Guadalupe
Isabel Carrillo Torea[1]
“Las
ciudades también se fundan dentro de los libros”
Rosalba
Campra
Reflexionar sobre la ciudad es un trabajo
apasionante y complejo a la vez. Entendida como
construcción cultural en la que confluyen historia, sociedad, poder,
manifestaciones artísticas…la ciudad se ha transformado en el escenario por
excelencia de nuestro mundo contemporáneo.
Nos podemos asomar a sus predios, urgar en
sus avenidas, deambular por sus calles a modo de caminante o mirarla a través de la literatura. La imagen que la
ciudad proyecta es, al mismo tiempo, el producto de lo que sus habitantes hemos
hecho de ella participando activamente en su construcción. Se trata de un
proceso vinculante en el que vivir la
ciudad es, igualmente, leerla y, en consecuencia, re-escribirla. En su artículo
“Semiología y urbanismo” ((1990)1997) Roland Barthes especifica al respecto:
“La ciudad es un discurso, y ese discurso es verdaderamente un lenguaje: la
ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en
la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla” (Barthes,
1997: 260). Más adelante insiste el semiólogo: “la ciudad es una escritura,
quien se desplaza por la ciudad, es decir, el usuario de la ciudad (que somos
todos los que vivimos en medios urbanos) es una especie de lector que, según
sus obligaciones y sus desplazamientos, aísla fragmentos del enunciado para
actualizarlos secretamente” (1997: 264).
La posibilidad de concebir a la ciudad como
un discurso que se actualiza permanentemente nos permite acercarnos a ella a
través del texto literario, sea este ficcional o reflexivo. Las líneas que presento a continuación
pretenden ahondar en el proceso modernizador que vivió Venezuela a mediados del
siglo XX y que se tradujo en la re-construcción de su trazado urbanístico,
especialmente de la ciudad de Caracas. De todo ello da cuenta la literatura de
la época sea a través de novelas, cuentos, ensayos e incluso mediante textos periodísticos más cercanos a la
crónica.
En América Latina observamos que en las
décadas de los cincuenta y sesenta la producción artística regionalista y
criollista, en la que el campo era centro de atención en detrimento de la
ciudad, que se concebía como su opuesto negativo, perdía pertinencia. Hasta ese
entonces la urbe se había concebido como ese espacio jerárquico donde una elite
de base criolla detentaba los poderes oficiales, que se imponían excluyendo a
muchos sectores y confinando en las periferias a aquellos actores menos
favorecidos, a los campesinos que emigraban, a los habitantes del interior que
abandonaban el terruño, a los descendientes de los antiguos pobladores del continente.
La elaboración de un discurso orientado a
una idealización del mundo de lo bucólico, en el que los códigos estéticos
tenían su raíz en lo propio campesino y donde el sentido identitario se
vinculaba a la tierra, fue progresivamente perdiéndose para ser sustituido por
aquellos elementos antes considerados prosaicos, e incluso, antipoéticos. Se
trata del asfalto, las autopistas, el automóvil de alta velocidad, los
edificios, el concreto…es el universo citadino, los espacios públicos del
hombre que vive en la ciudad.
El proceso urbanizador de Caracas, y de gran
parte de las ciudades de Venezuela, especialmente aquellas cercanas geográficamente a las zonas
petroleras, va de la mano del sentido de modernidad. Ésta llega al país
mediante la explotación del petróleo que se inicia en el periodo gomecista y
que verá sus más fuertes consecuencias después de la muerte del dictador. En la
década de los años 30 se urbanizan zonas antes aldeanas, mediante el proceso de
asentamiento de los famosos campamentos petroleros en los que sólo había cabida
para los grupos de extranjeros y sus familias, pertenecientes a las compañías
de explotación petrolera en su mayoría de nacionalidad norteamericana. El
venezolano, mientras tanto, permanecía en estado de marginación física y
cultural. La producción literaria observa estos fenómenos y da voz a la toma de
conciencia a través de la llamada “novela del petróleo”. Para la época
urbanizar era sinónimo de modernizar, pero también era semejante a degradar y
corromper. Los intelectuales no ven, pues, con buenos ojos el fenómeno social
que se estaba produciendo. Los comentarios de Ramón Díaz Sánchez, autor de la
célebre novela Mene, son
elocuentes al respecto:
Cuando se produjo
el brutal impacto del petróleo, que destruyó la cultura agraria en Venezuela,
la perspectiva cultural de nuestro país comenzaba a ensancharse y a
embellecerse gracias a los senderos que se le abrían con los contactos de la
cultura europea, tan rica en sustancia humanística, estética y filosófica. Mas
junto con la economía petrolera nos llegó el pragmatismo norteamericano y todo
quedó desnaturalizado y mostrenco: el arte, la Universidad , las
relaciones humanas, el amor, la política. A esto se debe el que en la
actualidad los venezolanos transitemos un solo camino –eso sí, bien asfaltado-
hacia el horizonte de la cultura (Díaz Sánchez, 1967: 12-13).
