martes, 17 de septiembre de 2013

NARRATIVA CUBANA. ABILO ESTÉVEZ, LA HABANA, SU CIUDAD.


Guadalupe I Carrillo T

 

   Abilio Estévez, escritor cubano contemporáneo, ha incursionado en la narrativa elaborando discursos cuya concepción estética y estructural se deslinda del tradicional  modo que entender la ficción y su vinculación con  textos de otras cualidades estilísticas, como lo son el ensayo, la autobiografía, la remembranza…

   Después del éxito de su novela Tuyo es el reino, publicada en 1997, en la que abunda en el tema del exilio, las tragedias vividas por los balseros o, en definitiva, la situación de la Cuba actual, se edita su segundo éxito Los palacios distantes (2002) en el que de nuevo toca los aspectos sociales de la Cuba contemporánea. El autor mira una Habana envejecida, devastada, llena de antiguos palacios venidos a menos en los que no viven las familias pudientes. Casas palaciegas en las que no faltaban los esclavos mandingas, yorubas o lucumís, pero donde después llegaron a vivir treinta o cuarenta familias hacinadas. Esto como resultado de la lujuria de amos y esclavos en un país proclive a las mezclas, los desfogues y las lujurias.

 Ya no son palacios, sino solares, conventillos falansterios, corrales, casas de vecindad o cuarterías. La Habana estaría en una dimensión en donde no existen realmente las transformaciones, situada en el lado inmóvil del mundo, derrotada y desecha.  Se esboza en la obra una mirada pesimista, crítica de una realidad social anquilosada en el tiempo y la historia.

   Inventario secreto de la Habana (2004) una de sus obras más recientes, no puede clasificarse a través de los cánones tradicionales en los que se distinguían claramente los géneros existentes. En esta ocasión la obra está  estructurada a modo de  collage por diferentes discursos: reflexiones biográficas emparentadas con el estilo ensayístico; recuerdos de la infancia; relatos que parecieran elaborados a través del filtro de la ficción pero que se circunscriben a relatar la vida o anécdotas de sus familiares, de sus amigos, de personajes cuyas vidas extraordinarias parecieran salidas de la fantasía.

   El contrapunteo de distintos discursos va de la mano de recurrentes citas de autores célebres que, alguna vez, vivieron,  visitaron o hablaron de La Habana. En general son apartados en los que se alaban y se admiran a la ciudad capital desde distintas  miradas –antropológicas, poéticas, científicas-. Porque, en definitiva, a pesar de la diversidad de la naturaleza de los textos el asunto principal, el tópico único  de la obra viene a ser la Habana. No se trata únicamente de describirla, o de contar anécdotas que ocurren en sus calles o bien de señalar datos históricos sobre su fundación o la edificación de sus predios. La ciudad se transforma para el hablante en un tú al que se ama y se odia con la misma intensidad. En las primeras páginas el autor nos dirá:

En la Habana siempre me dio miedo el mar, Y como en La Habana casi todos los caminos conducen al mar, casi todos los caminos me conducían al miedo. Conozco ciudades costeras, incluso puertos, a los que el mar no interesa demasiado, o acaso no depositan en él toda su miseria y su grandeza. […] Más que en ningún otro sitio que yo conozca, el mar de La Habana tien un poco de bien azaroso y un mucho de mal necesario. La Habana posee, por tanto, para mí, cierto aire de indefensión y de tristeza. De miedo. Una ciudad que mira al mar con tanta insistencia, con tanta inquietud, no sólo debe de sentirse indefensa, sino también triste y muy, muy acobardada. (Estévez. 2004: 18)

   La construcción que el autor, desde una primera persona, realiza de la ciudad, de lo que la rodea y la constituye, las reflexiones que la misma le suscita proyectan una relación yo-ciudad  o bien yo-Habana en la que ésta última prácticamente perfila la silueta interior de aquel que la habita, la recuerda o la padece. El discurso reflexivo, cargado de subjetividad da cuenta de una ciudad que se construye de nuevo a través del filtro de la nostalgia, del temor o la fascinación:

Aunque nací en la Habana, no puedo negar que invariablemente la buscaba, la reclamaba como se busca y se reclaman las ciudades remotas, que son, por eso mismo, las ciudades fantásticas, las que pueblan las ilusiones de cualquier infancia: París, Alejandría, Roma, Bagdad, Ispahán, Port-ao- Prince…Desde que tuve uso de razón, como suele decirse, La Habana fue para mí un espacio distante, un territorio que de algún modo no me pertenecía, un sitio de donde venía y adonde iba, pero en el que no estaba, un lugar que debía ser alcanzado, merecido o hasta conquistado. Sobre todo, La Habana era una mención, es decir, un nombre, dos palabras (2004: 88).

