martes, 3 de septiembre de 2013

EL ENSAYO LATINOAMERICANO CONTEMPORÁNEO: REFLEXIÓN Y CUESTIONAMIENTO DE LA DEMOCRACIA


 

 

 Guadalupe I Carrillo

Intentar, probar, examinar son sinónimos de lo que, en su raíz filológica, podía entenderse por ensayo. Cuando Montaigne publica su obra titulándola con el mismo nombre en plural –Ensayos- entregaba textos de carácter reflexivo; discursos bien estructurados en los que prevalecía el trabajo artístico del lenguaje y, sobre todo, la honestidad del autor. “He aquí un libro de buena fe, lector”, fue su frase inicial, elemento clave para desentrañar lo que, aún en la actualidad, puede buscarse en los ensayos;  la buena fe, la convicción de quien escribe sobre un tópico determinado, la certeza de que no hay engaños. Esta propuesta de una pertinencia inapelable, es, en nuestras décadas de un siglo XXI apenas naciente, una determinación sobre valuada; la palabra personal, que tanta importancia poseía en siglos anteriores, ha sido disminuida por el mismo ser humano que prefiere imponerse con astucia y olvidar “la buena fe”.

   La expresión de Montaigne acude al deíctico “aquí”, proporcionando el sentido de actualidad inherente al discurso ensayístico; apela, además, al vocativo “lector”, otro de los elementos constitutivos mediante el cual se construye lo que en su momento, Gadamer concibió como círculo hermenéutico, esto es, la relación entre autor, lenguaje y lector, que armónicamente componen  el trabajo interpretativo. Todo ensayista es un hermeneuta del mundo que lo rodea. El lenguaje, su herramienta interpretativa, será  el medio a través del cual se lleve a cabo el proceso dialógico con  el lector, que a su vez realizará un nuevo proceso de comprensión. El mundo de la razón, de las ideas plasmadas a través del lenguaje son las bases para la conformación de un ensayo.

   Dirigirse directamente a alguien, receptor de lo que escribiremos, implica también la presencia de un “yo” que se involucra directamente con lo que expone. Es la presencia reflexiva y al mismo tiempo crítica de la que nos habla Liliana Weinberg en su obra El ensayo entre el paraíso y el infierno :

 

El paso del “yo” hermenéutico al “yo” crítico ha dado lugar a una de las más ricas vetas del ensayo, particularmente productiva en el ámbito hispanoamericano. En efecto, a partir de Voltaire y los enciclopedistas, además del fundamental precedente americano del padre Las Casas, el ensayo se enlaza con la interpretación y la crítica de un nuevo ámbito de la actividad humana: el de las costumbres. Nace así el ensayo que Walter Mignolo denomina “ideológico” y que habrá de alcanzar su apogeo ligado a fenómenos en apariencia independientes de él: la extensión de la lectura, la proliferación de libros y periódicos, el surgimiento de una “opinión pública” y la aparición de un tiempo y un espacio públicos, todos ellos imbricados a su vez con una nueva figura, la del intelectual (Weinberg, 2001: 36-37).

 

   El ensayo “ideológico” que señala Mignolo unido al sentido crítico que explicita Liliana Weinberg conforman un tipo de discurso muy recurrente en la literatura actual que, además, utiliza como recurso editorial la prensa escrita y cuya extensión se adapta a la de los artículos periodísticos.  La misma investigadora en su obra Literatura Latinoamericana. Descolonizar la imaginación publicada en el 2004, insiste:

 

 

Necesario es así entender que el ensayo entra en diálogo con otras formas discursivas afines –artículo, estudio, discurso, intervención, polémica, panfleto y muchas más-. Y que las fronteras entre unas y otras son muchas veces porosas, dentro de esa gran familia que algunos críticos denominan “prosa de ideas” (2004: 24).

 

   El espectro discursivo  que la literatura  abarca es cada vez más amplio, de allí que la “prosa de ideas” de la que se habla actualmente sea un calificativo pertinente para incluir en él textos que se alejan de los clásicos esquemas exigidos en su momento por los formalistas rusos. El lenguaje es un instrumento interpretativo cargado de ideologías, a través del cual se proyecta el sentido de subjetividad y sujetividad de quienes con honestidad firman sus artículos.  Esto permite que la libertad  se entronice y adquiera validez. Ser neutral no es una característica del ensayista; su interés mayor radica en juzgar, denunciar, e, incluso, convencer al lector, teniendo –como había insistido Montaigne- presente el deseo “de buena fe” hacia el lector; la exactitud en los datos aportados, la precisión de la información  y, por ende,  acudir a fuentes seguras y confiables serán algunos de los elementos a tomar en cuenta por el buen ensayista.

   Lo que el autor manifieste en sus discursos mostrará igualmente la relación que existe entre éste y la historia, entre sus circunstancias y el modo de ver la vida en la actualidad. Todo ello debe tomarse en cuenta por el lector que se enfrenta a un  discurso de quien ya se ha detenido frente a la realidad y la ha juzgado.

 

Desencuentros en el discurso

   La historia de América Latina se ha visto entreverada por las ideas y propuestas de escritores que, indiscutiblemente, influyeron en la mentalidad de las épocas. El siglo XX, por ejemplo, cuenta con figuras señeras como José Carlos Mariátegui cuya propuesta analítica desde una perspectiva económica y sociológica estableció una forma interpretativa novedosa; mirando  la realidad peruana  desde ángulos poco visitados.  Henríquez Ureña, José Emilio Rodó, Domingo Faustino Sarmiento fueron algunos de los nombres de aquellos que a través del ensayo re-pensaron a América Latina y su realidad.

     La rapidez informática que caracteriza nuestra época inclina a muchos de nuestros escritores a desarrollar su producción bajo los mismos esquemas. La “prosa de ideas” que abunda en los periódicos a los que acudimos por Internet es la que se impone como una nueva modalidad ensayística. El ensayo extenso es cada vez menos recurrente, dando paso a estos artículos que van al día de lo que acontece a nuestro alrededor.

 

   Dos figuras de prestigio innegable han desarrollado a lo largo de las últimas décadas líneas de pensamiento radicalmente opuestas a propósito de los sucesos que  han marcado la vida social y política de nuestros países. Mario Vargas Llosa y Eduardo Galeano, ambos  del cono sur, vivieron en países signados por dictaduras y represiones. El primero nació en Arquipa, Perú y Galeano en Montevideo. Las coincidencias continúan desde la óptica generacional: el peruano nació en 1936 y el uruguayo en 1940. Ambos se dedicaron al periodismo aunque también incursionaron en la narrativa.  Vargas Llosa ha desarrollado un trabajo novelístico más abundante, obteniendo  el reconocimiento más alto a su obra literaria, el anhelado Premio Nobel; en menor proporción ha ocurrido con Galeano en el mundo periodístico; recientemente en una reunión del MERCOSUR fue designado como “Ciudadano Ilustre”. Su último libro Espejos. Una historia casi universal (2008) ha tenido un éxito editorial que lo ubica entre los ensayistas más leídos de América Latina.