La cita fechada en 1967 es, sin embargo,
reveladora del proceso que se había estado desarrollando desde los años
cuarenta, cuando las migraciones hacia la ciudad dejaron abandonado el campo,
creándose un gran abismo entre uno y otro espacio. Los intelectuales habían
venido advirtiendo y denunciando el fenómeno, proponiendo una distribución de
la riqueza petrolera más equilibrada. Durante este periodo más que narrativa
urbana, prolifera el ensayo y, junto a
él, la denuncia de los intelectuales de prestigio que en la época hablan del
peligro que corre el país ante la riqueza petrolera, a la que se sumaba el crecimiento desmesurado
de la infraestructura urbana de la ciudad de Caracas y, por supuesto, el
consecuente sobre poblamiento de la capital producido por la migración interna
y externa.
Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz
Sánchez, José Rafael Pocaterra, Mariano
Picón Salas, Enrique Bernardo Núñez -que
por muchos años asumió el cargo de cronista de Caracas- y Mario Briceño
Iragorry -siguiente cronista de la ciudad- entre otros, fueron de las figuras
más ilustres que dedicaron buena parte de su producción ensayística, novelesca, y en algunos casos, cuentística al
señalamiento de lo que consideraban podría ser, en un futuro, el causante de la
ruina del país: instituir al petróleo como único medio de riqueza de Venezuela.
Sin embargo, en algunas ocasiones el tono de muchos de ellos llega a ser
catastrofista; por ejemplo Arturo Uslar Pietri publica en 1949 -época de exilio
del escritor que se encontraba como
profesor visitante en la
Universidad de Columbia, Estados Unidos- su célebre obra De
una a otra Venezuela; se trata de una serie de ensayos en los que
Uslar explica que existen dos Venezuela,
una real, la que ha vivido del campo, la que cuenta con un número muy alto de
pobres en condición de miseria, y la otra fingida, la que ha surgido con el
nuevo rostro que el petróleo le ha delineado. Así se expresa el escritor:
Porque
desgraciadamente hay una manera de construir en la Venezuela fingida que
casi nada ayuda a la
Venezuela real. En la Venezuela fingida están los rascacielos de
Caracas. En la Venezuela
real están algunas carreteras, los canales de irrigación, las terrazas de
conservación de suelos. En la
Venezuela fingida están los aviones internacionales de la Aeropostal. En
la Venezuela
real están los tractores, los arados, los silos ((1949)1964: 64).
Escritores como Briceño Iragorry, en
cambio, asumen una postura radicalmente crítica frente a la invasión de la
cultura norteamericana, asociando lo moderno a lo extranjero. En su célebre
obra Mensaje sin destino publicado en
1972 el autor defiende lo autóctono que se ha visto marginado, casi a punto de
perderse, para ser sustituido por el esnobismo de los habitantes citadinos;
para el momento en que se publica la obra Briceño Iragorry ha sido testigo del
apoderamiento de la cultura extranjera frente a la nacional desde la
explotación del petróleo hasta ese presente de abundancia y ostentación que
vive el país. Así lo refleja también en su novela Los Riberas (1957); escrita décadas antes que el célebre ensayo,
allí relata la vida de una familia andina venida a la Capital para engrosar las
filas de la burguesía que emergió con la bonanza petrolera. La dilapidación de
la riqueza nacional se hace patente en sus líneas. Caracas era para el momento
la ciudad que prometía un futuro de bonanza y modernidad.
Los años cuarenta fueron un periodo de gran afluencia urbana y de
abundantes construcciones; dando lugar a
que se generara una narrativa que se fija en lo urbano como centro de atención;
ésta se ha considerado una suerte de antecedente para la narrativa urbana.
