viernes, 17 de mayo de 2013

Huellas de la Xenofobia en algunas obras literarias en México


 

Guadalupe Isabel Carrillo T 

 

La Xenofobia suele ser percibida simplemente como el rechazo al extranjero por parte de la población de un país.  Generalmente se piensa que la xenofobia tiene como única manifestación la expresión de disgusto frente a los extranjeros que están de paso o que llegan a vivir a una nación, provenientes de otros países pero la realidad es que se trata de un fenómeno complejo que se concreta de muchas maneras; adopta formas variadas de expresión. En la ponencia reviso expresiones literarias en las que directa o tangencialmente se pueda percibir algún gesto de xenofobia interna o externa. De parte del extranjero hacia el nacional o de este con el que viene de fuera. Pues ambos casos son frecuentes.

 

    En la literatura no podría hablarse de una corriente de carácter xenófobo o, a la inversa, de un discurso que denuncie el fenómeno. En realidad encontramos tanto en poesía, en narrativa y en ensayos, expresiones que tangencialmente tocan el tópico. Según qué población hable de ello tendremos miradas desde distintos ángulos que nos permitirán hacernos una idea de conjunto más abarcadora. Así como se habla de literatura del exilio, no podría señalarse lo mismo en el caso de la Xenofobia.

 

   Los movimientos migratorios en México, aunque en ocasiones se presentaron masivamente, nunca desbordó –como ocurre hoy- la capacidad de recepción del país. Por ello podríamos establecer tres periodos de alta migración y  posterior producción literaria. Una primera la encontramos en la década de los cuarenta y aún de los cincuenta del siglo XX con la inmigración tanto de los Niños de Morelia como de los numerosos grupos de republicanos, muchos de ellos intelectuales de prestigio. Al respecto José Vicente Anaya apunta con precisión:

 

   “Entre los 20 mil asilados en México llegó un notable número de campesinos, obreros, artesanos, intelectuales, científicos, pedagogos y maestros de niveles medios  superiores. Más de cien intelectuales y científicos se incorporaron a las  universidades, centros de investigación y diferentes proyectos culturales.”[1]

 

   Entre los nombres representativos encontramos a Joaquín Xirau, María Zambrano, José Gaos que construyó el término “transtierro” para hablar de la condición de todos aquellos que, como él, se encontraban fuera de España. El transterrado es el que trajo consigo la tierra, por tanto no es el refugiado ni el exiliado.  El término acuñado por el filósofo apostaba por alentar en aquellos que ya habían construido hogares en estas tierras y aportaban al país, en este caso México, su trabajo y, en definitiva, su vida; un sentido de pertenencia que habían perdido al emigrar en condición de asilados a estas tierras.

 

   De los muchos refugiados encontramos los nombres  de 18 poetas, algunos de ellos aún adolescentes como es el caso de Tomás Segovia.  Se mencionan   entre otros a  Emilio Prados, Juan Larrea, Juan Gil-Albert, Lorenzo Varela, María Enciso, Juan José Domenchina, José Moreno Villa,  Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Ernestina de Champourcín, Enrique Díaz Canedo…y de las voces más escuchada y más representativa, el gran poeta León Felipe.

 

   Todos ellos desarrollaron una amplia producción literaria., con estilos y temáticas muy diferentes, en las que muchas veces está ausente la condición de exiliados. Sin embargo otros de forma directa o veladamente, levantan la voz para hablar de pérdidas, de derrotas; de sentimientos que emanan no sólo de su exilio sino del dolor por la tragedia que en ellos años vivía España.

 

   Si bien no hay expresiones  en la que se asomen quejas ante agresiones xenófobas, sí se expresa la terrible sensación de permanecer en lo ajeno,  en lo otro que no asumo como mío.  Uno de los poetas que con más insistencia expresa esta terrible pérdida en la que se ha sumido su vida es León Felipe. Su poema ¡Qué Lástima!, considerado de los iniciales, es uno de los más representativos:

 

¡Qué lástima

Que yo no pueda cantar a la usanza

De este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!

¡Qué lástima

que yo no pueda entonar con una voz engolada

esas brillantes romanza

a las glorias de la patria!