  Las coincidencias, sin embargo, se reducen a lo biográfico. La columna “Piedra de Toque” que publica el diario español “El País” ha sido el instrumento a través del cual el escritor peruano ha puesto de manifiesto su postura cada vez más radicalmente inclinada a la derecha ideológica. Mediante un discurso directo en el que describe personas o situaciones concretas, casi siempre de carácter político, el escritor, con la fluidez que lo caracteriza,  agrede y descalifica  a quienes no coinciden con su ideología. La fuerza de sus palabras, sin  embargo, lo muestran como una voz que ve desde lejos impidiéndole un trabajo hermenéutico más profundo. Efectivamente, sus ensayos  pueden clasificarse como esa “prosa de ideas” que caracteriza al ensayo y en la que se evidencia la inclinación ideológica del escritor; sin embargo haría falta preguntarnos hasta qué punto la subjetividad  y la posibilidad de opinar desvirtúan de tal modo la realidad que parecieran transformarla en lo que el ensayista en turno considera como veraz.   

  Para entender en profundidad lo que planteo, analizaremos  dos artículos que causaron revuelo en buena parte de nuestros países. El primero se titula “Corrido Mexicano”, escrito en noviembre del 2006.  Refiere el escritor la situación vivida en México meses antes, a partir del dos de Julio, día en que se celebraron las elecciones nacionales en las que contendía como principal líder Andrés Manuel López Obrador. Conocemos las consecuencias que el conteo de votos que daba una mínima victoria al candidato de la derecha, Felipe Calderón Hinojosa provocó en el país. López Obrador, ex Gobernador del Distrito Federal, poseía un nivel de aceptación altísimo. Los que por él votaron sintieron que el fraude volvía a imponerse como el único recurso a seguir por quienes ostentaban el poder. En una nación que había sufrido la traumática experiencia de 70 años de gobierno de un único partido, el triunfo más que dudoso del candidato de la derecha removió viejos temores y provocó manifestaciones sociales de largo alcance.

   Sin embargo así se expresó Vargas Llosa sobre el fenómeno que estaba aún desarrollándose en México:

 

A juzgar por lo que ha sido la conducta de éste último –se refiere a López Obrador- desde que perdió las elecciones –un verdadero corrido melodramático y payaso, indigno de un País de la importancia política, cultural e histórica de México en el contexto latinoamericano-, hubiera sido arriesgadísimo confiar el poder a quien puso de manifiesto en todas estas semanas tan poco respeto por la voluntad popular y ha estado dispuesto a socavar, mediante asonadas callejeras, esas instituciones democráticas que su Nación comienza a edificar, por las que ha proclamado su desprecio. Lastimoso espectáculo del peor tercermundismo –el caudillo tonitronante y mesiánico, las barricadas, los garrotes, la demagogia, el populismo desenfrenado y la amenaza de la fuerza para convertir revolucionariamente una derrota electoral en una victoria.

 

   La descalificación raya en la burla y hasta en el desprecio, condiciones que exceden cualquier postura que pueda sentirse medianamente serena para poder entender los fenómenos políticos y sociales que tanta complejidad poseen. Más adelante Vargas Llosa afirmará convencido: “He leído todo lo que he podido sobre las elecciones mexicanas y estoy seguro de que el gigantesco fraude electoral para robarle la victoria que alega López Obrador no tiene fundamento”. Semejante contundencia alcanzada a través de lecturas –y cuáles serían esas lecturas- llevarían a un lector crítico, conocedor de la situación de la que se habla, a dudar acerca  de lo que se lee; pero aquellos otros que se encuentran ajenos a tales sucesos podrían creer ciegamente en lo que el ensayista comenta y construir una realidad inexistente. En un mundo globalizado donde la rapidez de las comunicaciones alcanza la inmediatez, podemos ser, literalmente, testigos de los eventos que ocurren en cualquier rincón de nuestro planeta; sin embargo opinar acerca de la política de nuestros países, re-ordenar lo que entendemos por democracia y sus muy variadas maneras de llevarla a la práctica es tarea de mayor complejidad que no se resuelve a través de enfáticas y dudosas afirmaciones. Por otra parte, la manipulación que muy frecuentemente realizan los medios de comunicación acerca de sucesos políticos y sociales podrían llegar a deformar la realidad, construyendo otra más a su gusto o a sus intereses.

   La falta de objetividad al evaluar de manera parcial un proceso político que debe ser contextualizado y mirado desde la perspectiva de los años precedentes, invalidan el sentido de autoridad ética o de agudeza intelectual del ensayista que arremete contra los últimos hechos, consecuencia de los difíciles meses preelectorales y de las tensiones del gobierno federal y el  de la Ciudad de México.  Por otra parte, la posibilidad de revisar unas elecciones que tanta desconfianza provocaron en buena parte de la ciudadanía era un derecho inalienable.

    Es de todos conocido el desenlace de las elecciones del 2006 y de la posterior evolución que políticamente se está llevando a cabo en México; por todo ello afirmar categóricamente que no hubo fraude a cuatro meses de las elecciones –recordemos que el artículo se escribió en el mes de noviembre de ese mismo año- por las lecturas hechas a través de los medios de comunicación escrita y los canales internacionales de televisión tan manipulados en aquellas circunstancias, es un dislate de considerables dimensiones que podría incluso interpretarse como un acto irresponsable de un charlatán. La puesta en marcha de movimientos democráticos de gran envergadura merece la detenida observación de aquellos que pretendemos desentrañar sus raíces y entender sus consecuencias.

   El segundo artículo, más altisonante todavía titulado “Raza, Botas y Nacionalismo” publicado el 15 de enero del 2006 en la columna Tribuna del diario El País,  refiere la visita que pocos días después de su primer triunfo realizó Evo Morales, actual presidente de Bolivia, para más adelante reflexionar sobre los dislates que la izquierda naciente latinoamericana comete sin cesar. El escritor comienza en estos términos su ensayo:

 

La gira por Europa de Evo Morales, presidente electo de Bolivia, que dentro de unos días asumirá la primera magistratura de su país, ha sido un gran éxito mediático. Su atuendo y apariencia, que parecían programados por un genial asesor de imagen, no altiplánico sino neoyorquino, han hecho las delicias de la prensa y elevado el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos. Pronostico que el peinado estilo “fraile campanero” del nuevo mandatario boliviano, sus chompas rayadas con todos los colores del arcoiris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuario de la progresía occidental.

 

La pasión crítica que se revela en el párrafo anterior denuncian igualmente un sentimiento de odio y de desprecio que invierte los esquemas tradicionales, esto es, el resentimiento era un estado emotivo prolongado que aparentemente sólo experimentan los marginados socialmente. Vargas Llosa en cambio, nos muestra que todos lo podemos experimentar con la misma fuerza destructiva.

   En los párrafos siguientes y refiriéndose a la condición indígena del presidente boliviano dirá el escritor:

 

Tampoco el señor Evo Morales es un indio, propiamente hablando, aunque naciera en una familia indígena muy pobre y fuera de niño pastor de llamas. Basta oírlo hablar su buen castellano de erres rotundas y sibilantes eses serranas, su astuta modestia (“me asusta un poco, señores, verme rodeado de tantos periodistas, ustedes perdonen”), sus estudiadas y sabidas ambigüedades (“el capitalismo europeo es bueno, pues, pero el de los Estados Unidos no lo es”) para saber que don Evo es el emblemático criollo latinoamericano, vivo como una ardilla, trepador y latero, y con una vasta experiencia de manipulador de hombres y mujeres, adquirida en su larga trayectoria de dirigente cocalero y miembro de la aristocracia sindical.

