Abilio Estévez, escritor cubano
contemporáneo, ha incursionado en la narrativa elaborando discursos cuya
concepción estética y estructural se deslinda del tradicional modo que entender la ficción y su vinculación
con textos de otras cualidades estilísticas,
como lo son el ensayo, la autobiografía, la remembranza…
Después del éxito de su novela Tuyo es el reino, publicada en 1997, en
la que abunda en el tema del exilio, las tragedias vividas por los balseros o,
en definitiva, la situación de la
Cuba actual, se edita su segundo éxito Los palacios distantes (2002) en el que de nuevo toca los aspectos
sociales de la Cuba
contemporánea. El autor mira una Habana envejecida, devastada, llena de
antiguos palacios venidos a menos en los que no viven las familias pudientes.
Casas palaciegas en las que no faltaban los esclavos mandingas, yorubas o
lucumís, pero donde después llegaron a vivir treinta o cuarenta familias
hacinadas. Esto como resultado de la lujuria de amos y esclavos en un país
proclive a las mezclas, los desfogues y las lujurias.
Ya no son palacios, sino solares, conventillos
falansterios, corrales, casas de vecindad o cuarterías. La Habana estaría en una
dimensión en donde no existen realmente las transformaciones, situada en el
lado inmóvil del mundo, derrotada y desecha.
Se esboza en la obra una mirada pesimista, crítica de una realidad
social anquilosada en el tiempo y la historia.
Inventario
secreto de la Habana
(2004) una de sus obras más recientes, no puede clasificarse a través de los
cánones tradicionales en los que se distinguían claramente los géneros
existentes. En esta ocasión la obra está
estructurada a modo de collage por diferentes discursos:
reflexiones biográficas emparentadas con el estilo ensayístico; recuerdos de la
infancia; relatos que parecieran elaborados a través del filtro de la ficción
pero que se circunscriben a relatar la vida o anécdotas de sus familiares, de
sus amigos, de personajes cuyas vidas extraordinarias parecieran salidas de la
fantasía.
El contrapunteo de distintos discursos va de
la mano de recurrentes citas de autores célebres que, alguna vez,
vivieron, visitaron o hablaron de La Habana. En general son
apartados en los que se alaban y se admiran a la ciudad capital desde
distintas miradas –antropológicas,
poéticas, científicas-. Porque, en definitiva, a pesar de la diversidad de la
naturaleza de los textos el asunto principal, el tópico único de la obra viene a ser la Habana. No se trata únicamente
de describirla, o de contar anécdotas que ocurren en sus calles o bien de
señalar datos históricos sobre su fundación o la edificación de sus predios. La
ciudad se transforma para el hablante en un tú al que se ama y se odia con la
misma intensidad. En las primeras páginas el autor nos dirá:
En
la Habana
siempre me dio miedo el mar, Y como en La Habana casi todos los caminos conducen al mar,
casi todos los caminos me conducían al miedo. Conozco ciudades costeras,
incluso puertos, a los que el mar no interesa demasiado, o acaso no depositan
en él toda su miseria y su grandeza. […] Más que en ningún otro sitio que yo
conozca, el mar de La Habana
tien un poco de bien azaroso y un mucho de mal necesario. La Habana posee, por tanto,
para mí, cierto aire de indefensión y de tristeza. De miedo. Una ciudad que mira
al mar con tanta insistencia, con tanta inquietud, no sólo debe de sentirse
indefensa, sino también triste y muy, muy acobardada. (Estévez. 2004: 18)
La construcción que el autor, desde una
primera persona, realiza de la ciudad, de lo que la rodea y la constituye, las
reflexiones que la misma le suscita proyectan una relación yo-ciudad o bien yo-Habana en la que ésta última
prácticamente perfila la silueta interior de aquel que la habita, la recuerda o
la padece. El discurso reflexivo, cargado de subjetividad da cuenta de una
ciudad que se construye de nuevo a través del filtro de la nostalgia, del temor
o la fascinación:
Aunque
nací en la Habana ,
no puedo negar que invariablemente la buscaba, la reclamaba como se busca y se
reclaman las ciudades remotas, que son, por eso mismo, las ciudades
fantásticas, las que pueblan las ilusiones de cualquier infancia: París,
Alejandría, Roma, Bagdad, Ispahán, Port-ao- Prince…Desde que tuve uso de razón,
como suele decirse, La Habana
fue para mí un espacio distante, un territorio que de algún modo no me
pertenecía, un sitio de donde venía y adonde iba, pero en el que no estaba, un
lugar que debía ser alcanzado, merecido o hasta conquistado. Sobre todo, La Habana era una mención, es
decir, un nombre, dos palabras (2004: 88).
