miércoles, 28 de agosto de 2013

EXILIO, MEMORIA Y TESTIMONIO: FORMAS DEL DESARRAIGO


                                                                         Guadalupe I Carrillo

La exclusión social y el desarraigo se han convertido en expresiones muy comunes  de los numerosos grupos humanos que desde hace décadas han tenido que trasladarse de sus países de origen por tiempo indefinido. Exclusión alude a marginalidad, a vida en los bordes, y su manifestación más concreta viene a ser la sensación de desarraigo, de un no-estar en ninguno de los lugares a los que se acude.

 

   La expresión exclusión social  se emplea en muchas actividades y es polivalente. Algunos autores sugieren que Max Weber ya la utilizaba para aludir particularmente al caso de los grupos humanos impedidos de acceder a la riqueza material. Para otros, la expresión se habría acuñado originalmente en Francia en 1974 para referirse a varias categorías de personas tildadas como “problemas sociales” y quienes no gozaban de la protección de la Seguridad Social. El término se refería a un proceso de desintegración en el sentido de una ruptura progresiva de las relaciones entre el individuo y la sociedad. El concepto es relativamente nuevo en los ambientes político y académico. Algunos autores como Peters (Peters, 1996: 35) insiste en que debe rechazarse incluso su empleo que califica de “altamente problemático”.

 

   En todo caso hay que observar que ser apartado de un grupo social al que se pretende pertenecer suele ocurrir cuando la gente sufre de una serie de problemas como el desempleo, la discriminación, el bajo desempeño, los problemas de salud, el rompimiento familiar o la intolerancia frente a sus ideas. Puede ocurrir igualmente como resultado de los problemas que una persona enfrenta durante su vida, transformándola de manera radical e imprimiéndole sellos indelebles.

  En las décadas de los años 60 y 70, en buena parte de los países Latinoamericanos, se posesionaron férreas dictaduras que se prolongarían por mucho tiempo.  La experiencia de represión  que se vivió especialmente en los países del cono sur y que llevaría a miles de chilenos, argentinos, uruguayos, a huir de su patria, dio pie a que surgieran relatos cuya temática central era narrar las experiencias de torturas y las persecuciones realizadas por los gobiernos dictatoriales. A estos relatos se le conocería como literatura testimonial; su génesis,  transformaciones y  matices han sido estudiados ampliamente por numerosos críticos e investigadores en las últimas décadas. Se ha puesto en discusión igualmente la pertinencia literaria de estos discursos que abundan tanto en la propuesta política, el apego a lo real y la denuncia como necesidad y meta última. Se ha hablado de su carácter transitorio por la desaparición física de dictadores y sistemas represores de evidente factura totalitaria; sin embargo nuestra propuesta pretende no sólo mostrar la vigencia de estos relatos, sino el sentido universal que ha adquirido, en este caso, el desarraigo  como forma cultural aún vigente.

 

   En nuestro trabajo pretendemos estudiar  la literatura testimonial  que se desarrolló en Chile a raíz del golpe militar de 1973 que generó no sólo la persecución, tortura y desaparición de miles de chilenos, sino también el exilio forzoso de intelectuales, académicos, políticos que desde los más distantes rincones del mundo alzaron la voz para contar sus experiencias y denunciar las atrocidades a las que habían sido sometidos.  María Teresa Cárdenas  en su ensayo “Literatura chilena del exilio. Rastros de una obra dispersa” da cuenta de la tesonera labor que escritores e intelectuales emprendieron a raíz de su destierro para contar las experiencias de torturas ya padecidas, así como de la manera en que el exilio había marcado sus vidas. Apunta la investigadora:

 

 Una cantidad aún indeterminada de poetas, narradores y dramaturgos –sin             distinción de edades, corriente literaria ni generación- vivió entre 1973 y 1990 la experiencia del destierro. Y si todavía no hay cifras oficiales respecto a las personas que sufrieron esta pena –ACNUR habló en algún momento de 500 mil- menos voluntad ha habido hasta ahora de contabilizar a los escritores. [1]

 

