lunes, 24 de junio de 2013

La ciudad moderna en la literatura: imaginario, crónica o sueño irrealizable



 

            Guadalupe Isabel Carrillo Torea[1]

 

                                               “Las ciudades también se fundan dentro de los libros”

                                                                                                          Rosalba Campra

 

   Reflexionar sobre la ciudad es un trabajo apasionante y complejo a la vez. Entendida como  construcción cultural en la que confluyen historia, sociedad, poder, manifestaciones artísticas…la ciudad se ha transformado en el escenario por excelencia de nuestro mundo contemporáneo.

    Nos podemos asomar a sus predios, urgar en sus avenidas, deambular por sus calles a modo de caminante o mirarla  a través de la literatura. La imagen que la ciudad proyecta es, al mismo tiempo, el producto de lo que sus habitantes hemos hecho de ella participando activamente en su construcción. Se trata de un proceso vinculante en el que  vivir la ciudad es, igualmente, leerla y, en consecuencia, re-escribirla. En su artículo “Semiología y urbanismo” ((1990)1997) Roland Barthes especifica al respecto: “La ciudad es un discurso, y ese discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla” (Barthes, 1997: 260). Más adelante insiste el semiólogo: “la ciudad es una escritura, quien se desplaza por la ciudad, es decir, el usuario de la ciudad (que somos todos los que vivimos en medios urbanos) es una especie de lector que, según sus obligaciones y sus desplazamientos, aísla fragmentos del enunciado para actualizarlos secretamente” (1997: 264).

   La posibilidad de concebir a la ciudad como un discurso que se actualiza permanentemente nos permite acercarnos a ella a través del texto literario, sea este ficcional o reflexivo.  Las líneas que presento a continuación pretenden ahondar en el proceso modernizador que vivió Venezuela a mediados del siglo XX y que se tradujo en la re-construcción de su trazado urbanístico, especialmente de la ciudad de Caracas. De todo ello da cuenta la literatura de la época sea a través de novelas, cuentos, ensayos e incluso mediante  textos periodísticos más cercanos a la crónica.

   En América Latina observamos que en las décadas de los cincuenta y sesenta la producción artística regionalista y criollista, en la que el campo era centro de atención en detrimento de la ciudad, que se concebía como su opuesto negativo, perdía pertinencia. Hasta ese entonces la urbe se había concebido como ese espacio jerárquico donde una elite de base criolla detentaba los poderes oficiales, que se imponían excluyendo a muchos sectores y confinando en las periferias a aquellos actores menos favorecidos, a los campesinos que emigraban, a los habitantes del interior que abandonaban el terruño, a los descendientes de los antiguos pobladores del continente.

   La elaboración de un discurso orientado a una idealización del mundo de lo bucólico, en el que los códigos estéticos tenían su raíz en lo propio campesino y donde el sentido identitario se vinculaba a la tierra, fue progresivamente perdiéndose para ser sustituido por aquellos elementos antes considerados prosaicos, e incluso, antipoéticos. Se trata del asfalto, las autopistas, el automóvil de alta velocidad, los edificios, el concreto…es el universo citadino, los espacios públicos del hombre que vive en la ciudad.

   El proceso urbanizador de Caracas, y de gran parte de las ciudades de Venezuela, especialmente  aquellas cercanas geográficamente a las zonas petroleras, va de la mano del sentido de modernidad. Ésta llega al país mediante la explotación del petróleo que se inicia en el periodo gomecista y que verá sus más fuertes consecuencias después de la muerte del dictador. En la década de los años 30 se urbanizan zonas antes aldeanas, mediante el proceso de asentamiento de los famosos campamentos petroleros en los que sólo había cabida para los grupos de extranjeros y sus familias, pertenecientes a las compañías de explotación petrolera en su mayoría de nacionalidad norteamericana. El venezolano, mientras tanto, permanecía en estado de marginación física y cultural. La producción literaria observa estos fenómenos y da voz a la toma de conciencia a través de la llamada “novela del petróleo”. Para la época urbanizar era sinónimo de modernizar, pero también era semejante a degradar y corromper. Los intelectuales no ven, pues, con buenos ojos el fenómeno social que se estaba produciendo. Los comentarios de Ramón Díaz Sánchez, autor de la célebre novela Mene, son elocuentes  al respecto:

Cuando se produjo el brutal impacto del petróleo, que destruyó la cultura agraria en Venezuela, la perspectiva cultural de nuestro país comenzaba a ensancharse y a embellecerse gracias a los senderos que se le abrían con los contactos de la cultura europea, tan rica en sustancia humanística, estética y filosófica. Mas junto con la economía petrolera nos llegó el pragmatismo norteamericano y todo quedó desnaturalizado y mostrenco: el arte, la Universidad, las relaciones humanas, el amor, la política. A esto se debe el que en la actualidad los venezolanos transitemos un solo camino –eso sí, bien asfaltado- hacia el horizonte de la cultura (Díaz Sánchez, 1967: 12-13).