Ángel Gustavo Infante, escritor venezolano de los años 90, puntualizaba, en
entrevista concedida a la columna “Ficción breve.com” que
Cuando Caracas se transforma, después de los proyectos del presidente
Medina y, por supuesto, de la
II Guerra Mundial, que recibe esa doble inmigración: de
afuera y del mismo país. Caracas se desborda y presenta signos específicos de
masificación. Entonces, con las características de la masificación sí,
necesariamente, aparece otro modo de narrar, pero que a la vez hereda muchos
elementos de los modos de narrar anteriores que se referían también a esos
centros urbanos, por pequeños que fueran[2]
Hacia los años 50 se ha hablado de una
segunda etapa dentro de la narrativa venezolana. Según autores como José Balza,
a partir de la publicación de El
falso cuaderno de Narciso Espejo (1952) del escritor Guillermo
Meneses “cambia la historia literaria de nuestro país”[3]. La novedad fundamental de la obra se
encuentra en que “la aventura novelesca pasa a convertirse en un proceso mismo
de escritura”[4]. Esto, evidentemente, aporta una concepción
completamente desconocida de la manera de entender un texto narrativo y, por
supuesto, de escribirlo.
El argumento del libro se desarrolla en la
ciudad de Caracas y su puerto, la Guaira. Sus
personajes y sus vidas cotidianas, la prostitución, el alcoholismo, los
empleados de oficinas estarán presentes. Es un universo urbano que se despliega
a lo largo de la novela; todo se resuelve en esa irónica “ciudad de luz”,
decorada por calles sórdidas, atestadas de basura, malolientes. En el relato esa urbe masificada y alienante en la que habitan sus
personajes, será parte activa del acontecer.
El antecedente inmediato del tema citadino
en Meneses lo vemos en la novela
Campeones escrita en 1939 donde se
recrea el mundo caraqueño de las casas que se convierten en hospedaje para los
jóvenes inmigrantes en el centro de la ciudad.
En 1952 asume la presidencia de la república
Marcos Pérez Jiménez, militar que había formado parte de la junta de gobierno
tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948. Pérez Jiménez toma el poder
cuando el país contaba con una bonanza económica inédita, hecho que le permitió
desarrollar una serie de proyectos de carácter urbano que beneficiaron, sobre
todo, a la ciudad de Caracas. En 1953 se construyó la autopista Caracas-la
Guaira, en 1954 la Avenida Urdaneta ,
el Centro Simón Bolívar, la Ciudad
Universitaria y las Torres del Silencio, edificios estos que
daban un tono de total modernidad a la ciudad que se vestía de concreto. El
proyecto constructor respondía al llamado “Nuevo Ideario Nacional” que
proponía, sobre todo, la modernización de la infraestructura urbana de las
ciudades más importantes. Sin embargo, la migración que del interior del país
había invadido literalmente a la ciudad capital tuvo como asentamiento la
periferia de Caracas, en los llamados ranchos que cada vez se hacía más
problemáticos. Arturo Almandoz explica de qué manera el gobierno del dictador
Pérez Jiménez trató de resolver lo que se consideraba ya una grave dificultad
del proyecto modernizador:
El proyecto
emblemático del régimen fue la Unidad
Residencial 2 de Diciembre -hoy 23 de Enero- que incluyó 26
bloques y un total de 9.000 apartamentos para una población de 60.000
habitantes. Por su magnitud, el 2 de Diciembre pasó a ser “una experiencia
sociológica y urbanística sin paralelo en América Latina”, en la que, al igual
que en otros superbloques, se supone que tendría lugar la súbita conversión de
los migrantes campesinos en improvisados ciudadanos. Era la solución
prototípica que se necesitaba para controlar una marginalidad que se tornaba
alarmante, afeando el rostro urbano del Nuevo Ideal Nacional, a la vez que
poniendo en peligro las progresistas metas del régimen (Almandoz, 2004: 124).
Los cambios que sufría la ciudad tendrán como
inmediata consecuencia la presencia de problemáticas urbanas complejas y la
denuncia de artistas e intelectuales. En 1958 regresa Uslar Pietri al país y se
encuentra con una ciudad capital distinta a la que había dejado décadas antes
el escritor. Por ello cuando a
principios de 1958, escribiera el
discurso de incorporación a la Academia
Venezolana de la
Lengua , Arturo Uslar Pietri habló de los cambios que en la
literatura se habían producido para entonces:
Ya no es el
escritor el solitario y prestigioso intelectual frente a una colectividad de
agricultores y guerrilleros; ahora está en medio de una nación en febril y a
veces inorgánica transformación. Ya no escribe para los hacendados de Peonía ni para los rentistas de El
hombre de hierro, ni para los llaneros de Altamira. Ahora ha de escribir
para los apresurados habitantes de ciudades cosmopolitas, donde se editan
periódicos en cuatro o cinco lenguas, y para los industrializadores de una
frontera móvil y dinámica (Uslar Pietri, 1958: 291).