¡Qué lástima

que yo no tenga una patria!

Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa

desde una tierra a otra tierra, desde una raza

a otra raza

como pasan

Esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.

¡Qué lástima

que no tenga comarca

patria chica, tierra provinciana!

…...

Después... ya no he vuelto a echar el ancla,

y ninguna de estas tierras me levanta

ni me exalta

para poder cantar siempre en la misma tonada

al mismo río que pasa

rodando las mismas aguas,

al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima

que yo no tenga una casa!

una casa solariega y blasonada,

una casa

en que guardara,

a más de otras cosas raras,

…….

¡Qué voy a cantar si soy un paria

que apenas tiene una capa!

 

¡Qué lástima

que no pudiendo cantar otras hazañas,

porque no tengo una patria,

ni una tierra provinciana,

ni una casa

solariega y blasonada,

ni el retrato de un mi abuelo que ganara

una batalla,

ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,

y soy un paria

que apenas tiene una capa...

venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia![2]

 

   Las carencias, los vacíos físicos se trasladan a lo familiar y lo personal. No hay patria, ni comarca, ni casa…y esta situación lo convierte, como él mismo anuncia, en “un paria”, esto es, en lo más bajo y lo más humillado.  Si bien el poema puede considerarse como inaugural de lo que será más adelante su vida.  El desarraigo lo invade todo. Aurora Arnaiz Amigo, doctora en derecho de origen español, en una conferencia suya titulada “Los Refugiados y el derecho” a propósito de León Felipe explica con serenidad:

 

   “…León Felipe, dijo de nosotros, lo que con tanto énfasis nos decíamos entonces republicanos españoles, que nosotros trajimos la voz. Nos dijo,, lo recuerdo, en una memorable velada, con esa voz que tenía, única. Nos lo dijo en una conferencia memorable en Bellas Artes: ¡Somos la voz, la voz ha venido con nosotros! El tiempo nos demostraría, que estos buenos deseos del gran y querido poeta no eran ciertos, porque la voz se quedó allá. Nosotros trajimos el eco, y por ello, al rebotar nuestra voz sobre los árboles, los muros, las calles, las casas, eran otros los sonidos lo que se nos devolvían, porque nosotros íbamos dejando de ser aquello que fuimos. Éramos otros, sin saberlo, o sin quererlo. ¿Qué éramos? ¿Qué somos?[3]

 

   Efectivamente, la sensación de desarraigo es una constante en la mayor parte de los intelectuales que permanecieron en México. El sentido identitario se busca incansablemente porque se sabe perdido irremediablemente.

 

   En otro tenor, no sin dejar de lamentar pérdidas y tristezas vemos a María Enciso con su poema “Madre América”; la gratitud de sentirse en tierra de adopción se deja ver en todo el poema. Transcribimos la última estrofa:

 

                        Yo hablo tu propio idioma; Madre América,

                        en lengua de tu pueblo he de cantarte,

cálido acento de cansadas sienes,

reclinadas en regazo suave,

los párpados clavados en los ojos,

agujas de dolor, cristal del aire,

Por la vida futura que forjamos,

has hecho tuyas nuestras soledades,

la amarga soledad del hombre libre,

que ha visto atrás su mundo derrumbarse.[4]

 

   Década de los Setenta: Suramérica mira hacia México

 

En la década de los setenta  estallan las dictaduras en gran parte de los países de Sur América. En el campo literario se sigue hablando de una literatura del exilio, del testimonio. Sin embargo encontraremos algunos autores que erradicados en México o utilizando al país como lugar de tránsito, escribieron sobre sus experiencias positivas o negativas dentro del territorio mexicano. Son los escritores argentinos, chilenos, uruguayos…que fueron expulsados de sus países y que permanecieron largo tiempo en México. Entre ellos encontramos a escritores como Alejandro Jodorowsky, chileno de origen judío, dedicado más que todo al teatro y a la cinematografía. El escritor vivió unos años en el país para radicarse más adelante en Europa.