 
   La cita fechada en 1967 es, sin embargo, reveladora del proceso que se había estado desarrollando desde los años cuarenta, cuando las migraciones hacia la ciudad dejaron abandonado el campo, creándose un gran abismo entre uno y otro espacio. Los intelectuales habían venido advirtiendo y denunciando el fenómeno, proponiendo una distribución de la riqueza petrolera más equilibrada. Durante este periodo más que narrativa urbana, prolifera  el ensayo y, junto a él, la denuncia de los intelectuales de prestigio que en la época hablan del peligro que corre el país ante la riqueza petrolera,  a la que se sumaba el crecimiento desmesurado de la infraestructura urbana de la ciudad de Caracas y, por supuesto, el consecuente sobre poblamiento de la capital producido por la migración interna y externa.

   Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez,  José Rafael Pocaterra, Mariano Picón Salas,  Enrique Bernardo Núñez -que por muchos años asumió el cargo de cronista de Caracas- y Mario Briceño Iragorry -siguiente cronista de la ciudad- entre otros, fueron de las figuras más ilustres que dedicaron buena parte de su producción ensayística,  novelesca, y en algunos casos, cuentística al señalamiento de lo que consideraban podría ser, en un futuro, el causante de la ruina del país: instituir al petróleo como único medio de riqueza de Venezuela. Sin embargo, en algunas ocasiones el tono de muchos de ellos llega a ser catastrofista; por ejemplo Arturo Uslar Pietri publica en 1949 -época de exilio del escritor que se encontraba  como profesor visitante en la Universidad de Columbia, Estados Unidos- su célebre obra  De una a otra Venezuela; se trata de una serie de ensayos en los que Uslar  explica que existen dos Venezuela, una real, la que ha vivido del campo, la que cuenta con un número muy alto de pobres en condición de miseria, y la otra fingida, la que ha surgido con el nuevo rostro que el petróleo le ha delineado. Así se expresa el escritor:

 

Porque desgraciadamente hay una manera de construir en la Venezuela fingida que casi nada ayuda a la Venezuela real. En la Venezuela fingida están los rascacielos de Caracas. En la Venezuela real están algunas carreteras, los canales de irrigación, las terrazas de conservación de suelos. En la Venezuela fingida están los aviones internacionales de la Aeropostal. En la Venezuela real están los tractores, los arados, los silos ((1949)1964: 64).

                       

     Escritores como Briceño Iragorry, en cambio, asumen una postura radicalmente crítica frente a la invasión de la cultura norteamericana, asociando lo moderno a lo extranjero. En su célebre obra Mensaje sin destino publicado en 1972 el autor defiende lo autóctono que se ha visto marginado, casi a punto de perderse, para ser sustituido por el esnobismo de los habitantes citadinos; para el momento en que se publica la obra Briceño Iragorry ha sido testigo del apoderamiento de la cultura extranjera frente a la nacional desde la explotación del petróleo hasta ese presente de abundancia y ostentación que vive el país. Así lo refleja también en su novela Los Riberas (1957); escrita décadas antes que el célebre ensayo, allí  relata  la vida de una familia andina venida a la Capital para engrosar las filas de la burguesía que emergió con la bonanza petrolera. La dilapidación de la riqueza nacional se hace patente en sus líneas. Caracas era para el momento la ciudad que prometía un futuro de bonanza y modernidad.