   Por otra parte, encontramos que Estela Aguirre, Sonia Chamorro y Carmen Correa diseñaron  una página web ( http://www.abacq.net/imagineria/009.htm) con la “bibliografía de libros y tesis escritos por chilenos desde el exilio, desde 1973 hasta 1989 en la que registran 1068 entradas de libros publicados en 37 países de diversos continentes”. También se fundaron revistas como Araucaria, en 1977 por  Carlos Orellana; durante doce años  se publicarían 48 números. Literatura Chilena del Exilio, otro de los referentes hemerográficos de la diáspora chilena,  inició las publicaciones en 1977 de la mano de Fernando Alegría y David Valjalo como responsables. Cuatro años después la revista cambió el nombre a “Literatura chilena. Creación y crítica”, con dirección colegiada de Guillermo Araya, Armando Cassígoli y el mismo Valjalo. En 1989 se habían publicado 50 números[2]. La revista Lar fue fundada en Madrid por el poeta Omar Lara. Entre 1981 a 1983 se editaron tres números. En 1984 Lara regresa y continúa la publicación de la revista en la ciudad de Concepción.[3]

 

   Una producción tan amplia no sólo da cuenta de la importancia que la temática posee; sobre todo nos muestra de qué manera la salida forzosa de la patria establece una condición interior devastadora. M. Edurne Portela en su artículo “Cicatrices de un trauma: cuerpo, exilio y memoria en Una sola muerte numerosa de Nora Strejilevich” puntualiza, a propósito de la experiencia Argentina de la dictadura:

 

En realidad, el exilio no es un paréntesis en la vida del sujeto, sino la   prolongación de un trauma que comienza con la violencia que impulsa al desarraigo y continúa de por vida. Un exiliado, si vuelve a su país lo hace como “des-exiliado” o “pos-exiliado” indeleblemente marcado por el trauma de la partida inevitable del país de origen, el miedo durante el periplo que lo lleva a un nuevo país, el desarraigo de encontrarse en un espacio desconocido y en muchas ocasiones poco receptivo, y el desconcierto de volver a un país de origen que ya no reconoce como propio y que ha sido, como Argentina fue,  devastado por la violencia de estado, la corrupción y las prácticas de desmemoria.[4]

 

 La experiencia del exilio tiene su expresión más nítida en la sensación de desarraigo como esa “geografía del no-lugar”, del desplazamiento permanente, de la incomodidad asumida como tesitura.

 

Cronología y diseños

Las circunstancias geográficas, físicas e, incluso, biográficas en las que se gesta la literatura testimonial constituyen su mayor definición. Como bien señaló Samuel- Muñoz, ésta expresión literaria “nace en la montaña, en el exilio, la clandestinidad, para informar las vejaciones” pues contarlas “implica la necesidad de rescatar la dignidad a través de la escritura” (Samuel- Muñoz, 1993: 500).

 

   La dictadura impuesta en septiembre de 1973 en Chile es el inicio de la prolífica producción testimonial. Si bien existen registros de discursos testimoniales de principios de siglo o de años anteriores a esta fecha, lo más representativo de la producción literaria chilena, lo que se transforma en una suerte de obsesión tanto para escritores e intelectuales sería, en exclusiva, el discurso testimonial con características bien definidas. Rossana Nogal en su ensayo “La escritura testimonial chilena. Una cartografía de la memoria” puntualiza tres rasgos fundamentales de lo que designa “género testimonial”: “a) La convicción de que la voz se ejerce desde una coyuntura dramática de la historia; b) Un discurso organizado por un sujeto que es a la vez testigo y actor de los hechos y c) la voluntad de hablar no contra otro discurso, sino contra el silencio de una de las versiones del conflicto.”[5] Efectivamente, la voz que narra es un yo testigo y víctima de lo que cuenta en un presente que mantiene los hechos en permanente actualización. Sin embargo, si bien la primera persona es prácticamente una constante en este tipo de relatos, ella puede ser sustituida por la voz de un escritor designado que asume la mirada y las percepciones del narrador nominal. Entre los escritores que así lo diseñan tenemos los ejemplos de  Miguel Barnet, antropólogo cubano, figura señera del estudio y tipificación de la literatura testimonial, quien publicó en 1966 la obra paradigmática Biografía de un cimarrón en la que rescata el testimonio del esclavo Esteban Montejo; Barnet asume la voz de Montejo y desde ella desarrolla todo el relato. Recordemos también el caso de la obra de Gabriel García Márquez La aventura de Miguel Litín clandestino en Chile, publicada en 1986 por la editorial Oveja Negra. El libro, que se propone como una crónica de viaje, explica detalladamente el periplo del director cinematográfico Miguel Litín en Chile, que se introduce en el país con pasaporte falso para filmar un documental que mostrará al país sumido en una dictadura ya decantada. García Márquez toma la voz de Litín, en una primera persona a través de la que se esconde el escritor para mimetizarse en la persona del director de cine.