 

   Las afirmaciones de tono dogmático en las que se simplifica exageradamente fenómenos tan complejos como los que ha vivido Bolivia, desmerecen las propuestas del autor, haciendo del discurso un panfleto de tonos totalitarios. La democracia que como básica acepción hace referencia a la elección presidencial a través de la voluntad expresa del pueblo, pierde pertinencia en el artículo de Vargas Llosa, que omite en sus líneas el detalle más importante que legitima a Evo Morales como actual mandatario del país: fue elegido a través de las urnas por sus conciudadanos y representa, quiéralo o no, la voz de la población indígena que ve en él a un digno representante. El proceso democrático de elección presidencial que vivió Bolivia cae en el olvido en un crítico que se deja llevar más por lo mediático, lo aparente y por un evidente prejuicio que le impide ver más allá de lo que las imágenes presentan; considerando, sobre todo, que el presidente Morales aún no entraba en funciones.

   La evidente subjetividad con la que se maneja el escritor en el momento de hacer crítica acerca de la política de los países, desvirtúa el sentido de credibilidad pues nos revela que prevalece una mirada unívoca, parcial y, en consecuencia, imprecisa y hasta errónea.

   Un tercer artículo fue publicado en el periódico El País, en la columna Tribuna el nueve de marzo del 2008 a propósito del incidente vivido entre Ecuador, Colombia y Venezuela por el ataque perpetrado por el ejército colombiano en territorio ecuatoriano a un grupo de las FARC, del que tanto se ha hablado. El artículo se titula “Tambores de guerra”; con el tono enfático que lo caracteriza el escritor peruano arremete en contra de la respuesta desproporcionada que el mandatario venezolano mostró en un incidente que no tocaba las fronteras de su país. El histrionismo de Hugo Chávez que para muchos de sus seguidores constituyó uno de sus mayores carismas, fue, sin embargo, uno de los grandes obstáculos en el desarrollo de una política internacional  venezolana que se ha inclinado más hacia desencuentros con los mandatarios de otros países que a  posibles acuerdos. La imagen que se  dibujaba hacia el exterior donde la riqueza que el petróleo venezolano aportaba, fue el instrumento usado por Chávez para controlar y dirigir las políticas de países menos favorecidos económicamente, sigue vigente para muchos. Afirmar que esto es así, sería aventurado pues no conocemos la información  de primera mano. Las conjeturas están a la orden del día en el mundo de la política; un buen analista debe apostar por el rigor informativo como la primera de sus herramientas.

   En el caso que nos ocupa Vargas Llosa sostiene categóricamente:

 

Las payasadas del mandatario venezolano son pintorescas, pero, en este caso, también preocupantes. Pues, en la actualidad se trata, políticamente hablando, de un animal herido, que se siente cada vez más rechazado por su pueblo y totalmente incapaz de revertir una crisis económica y social desatada por su ignorancia y megalomanía. En esas circunstancias no se puede descartar que reabra la crisis, directamente, o a través del gobierno ecuatoriano del presidente Correa, quien, a juzgar por su errático comportamiento desde el inicio de este conflicto –aceptando en un principio las excusas y explicaciones del presidente Uribe y, luego, escalando las protestas y magnificando lo sucedido-, después de mantener una cierta independencia, parece haberse resignado a integrar también, junto con el boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega, la cofradía de vasallos políticos de Hugo Chávez.

 

   Si bien la habilidad en el uso del lenguaje aporta frescura y fluidez a los textos; si, como señaló alguna vez el gran cuentista Horacio Quiroga el uso del adjetivo debe ser exacto, evitando los ripios,  una expresión mesurada es el mejor recurso para ser justos en el análisis y la reflexión. La descripción de la conducta de Hugo Chávez tildándola  de “payasadas”; calificarlo como “animal herido…cada vez más rechazado por su pueblo…” lejos de minar la imagen del expresidente venezolano ensucian la de quien escribe, mostrando una y otra vez su apresuramiento en los juicios y la desproporción de sus afirmaciones. El insulto, declarado y directo, podría ser sustituido por el manejo de la ironía, figura mucho más elegante que manifiesta las sutilezas de una mente ágil y un talento macerado por el tiempo y la experiencia. Los párrafos del ensayo de Vargas Llosa enumeran con una pasión cegadora las maravillas de la democracia colombiana, las glorias del expresidente Álvaro Uribe, “ejemplo odiado –señala Vargas Llosa- por quienes quisieran, como Chávez, convertir a América Latina en una sociedad comunista a la manera de Cuba o en ese galimatías socialista y bolivariano en que él ha transformado a Venezuela”, concluye el escritor.

   A pesar de haber citado solamente tres ejemplos de los cientos que circulan desde hace años en la prensa española e internacional, creo que ellos son una muestra más que fehaciente de una manera de ver la política y la historia que construimos en Latinoamérica sin claroscuros, sin matices, al modo “malos y buenos” que tanto predica el actual gobierno norteamericano.

 

    Desde este hemisferio encontramos a Eduardo Galeano. Si bien sus artículos se involucran con la realidad política y social que nos afecta en nuestro día a día, el escritor es más proclive a desarrollar discursos que  cuestionan  instituciones, sistemas de poder políticos o económicos, gobiernos… Galeano revisa constantemente la pertinencia de la historia oficial, la que nos han enseñado a memorizar sin siquiera preguntarnos  por su validez.  Se aprecia en sus textos  una clara tendencia hacia la izquierda ideológica pero su estilo, más mesurado, no le lleva al insulto ni a la descalificación, el autor logra, a través de un tono permanentemente irónico, desmontar mitos modernos  

   Tomo igualmente tres artículos del escritor. El primero titulado “Espejos blancos para caras negras”  publicado en el diario La Jornada el 21 de agosto de 1999; a pesar de haber sido escrito hace 14 años, la pertinencia en el tópico a tratar lo actualiza; se trata de  una reflexión en torno al racismo vivido en América Latina, construido desde las lejanas fechas de la conquista y la colonia; su fomento estuvo a cargo de instituciones como la Iglesia Católica y el Estado que se imponía para entonces. Aparentemente Galeano no insulta ni descalifica, describe  la vida de personajes históricos:

 

San Martín de Porres fue el primer cristiano de piel oscura admitido en el blanquísimo santoral de la Iglesia Católica. Murió en la ciudad de Lima, hace tres siglos y medio, con una piedra por almohada y una calavera al lado. Había sido donado al convento de los frailes dominicos. Por ser hijo de negra esclava, nunca llegó a sacerdote, pero se destacó en las tareas de limpieza. Abrazando con amor la escoba, barría todo; después, afeitaba a los curas y atendía a los enfermos; y pasaba las noches arrodillado en oración.  Aunque estaba especializado en el sector servicios, San Martín de Porres también sabía hacer milagros, y tantos hacía que el obispo tuvo que prohibírselos. En sus raros momentos libres, aprovechaba para azotarse la espalda, y mientras se arrancaba sangre se gritaba a sí mismo: “¡Perro vil!”. Pasó toda la vida pidiendo perdón por su sangre impura. La santidad lo recompensó en la muerte

 

 

   El tono claramente hiperbólico que utiliza el escritor es, sin embargo, el mismo que podría leerse en los antiguos santorales que difundió la Iglesia Católica durante siglos y que proyectaron una imagen ficticia y del todo sumisa de los creyentes. Más allá de la anécdota, se pretende poner de manifiesto las posturas ideológicas que instituciones ancestrales han impuesto de forma dogmática, apostando  por la alienación de los fieles; la historia que se relata nos instala en una realidad aún presente en nuestro continente: el color de la piel determina una situación social inapelable.