Detenerse en una ciudad real no impide que
ésta sea reinventada en función de la manera en que ha sido vivida o añorada;
esto último prevalece en toda la obra, de modo que La Habana se transforma en el
lugar a través del cual el autor rescata su infancia, la ingenuidad y frescura
que ésta de suyo alberga, permite que la escritura se vea literalmente envuelta
en una atmósfera de afectos y aventuras. Cada detalle que viste a la capital de
la Isla motiva
un comentario, un suceso, un sentimiento.
La obra se proyecta desde las lejanas costas
de la ciudad de Palma de Mallorca, primero; más adelante en Barcelona y algunos
otros territorios europeos en los que se encuentra el autor. Sin embargo
describir otras ciudades, hablar de ellas, remitirá, inevitablemente a La Habana :
Debo
reconocerlo: no hizo falta emprender aquel largo viaje que me trajo a
Barcelona, soportar las mil vicisitudes de la aventura (no siempre dichosa) o
ese cuarto a oscuras de la calle Valencia, frente a los monstruos empecinados
de la Sagrada Familia.
La Habana
siempre estuvo lejos. ¿O será mejor corregir la expresión y decir que fui yo
quien siempre permaneció lejos de La
Habana , que mi ciudad no era mi ciudad? Aunque es probable
que tampoco sea justo, y pueda replantearlo de otro modo: ¿y si, después de
todo, era yo el habitante de una ciudad en la que no me hallaba? (2004: 87).
A lo largo de las páginas de la obra se
advierte una insistente necesidad de definir la relación del yo narrativo con
la ciudad. Pero no con cualquiera; La
Habana que se habitó y que se añora es, sin embargo, el
espacio del extrañamiento, el lugar inexistente que provoca una búsqueda
constante: “Aunque nací en La
Habana , no puedo negar que invariablemente la buscaba, la
reclamaba como se busca y se reclaman las ciudades remotas, que son, por eso
mismo, las ciudades fantásticas, las que pueblan las ilusiones de cualquier
infancia” dirá el autor otorgándole a la ciudad un valor de territorio
anhelado, paraíso perdido que nunca llega a encontrarse. La ciudad define al yo, le concede una
identidad que debe renovar constantemente. La ciudad, las ciudades vienen,
entonces, a ser centro del mundo.
Por otra parte vemos que el valor de la ciudad como espacio de
heterogeneidades también alcanza el sentido de universalidad que ya había advertido Ítalo Calvino en sus Ciudades Invisibles (1994), y que viste a muchas de nuestras ciudades.
Abilio Estévez señala: “una ciudad es
muchas ciudades. Sus variaciones están asociadas a numerosos detalles y
sutilezas que no sólo dependen de la arquitectura o la división territorial,” (2004:
173). Efectivamente, el escritor recorre, a través del texto, infinidad de calles, rincones, alamedas y las
vincula con su experiencia de antaño para construir una imagen específica de la
ciudad. Es la Habana
maravillosa, ajena a cualquier vínculo de crítica social o política. Es la ciudad
que, de algún modo, ha sustituido a la casa, antiguo rincón del mundo, porque
acoge tanto o más que aquella.
La hibridez de los discursos muestra a la ciudad
como un caleidoscopio de impresiones que fluctúan entre descripciones de
la vida cotidiana, incluso doméstica, de quienes habitan la ciudad, hasta las
más serias reflexiones, confrontando sus ideas con la de intelectuales o
escritores como Alejo Carpentier, Lezama Lima, Labrador Luis Piñera o Lino
Novás, de tal modo que la anécdota más simple se entreteje de erudición,
historia y, claro está, ficción. Inventario secreto de La Habana es, pues, una original propuesta narrativa y
ensayísitica del discurso de ciudad.
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