“Toda
escritura es un palimpsesto de escrituras previas”
Mario Szichman
Los Judíos del mar dulce, novela
de Mario Szichman, reapareció en versión
de Ebook en el 2013[i].
Se trata de una reescritura de la primera versión, publicada en 1971, que el
autor reelabora de manera atinada sin deformar la novela inicial. La familia
Pechof, de origen polaco y judío, vive en la Argentina peronista que presencia
atónita la agonía y muerte de uno de los ídolos políticos más aplaudidos del
siglo XX: Eva Perón.
La
estructura argumental que presenta situaciones muchas veces dolorosas, va de la
mano del guiño de la ironía que desacraliza y desmonta los mitos sociales e
incluso políticos a los que se enfrentan. El autor, de manera implícita, se ríe de sus personajes;
la solemnidad con la que actúan se tropieza con una realidad tragicómica que no
excluye a ninguno de los extremos: ni a la tragedia ni a la comedia. Natalio,
el hermano que pretende ser intelectual sin lograrlo, va a una biblioteca
pública en busca de material para escribir un ensayo sobre la razón; allí
intercambia ideas con el bibliotecario que tiene su estantería llena de
ejemplares del célebre libro que supuestamente había escrito Eva Perón: La Razón de
mi vida[ii]:
–Nunca encontrará algo más filosófico que La razón de mi vida– dijo el bibliotecario.
–Estoy totalmente de acuerdo con usted– dijo Natalio, quien creyó oír en
una habitación cercana un chirrido, como el de un grabador al ser puesto en
marcha. –Pero más allá de Santo Tomás de Aquino, y de Hegel, autores que la
primera dama maneja a la perfección, querría darle un sesgo hacia el lado de
Kierkegaard.
–La Señora se conoce a Kierkegaard de memoria– dijo el bibliotecario.
–Basta leer el tercer capítulo de La
razón de mi vida.
–Pero la Señora se centra en los últimos cuadernos, cuando ya la
filosofía de Kierkegaard estaba en su máximo desarrollo– dijo Natalio. –Yo
querría trabajar los primeros cuadernos. Me interesa más la filosofía en
pañales–. Aunque Natalio nunca había visto un libro de Kierkegaard ni por los
tapas, estaba seguro que cuando los filósofos empezaban a escribir, su
ontología estaba en pañales. Recién después avanzaban en sus disquisiciones.
Ciertamente los últimos cuadernos debían estar más desarrollados que los
primeros, a menos que Kierkegaard hubiese sido un minusválido que se la pasaba
reculando en sus conocimientos. (Página 241)
La burla no solo alcanza a los personajes,
también opera en el ambiente social y político de la Argentina de los años
cincuenta que les tocó vivir. Los hermanos Pechof luchan con todas las armas
que encuentran para salir adelante: serán estafadores si es necesario, como le
ocurre a Jaime; o querrán hacerse pasar por niños que no crecen y que viven en
la deformidad, como Itzik, uno de los
personajes cuya vida roza con la abyección, y que nos recuerda a los bufones de las
cortes de las viejas monarquías europeas, o seres al borde de la demencia, como
Salmen, que vive en el disimulo de mostrar que trabaja en la construcción
inmobiliaria, aunque pasa los días contemplando el trabajo de los demás. El autor construye arquetipos que nos
recuerdan a la picaresca española, poblada de seres empecinados en sobrevivir a
toda costa.
La tónica esperpéntica con la que
constantemente se presenta a los personajes, las situaciones absurdas que ellos
mismos construyen, o las vilezas que los adornan, no son gratuitas. Responden a
un pasado atribulado y a un presente sumido en las discontinuidades del
peronismo, que se critica con la fina presencia de la burla y muchas veces del
sarcasmo.
Se trata de una novela en la que prevalece
el diálogo como estilo elocutivo a través del cual vamos conociendo a sus
personajes: los patriarcas de la familia, sus hijos, y los nietos. El uso del idisch
que salpica las
conversaciones de la familia sumerge al lector en la atmósfera del mundo judío,
que es la dominante argumental. Cómo un grupo de personas ajenas a un país, a
su cultura e incluso a su religión viven la experiencia del desarraigo, de la
otredad que los muestra como seres distintos. Esas diferencias marcan la
cotidianidad. Constantemente observamos un contrapunteo entre lo que los
hermanos Pechof desearían que fuera su vida y la realidad que los confronta: la
llegada a un país que los rechaza haciéndolos padecer una doble xenofobia: por
ser extranjeros y por ser judíos que huyen de las garras del letal nazismo.