   Los años cuarenta fueron un  periodo de gran afluencia urbana y de abundantes construcciones;  dando lugar a que se generara una narrativa que se fija en lo urbano como centro de atención; ésta se ha considerado una suerte de antecedente para la narrativa urbana. Ángel Gustavo Infante, escritor venezolano de los años 90, puntualizaba, en entrevista concedida a la columna “Ficción breve.com” que

 

Cuando Caracas se transforma, después de los proyectos del presidente Medina y, por supuesto, de la II Guerra Mundial, que recibe esa doble inmigración: de afuera y del mismo país. Caracas se desborda y presenta signos específicos de masificación. Entonces, con las características de la masificación sí, necesariamente, aparece otro modo de narrar, pero que a la vez hereda muchos elementos de los modos de narrar anteriores que se referían también a esos centros urbanos, por pequeños que fueran[2]

 

   Hacia los años 50 se ha hablado de una segunda etapa dentro de la narrativa venezolana. Según autores como José Balza, a partir de la publicación de El  falso cuaderno de Narciso Espejo (1952) del escritor Guillermo Meneses “cambia la historia literaria de nuestro país”[3].  La novedad fundamental de la obra se encuentra en que “la aventura novelesca pasa a convertirse en un proceso mismo de escritura”[4].  Esto, evidentemente, aporta una concepción completamente desconocida de la manera de entender un texto narrativo y, por supuesto, de escribirlo.

   El argumento del libro se desarrolla en la ciudad de Caracas y su puerto, la Guaira.  Sus personajes y sus vidas cotidianas, la prostitución, el alcoholismo, los empleados de oficinas estarán presentes. Es un universo urbano que se despliega a lo largo de la novela; todo se resuelve en esa irónica “ciudad de luz”, decorada por calles sórdidas, atestadas de basura, malolientes.  En el relato esa urbe  masificada y alienante en la que habitan sus personajes, será parte activa del acontecer.

   El antecedente inmediato del tema citadino en Meneses lo vemos en la novela Campeones escrita en 1939  donde se recrea el mundo caraqueño de las casas que se convierten en hospedaje para los jóvenes inmigrantes en el centro de la ciudad.

   En 1952 asume la presidencia de la república Marcos Pérez Jiménez, militar que había formado parte de la junta de gobierno tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948. Pérez Jiménez toma el poder cuando el país contaba con una bonanza económica inédita, hecho que le permitió desarrollar una serie de proyectos de carácter urbano que beneficiaron, sobre todo, a la ciudad de Caracas. En 1953 se construyó la autopista Caracas-la Guaira, en 1954 la Avenida Urdaneta, el Centro Simón Bolívar, la Ciudad Universitaria y las Torres del Silencio, edificios estos que daban un tono de total modernidad a la ciudad que se vestía de concreto. El proyecto constructor respondía al llamado “Nuevo Ideario Nacional” que proponía, sobre todo, la modernización de la infraestructura urbana de las ciudades más importantes. Sin embargo, la migración que del interior del país había invadido literalmente a la ciudad capital tuvo como asentamiento la periferia de Caracas, en los llamados ranchos que cada vez se hacía más problemáticos. Arturo Almandoz explica de qué manera el gobierno del dictador Pérez Jiménez trató de resolver lo que se consideraba ya una grave dificultad del proyecto modernizador:

 

El proyecto emblemático del régimen fue la Unidad Residencial 2 de Diciembre -hoy 23 de Enero- que incluyó 26 bloques y un total de 9.000 apartamentos para una población de 60.000 habitantes. Por su magnitud, el 2 de Diciembre pasó a ser “una experiencia sociológica y urbanística sin paralelo en América Latina”, en la que, al igual que en otros superbloques, se supone que tendría lugar la súbita conversión de los migrantes campesinos en improvisados ciudadanos. Era la solución prototípica que se necesitaba para controlar una marginalidad que se tornaba alarmante, afeando el rostro urbano del Nuevo Ideal Nacional, a la vez que poniendo en peligro las progresistas metas del régimen (Almandoz, 2004: 124).

 

   Los cambios que sufría la ciudad tendrán como inmediata consecuencia la presencia de problemáticas urbanas complejas y la denuncia de artistas e intelectuales. En 1958 regresa Uslar Pietri al país y se encuentra con una ciudad capital distinta a la que había dejado décadas antes el escritor. Por ello cuando  a principios de 1958,  escribiera el discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua, Arturo Uslar Pietri habló de los cambios que en la literatura se habían producido para entonces:

 

Ya no es el escritor el solitario y prestigioso intelectual frente a una colectividad de agricultores y guerrilleros; ahora está en medio de una nación en febril y a veces inorgánica transformación. Ya no escribe para los hacendados de Peonía ni para los rentistas de  El hombre de hierro, ni para los llaneros de Altamira. Ahora ha de escribir para los apresurados habitantes de ciudades cosmopolitas, donde se editan periódicos en cuatro o cinco lenguas, y para los industrializadores de una frontera móvil y dinámica (Uslar Pietri, 1958: 291).