En 1960 nos encontraremos con el tema urbano
de forma preeminente, pero no podemos hablar de unidad temática o de una manera
única de ver la ciudad. Caracas
continuaba experimentando cambios, de
modo que sus habitantes –sus escritores-se encontraban con la necesidad de
delinear un rostro que se re-inventaba permanentemente y que iba mostrando su
realidad. Son los años de cambios convulsivos, de dictaduras férreas en esas
zonas del cono sur, de protestas estudiantiles, de deseos de libertad
inminente. Se crearon grupos en los que se encontraban narradores y poetas -Sardio,
El Techo de la Ballena
y Tabla Redonda-. En general postulaban una estética más audaz;
incorporaban en sus discursos lo
cotidiano que deriva también en lo urbano; el tono de los textos suele ser
polémico e irreverente; los de Tabla
Redonda a través de la trasgresión se convierten en el grupo más beligerante. Esta literatura es
asumida como una suerte de contra-cultura que se mantendrá viva y en evolución-
con las variantes que aporta cada periodo- en la década de los años 70 y 80.
La publicación en 1959 de Los pequeños
seres del escritor Salvador Garmendia estableció un cambio significativo
dentro de la temática y estética literaria. En ella la ciudad y sus habitantes vienen a ser protagonistas.
Se trata de un universo sórdido, desleal, inmerso en la agonía que la
cotidianidad de las grandes ciudades aporta. Incluso se ha hablado del escritor
como “el precursor de la literatura urbana”[5]
en el país. En Los Pequeños seres (1958) se toca el tema también espinoso de la
desadaptación de los inmigrantes del interior del país, que en Caracas vivían
en las pensiones del centro, padeciendo toda suerte de dificultades y derrotas.
Al respecto Salvador Garmendia reconoce:
En la vida de
todo venezolano que se vino a la capital, urgido por el viento de los años 40 que sopló del campo a la ciudad, hubo
siempre una fachada de pensión alterando el pulso del recién llegado. Escenario
del más recalcitrante costumbrismo. La pensión caraqueña siguió viviendo para
la crónica periodística y el sainete radical, hasta mucho más allá de su
sustitución por el hotel de inmigrantes de la siguiente década. La picaresca
estudiantil hizo acopio de anécdotas jocosas y tragicómicas en esos corredores
abiertos a la luz, donde el tiempo caminaba en puntillas y todo parecía
detenido en una realidad a medias que no terminaba de despertar.[6]
En general la escritura de Salvador
Garmendia mantendrá como centro de atención para sus ficciones a los ciudadanos
anodinos que decoran el paisaje urbano. La tendencia a la exaltación de lo feo
se convertirá en un modo personal de desarrollar el discurso y en una estética
bien definida que procedía de la observación directa a los espacios urbanos que
se convertían en decorado permanente en muchos espacios de la ciudad capital.
En su artículo “La aventura de narrar” el escritor detalla:
Poco a poco, fui
percibiendo en esas calles voces que se iban haciendo inteligibles. La mugre
florecía por todas partes a mi paso, hasta que fui descubriendo que esas
manchas y esos detritus tenían su acento propio. No era la marca laboriosa de
la vejez o el abandono como en las viejas casas de provincia, sino la polución
de cada día, el residuo de lo que va de paso, sobrantes desprendidos de las
personas cuya existencia continúa bullendo en las basuras, con restos
todavía palpitantes de ansiedad o
angustia, terror o soledad. Intentaba descifrar las frases que veía escritas en
esas manchas. Eran agresivas a veces, o podían estar llenas de humillaciones o
de súplica. Creo haber aprendido mucho entre los desechos (Garmendia, 1990:
16-17)
Narradores, poetas, ensayistas abordarán a
la ciudad desde sus distintos estilos y asumiendo diferentes problemáticas
urbanas; el panorama literario se hace cada vez más prolífico y complejo. De
esta época cito dos ejemplos muy representativos en las obras de dos autores venezolanos de
gran importancia: Miguel Otero Silva y su novela Cuando quiero llorar no
lloro (1979), y Adriano González León con País Portátil (1963). En el primer caso se narra la vida de tres
jóvenes de clases sociales diferentes que mueren trágicamente en la ciudad de
Caracas, los tres portaban el nombre de Victorino. El narrador recrea la sociedad venezolana de la
década del 50 y 60 en la que Caracas, ya inmersa en la modernidad, es rica en
contradicciones, en terribles oposiciones sociales.