 

   Esa presencia del yo en el discurso acentúa el carácter subjetivo y, por tanto, selectivo de quien habla, llevándonos a entender que la memoria como recurso narratológico juega un papel protagónico en la organización argumental. Si bien el acento en la denuncia lleva consigo el tono  político de los relatos y su apego a lo real, al modo de crónicas, lo perfilaría en la categoría de documento por la aparente ausencia de ficción; es evidente que el ejercicio evocador permite que la elaboración discursiva cuente con un diseño estético en el que el sentido contestatario de la mayoría de los relatos, abre la posibilidad de acudir a recursos considerados prosaicos y exentos del canon literario.      Igualmente dio pie a que se impusiera la discusión de la pertinencia del género como categoría necesaria en la literatura. Muchos de ellos, entre los que se encuentra Hugo Achurar,  hablan de una suerte de literatura ancialar,  ya clasificada en esos términos por Jorge Narváez; la subordinación que designa el término no desmerece, desde mi punto de vista, la calidad literaria. Habría, sin embargo, que definir con claridad los registros a través de los cuales estos discursos se construyen, identificando la validez de elementos antes excluidos del diseño artístico.

   Los primeros estudios buscaron la caracterización estética que permitiese incorporarlo al canon literario de la época. Jorge Narváez en su ensayo “El testimonio 1972-1982. Transformaciones en el sistema literario” (1986) pretendió matizar la diferencia entre lo testimonial de los textos calificados con anterioridad como memorias o autobiografías. Narváez, sin embargo, ve en el discurso testimonial un sentido de indefinición producto de la hibridez que lo caracteriza. Por ello prefiere identificar a éstos como “textos documentales” en el sentido de que constantemente hacen “referencia a la realidad” (1988:17).

 

   Juan Armando Epple, Bernardo Subercaseaux serían algunos de los estudiosos que, junto a Narváez, intentaron establecer estructuras, metodologías y caracterizaciones genéricas que permitieran ubicar claramente esta literatura testimonial. De las mejores reflexiones que se desarrollan con el ánimo de “canonizar” a la literatura testimonial encontramos el ensayo de Jaime Concha “Testimonios de la lucha antifascista” publicado en Araucaria de Chile en 1978 quien vincula estos discursos anti dictatoriales con rasgos comunes esbozados por Pablo Neruda en su Canto General. Compara estos relatos que se enfocan en la denuncia con textos de la tradición literaria más aplaudida como sería El Facundo de Sarmiento; el interés de Concha, por último, viene a ser el de mantener el discurso testimonial como expresión literaria aunque sea clasificada como esa literatura ancilar de la que había hablado Narváez. Así mismo excluye su carácter documental pues los textos son el producto de declaraciones que realiza el sujeto, testigo y víctima de eventos represores, en las que no se encuentra una previa investigación, ni selección de citas o de material bibliográfico. Es la experiencia personal que no excluye ideologías ni demandas y que pretende manifestarse a través del lenguaje. Uno de los ejemplos más célebres es la obra Tejas Verdes. Diario de un campo de Concentración en Chile de Hernán Valdés publicado en 1974 por la Editorial Ariel en Barcelona. En un presente aterrador y a modo de diario, el autor nos cuenta la experiencia padecida en uno de los campos de concentración más famosos de la época.  El tono testimonial en el que se explica detalladamente lo que va ocurriendo, construye un discurso en el que el cuerpo se convierte en sinécdoque de sí mismo y de una colectividad que está sufriendo las atrocidades. Así leemos:

 

Siento pena de mi cuerpo. Este cuerpo  va a ser torturado, es idiota. Y, sin embargo es así, no existe ningún recurso nacional para evitarlo. Entiendo la necesidad de este capuchón: no será una persona, no tendré expresiones. Seré sólo un cuerpo, un bulto, se entenderán sólo con él. Pasa mucho tiempo y no me atrevo a cambiar de sitio ni menos a sentarme en el piso. Afuera, por momentos hay un completo silencio. Doy puntapiés en el aire para secarme los pies. Me cuesta mucho respirar a través del saco. (1974: 17)

 

   Ese cuerpo que será torturado de manera casi inmediata a las líneas precedentes se convierte en el centro de atención del yo que, con lucidez -casi podríamos decir- aplastante rememora cada detalle del infierno que vivió en aquellos días:

 