 

   En 1960 nos encontraremos con el tema urbano de forma preeminente, pero no podemos hablar de unidad temática o de una manera única de ver la ciudad.  Caracas continuaba  experimentando cambios, de modo que sus habitantes –sus escritores-se encontraban con la necesidad de delinear un rostro que se re-inventaba permanentemente y que iba mostrando su realidad. Son los años de cambios convulsivos, de dictaduras férreas en esas zonas del cono sur, de protestas estudiantiles, de deseos de libertad inminente. Se crearon grupos en los que se encontraban narradores y poetas -Sardio, El Techo de la Ballena y Tabla Redonda-. En general postulaban una estética más audaz; incorporaban en sus discursos  lo cotidiano que deriva también en lo urbano; el tono de los textos suele ser polémico e irreverente; los de Tabla Redonda a través de la trasgresión se convierten en el  grupo más beligerante. Esta literatura es asumida como una suerte de contra-cultura que se mantendrá viva y en evolución- con las variantes que aporta cada periodo- en la década de los años 70 y 80.

   La publicación en 1959 de Los pequeños seres del escritor Salvador Garmendia estableció un cambio significativo dentro de la temática y estética literaria. En ella la ciudad  y sus habitantes vienen a ser protagonistas. Se trata de un universo sórdido, desleal, inmerso en la agonía que la cotidianidad de las grandes ciudades aporta. Incluso se ha hablado del escritor como “el precursor de la literatura urbana”[5] en el país.  En Los Pequeños seres (1958) se toca el tema también espinoso de la desadaptación de los inmigrantes del interior del país, que en Caracas vivían en las pensiones del centro, padeciendo toda suerte de dificultades y derrotas. Al respecto Salvador Garmendia reconoce:

 

En la vida de todo venezolano que se vino a la capital, urgido por el viento de los años 40          que sopló del campo a la ciudad, hubo siempre una fachada de pensión alterando el pulso del recién llegado. Escenario del más recalcitrante costumbrismo. La pensión caraqueña siguió viviendo para la crónica periodística y el sainete radical, hasta mucho más allá de su sustitución por el hotel de inmigrantes de la siguiente década. La picaresca estudiantil hizo acopio de anécdotas jocosas y tragicómicas en esos corredores abiertos a la luz, donde el tiempo caminaba en puntillas y todo parecía detenido en una realidad a medias que no terminaba de despertar.[6]

 

   En general la escritura de Salvador Garmendia mantendrá como centro de atención para sus ficciones a los ciudadanos anodinos que decoran el paisaje urbano. La tendencia a la exaltación de lo feo se convertirá en un modo personal de desarrollar el discurso y en una estética bien definida que procedía de la observación directa a los espacios urbanos que se convertían en decorado permanente en muchos espacios de la ciudad capital. En su artículo “La aventura de narrar” el escritor detalla:

 

Poco a poco, fui percibiendo en esas calles voces que se iban haciendo inteligibles. La mugre florecía por todas partes a mi paso, hasta que fui descubriendo que esas manchas y esos detritus tenían su acento propio. No era la marca laboriosa de la vejez o el abandono como en las viejas casas de provincia, sino la polución de cada día, el residuo de lo que va de paso, sobrantes desprendidos de las personas cuya existencia continúa bullendo en las basuras, con restos todavía  palpitantes de ansiedad o angustia, terror o soledad. Intentaba descifrar las frases que veía escritas en esas manchas. Eran agresivas a veces, o podían estar llenas de humillaciones o de súplica. Creo haber aprendido mucho entre los desechos (Garmendia, 1990: 16-17)

 

   Narradores, poetas, ensayistas abordarán a la ciudad desde sus distintos estilos y asumiendo diferentes problemáticas urbanas; el panorama literario se hace cada vez más prolífico y complejo. De esta época cito dos ejemplos muy representativos  en las obras de dos autores venezolanos de gran importancia: Miguel Otero Silva y su novela Cuando quiero llorar no lloro (1979), y Adriano González León con País Portátil (1963).  En el primer caso se narra la vida de tres jóvenes de clases sociales diferentes que mueren trágicamente en la ciudad de Caracas, los tres portaban el nombre de Victorino.  El narrador recrea la sociedad venezolana de la década del 50 y 60 en la que Caracas, ya inmersa en la modernidad, es rica en contradicciones, en terribles oposiciones sociales.