Esto último incluso los ubica en una condición aún más débil: ser refugiados.
La mayor parte de sus experiencias lleva, pues,
el sello de la hostilidad:
Al principio, los Pechof no tenían recuerdos tristes y
creían que en el nuevo país habían abolido la melancolía de un domingo en la
tarde, las siestas de las que
uno despertaba malhumorado, o los
velorios de familiares muertos en progroms,
sin las velas, sin las
habitaciones prohibidas, o los deudos llorando en el suelo.
Pero al poco tiempo descubrieron que las burlas, morisquetas y nombres deformados no podían disolverse en la nueva lengua, o sonriendo con indulgencia, tratando de no entender. La hostilidad fue estrenada en segundo grado de la
primaria, cuando la maestra
informó que los judíos habían crucificado a Nuestro Señor y se fue refinando en las clases de religión. Natalio y Jaime debían salir del aula cada vez que enseñaban religión y se la pasaban en el patio hasta la hora del recreo. Natalio era el más humillado. Espiaba con los ojos enrojecidos el aula de la
cual había sido desalojado y se acordaba
de la cara que ponía Itzik cuando los matones del grado le mojaban la oreja
para desafiarlo. (p. 155)
La estructura
novelística es otro de los grandes aciertos que encontramos en Los judíos del mar dulce. El prólogo y el final coinciden; Berele, hijo de Natalio, está montando una película
que represente la vida de los Pechof desde su salida de Polonia. Esta
circularidad proyecta la sensación de continuidad, de vida que avanza a pesar de los cambios, las pérdidas o los
éxitos.
Hay un trabajo de intertextualidad muy bien
logrado: a la par de lo que ocurre en la novela, ésta se cuenta también a
través del montaje de la película de Berele y de las notas a pie de página del
diario de Natalio, que se descubre como una escritura paralela y fragmentaria.
Más adelante encontraremos también un trabajo narrativo de la técnica de espejo
cuando nos encontramos con la otra familia Pechof, la pajuerana, que vive
en el campo pero que, a modo de espejo,
se muestra con las mismas personalidades
de aquella que vive en la capital.
El tono crítico que atraviesa la novela
tiene la fortuna de mostrarnos a un autor de origen judío que se mira a sí
mismo, a su entorno social y es capaz de señalar con honestidad sus fallas, sus
derrotas y sus miserias. Como en el caso de Natalio, uno de los protagonistas,
quien:
... podía entender fácilmente la culpa, porque vivía
atragantado en ella, aunque era difícil descifrar ese rencor difuso que se
transmitía por generaciones, y que afloraba en las situaciones más inesperadas.
Esa había sido una de las grandes tragedias de la matanza nazi.. Todos esos
rencores acumulados por una generación no habían podido disiparse debido a lo
abrupto de esas millones de muertes. Las fosas comunes habían dejado demasiados
rencores insepultos.
La lectura de la novela nos arrastra al
mundo judío, a su dolor, a su sufrimiento y a la suerte que corrieron muchos de
sus miembros. Pero al mismo tiempo, la risa y la ironía pugnan por triunfar.
En el prefacio a su
primera versión, el novelista argentino David Viñas escribió: “Szichman me hace pensar en otros escritores argentinos
que trabajaron sobre el tema judío: Gerchunoff y
Rozenmacher. Pero están las diferencias: porque si Gerchunoff se define por su lenguaje untuoso y espectacular
cargado de arcaísmos sagaces y
levemente irritantes (o Rozenmacher
por su ademán elegíaco y crispado), Szichman
se apoya en un rasgo mayor: su insolencia. No se queja Szichman, no. Agrede, se ríe, elude todo lo que suene a auto conmiseración, desacraliza
mitos muy tiernos, densos,
inhibitorios y va trazando una andadura
narrativa ágil, lúcida y encarnada”.
Los Judíos del mar dulce es otra extraordinaria novela de Mario Szichman. La
riqueza argumental se nutre de las técnicas narrativas novedosas. Y el sentido
de humanidad, de comprensión hacia el hombre, conmueve y nos lleva a la
reflexión.
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