   En su conjunto el artículo al que hago referencia no hace alusión a situaciones políticas concretas, sin embargo, la denuncia  que aún lacera el cuerpo maltrecho de nuestras sociedades pone de manifiesto posturas políticas y compromisos fundamentales que pretenden mejorar siglos de retorcidas imposiciones ideológicas.

   El escritor hace un recorrido por épocas y geografías de nuestro continente en las que  diferencias raciales mantenían la rígida distancia entre los blancos (entiéndase, aristócratas) y los negros o mulatos, esa “piel mala” a la que alude Galeano. Las mujeres del siglo XVI se untaban cremas que permitieran aclarar su piel mestiza…sin embargo, en la actualidad, según datos aportados por el ensayista

 

La revista estadounidense Ebony, de lujosa impresión y amplia circulación, se propone celebrar los triunfos de la raza negra en los negocios, la política, la carrera militar, los espectáculos, la moda y los deportes. Según palabras de su fundador, Ebony “quiere promover los símbolos del éxito en la comunidad negra de Estados Unidos, con el lema: Yo también puedo triunfar

 

   A pesar de las estadísticas y las leyes que dicen lo contrario, la presencia del racismo, demoledora de cualquier intento de estima de quienes padecen el rechazo social, sigue persistentemente imponiendo condiciones, coartando posibilidades y definiendo las rutas que muchos de nosotros tendremos que seguir. Tangencialmente el tópico de la democracia  está presente al plantearnos las verdaderas posibilidades de libertad que como individuos poseemos en nuestros países.

   En otros artículos el autor  reconstruye el funcionamiento real de la democracia, ajeno a las teóricas propuestas de tantos que han hablado en su nombre. El ensayo “Teatro del bien y del mal” extraído del diario La Luciérnaga, Córdoba, Argentina, publicado en noviembre del 2001, plantea fundamentalmente cómo se escribe nuestra historia contemporánea; de qué manera la democracia, el sistema político considerado más viable –por su apuesta hacia la libre elección y participación popular- para nuestros países de Occidente, es en realidad una farsa construida por las potencias imperialistas de nuestro planeta que imponen sus intereses, aunque con ello arrastren consigo miles de vidas humanas, o  destruyan países ya empobrecidos por luchas milenarias.

   El escritor hace un recuento de  los actores y los procedimientos de las guerras acaecidas en las últimas décadas; nos muestra cómo los antiguos aliados, entiéndase Bin Laden o Saddam Hussein, se convirtieron en los grandes enemigos. Explica Galeano:

 

Saddam Hussein era bueno, y buenas eran las armas químicas que empleó contra los iraníes y los kurdos. Después, se amaló. Ya se llamaba Satán Hussein cuando los Estados Unidos, que venían de invadir Panamá, invadieron Irak porque Irak había invadido Kuwait. Bush Padre tuvo a su cargo esta guerra contra el Mal. Con el espíritu humanitario y compasivo que caracteriza a su familia, mató a más de cien mil iraquíes, civiles en su gran mayoría.

 

   La  invasión a Irak que supuso la destrucción del gobierno de Hussein y la puesta en marcha de una “democracia” desde la libertad, como tanto lo ha proclamado el ex presidente Bush, es una de las acciones de mayor cinismo del gobierno norteamericano que históricamente ha mostrado su desprecio  por la libertad y la justicia, en aras de sus propios y muy rentables intereses.

   Galeano evoca, entre otros lamentables eventos, la intervención de Henri Kissinger en el golpe de estado chileno como una de las más escandalosas muestras de la arbitraria injerencia del gobierno de Estados Unidos en la democracia de otros países. El escritor recuerda: “El 22 de septiembre de 1973, exactamente 28 años antes de los fuegos de ahora, había ardido el palacio presidencial en Chile. Kissinger había anticipado el epitafio de Salvador Allende y de la democracia chilena, al comentar el resultado de las elecciones: “No tenemos por que aceptar que un país se haga marxista por la irresponsabilidad de su pueblo”.

    “La monarquía universal” es el título del último artículo que comentaremos en estas páginas. Fue extraído del diario La Jornada  publicado el 22 de agosto del año 2000. La reflexión se centra en las nuevas condiciones políticas que vivió la humanidad años después del desmoronamiento de la llamada cortina de hierro ¿Sin totalitarismos en el horizonte, se impondrá la democracia como sistema unívoco? se cuestiona Galeano. La respuesta no se hace esperar al comparar el significado literal de la palabra democracia como “gobierno del pueblo” con la realidad que vivimos. Galeano la califica de “poderocracia: una poderocracia globalizada”.

   El autor describe de qué manera se conforman instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas,  todas ellas indispensables en la toma de decisiones que afectarán la economía de los países del orbe. El matiz se encuentra en que la mayor parte de los miembros no poseen el derecho a votar sino a “opinar”, así lo explica el autor:

              Ciento ochenta y dos países integran el Fondo Monetario Internacional.                              

                          De ellos, 177 ni pinchan ni cortan. El Fondo Monetario, que dicta órdenes          

                           al mundo entero y en todas partes decide el destino humano y la    frecuencia de vuelo de las moscas y la altura de las olas, está en manos de los cinco países que tienen cuarenta por ciento de los votos: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Los votos dependen de los aportes de capital: el que más tiene, más puede. Veintitrés países africanos suman, entre todos, 1 por ciento; Estados Unidos dispone de 17 por ciento. La igualdad de derechos, traducida a los hechos.

 

 La puesta en práctica de la democracia pasa, antes, por el tamiz del poder que ejercen las tres organizaciones internacionales. Por ello para nuestro ensayista la democracia se encuentra depauperada por la evidente compra del poder que desde instancias mayores se lleva a cabo sistemáticamente. De allí el título del ensayo; no podemos hablar de democracia, hablemos mejor de “monarquía universal”.

   Los cuestionamientos presentados por Eduardo Galeano van enfocados hacia el desmontaje de los mitos del poder. Sin dejar de lado hechos y actores, el escritor proyecta su mirada al conjunto, a lo universal, a la maquinaria que mantiene ajustados los hilos que, en definitiva, deciden nuestro presente y futuro inmediato. Mario Vargas Llosa, desafortunadamente, mantiene una mirada tan cercana a lo que ocurre y a quienes lo protagonizan que pierde el sentido de perspectiva que todo buen intérprete de la realidad debe permanentemente considerar.