 

   El argentino Juan Gelman, expulsado de su país en tiempos de la dictadura, ha desarrollado un prolífico trabajo intelectual, sobre todo en el género de la lírica.  Su experiencia biográfica, de trágicos alcances, hizo de su poesía un verbo desagarrado que invoca al dolor y la pérdida.  Su hijo y su nuera formaron parte del numeroso grupo de los desaparecidos.  Ella, embarazada, da a luz a  Macarena; la pequeña fue entregada a una familia en Uruguay.  Lo sorprendente, lo que nos lleva a entender cómo la realidad supera a cualquier ficción, ocurrió hace pocos años cuando la ya joven, nieta del poeta fue identificada y logró reunirse con su familia biológica. La añoranza y la pérdida sellan buena parte de su poesía. A continuación el poema “Mi Buenos Aires querido”:

 

                        Sentado al borde de una silla desfondada,

                        mareado, enfermo, casi vivo,

                        escribo versos previamente llorados

                        por la ciudad donde nací.

 

                        Hay que atraparlos, también aquí

                        nacieron hijos dulces míos

                        que entre tanto castigo te endulzan bellamente.

hay que aprender a resistir.

 

Ni a irse ni a quedarse,

a resistir,

aunque es seguro

que habrá más penas y olvido[5].

 

   El poema citado, perteneciente al poemario Gotán, fue escrito en 1968; época en que el mundo convulsionaba con lamentables sucesos como la matanza de Tlatelolco; el mayo francés y la guerra del Vietnam. Juan Gelman siempre ha escrito vinculando su poesía con una vida azarosa, de lucha política, pero más aún, de persecución y posterior exilio.  Miguel Correa Mujica, en su estudio “Juan Gelman y la nueva poesía hispanoamericana” [6]ubica al autor dentro de esa “poesía renovada” que parte de los sesenta y que se ha mantenido aún vigente. Es la llamada “nueva poesía” en la que lo cotidiano se entrelaza con lo humano: con el dolor y la ternura al mismo tiempo. El poema citado, con título de tango, alude también a la tradición, a lo popular, a lo de todos los días. La añoranza,  el dolor del exilio y de las pérdidas familiares serán el tenor de su poesía.

 

Si bien el poema citado no pertenece a su época de exilio en México, emula el tono y la línea que siempre ha caracterizado su poesía.

 

 

7.1  Roberto Bolaño: México en su narrativa

 

A pesar de su muerte prematura (2003, cuando tenía 50 años), Roberto Bolaño ha sido de los escritores más prolíficos en la narrativa latinoamericana.  Ya en 1968, su familia se traslada a vivir a México, aunque el escritor, joven e inquieto, regresa en 1973 a Chile para apoyar el movimiento de Salvador Allende.  En medio del caos de la caída del régimen es apresado durante 8 días.  Sale de Chile, visita El Salvador; allí tiene contacto con Roque Dalton y vuelve a México donde se instala por muchos años.

 

   Narrador y poeta, empieza su trayectoria creativa con la poesía.  Es fundador del movimiento llamado “Infrarealismo”, junto a otros nóveles poetas como Mario Santiago Papasquiaro o Rubén Medina; estos jóvenes  escriben contra el discurso oficial y contra los poetas considerados ya sagrados, como es el caso de Octavio Paz. Tratándose de un movimiento de vanguardia, el  lenguaje se muestra desgarrado, acercándose a un realismo hipertrofiado. Con los años el escritor se inclina más a la narración y se va alejando  del  estilo infrarealista.[7]

 

   La narrativa de Bolaño está absolutamente vinculada con su vida, también azarosa, y con los permanentes cambios a los que se sometió. Cambios geográficos, políticos y también literarios. Ciudad de México, Acapulco, Chihuahua, Sonora…la mayor parte del territorio mexicano se encuentra en los recorridos de las páginas del escritor. Desde la novela Los Detectives Salvajes (1998) que lo proyectó internacionalmente y que se desarrolla en buena medida en Ciudad de México y Sonora, hasta la póstuma e inacabada 2666, que ocurre en Santa Teresa, seudónimo de Chihuahua, pasando por numerosos cuentos.  México es el referente ineludible.  Es, además, el país con sus exteriores, las calles, los cafés, el desierto; pero también  el de los giros dialectales, el humor y la trampa; el de la pobreza y los feminicidios nunca resueltos.