Uno de ellos se aproxima a mí, coge dos puntas de la capucha y hace un nudo fuertísimo sobre el puente de mi nariz, de modo que la mitad de la cara queda descubierta para ellos. Otro me enrosca un cable en cada uno de los dedos gordos de mis pies mojados. Hay un brevísimo silencio y luego siento un cosquilleo eléctrico que me sube hasta las rodillas. Grito, más que nada por temor. Me insultan, como escandalizados de mi delicadeza. Siento un desplazamiento de aire al lado mío y alguien me da, con toda la fuerza de que es capaz un brazo, un puñete en la boca del estómago. Es como si me cortaran en dos. Durante fracciones de segundo pierdo la conciencia. Me recobro porque estoy a punto de asfixiarme. Alguien me fricciona violentamente sobre el corazón. Pero yo, como había oído decir, lo siento en la boca, escapándoseme. Comienzo a respirar con la boca, a una velocidad endiablada. No encuentro el aire. El pecho me salta, las costillas son como una reja que me oprime. No queda nada de mí sino esta avidez histérica de mi pecho por tragar aire. (1974: 18).

 

   El énfasis en la detallada descripción de sus torturas puede entenderse, según lo plantea Elaine Scarry en su conocida obra The Body in Pain (1985), como la necesidad que tiene el torturado de recuperar su mundo, perdido en la experiencia de la tortura. Para Scarry la persona torturada es solo cuerpo, cuando éste es agredido el sujeto pierde toda voz, borrándose la referencia de su mundo. La única posibilidad de reconstruirlo es mediante la confesión de lo que padeció; es la única manera de recobrar su condición de persona. Por ello el acto testimonial es el único recurso para rediseñar la vida. El encierro, el silencio y el contacto solidario con sus compañeros dan una visión de conjunto muy nítida sobre la vida en los campos de concentración.

 

   Una de las condiciones que acompaña a la literatura testimonial es la diversidad de criterios con los que se conciben los discursos. El recurso del diario que acabamos de ver en Valdés difiere enormemente en escritores como Fernando Alegría que no fue encarcelado pero tuvo que salir del país para vivir el resto de su vida fuera de Chile. En su obra El paso de los ganzos mezcla estilos tan disímiles como el reportaje, las memorias, entrevistas, textos líricos. El libro de Luis Corvalán Algo de mi vida se ha emparentado más con la tradición memorialista chilena.

 

   Prisión en Chile de Alejandro Witker, Jamás de rodillas de Rodrigo Rojas, Cerco de Púas de Aníbal Quijada, Testimonio de Jorge Montealegre, entre otras son agrupadas como claramente testimoniales, aún cuando cada una de ellas posee características propias que las singularizan. El común denominador de las mismas es “el carácter de urgencia y denuncia; dar cuenta de los sucesos ocurridos durante la represión y sus consecuencias inmediatas, en un lenguaje transparente, más cercano a la crónica que a la ficción”.[6]

 

   A las experiencias de tortura se suma una temática testimonial que habla de la impotencia experimentada por todos aquellos chilenos que viven en un exilio que se prolonga por décadas, dentro de las cuales nacen y crecen sus hijos. Ellos mientras tanto, reflexionan sobre el destino de su patria y de sí mismos. Entre estas obras están los títulos de Fernando Alegría Una especie de Memoria, El libro negro del imperialismo en Chile, de Armando Uribe y Diario del doble exilio de Osvaldo Rodríguez.

 

   En una segunda etapa la literatura testimonial da paso a la reelaboración de discursos en los que lo ficcional juega un papel más protagónico. Es la memoria que recrea lo pasado y explica el presente del exilio. Entre los títulos representativos estarían las obras de Carlos Cerda: la novela  Morir en Berlín (1993) o Escrito con L (2001), reunión de siete relatos agrupados en torno al recuerdo de la letra L grabada en el pasaporte de aquellos exiliados con prohibición de regresar a su país. En ambos libros se escucha la voz desde un inevitable desarraigo.