   La opinión de ambos influye o determina en muchas ocasiones la afinidad o el desacuerdo de sus lectores que a su vez podrán construir una ideología que los defina. El papel que desempeña un ensayista es, pues, de gran envergadura para entender y reconstruir nuestras democracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 28 de agosto de 2013

EXILIO, MEMORIA Y TESTIMONIO: FORMAS DEL DESARRAIGO


                                                                         Guadalupe I Carrillo

La exclusión social y el desarraigo se han convertido en expresiones muy comunes  de los numerosos grupos humanos que desde hace décadas han tenido que trasladarse de sus países de origen por tiempo indefinido. Exclusión alude a marginalidad, a vida en los bordes, y su manifestación más concreta viene a ser la sensación de desarraigo, de un no-estar en ninguno de los lugares a los que se acude.

 

   La expresión exclusión social  se emplea en muchas actividades y es polivalente. Algunos autores sugieren que Max Weber ya la utilizaba para aludir particularmente al caso de los grupos humanos impedidos de acceder a la riqueza material. Para otros, la expresión se habría acuñado originalmente en Francia en 1974 para referirse a varias categorías de personas tildadas como “problemas sociales” y quienes no gozaban de la protección de la Seguridad Social. El término se refería a un proceso de desintegración en el sentido de una ruptura progresiva de las relaciones entre el individuo y la sociedad. El concepto es relativamente nuevo en los ambientes político y académico. Algunos autores como Peters (Peters, 1996: 35) insiste en que debe rechazarse incluso su empleo que califica de “altamente problemático”.

 

   En todo caso hay que observar que ser apartado de un grupo social al que se pretende pertenecer suele ocurrir cuando la gente sufre de una serie de problemas como el desempleo, la discriminación, el bajo desempeño, los problemas de salud, el rompimiento familiar o la intolerancia frente a sus ideas. Puede ocurrir igualmente como resultado de los problemas que una persona enfrenta durante su vida, transformándola de manera radical e imprimiéndole sellos indelebles.

  En las décadas de los años 60 y 70, en buena parte de los países Latinoamericanos, se posesionaron férreas dictaduras que se prolongarían por mucho tiempo.  La experiencia de represión  que se vivió especialmente en los países del cono sur y que llevaría a miles de chilenos, argentinos, uruguayos, a huir de su patria, dio pie a que surgieran relatos cuya temática central era narrar las experiencias de torturas y las persecuciones realizadas por los gobiernos dictatoriales. A estos relatos se le conocería como literatura testimonial; su génesis,  transformaciones y  matices han sido estudiados ampliamente por numerosos críticos e investigadores en las últimas décadas. Se ha puesto en discusión igualmente la pertinencia literaria de estos discursos que abundan tanto en la propuesta política, el apego a lo real y la denuncia como necesidad y meta última. Se ha hablado de su carácter transitorio por la desaparición física de dictadores y sistemas represores de evidente factura totalitaria; sin embargo nuestra propuesta pretende no sólo mostrar la vigencia de estos relatos, sino el sentido universal que ha adquirido, en este caso, el desarraigo  como forma cultural aún vigente.

 

   En nuestro trabajo pretendemos estudiar  la literatura testimonial  que se desarrolló en Chile a raíz del golpe militar de 1973 que generó no sólo la persecución, tortura y desaparición de miles de chilenos, sino también el exilio forzoso de intelectuales, académicos, políticos que desde los más distantes rincones del mundo alzaron la voz para contar sus experiencias y denunciar las atrocidades a las que habían sido sometidos.  María Teresa Cárdenas  en su ensayo “Literatura chilena del exilio. Rastros de una obra dispersa” da cuenta de la tesonera labor que escritores e intelectuales emprendieron a raíz de su destierro para contar las experiencias de torturas ya padecidas, así como de la manera en que el exilio había marcado sus vidas. Apunta la investigadora:

 

 Una cantidad aún indeterminada de poetas, narradores y dramaturgos –sin             distinción de edades, corriente literaria ni generación- vivió entre 1973 y 1990 la experiencia del destierro. Y si todavía no hay cifras oficiales respecto a las personas que sufrieron esta pena –ACNUR habló en algún momento de 500 mil- menos voluntad ha habido hasta ahora de contabilizar a los escritores. [1]

 

   Por otra parte, encontramos que Estela Aguirre, Sonia Chamorro y Carmen Correa diseñaron  una página web ( http://www.abacq.net/imagineria/009.htm) con la “bibliografía de libros y tesis escritos por chilenos desde el exilio, desde 1973 hasta 1989 en la que registran 1068 entradas de libros publicados en 37 países de diversos continentes”. También se fundaron revistas como Araucaria, en 1977 por  Carlos Orellana; durante doce años  se publicarían 48 números. Literatura Chilena del Exilio, otro de los referentes hemerográficos de la diáspora chilena,  inició las publicaciones en 1977 de la mano de Fernando Alegría y David Valjalo como responsables. Cuatro años después la revista cambió el nombre a “Literatura chilena. Creación y crítica”, con dirección colegiada de Guillermo Araya, Armando Cassígoli y el mismo Valjalo. En 1989 se habían publicado 50 números[2]. La revista Lar fue fundada en Madrid por el poeta Omar Lara. Entre 1981 a 1983 se editaron tres números. En 1984 Lara regresa y continúa la publicación de la revista en la ciudad de Concepción.[3]

 

   Una producción tan amplia no sólo da cuenta de la importancia que la temática posee; sobre todo nos muestra de qué manera la salida forzosa de la patria establece una condición interior devastadora. M. Edurne Portela en su artículo “Cicatrices de un trauma: cuerpo, exilio y memoria en Una sola muerte numerosa de Nora Strejilevich” puntualiza, a propósito de la experiencia Argentina de la dictadura:

 

En realidad, el exilio no es un paréntesis en la vida del sujeto, sino la   prolongación de un trauma que comienza con la violencia que impulsa al desarraigo y continúa de por vida. Un exiliado, si vuelve a su país lo hace como “des-exiliado” o “pos-exiliado” indeleblemente marcado por el trauma de la partida inevitable del país de origen, el miedo durante el periplo que lo lleva a un nuevo país, el desarraigo de encontrarse en un espacio desconocido y en muchas ocasiones poco receptivo, y el desconcierto de volver a un país de origen que ya no reconoce como propio y que ha sido, como Argentina fue,  devastado por la violencia de estado, la corrupción y las prácticas de desmemoria.[4]

 

 La experiencia del exilio tiene su expresión más nítida en la sensación de desarraigo como esa “geografía del no-lugar”, del desplazamiento permanente, de la incomodidad asumida como tesitura.

 

Cronología y diseños

Las circunstancias geográficas, físicas e, incluso, biográficas en las que se gesta la literatura testimonial constituyen su mayor definición. Como bien señaló Samuel- Muñoz, ésta expresión literaria “nace en la montaña, en el exilio, la clandestinidad, para informar las vejaciones” pues contarlas “implica la necesidad de rescatar la dignidad a través de la escritura” (Samuel- Muñoz, 1993: 500).