 

   De los libros de cuentos publicados consideramos el más representativo  Putas asesinas (2001).  De los trece cuentos, cinco de ellos ocurren en México: “El Ojo Silva”, “Gómez Palacio”; “Últimos atardeceres en la tierra”; “Dentista” y “Carnet de Baile”.  Desde una postura completamente biográfica, a pesar de tratarse de ficción; la dominante argumental suele ser la historia del chileno radicado en México que se encuentra con otros paisanos dispuestos a luchar por un trabajo en el país o animados también a encontrarlos en otros continentes y dejar México. Así es “El Ojo Silva” a quien el protagonista, chileno, conoce en las calles del DF y que reencuentra en Bélgica, país al que ha ido el protagonista por alguna actividad de orden literario.  Casi siempre el amigo chileno cuenta historias de vivencias sórdidas en mundos grises, y acabados por la pobreza extrema…

 

  En  “Gómez Palacio”, el protagonista realiza largos traslados por el país hasta llegar al  pueblo llamado Gómez Palacio, ubicado en el norte, en el Estado de Chihuahua, adonde acude por una cita laboral.  Dará un taller de escritura a un reducido número de jóvenes que viven en ese lugar perdido del desierto norteño:

 

   “…Fui a Gómez Palacio en una de las peores épocas de mi vida. Tenía 23 años y sabía que mis días en México estaban contados. Mi amigo Montero, que trabajaba en Bellas Artes, me consiguió un trabajo en el taller de literatura de Gómez Palacio, una ciudad con un nombre horrible. EL empleo acarreaba una gira previa, digamos una forma agradable de entrar en materia, por los talleres que Bellas Artes tenía diseminados en aquella zona.  Primero unas vacaciones por el norte, me dijo Montero, luego te vas a trabajar a Gómez Palacio y te olvidas de todo. No sé por qué acepté. Sabía que bajo ninguna circunstancia me iba a quedar a vivir en Gómez Palacio, sabía que no iba a dirigir un taller de literatura en ningún pueblo perdido del norte de México…”[8]

 

   En general, el panorama que se le ofreció de la ciudad, del edificio de Bellas Artes y hasta de los alumnos y la directora era  desolador. El desierto vacío frente a él, el calor sofocante de aquellas zonas; la decrepitud de la arquitectura sin atención ni mantenimiento.  La directora –quien se encargaba de llevarlo y traerlo del taller al motel- representa el estereotipo de la mujer madura, casada pero viviendo la soledad de los matrimonios mal avenidos.  Así la describe el protagonista:

 

   “…Al principio los dos observábamos la carretera en silencio. Cuando dejamos atrás el motel ella se puso a hablar de su poesía, de su trabajo y de su poco comprensivo marido. Cuando se quedó sin palabras encendió el radiocassette y puso una cinta de una cantante de rancheras. Tenía una  voz triste que siempre iba un par de notas por delante de la orquesta. Soy su amiga, dijo la directora…”[9]

 

   También los alumnos viven en la precariedad.  Sólo hay cinco: uno trabajaba de obrero en una fábrica; otro era mesero en un restaurante; dos iban a la prepa y la única chica ni trabajaba ni estudiaba.  Más que una actitud xenófoba hacia el país que visita, el protagonista tiene una mirada crítica que se manifiesta no sólo en la selección del lugar –ese norte tan golpeado y abandonado- sino también por el tedio que cubre el ambiente y que pareciera que contagia a quienes permanecen en él. Hablamos de Xenofobia del extranjero hacia el país porque esta también sería una de las formas del fenómeno.

 

   “Últimos atardeceres en la tierra” es uno de los pocos cuentos en donde se manifiesta de manera más clara la xenofobia del mexicano hacia el extranjero y a la inversa; debido muchas veces a la incomprensión de las costumbres o de las maneras de tratarse unos y otros.  La veremos, pues, en diferentes formas y a través de diversos recursos estilísticos.  Si bien el narrador habla en tercera persona, el foco desde el cual mira es el de uno de los protagonistas: B y el padre de B, ambos chilenos. Así serán lacónicamente llamados ambos a lo largo de todo el relato, en clara alusión al apellido del autor.