   La novela de González León va más allá de presentar a la ciudad capital.  El protagonista, Andrés Barazarte, perteneciente a la guerrilla urbana, que se traslada de este a oeste de Caracas, en un mediodía, realiza igualmente un desplazamiento interior.  Se trata, pues, de un viaje con ribetes míticos en los que se explora  la historia del país mismo. María Celina Núñez, a propósito de la obra, advierte que “hay, en primer lugar, un retrato de la contemporaneidad correspondiente a los años 60. La ciudad de entonces, el clima político, la guerrilla urbana, la represión oficial. Pero también se conforma, a base de pinceladas, la historia de la familia Barazarte y, con ella, la del país: el paso de una Venezuela rural a urbana, la impronta de la explotación petrolera”.[7]

     La evolución de la que habla la investigadora  y su repercusión en la literatura del país es inevitable. Sin embargo, en la historia de la literatura venezolana se hace difícil señalar caracterizaciones o etapas bien definidas. Evidentemente, el progreso social y urbano impondría una temática diferente a la del típico par “civilización/barbarie”, pero ello no supuso una uniformidad en los asuntos a tratar o en la estética narrativa. El mismo Adriano González León presentará a la ciudad como ese gran monstruo que devora a sus habitantes. Su obra Asfalto-infierno (1963) escrita  en prosa, es, sin embargo, un trabajo experimental en el que prevalece el tono poético y desgarrador. El narrador habla a la ciudad de Caracas en estos términos:

 

BESTIA AFILADA. Alzar la cara hacia donde se supone cielo abierto defrauda al primer toque de ojo. Desde allá le caen las luces de los autos, pasan las luces de los autos, pájaros disparados como en la montaña rusa de los parques de diversiones. Ciudad de circunvalación celeste, marcada por el neón, invención veloz del concreto pretensado. Y pasan mil faros más. Mil faros más. Por arriba, por su cabeza, el culo de los automovilistas sobre su cabeza, mi cabeza cortada por guardafangos, ahíta de humo de escape, tres neumáticos contra ella, gomas, ruedas, gomas, inflexión respiratoria, todos los mecanismos hidráulicos (González León, 1963: 127).

 

  Los  discursos de carácter  experimental  no se harían esperar; así tenemos  Rajatabla (1970)  de Luis Brito García, que representó un momento de ruptura narrativa cuyas consecuencias serían inmediatas. Al mismo tiempo se tornó la mirada hacia atrás, con ánimo de  rescatar  novelas que en su momento no tuvieron acogida por la crítica, como es el caso de Enrique Bernardo Núñez, cuyas obras se reeditaron a raíz de su muerte en 1964 y encontraron un aplauso y admiración inéditos. De cualquier modo, y como puntualiza Domingo Miliani

 

...la década del 60-70,...produjo la agudización de una crisis ideológica, de la cual no escaparía ninguna manifestación de la cultura. La violencia revolucionaria y las divisiones de partidos políticos, las persecuciones y la prisión, las torturas e interrogatorios, los juicios militares, desmembraron o reagruparon a intelectuales y artistas, a tiempo que aportaron una temática doliente[...]El estilo de narrar venezolano, acartonado a veces, lento, propenso a las circunvoluciones del barroco, fue puesto en entredicho[...]A la vieja tragicidad filantrópica de algunas novelas se opuso ahora la pintura viva, casi grotesca, de una clase media amorfa y hacinada en los barrios suburbanos; al idilio sobreviviente de las novelas románticas se le enfrentó un eros golpeante, el humor negro, el sexo enfurecido, la conspiración y la insurgencia verbales, como reflejo literario de la insurgencia armada que marca de sangre los años del 62 en adelante.[8]

 