 

   La dictadura impuesta en septiembre de 1973 en Chile es el inicio de la prolífica producción testimonial. Si bien existen registros de discursos testimoniales de principios de siglo o de años anteriores a esta fecha, lo más representativo de la producción literaria chilena, lo que se transforma en una suerte de obsesión tanto para escritores e intelectuales sería, en exclusiva, el discurso testimonial con características bien definidas. Rossana Nogal en su ensayo “La escritura testimonial chilena. Una cartografía de la memoria” puntualiza tres rasgos fundamentales de lo que designa “género testimonial”: “a) La convicción de que la voz se ejerce desde una coyuntura dramática de la historia; b) Un discurso organizado por un sujeto que es a la vez testigo y actor de los hechos y c) la voluntad de hablar no contra otro discurso, sino contra el silencio de una de las versiones del conflicto.”[5] Efectivamente, la voz que narra es un yo testigo y víctima de lo que cuenta en un presente que mantiene los hechos en permanente actualización. Sin embargo, si bien la primera persona es prácticamente una constante en este tipo de relatos, ella puede ser sustituida por la voz de un escritor designado que asume la mirada y las percepciones del narrador nominal. Entre los escritores que así lo diseñan tenemos los ejemplos de  Miguel Barnet, antropólogo cubano, figura señera del estudio y tipificación de la literatura testimonial, quien publicó en 1966 la obra paradigmática Biografía de un cimarrón en la que rescata el testimonio del esclavo Esteban Montejo; Barnet asume la voz de Montejo y desde ella desarrolla todo el relato. Recordemos también el caso de la obra de Gabriel García Márquez La aventura de Miguel Litín clandestino en Chile, publicada en 1986 por la editorial Oveja Negra. El libro, que se propone como una crónica de viaje, explica detalladamente el periplo del director cinematográfico Miguel Litín en Chile, que se introduce en el país con pasaporte falso para filmar un documental que mostrará al país sumido en una dictadura ya decantada. García Márquez toma la voz de Litín, en una primera persona a través de la que se esconde el escritor para mimetizarse en la persona del director de cine.

 

   Esa presencia del yo en el discurso acentúa el carácter subjetivo y, por tanto, selectivo de quien habla, llevándonos a entender que la memoria como recurso narratológico juega un papel protagónico en la organización argumental. Si bien el acento en la denuncia lleva consigo el tono  político de los relatos y su apego a lo real, al modo de crónicas, lo perfilaría en la categoría de documento por la aparente ausencia de ficción; es evidente que el ejercicio evocador permite que la elaboración discursiva cuente con un diseño estético en el que el sentido contestatario de la mayoría de los relatos, abre la posibilidad de acudir a recursos considerados prosaicos y exentos del canon literario.      Igualmente dio pie a que se impusiera la discusión de la pertinencia del género como categoría necesaria en la literatura. Muchos de ellos, entre los que se encuentra Hugo Achurar,  hablan de una suerte de literatura ancialar,  ya clasificada en esos términos por Jorge Narváez; la subordinación que designa el término no desmerece, desde mi punto de vista, la calidad literaria. Habría, sin embargo, que definir con claridad los registros a través de los cuales estos discursos se construyen, identificando la validez de elementos antes excluidos del diseño artístico.

   Los primeros estudios buscaron la caracterización estética que permitiese incorporarlo al canon literario de la época. Jorge Narváez en su ensayo “El testimonio 1972-1982. Transformaciones en el sistema literario” (1986) pretendió matizar la diferencia entre lo testimonial de los textos calificados con anterioridad como memorias o autobiografías. Narváez, sin embargo, ve en el discurso testimonial un sentido de indefinición producto de la hibridez que lo caracteriza. Por ello prefiere identificar a éstos como “textos documentales” en el sentido de que constantemente hacen “referencia a la realidad” (1988:17).

 

   Juan Armando Epple, Bernardo Subercaseaux serían algunos de los estudiosos que, junto a Narváez, intentaron establecer estructuras, metodologías y caracterizaciones genéricas que permitieran ubicar claramente esta literatura testimonial. De las mejores reflexiones que se desarrollan con el ánimo de “canonizar” a la literatura testimonial encontramos el ensayo de Jaime Concha “Testimonios de la lucha antifascista” publicado en Araucaria de Chile en 1978 quien vincula estos discursos anti dictatoriales con rasgos comunes esbozados por Pablo Neruda en su Canto General. Compara estos relatos que se enfocan en la denuncia con textos de la tradición literaria más aplaudida como sería El Facundo de Sarmiento; el interés de Concha, por último, viene a ser el de mantener el discurso testimonial como expresión literaria aunque sea clasificada como esa literatura ancilar de la que había hablado Narváez. Así mismo excluye su carácter documental pues los textos son el producto de declaraciones que realiza el sujeto, testigo y víctima de eventos represores, en las que no se encuentra una previa investigación, ni selección de citas o de material bibliográfico. Es la experiencia personal que no excluye ideologías ni demandas y que pretende manifestarse a través del lenguaje. Uno de los ejemplos más célebres es la obra Tejas Verdes. Diario de un campo de Concentración en Chile de Hernán Valdés publicado en 1974 por la Editorial Ariel en Barcelona. En un presente aterrador y a modo de diario, el autor nos cuenta la experiencia padecida en uno de los campos de concentración más famosos de la época.  El tono testimonial en el que se explica detalladamente lo que va ocurriendo, construye un discurso en el que el cuerpo se convierte en sinécdoque de sí mismo y de una colectividad que está sufriendo las atrocidades. Así leemos:

 

Siento pena de mi cuerpo. Este cuerpo  va a ser torturado, es idiota. Y, sin embargo es así, no existe ningún recurso nacional para evitarlo. Entiendo la necesidad de este capuchón: no será una persona, no tendré expresiones. Seré sólo un cuerpo, un bulto, se entenderán sólo con él. Pasa mucho tiempo y no me atrevo a cambiar de sitio ni menos a sentarme en el piso. Afuera, por momentos hay un completo silencio. Doy puntapiés en el aire para secarme los pies. Me cuesta mucho respirar a través del saco. (1974: 17)

 

   Ese cuerpo que será torturado de manera casi inmediata a las líneas precedentes se convierte en el centro de atención del yo que, con lucidez -casi podríamos decir- aplastante rememora cada detalle del infierno que vivió en aquellos días:

 

Uno de ellos se aproxima a mí, coge dos puntas de la capucha y hace un nudo fuertísimo sobre el puente de mi nariz, de modo que la mitad de la cara queda descubierta para ellos. Otro me enrosca un cable en cada uno de los dedos gordos de mis pies mojados. Hay un brevísimo silencio y luego siento un cosquilleo eléctrico que me sube hasta las rodillas. Grito, más que nada por temor. Me insultan, como escandalizados de mi delicadeza. Siento un desplazamiento de aire al lado mío y alguien me da, con toda la fuerza de que es capaz un brazo, un puñete en la boca del estómago. Es como si me cortaran en dos. Durante fracciones de segundo pierdo la conciencia. Me recobro porque estoy a punto de asfixiarme. Alguien me fricciona violentamente sobre el corazón. Pero yo, como había oído decir, lo siento en la boca, escapándoseme. Comienzo a respirar con la boca, a una velocidad endiablada. No encuentro el aire. El pecho me salta, las costillas son como una reja que me oprime. No queda nada de mí sino esta avidez histérica de mi pecho por tragar aire. (1974: 18).