 

   Isabel Allende ha sido otra de las escritoras con fama internacional que a través de sus novelas recrea tanto los días del golpe militar como la experiencia posterior de los exiliados, de los fantasmas que los rodean, del inevitable aguijón del desarraigo, como ocurre en su célebre novela La casa de los espíritus publicada en 1989. En su libro de cuentos Eva Luna publicado por primera vez en 1989, encontramos, entre otros, el relato “Lo más olvidado del olvido” donde sus protagonistas, en permanente desarraigo, reviven la experiencia de la tortura, convertida en parte de ellos mismos:

 

Se tendieron  lado a lado, tomados de la mano, y hablaron  de sus vidas en ese país donde se encontraban por casualidad, un lugar verde y generoso donde sin embargo siempre serían forasteros. ÉL pensó en vestirse y decirle adiós, antes de que la tarántula de sus pesadillas les envenenara el aire, pero la vio joven y vulnerable y quiso ser su amigo…ella se levantó a cerrar la ventana, imaginando que la oscuridad podía ayudarlos a recuperar las ganas de estar juntos y el deseo de abrazarse. Pero no fue así, él necesitaba ese retazo de luz de la calle, porque si no se sentía atrapado de nuevo en el abismo de los noventa centímetros sin tiempo de la celda, fermentando en sus propios excrementos, demente. Deja abierta la cortina, quiero mirarte, le mintió, porque no se atrevió a confiarle su terror de la noche, cuando lo agobiaban de nuevo la sed, la venda apretada a la cabeza como una corona de clavos, las visiones de cavernas y el asalto de tantos fantasmas…El hombre oyó crecer el silencio en su interior, supo que se le quebraba el alma, como tantas veces le ocurriera antes, y dejó de luchar, soltando el último asidero al presente, echándose a rodar por un despeñadero inacabable. Sintió las correas incrustadas en los tobillos y en las muñecas, la descarga brutal, los tendones rotos, las voces insultando, exigiendo nombres, los gritos inolvidables de Ana supliciada a su lado y de los otros, colgados de los brazos en el patio. ((1989) 2007: 145-146).

 

   En los relatos autobiográficos de Isabel Allende el exilio como forma de vida es recurrente; el interés por su país, a lo lejos, establece un tono discursivo que va de la nostalgia a la crítica lúcida. Así lo vemos en su obra Mi país inventado (2003) en la que extiende una mirada al Chile de sus recuerdos y al país actual que arrastra vicios ancestrales, mezclados con virtudes o costumbre posteriores a la dictadura. 

 

   Títulos como Viudas (1987) de Ariel Dorfman, No pasó nada y otros relatos  (1985) de Antonio Skármeta, Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez o Casa de campo  (1978) de José Donoso se revelan como discursos más metafóricos, en los que se pretende entender la nueva tesitura estética adquirida en el exilio.

 

   Aunque en Chile se practica la democrática desde hace décadas y la muerte de Augusto Pinochet pareciera haberse llevado consigo buena parte del ahora fantasmal mundo de la dictadura, el tema mantiene una innegable pertinencia sostenida por el genocidio perpetrado sistemáticamente en aquellos años. Muchos de los exiliados regresaron a su país transitoriamente; el desarraigo padecido los había marcado de forma definitiva. Chile no era el que habían abandonado.

  
Nota: Este artículo fue publicado como Capítulo de Libro en La Nueva nao: De Formosa a América Latina. Intercambios culturales, económicos y políticos entre vecinos distantes. Universidad de Tmkang, Taipéi, 2008.
  

BIBLIOGRAFÍA

Allende, Isabel. (1989) 2007. Cuentos de Eva Luna. Editorial de Bolsillo. México

Narváez, Jorge. 1986. “El testimonio 1972-1982. Transformaciones en el sistema literario”. Testimonio y Literatura. Editorial René Jara y Hernán Vidal. Minneapolis. Minesota.235-302.

Scarry, Elaine. The body in  Pain. Nueva York y Oxford. Oxford UP.1985.

Valdés, Hernán. 1974. Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile. Editorial Ariel. Barcelona.

 

 

HEMEROGRAFÍA

Concha, Jaime. 1978. “Testimonios de la lucha antifascista”. En Araucaria 4.129-46

 

 

 

 

 

 

 




[1] Cádenas, María Teresa, en la página web http://chile.exilio.free.fr/chap=3f.htm
[2] Idem.
[3] Datos extraídos de la página Web “Memoria Chilena. Literatura Chilena en el exilio (1973-1985).
[4] Edurne Portela, M: “Cicatrices del Trauma: Cuerpo, exilio y memoria en Una sola muerte numerosa de Nora Strejilevich. Revista Iberoamericana. Vol LXXIV, Núm. 222, Enero-Marzo 2008, Páginas 71-84.
[5] Noffal, Rossana: “La escritura testimonial chilena. Una cartografía de la memoria”.En la revista “Espectáculo”. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. Núm. 19. URL: http://www.ucm.es/info/especulo/numero19/testimo.html
[6] Información extraída de la página Web “Memoria Chilena. Portal de la Cultura de Chile” en el URL: http://www.memoriachilena.cl

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