 

    A través de B, que es un joven de unos 18 años con el que el padre puede compartir como si fuera un adulto de su edad, acudimos al viaje que hacen padre e hijo para el puerto de Acapulco.  La situación pareciera tranquila.  Un hotel de mediana calidad, salidas al mar, comidas, lecturas y algunos paseos.  Entre ellos a la tan famosa “Quebrada de la Virgen” donde los clavadistas diariamente dan muestras de su habilidad al lanzarse al mar.

 

   Sin embargo, será en este lugar donde arranca lo que más adelante se mostrará como gestos de clara xenofobia, que se puede interpretar de ambas partes, tanto de quien describe el lugar y lo que en él ocurre como de parte de los nativos. Al salir del restaurante que escogieron para ver el espectáculo se cruzan con un ex clavadista con el que dialogan hasta envolverse en una larga conversación que los lleva a irse juntos, B y su padre, con el ex clavadista:

 

   “…Sin saber cómo, de pronto B se encuentra caminando con su padre y con el ex clavadista hasta llegar a donde han dejado aparcado el Mustang y luego los tres se montan en el coche y B oye como si estuviera escuchando la radio las instrucciones que el ex clavadista le da a su padre. El coche durante un rato se desliza por la avenida Miguel Alemán, pero luego gira hacia el interior y pronto el paisaje de hoteles y restaurantes dedicados al turismo se transforma en un paisaje urbano ligeramente tropical. El coche sin embargo sigue subiendo, alejándose de la herradura dorada de Acapulco, internándose por calles mal asfaltadas o sin asfaltar, hasta llegar a una especie de restaurante o más bien casa de comidas corridas en cuya acera polvorienta se detienen…”[10]

 

   La situación de encontrar a un lugareño dos extranjeros, da pie a que se adentren a aquellas zonas donde el turismo no tiene prácticamente cabida.  Sin embargo, la descripción anticipa la posibilidad de que en aquellas zonas también acampe la delincuencia y el abandono a la ciudad.     Días más tardes el ex clavadista busca al padre de B para que vayan juntos a tomar unas copas.  El lugar era un prostíbulo donde, además de haber mujeres, los hombres jugaban a las cartas.  B, que acompaña a su padre, se excede en la bebida y en el consumo de marihuana, “mota”, que las mujeres le ofrecen.  Su padre se sienta a jugar con el ex clavadista y con dos desconocidos.  Va ganando el padre, cuando la situación se enrarece.  Pero dejemos al narrador que nos cuente:

 

  El padre de B termina de contar su dinero y mira a los tres hombres que tiene enfrente y a la mujer vestida de blanco.  Bueno, caballeros, nosotros nos vamos, dice.  Hijo, ponte a mi lado, dice…Ahora vamos a salir, piensa B.  Los dos desconocidos se plantan interfiriendo el paso…No me estorbes, susurra su padre, y B tarda en comprender que le está hablando a él.  El ex clavadista se mete las manos en los bolsillos.  El desconocido vuelve a insultar al padre de B, lo insta a volver a la mesa, a volver a jugar. Ya no se juega más, dice el padre de B…Después su padre camina un poco encorvado hacia la salida y B le concede espacio suficiente para que se mueva a sus anchas.  Mañana nos iremos, mañana volveremos al DF, piensa B con alegría.  Comienzan a pelear.[11]

 

   Con este final abierto nos muestran un posible desenlace trágico en el que el padre de B se enfrentará en franca desventaja a los tres hombres con los que ha jugado por horas; a esto se añade, como indicio el título del cuento “últimos atardeceres en la tierra”.  Previo a la pelea, una de las mujeres advierte a B que algo malo va a ocurrirles, que mejor se fuera.  Es evidente que en el lugar las prácticas del juego y la posterior agresión hacia los desconocidos o en este caso, al extranjero, eran común en aquellos lugares semipúblicos.