 

   El énfasis en la detallada descripción de sus torturas puede entenderse, según lo plantea Elaine Scarry en su conocida obra The Body in Pain (1985), como la necesidad que tiene el torturado de recuperar su mundo, perdido en la experiencia de la tortura. Para Scarry la persona torturada es solo cuerpo, cuando éste es agredido el sujeto pierde toda voz, borrándose la referencia de su mundo. La única posibilidad de reconstruirlo es mediante la confesión de lo que padeció; es la única manera de recobrar su condición de persona. Por ello el acto testimonial es el único recurso para rediseñar la vida. El encierro, el silencio y el contacto solidario con sus compañeros dan una visión de conjunto muy nítida sobre la vida en los campos de concentración.

 

   Una de las condiciones que acompaña a la literatura testimonial es la diversidad de criterios con los que se conciben los discursos. El recurso del diario que acabamos de ver en Valdés difiere enormemente en escritores como Fernando Alegría que no fue encarcelado pero tuvo que salir del país para vivir el resto de su vida fuera de Chile. En su obra El paso de los ganzos mezcla estilos tan disímiles como el reportaje, las memorias, entrevistas, textos líricos. El libro de Luis Corvalán Algo de mi vida se ha emparentado más con la tradición memorialista chilena.

 

   Prisión en Chile de Alejandro Witker, Jamás de rodillas de Rodrigo Rojas, Cerco de Púas de Aníbal Quijada, Testimonio de Jorge Montealegre, entre otras son agrupadas como claramente testimoniales, aún cuando cada una de ellas posee características propias que las singularizan. El común denominador de las mismas es “el carácter de urgencia y denuncia; dar cuenta de los sucesos ocurridos durante la represión y sus consecuencias inmediatas, en un lenguaje transparente, más cercano a la crónica que a la ficción”.[6]

 

   A las experiencias de tortura se suma una temática testimonial que habla de la impotencia experimentada por todos aquellos chilenos que viven en un exilio que se prolonga por décadas, dentro de las cuales nacen y crecen sus hijos. Ellos mientras tanto, reflexionan sobre el destino de su patria y de sí mismos. Entre estas obras están los títulos de Fernando Alegría Una especie de Memoria, El libro negro del imperialismo en Chile, de Armando Uribe y Diario del doble exilio de Osvaldo Rodríguez.

 

   En una segunda etapa la literatura testimonial da paso a la reelaboración de discursos en los que lo ficcional juega un papel más protagónico. Es la memoria que recrea lo pasado y explica el presente del exilio. Entre los títulos representativos estarían las obras de Carlos Cerda: la novela  Morir en Berlín (1993) o Escrito con L (2001), reunión de siete relatos agrupados en torno al recuerdo de la letra L grabada en el pasaporte de aquellos exiliados con prohibición de regresar a su país. En ambos libros se escucha la voz desde un inevitable desarraigo.

 

   Isabel Allende ha sido otra de las escritoras con fama internacional que a través de sus novelas recrea tanto los días del golpe militar como la experiencia posterior de los exiliados, de los fantasmas que los rodean, del inevitable aguijón del desarraigo, como ocurre en su célebre novela La casa de los espíritus publicada en 1989. En su libro de cuentos Eva Luna publicado por primera vez en 1989, encontramos, entre otros, el relato “Lo más olvidado del olvido” donde sus protagonistas, en permanente desarraigo, reviven la experiencia de la tortura, convertida en parte de ellos mismos:

 

Se tendieron  lado a lado, tomados de la mano, y hablaron  de sus vidas en ese país donde se encontraban por casualidad, un lugar verde y generoso donde sin embargo siempre serían forasteros. ÉL pensó en vestirse y decirle adiós, antes de que la tarántula de sus pesadillas les envenenara el aire, pero la vio joven y vulnerable y quiso ser su amigo…ella se levantó a cerrar la ventana, imaginando que la oscuridad podía ayudarlos a recuperar las ganas de estar juntos y el deseo de abrazarse. Pero no fue así, él necesitaba ese retazo de luz de la calle, porque si no se sentía atrapado de nuevo en el abismo de los noventa centímetros sin tiempo de la celda, fermentando en sus propios excrementos, demente. Deja abierta la cortina, quiero mirarte, le mintió, porque no se atrevió a confiarle su terror de la noche, cuando lo agobiaban de nuevo la sed, la venda apretada a la cabeza como una corona de clavos, las visiones de cavernas y el asalto de tantos fantasmas…El hombre oyó crecer el silencio en su interior, supo que se le quebraba el alma, como tantas veces le ocurriera antes, y dejó de luchar, soltando el último asidero al presente, echándose a rodar por un despeñadero inacabable. Sintió las correas incrustadas en los tobillos y en las muñecas, la descarga brutal, los tendones rotos, las voces insultando, exigiendo nombres, los gritos inolvidables de Ana supliciada a su lado y de los otros, colgados de los brazos en el patio. ((1989) 2007: 145-146).

 

   En los relatos autobiográficos de Isabel Allende el exilio como forma de vida es recurrente; el interés por su país, a lo lejos, establece un tono discursivo que va de la nostalgia a la crítica lúcida. Así lo vemos en su obra Mi país inventado (2003) en la que extiende una mirada al Chile de sus recuerdos y al país actual que arrastra vicios ancestrales, mezclados con virtudes o costumbre posteriores a la dictadura. 

 

   Títulos como Viudas (1987) de Ariel Dorfman, No pasó nada y otros relatos  (1985) de Antonio Skármeta, Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez o Casa de campo  (1978) de José Donoso se revelan como discursos más metafóricos, en los que se pretende entender la nueva tesitura estética adquirida en el exilio.

 

   Aunque en Chile se practica la democrática desde hace décadas y la muerte de Augusto Pinochet pareciera haberse llevado consigo buena parte del ahora fantasmal mundo de la dictadura, el tema mantiene una innegable pertinencia sostenida por el genocidio perpetrado sistemáticamente en aquellos años. Muchos de los exiliados regresaron a su país transitoriamente; el desarraigo padecido los había marcado de forma definitiva. Chile no era el que habían abandonado.

  
Nota: Este artículo fue publicado como Capítulo de Libro en La Nueva nao: De Formosa a América Latina. Intercambios culturales, económicos y políticos entre vecinos distantes. Universidad de Tmkang, Taipéi, 2008.
  

BIBLIOGRAFÍA

Allende, Isabel. (1989) 2007. Cuentos de Eva Luna. Editorial de Bolsillo. México

Narváez, Jorge. 1986. “El testimonio 1972-1982. Transformaciones en el sistema literario”. Testimonio y Literatura. Editorial René Jara y Hernán Vidal. Minneapolis. Minesota.235-302.

Scarry, Elaine. The body in  Pain. Nueva York y Oxford. Oxford UP.1985.

Valdés, Hernán. 1974. Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile. Editorial Ariel. Barcelona.

