversia que en intelectuales y críticos se ha
venido presentando, con opiniones muchas veces encontradas. En la Revista
Letras Libres, por ejemplo, con fecha de septiembre del 2005 el crítico Rafael
Lemus arremete agriamente contra la narco novelas en un artículo intitulado
“Balas de Salva. Notas sobre el narco y la narrativa mexicana”. Lemus explica:
Una
narrativa sobre el narco, una estrategia ordinaria: costumbrismo minucioso,
lenguaje coloquial, tramas populistas. El costumbrismo es, suele ser,
elemental. A veces excluye, casi completamente, la invención, como si la
imaginación no pudiera agregar nada a la realidad. La prosa es, intenta ser,
voz, rumor de calles. Hijos bastardos de Rulfo, sabemos que nada hay más
artificioso que registrar
literariamente el habla popular. Todos se empeñan en esa tarea, algunos
entregados a un fin dudoso: recrear una prosa idéntica al lenguaje coloquial,
aun si ésta no es literariamente pertinente. Las tramas son, suelen ser,
convencionales. Una idea parece sedarlas: ya es demasiado perturbador el
contexto, demasiado brutal la violencia, para aparte crear tramas delirante.[6]
El tono despectivo que invade el comentario
de Lemus, le resta seriedad o credibilidad, aunque la descripción de las
categorías de la que echan mano los escritores no estén lejos de las que él
registra; de allí que al mes siguiente hubiese una respuesta escrita por
Eduardo Antonio Parra, uno de los novelistas del tópico, rebatiendo los
planteamientos del primero. Con mayor decoro Parra trata de explicar el por qué
del realismo, o de los coloquialismos de la narrativa narco; el autor detalla
que la tendencia al tópico procede de una realidad padecida permanentemente, y
no recibida a través de los medios de comunicación. Sin ir a los extremos,
efectivamente, muchos de los recursos estilísticos y temáticos que emplean los
narradores, responden al afán de recrear literariamente lo que rodea al
universo narco. El mismo Mendoza, en la entrevista concedida al diario El País y ya comentada líneas arriba, reconoce: "Parto de un lenguaje callejero, del lenguaje que no tiene a veces mayor explicación que la arbitrariedad. Sin embargo, al principio me gustaba mucho desbocarme, ahora creo que me autoregulo lo suficiente."
Elmer Mendoza tuvo un éxito abrumador con la
publicación de esa primera novela, de tal modo que en 2001 TusQuets Editores
presenta El amante de Janis Joplin
que según algunos críticos es considerada la novela en la que se “explora el mundo de las víctimas sin redención”. Su
protagonista, David, en clara alusión al bíblico joven David que lucha contra
Goliat, es un serrano humilde con una
gran habilidad en el lanzamiento de piedras a gran distancia, su puntería es
envidiable. Sin embargo comete el error de acercarse a la amante del capo
Rogelio Castro, que lo agrede al verlo cerca de su novia. Para defenderse David
le lanza una piedra que acaba con la vida del capo. Esto lo lleva a huir de su
territorio; a partir de ese hecho los azares de David se presentan velozmente.
Entre ellos tiene un encuentro sexual con la famosa cantante Janis Joplin,
conocida por el gusto que tenía de tener relaciones con desconocidos a quienes
no volvía a ver.
La composición argumental va de la mano, de
nuevo, de un lenguaje coloquial confuso, en el que David escucha una voz
interior que constantemente lo reta a realizar actos desproporcionados; el
lenguaje de los delincuentes se reproduce sobradamente. A continuación una
pequeña muestra: ¿Qué bronca, carnal?, No voltees, síguete derecho hasta el
Zapata ¿por qué ?No hables y no seas culón. El Cholo avanzó hacia el boulevard
al tiempo que intentaba reconocer al
intruso pero sin fortuna: ¿Qué onda, carnal, quién eres? Cállate y sigue como
te ordené. En cuanto llegaron al Zapata, y antes de que el Cholo pudiera
impedirlo, el tipo se bajó y fue reemplazado por el Chato, que cargaba una
maleta negra. Quiubo, pinche Cholo,¿te cagaste? El Chato vestía mezclilla y sonreía bajo la sombra de una gorra
beisbolera, Tú y tu socio me cagan lo que tengo entre las piernas, güey, y que
sea la última vez que me haces este numerito”.
El comportamiento del personaje que raya
literalmente en el retraso mental, es sublimado cuando lo apresan y,
pretendiendo matarlo previa castración, él se niega a semejante indignidad y se
lanza al mar. La ingenuidad del
personaje es su redención. El antihéroe se transforma y cobra la fuerza
necesaria para valorarlo.
En 2004 le publican Efecto Tequila, la misma editorial que en 2007 le otorgan el premio
Tusquets Editores de Novela a su obra Balas
de Plata. La prueba del ácido,
publicada en 2010, es uno de sus últimos títulos en el que se mantiene la
temática narco, incluyendo la ingerencia del ya famoso detective Edgar, El
Zurdo Mendieta, protagonista de la novela anterior, a quien se le asigna el caso del asesinato de
la bailarina Mayra Cabral de Melo; el estilo coloquialista de Mendoza, ya más
atemperado, no pierde, sin embargo, el abuso de una oralidad abyecta y
degradante.
El éxito editorial explica en buena medida
la prolífica publicación no sólo de Elmer sino de un sinnúmero de títulos.