   Detenerse en una ciudad real no impide que ésta sea reinventada en función de la manera en que ha sido vivida o añorada; esto último prevalece en toda la obra, de modo que La Habana se transforma en el lugar a través del cual el autor rescata su infancia, la ingenuidad y frescura que ésta de suyo alberga, permite que la escritura se vea literalmente envuelta en una atmósfera de afectos y aventuras. Cada detalle que viste a la capital de la Isla motiva un comentario, un suceso, un sentimiento.

   La obra se proyecta desde las lejanas costas de la ciudad de Palma de Mallorca, primero; más adelante en Barcelona y algunos otros territorios europeos en los que se encuentra el autor. Sin embargo describir otras ciudades, hablar de ellas, remitirá, inevitablemente a La Habana:

Debo reconocerlo: no hizo falta emprender aquel largo viaje que me trajo a Barcelona, soportar las mil vicisitudes de la aventura (no siempre dichosa) o ese cuarto a oscuras de la calle Valencia, frente a los monstruos empecinados de la Sagrada Familia. La Habana siempre estuvo lejos. ¿O será mejor corregir la expresión y decir que fui yo quien siempre permaneció lejos de La Habana, que mi ciudad no era mi ciudad? Aunque es probable que tampoco sea justo, y pueda replantearlo de otro modo: ¿y si, después de todo, era yo el habitante de una ciudad en la que no me hallaba? (2004: 87).

   A lo largo de las páginas de la obra se advierte una insistente necesidad de definir la relación del yo narrativo con la ciudad. Pero no con cualquiera; La Habana que se habitó y que se añora es, sin embargo, el espacio del extrañamiento, el lugar inexistente que provoca una búsqueda constante: “Aunque nací en La Habana, no puedo negar que invariablemente la buscaba, la reclamaba como se busca y se reclaman las ciudades remotas, que son, por eso mismo, las ciudades fantásticas, las que pueblan las ilusiones de cualquier infancia” dirá el autor otorgándole a la ciudad un valor de territorio anhelado, paraíso perdido que nunca llega a encontrarse.  La ciudad define al yo, le concede una identidad que debe renovar constantemente. La ciudad, las ciudades vienen, entonces, a ser centro del mundo.

   Por otra parte vemos que  el valor de la ciudad como espacio de heterogeneidades también alcanza el sentido de universalidad que  ya había advertido Ítalo Calvino en sus Ciudades Invisibles (1994), y  que viste a muchas de nuestras ciudades. Abilio  Estévez señala: “una ciudad es muchas ciudades. Sus variaciones están asociadas a numerosos detalles y sutilezas que no sólo dependen de la arquitectura o la división territorial,” (2004: 173). Efectivamente, el escritor recorre, a través del texto,  infinidad de calles, rincones, alamedas y las vincula con su experiencia de antaño para construir una imagen específica de la ciudad. Es la Habana maravillosa, ajena a cualquier vínculo de crítica social o política. Es la ciudad que, de algún modo, ha sustituido a la casa, antiguo rincón del mundo, porque acoge tanto o más que aquella.

   La hibridez de los discursos muestra a  la ciudad  como un caleidoscopio de impresiones que fluctúan entre descripciones de la vida cotidiana, incluso doméstica, de quienes habitan la ciudad, hasta las más serias reflexiones, confrontando sus ideas con la de intelectuales o escritores como Alejo Carpentier, Lezama Lima, Labrador Luis Piñera o Lino Novás, de tal modo que la anécdota más simple se entreteje de erudición, historia y, claro está, ficción.    Inventario secreto de La Habana  es, pues, una original propuesta narrativa y ensayísitica del discurso de ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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