   La heterogeneidad es, pues, una de las características más resaltantes de la literatura venezolana de la época y, al mismo tiempo, elemento que enriquece y amplía el panorama literario. Para la década del sesenta la ciudad se había instalado como centro de atención de artistas y escritores. Aunque el desarrollo urbano se encontraba todavía en expansión, muchos escritores vieron la necesidad de re-construir las ciudades latinoamericanas en el discurso literario. Así lo aprecia Alejo Carpentier en su obra Tientos y diferencias (1964) donde señala: “me convenzo de que la gran tarea del novelista americano de hoy está en inscribir la fisonomía de sus ciudades en la literatura universal, olvidándose de tipicismos y costumbrismos”, para más adelante añadir: “la gran dificultad de utilizar nuestras ciudades como escenarios de novelas está en que nuestras ciudades no tienen estilo. Más o menos extensas, más o menos gratas, son un amasijo, un arlequín de cosas buenas y cosas detestables –remedos horrendos, a veces, de ocurrencias arquitectónicas europeas” (Carpentier, 1964: 14, 15). La literatura tendrá, pues, como finalidad, imprimir estos devaneos culturales que se presentan en sus ciudades. Representarlas  a través del lenguaje, mediante la creación o la crónica estableciendo una suerte de “estética del asfalto” en la que se parodia, satiriza, alaba o condena a estos espacios en los que confluyen la realidad y la ficción irrevocablemente,

serán, en buena medida,  la labor del escritor, pues la ciudad es, en definitiva, el lugar en el que habitan los cambios, donde se organiza la cultura y deambulan los fantasmas de nuestra historia moderna.

 

 

 

 
 

BIBLIOGRAFÍA

ALMANDOZ, Arturo. 2004. La ciudad en el imaginario venezolano II. De 1936 a Los pequeños seres. Fundación para la cultura urbana. Caracas.

BARTHES, Roland. ((1990) 1997). La aventura semiológica. Paidós Comunicación. Segunda reimpresión. Barcelona

CARPENTIER, Alejo. 1964. Tientos y diferencias. UNAM. México.

DÍAZ SÁNCHEZ, ramón. 1967. “Prólogo”. Obras Selectas. Caracas.

GARMENDIA, Salvador. 1990. “La aventura de narrar”. En Quimera (Edición Latinoamericana),  N° 6, septiembre –octubre. Caracas.

GONZÁLEZ LEÓN, Adriano. 1963. Asfalto Infierno. Monte Ávila Editores. Caracas.

USLAR PIETRI, Arturo. 1958. “Discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua” en Letras y hombres de Venezuela. Editorial Edime. Caracas.

 

HEMEROGRAFÍA

GARMENDIA, Salvador. 1990: “Siempre habrá un Balzac donde haya más de una persona”. Papel Literario. El Nacional, Caracas, 25-7-1999.

 

ARTÍCULOS  EN INTERNET

BALZA, José: “Los cuadernos reversibles” (la otra narradita venezolana), en página electrónica: http://www.invencionero.com/balna.htm

CAÑIZALES, Andrés: “Muere Salvador Garmendia, precursor de la literatura urbana”. En: http://www.unidadenladiversidad.com/actualidad/actualidad_ant/2001/mayo_01/actualidad

MILIANI, Domingo: “Diez años de narrativa venezolana (1960-1970)”. En “Ficción breve venezolana.com” en la página http://www.letraila.com/ficcionbreve/ensayos/ens-122.htm

NÚÑEZ, María Celia: “País Portátil”. En: “Ficción breve venezolana.com” de la página web: http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/adria-mc.htm

 

 
El presente artículo fue publicado en la Revista del Centro de Historia del Estado Trujillo. Venezuela.


[1] Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora Investigadora adscrita al Centro de investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I.
[2] Entrevista publicada en “Ficciónbrevevenezlana.com en la página http://www.letralia.com/ficcionbreve/entrevistas/entrev05.htm
[3] Balza, José: “Los cuadernos reversibles”, página 5.
[4] La misma página citada.
[5] Así lo afirma Andrés Cañizales en artículo publicado en la página web en la que se anuncia la muerte del escritor: “Muere Salvador Garmendia, precursor de la literatura urbana”. En: http://www.unidadenladiversidad.com/actualidad_ant/2001/mayo_01/actualidad
[6] S. Garmendia, “Siempre hay un Balzac donde haya más de una persona”. Papel Literario. El Nacional. Caracas 25-7-1999.
[7] El artículo se encuentra en la columna “Ficciónbreve venezolana.com” de la página http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/adria-mc.htm
[8] En “Diez años de narrativa venezolana (1960-1970)” Por Domingo Miliani. Columna “Ficciónbreve venezolana.com. http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/ens-122.htm

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