 

    La extensión del relato,  en el que ocasionalmente aparecía el ex clavadista en busca del chileno que desea jugar, divertirse y estar con mujeres da muestras de un posible acuerdo previo con lugareños que deseaban sacar provecho del desconocimiento del extranjero de los lugares y las personas con las que se relacionaba.  Hay un claro mensaje de hostilidad  del acapulqueño –probablemente el padre de B moriría en el enfrentamiento- y una denuncia hacia el mexicano que ocasiona situaciones de ventajismo.  Digamos que la victimización del extranjero es manifiesta.

 

   El cuento “Dentista” se desarrolla en Irapuato. Sin embargo, en este caso el protagonista que va a visitar a un amigo en esta ciudad se asume como mexicano, no como extranjero.

 

   Más revelador y completamente autobiográfico será el cuento “Carnet de Baile”. En él,

el narrador protagonista, que no señala su nombre, habla de su experiencia familiar; de lecturas.  Señala la llegada de él y su familia en 1965; su regreso a Chile y su posterior encarcelamiento producto del estallido de la dictadura de Augusto Pinochet.  Sin embargo, el texto, en general, es más que un cuento; es una serie de remembranzas familiares y sociales.  Para dejar más claro el carácter híbrido del discurso, el autor enumera en apartados lo que está relatando hasta desembocar en reflexiones literarias sobre gustos de unos y otros –mexicanos y chilenos- y de las filiaciones que se tienen hacia los escritores o poetas consagrados: “Los poetas mexicanos de entonces que eran mis amigos con quienes compartía la bohemia y las lecturas, se dividían básicamente entre vallejianos y nerudianos. Yo era parriano en el vacío, sin la menor duda”[12] . Se trata, pues, de un discurso más reflexivo que narrativo, aunque ambos se entrelazan.

   Es difícil definir una prosa tan heterogénea como la que se ha publicado de Roberto Bolaño. La sensación de inacabamiento, de falta de revisión de los textos, muchas veces le dan al lector la sensación de encontrarse frente a un galimatías narrativo, donde algunos personajes entran en el argumento y desaparecen sin previo aviso, o historias muy diversas se entrelazan, como ocurre con la novela ya mencionada 2666, en cuyo prólogo el editor admite que el escritor había pensado que el documento fueran varias novelas, aunque la compactaron en una sola a petición del mismo editor y de la viuda de Bolaño.

 

    La lista de los numerosos escritores que estando en México hablan del país no termina, evidentemente, con Roberto Bolaño.  El tópico de la xenofobia se oculta o sencillamente se vela, pues en los claroscuros que nos conceden nuestras experiencias, permanecer en un país es muestra de que éste ha brindado acogida, abrigo y trabajo; ingredientes indispensables para permanecer en él y quererlo.

 

 



[1] Anaya, José Vicente: En la página web www.circuitodepoesia.com . “España, aparta de mí este cáliz. Poetas del exilio español en México. Revisado el 14 de marzo 2012.
[2] Cf: “La fiel Poesía de León Felipe”. La Jiribilla. Rodríguez Rivera, Gullermo. EN www.rebelion.org/noticia.php?id=33081. Consultado el 15 de marzo del 2012.
[3] “Los Refugiados y el derecho” Arnaiz Amigo, Aurora. En www.juridicas.unam . Consultado el 15 de marzo de 2012
[4] Cf: http://www.poema-de-amor.com.ar/mostrar-poema.pah?poema=5700 . Consultado el 16 de marzo de 2012
[5] Del poemario Gotán. Cf: www.sololiteratura.com/gel/gelpoelamento.htm . Consultado el 17 de marzo del 2012.
[6] Correa Mujica, Miguel.Cf: http://hometown.aol.com/correamcorrea/idex.html . Consultado el 17 de marzo del 2012.
[7] Cf: W http://es.wikipedia.org/wiki/Roberto_Bolaño . Consultado el 18 de marzo del 2012.
[8] Bolaño, Roberto. 2001. Putas Asesinas. Cuento: “Gómez Palacio”. Editorial Anagrama. Barcelona.
[9] Op. cit. Página 232
[10] Op cit. P. 250.
[11] Ídem. P.252.
[12] Op. cit. Página 401.

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