Entre ellos citamos algunos representativos: Malasuerte en Tijuana de Hilario Peña (2009); Tiempo de Alacranes de Bernardo Fernández, Premio Semana Negra de
Gijón en 2005. Al otro Lado, de Heriberto Yépez, publicado por la editorial Planeta en 2008. ¿Y qué
fue de Bonita Malacón de José
Dimayuga, (2007). Jesús Malverde. El
santo Popular de Sinaloa escrito por Manuel Esquivel y publicado en 2009
por la misma editorial Jus; la novela es una
épica de Malverde, convertido en una suerte de Robin Hood mexicano que
luchará a brazo partido por ayudar a los más pobres, quitándoselo a los ricos. El
Cerco, de Juan Antonio Rosado, publicado por la editorial Jus en 2008. La mayor parte de las novelas citadas
utilizan la técnica de la heteroglosia generando una suerte de polifonía de
voces que enriquecen el texto a nivel argumental y que hablan del énfasis por
rescatar la vida de la gente de a pie y sus vicisitudes.
A la par de estas novelas, a las que podríamos
clasificar de la nueva narrativa popular urbana que coinciden en la oralidad,
en los argumentos, en la presentación de personajes anti heroicos y en la
descripción en profundidad del mundo de sicarios, capos o consumidores
consuetudinarios de la droga; encontramos el segundo grupo de novelas, en ellas
observamos un mayor apego a técnicas
tradicionales en la construcción espacial y temporal y en una mirada
omnisciente de los sucesos; entre ellas encontramos a la ya célebre La
Reina del Sur[7] de Arturo Pérez Reverte, autor español que
estudió a detalle los hechos del narcotráfico en México y que ha tenido un
éxito editorial incuestionable. Aborda
con mayor detalle el tema de la sorpresa, del misterio de las tramas
Crimen
de Estado escrita por Gregorio
Ortega Molina, en el que se revela las implicaciones de la cúpulas de poder en
la fuerza del narcotráfico y sus cárteles; la obra fue publicada en 2009 por
Plaza y Janés sigue esta misma línea estética, así como el libro de relatos La Santa Muerte (2003) y Sicarios (2007) escritos ambos por Homero Aridjis y publicados por Alfaguara; La esquina de los ojos rojos (2006) -publicado también por Alfaguara- de Rafael
Ramírez Heredia, escritor de fama nacional.
Los trabajos del Reino de Yuri Herrera, que ganó el I Premio Otras voces,
otros ámbitos, fue publicado por primera vez en 2004; la novela fluctúa entre
el despliegue de un lenguaje más bien poético, las más de las veces, y la
presentación de la simpleza y bajeza de muchos de los personajes que abundan en
el narcotráfico.
Como podemos apreciar cada vez se van
sumando más editoriales de prestigio a la publicación de novelas narco.
Planeta, Plaza y Janés, Tutsquet…muestran abiertamente la política que hoy
tienen las editoriales: el lema es vender, vender y vender. Incluso vemos más
escritores con alto nivel intelectual que se interesan en escribir acerca de la
temática, aunque no sea en el género novelístico. Un ejemplo lo vemos con la
obra de Sergio González Rodríguez,
prestigioso periodista mexicano escribió El
hombre sin cabeza en 2009. Encontramos en su texto la hibridez de géneros
entre el documental y el tono muchas veces lírico que imprime el autor a
algunas de las anécdotas narradas, y el carácter protagónico con que se ubica
al contar testimonios personales; el
texto es un estudio muy bien documentado de las últimas prácticas que los
grupos delictivos han llevado a cabo para dar fin a la vida de sus víctimas: la
decapitación, la tortura, el desollamiento, entre otros, muestran la cara más
perversa que invade al mundo del narcotráfico y que se ha impuesto como
práctica común.
Aunque establecimos categorías en el estudio
de las novelas con temática narco
como una medida pedagógica y analítica, considero que la calidad estética, los
procedimientos narrativos y el esfuerzo literario deben verse en cada uno de los textos de manera
individual. No podemos descalificar o
redimir masivamente. La época de los
dictámenes dogmáticos ha caducado y
estas obras nos muestran otra vez la versatilidad que se desprende de la
literatura como expresión artística. Las
coincidencias nos ayudan a tener una mirada de conjunto, sin perder por ello el
valor de cada una.
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Lemus, Rafael. “Balas de salva. Notas sobre elnarco
y la narrativa”. En la página http://www.letraslibres.com/index.php
. Página consultada el 9/09/2009
[1] No pretendemos en
estas líneas discutir en torno a la noción de género o subgénero; preferimos
emplear el término primero por considerar que tanto la novela policial como la
novela negra poseen suficiente consistencia literaria y estética.
[2] Cano Velásquez, Luis
Carlos: “Novela negra, modernismo y revolución en Sombra de la Sombra ,
de Paco Ignacio Taibo II. Artículo publicado en la Revista Co-herencia.
N°5. Vol 3. Julio – Diciembre. Páginas 76-77.
[3] Kristeva, Julia.
(1988). 2004. Los poderes de la
perversión. Siglo XXI Editores. Argentina. Página 186.
[4] En la página web: http://www.literaturamexicanasigloxx.blogspot.com/elcomplot-mongol-reseña
revisada el 24 de septiembre del 2013
[5] Mendoza, Elmer.
1999. Un asesino solitario. Fabula.
Tusquets Editores, México.
[6] Lemus, Rafael.
“Balas de salva. Notas sobre el narco y la narrativa”. En la página http://www.letraslibres.com/index.php . Página consultada el 9/09/2009.
[7] Cf. Pérez –Reverte,
Arturo: La Reina
del Sur. Punto de Lectura, México,
Quinta reimpresión, 2008.
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