La novela de González León va más allá de
presentar a la ciudad capital. El
protagonista, Andrés Barazarte, perteneciente a la guerrilla urbana, que se
traslada de este a oeste de Caracas, en un mediodía, realiza igualmente un
desplazamiento interior. Se trata, pues,
de un viaje con ribetes míticos en los que se explora la historia del país mismo. María Celina
Núñez, a propósito de la obra, advierte que “hay, en primer lugar, un retrato
de la contemporaneidad correspondiente a los años 60. La ciudad de entonces, el
clima político, la guerrilla urbana, la represión oficial. Pero también se
conforma, a base de pinceladas, la historia de la familia Barazarte y, con
ella, la del país: el paso de una Venezuela rural a urbana, la impronta de la
explotación petrolera”.[7]
La evolución de la que habla la
investigadora y su repercusión en la
literatura del país es inevitable. Sin embargo, en la historia de la literatura
venezolana se hace difícil señalar caracterizaciones o etapas bien definidas.
Evidentemente, el progreso social y urbano impondría una temática diferente a
la del típico par “civilización/barbarie”, pero ello no supuso una uniformidad
en los asuntos a tratar o en la estética narrativa. El mismo Adriano González
León presentará a la ciudad como ese gran monstruo que devora a sus habitantes.
Su obra Asfalto-infierno (1963)
escrita en prosa, es, sin embargo, un
trabajo experimental en el que prevalece el tono poético y desgarrador. El
narrador habla a la ciudad de Caracas en estos términos:
BESTIA AFILADA.
Alzar la cara hacia donde se supone cielo abierto defrauda al primer toque de
ojo. Desde allá le caen las luces de los autos, pasan las luces de los autos,
pájaros disparados como en la montaña rusa de los parques de diversiones.
Ciudad de circunvalación celeste, marcada por el neón, invención veloz del
concreto pretensado. Y pasan mil faros más. Mil faros más. Por arriba, por su
cabeza, el culo de los automovilistas sobre su cabeza, mi cabeza cortada por
guardafangos, ahíta de humo de escape, tres neumáticos contra ella, gomas,
ruedas, gomas, inflexión respiratoria, todos los mecanismos hidráulicos
(González León, 1963: 127).
Los
discursos de carácter
experimental no se harían
esperar; así tenemos Rajatabla (1970)
de Luis Brito García, que representó
un momento de ruptura narrativa cuyas consecuencias serían inmediatas. Al mismo
tiempo se tornó la mirada hacia atrás, con ánimo de rescatar
novelas que en su momento no tuvieron acogida por la crítica, como es el
caso de Enrique Bernardo Núñez, cuyas obras se reeditaron a raíz de su muerte
en 1964 y encontraron un aplauso y admiración inéditos. De cualquier modo, y
como puntualiza Domingo Miliani
...la década del
60-70,...produjo la agudización de una crisis ideológica, de la cual no
escaparía ninguna manifestación de la cultura. La violencia revolucionaria y
las divisiones de partidos políticos, las persecuciones y la prisión, las
torturas e interrogatorios, los juicios militares, desmembraron o reagruparon a
intelectuales y artistas, a tiempo que aportaron una temática doliente[...]El
estilo de narrar venezolano, acartonado a veces, lento, propenso a las
circunvoluciones del barroco, fue puesto en entredicho[...]A la vieja
tragicidad filantrópica de algunas novelas se opuso ahora la pintura viva, casi
grotesca, de una clase media amorfa y hacinada en los barrios suburbanos; al
idilio sobreviviente de las novelas románticas se le enfrentó un eros golpeante,
el humor negro, el sexo enfurecido, la conspiración y la insurgencia verbales,
como reflejo literario de la insurgencia armada que marca de sangre los años
del 62 en adelante.[8]
La heterogeneidad es, pues, una de las
características más resaltantes de la literatura venezolana de la época y, al
mismo tiempo, elemento que enriquece y amplía el panorama literario. Para la
década del sesenta la ciudad se había instalado como centro de atención de
artistas y escritores. Aunque el desarrollo urbano se encontraba todavía en
expansión, muchos escritores vieron la necesidad de re-construir las ciudades
latinoamericanas en el discurso literario. Así lo aprecia Alejo Carpentier en
su obra Tientos y diferencias (1964)
donde señala: “me convenzo de que la gran tarea del novelista americano de hoy
está en inscribir la fisonomía de sus ciudades en la literatura universal,
olvidándose de tipicismos y costumbrismos”, para más adelante añadir: “la gran
dificultad de utilizar nuestras ciudades como escenarios de novelas está en que
nuestras ciudades no tienen estilo. Más o menos extensas, más o menos gratas, son un amasijo,
un arlequín de cosas buenas y cosas detestables –remedos horrendos, a veces, de
ocurrencias arquitectónicas europeas” (Carpentier, 1964: 14, 15). La literatura
tendrá, pues, como finalidad, imprimir estos devaneos culturales que se
presentan en sus ciudades. Representarlas
a través del lenguaje, mediante la creación o la crónica estableciendo
una suerte de “estética del asfalto” en la que se parodia, satiriza, alaba o condena
a estos espacios en los que confluyen la realidad y la ficción
irrevocablemente,
serán, en buena
medida, la labor del escritor, pues la
ciudad es, en definitiva, el lugar en el que habitan los cambios, donde se
organiza la cultura y deambulan los fantasmas de nuestra historia moderna.