 

 

HEMEROGRAFÍA

Concha, Jaime. 1978. “Testimonios de la lucha antifascista”. En Araucaria 4.129-46

 

 

 

 

 

 

 




[1] Cádenas, María Teresa, en la página web http://chile.exilio.free.fr/chap=3f.htm
[2] Idem.
[3] Datos extraídos de la página Web “Memoria Chilena. Literatura Chilena en el exilio (1973-1985).
[4] Edurne Portela, M: “Cicatrices del Trauma: Cuerpo, exilio y memoria en Una sola muerte numerosa de Nora Strejilevich. Revista Iberoamericana. Vol LXXIV, Núm. 222, Enero-Marzo 2008, Páginas 71-84.
[5] Noffal, Rossana: “La escritura testimonial chilena. Una cartografía de la memoria”.En la revista “Espectáculo”. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. Núm. 19. URL: http://www.ucm.es/info/especulo/numero19/testimo.html
[6] Información extraída de la página Web “Memoria Chilena. Portal de la Cultura de Chile” en el URL: http://www.memoriachilena.cl

miércoles, 21 de agosto de 2013

UNAS NOTAS EN TORNO A "MI REYECILLO" DE JOSÉ MARTÍ


Guadalupe I Carrillo

Oh cual los áureos

Reyes divinos

De tierras muertas,

De pueblos  idos

-¡Cuando te vayas

Lévame, hijo!

Mi Reyecillo. José Martí

 

 José Martí, el poeta de la sencillez, que es su grandeza, escribió, como sabemos, innumerables versos en los que la emotividad y la sabiduría destacan. La palabra exacta, la música que vibra junto a su pasión por la vida son verdaderos artilugios que seducen a quien se asoma a cualquiera de sus versos. Entre los innumerables que escribió me conmueve especialmente el poemario Ismaelillo,  el primero publicado por Martí y dedicado a su hijo Ismael, con quien vivió interrumpidamente a causa de desplazamientos geográficos tanto del poeta como  de su esposa con la que mantenía una difícil relación.

       El Ismaelillo fue escrito en Caracas en 1981 y publicado al año siguiente en Nueva York.  Son quince poemas en los que el tema central es la exaltación del niño.  Críticos de su obra han percibido que algunos de ellos se escribieron con la presencia del hijo[1], como ocurre en “Mi Reyecillo” -poema escogido hoy para su análisis-  donde utiliza el presente, y otros en la ausencia de este  -toma el pretérito- cuando su madre se lo lleva a Cuba y Martí continúa viaje a Estados Unidos.

    Como sabemos, el Modernismo fue un movimiento que desbordó cualquier intento de encasillamiento o caracterizaciones puntuales; hubo en sus representantes intereses estéticos comunes que los hacen semejantes y que los reúnen en un mismo movimiento. Por eso, y partiendo de la certeza de que todo gran  poeta es él mismo, esto es, un estilo y una visión particular, intentaremos señalar en el texto algunos elementos modernistas que lo caracterizan, junto a lo propiamente poético martiniano. Al ser el primer poemario de Martí, se le ha clasificado muchas veces como pre-modernista; sin embargo son evidentes los elementos románticos que se entretejen junto a los demás.

  “Mi reyecillo” es  una serie de versos pentasílabos con rima asonante en los pares (i.o) y libre en los impares. Lázaro Carreter clasifica esta versificación de 5 sílabas a modo de romance como “romancillo”. El romance es la estrofa más utilizada para narrar o para relatar anécdotas. Su uso común en la poesía medieval, donde están sus raíces, se explica por el gusto que mantiene el pueblo hacia los hechos heroicos y, más adelante, a las anécdotas amorosas. Reminiscencias románticas de las que no se desprende Martí y que enriquecen aún más sus versos.

   Escribir en romancillo permite al poeta detenerse en la anécdota sencilla, más útil para dirigirse a un niño, y otorga, como añadidura, una musicalidad que da frescura y vida al poema.

   El yo poético se esconde en los primeros versos para describir los atributos de los reyes de lugares lejanos (los persas, los hunos, los íberos); esto nos sugiere un cosmopolitismo típicamente modernista. En el séptimo verso hará mención del rey del hombre como “rey amarillo”. Esta metáfora señala una intencionalidad de crítica social que se verá reforzada en los dos versos siguientes y que continuará en todo el poema. EL “rey amarillo” es el oro, la riqueza material a la que Martí critica duramente.

   El yo, en un deseo consciente, se convierte en el “vasallo” que anhela vivir para servir a su rey, ese hijo “blanco y rollizo” al que venera y en quien desborda no sólo la ternura paterna –“¡su cetro, un beso!/ ¡mi premio, un mimo!...- sino que expresa la necesidad de refugiarse en el hijo, símbolo de la pureza que no encuentra en el mundo y de la que ya nos habla en las primeras líneas de la dedicatoria del poemario, cuando señala: “Hijo, espantado de todo me refugio en ti”. El hijo se transforma en consuelo para el padre sumido en la desilusión. Se convierte, como bien señala Gene Hammitt, [2]en paradigma y  fuerza vital que empuja al poeta a seguir en la lucha por la honradez y la libertad, a pesar de la desilusión que lo aqueja como un mal incurable.

   El yo jura una lealtad condicionada por el reinado exento del amor hacia las riquezas materiales, es decir, al “amarillo”. Prefiere la muerte de ese rey-dios a la vida impura propuesta por la avaricia. Por eso lo interpela: “¡muere conmigo! / ¿Vivir impuro? / ¡ No vivas, hijo!”.

   En el poema vibra la afectividad desbordada junto a los ideales sociales por los que vivió y murió Martí. La ambición hacia lo material es considerada como una impureza tan degradante que lo lleva, decididamente, a optar por la muerte del hijo, cuya figura ha sido engrandecida a lo largo de todos los versos. El hijo no es solamente el rey, sino aquel a quien el yo rinde todos los tributos: “Toca en mi frente / tu cetro omnímodo / úngeme siervo, siervo sumiso”.

   Los elementos modernistas presentes en el poema los advertimos no sólo en el cosmopolitismo y la musicalidad de los versos, también en la riqueza de imágenes –Metáfora: “Sea mi espalda pavés de mi hijo”; sinestesia: “rey sombrío”- y adjetivaciones reiteradas que dan colorido y vida a los versos.

   El uso recurrente de los signos expresivos, admiración e interrogación- permiten que fluya una marcada emotividad que remite a la subjetividad romántica. El yo es un exaltado siervo de la pureza, cuyo símbolo es el hijo, su reyecillo.

   En el poema convergen lo simbólico, lo romántico y también lo modernista, presente en el preciosismo y la precisión en la selección de palabras (particularmente adjetivos) cultas y exquisitas, que se muestran atenuadas por la sencillez propia del estilo del autor y cuyo énfasis lo da la estrofa escogida para el poema: el romancillo. Es, pues, un modernismo orientado por la originalidad que siempre mantuvo Martí en su obra poética, junto con la crítica social.

   “Mi reyecillo” es un poema de largo alcance afectivo: la ternura se ensancha y vibra en la música que salta de los versos como vida desbordada. La clara moraleja social parece entretejida por el amor paterno que prefiere perder al hijo a verlo manchado. Este asunto de interés Martiniano acompañará siempre el corazón, la mente y la palabra encendida del poeta cubano.

 

 

  



[1] En la página http://www.eddosrios.org/marti/Notas_estudios/ismaelillo.htm “Apuntes sobre Isamelillo. Gene Hammitt. Revisado el 21 de agosto del 2013.
[2] En la página http://www.eddosrios.org/marti/Notas_estudios/ismaelillo.htm Nota leída el 21 de agosto del 2013.