BIBLIOGRAFÍA
ALMANDOZ, Arturo.
2004. La ciudad en el imaginario
venezolano II. De 1936 a
Los pequeños seres. Fundación para la cultura urbana. Caracas.
BARTHES, Roland.
((1990) 1997). La aventura semiológica.
Paidós Comunicación. Segunda reimpresión. Barcelona
CARPENTIER, Alejo.
1964. Tientos y diferencias. UNAM.
México.
DÍAZ SÁNCHEZ,
ramón. 1967. “Prólogo”. Obras Selectas.
Caracas.
GARMENDIA,
Salvador. 1990. “La aventura de narrar”. En Quimera
(Edición Latinoamericana), N° 6,
septiembre –octubre. Caracas.
GONZÁLEZ LEÓN,
Adriano. 1963. Asfalto Infierno.
Monte Ávila Editores. Caracas.
USLAR PIETRI,
Arturo. 1958. “Discurso de incorporación a la Academia Venezolana
de la Lengua ”
en Letras y hombres de Venezuela.
Editorial Edime. Caracas.
HEMEROGRAFÍA
GARMENDIA,
Salvador. 1990: “Siempre habrá un Balzac donde haya más de una persona”. Papel
Literario. El Nacional, Caracas,
25-7-1999.
ARTÍCULOS EN
INTERNET
BALZA, José: “Los
cuadernos reversibles” (la otra narradita venezolana), en página electrónica: http://www.invencionero.com/balna.htm
CAÑIZALES, Andrés:
“Muere Salvador Garmendia, precursor de la literatura urbana”. En: http://www.unidadenladiversidad.com/actualidad/actualidad_ant/2001/mayo_01/actualidad
MILIANI, Domingo:
“Diez años de narrativa venezolana (1960-1970)”. En “Ficción breve
venezolana.com” en la página http://www.letraila.com/ficcionbreve/ensayos/ens-122.htm
NÚÑEZ, María Celia:
“País Portátil”. En: “Ficción breve venezolana.com” de la página web: http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/adria-mc.htm
[1] Doctora en Letras por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Profesora Investigadora adscrita al Centro de investigación
en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma
del Estado de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I.
[2] Entrevista publicada en “Ficciónbrevevenezlana.com en la página http://www.letralia.com/ficcionbreve/entrevistas/entrev05.htm
[3] Balza, José: “Los cuadernos reversibles”, página 5.
[4] La misma página citada.
[5] Así lo afirma Andrés Cañizales en artículo publicado en la página web
en la que se anuncia la muerte del escritor: “Muere Salvador Garmendia,
precursor de la literatura urbana”. En: http://www.unidadenladiversidad.com/actualidad_ant/2001/mayo_01/actualidad
[6] S. Garmendia, “Siempre
hay un Balzac donde haya más de una persona”. Papel Literario. El Nacional. Caracas 25-7-1999.
[7] El artículo se encuentra en la columna “Ficciónbreve venezolana.com”
de la página http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/adria-mc.htm
[8] En “Diez años de narrativa venezolana (1960-1970)” Por Domingo
Miliani. Columna “Ficciónbreve venezolana.com. http://www.letralia.com/ficcionbreve/ensayos/ens-122.htm
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