“…me encontré con un anuncio inclinado por la fuerza
del viento con una
leyenda tan profética como metafórica: “Fin del pavimento”
Samuel B. Morales
Acabo
de cerrar el libro; leí la última página y la sensación de frescura me invade el espíritu y el corazón. Se trata de la
novela Al final del pavimiento escrita
por Samuel Bedrich Morales en 2018. Desde el título de su primer capítulo,
“Libertad” el lector entra en sintonía con esa sensación que nos acompaña, la
de ser libre a medida que avanzamos el camino de la vida.
Escrito en primera persona, la novela
narra el largo viaje que, desde Monterrey, México, rumbo a la Patagonia,
realizó su protagonista en motocicleta. Juan,
a secas, es el joven mexicano que a los treinta años, después de innumerables cambios
en su vida -mudanzas de casas, de empleos y de novias- decide hacer realidad ese
sueño. Como buen cartógrafo, dibujó en sus mapas rutas posibles que le permitirían
encontrar paisajes de una belleza
alucinada, enamorarse de ellos para, de nuevo, partir. Es el espíritu del
viajero por antonomasia: recorrer geografías nunca vistas, dialogar con sus
habitantes; abrir el espectro de un horizonte que se percibe infinito; ya no
hay límites y cada vez menos ataduras.
A lo largo de su travesía, el protagonista
se cruzó con muchos otros peregrinos que habían tomado la misma decisión:
salir, soltar amarras, abrazar el mundo. Es el caso de Lucio y Verena, una
pareja de italianos que habían salido de su tierra hacía 7 años y que Juan
conoció en uno de aquellos parajes de la larga Sur América. El narrador nos
relata:
Su
historia, por increíble que pareciera, era real y no eran semidioses del Olimpo
o de la Grecia antigua: eran una pareja de enamorados que habían decidido
soltar amarras y dejar su casa en el norte de Italia, comprando dos bicicletas.
También habían iniciado -al menos en eso nos parecíamos- por dejar su casa, su
cuadra, su ciudad y luego su país. Comenzaron enfilando hacia el este y nunca
más cambiaron de dirección: contaban historias increíbles y llevaban
diapositivas de película que presentaban en cuanto sitio podían, a manera de
trueque: por una noche de alojamiento, por una comida (2018: 149).
En sus presentaciones la pareja remataba la
experiencia con esta frase lapidaria: “Pero ninguno de esos lugares cuenta con
lo que tiene esta tienda de campaña: simpleza y paz” (2018: 150).
La novela está dividida en dos partes bien
diferenciadas. La primera posee un ritmo vertiginoso; inicia cuando el motorizado
cruza la frontera entre Perú y Chile, después de haber recorrido 13 mil
kilómetros. La adrenalina se convierte en la epidermis del discurso. Trayectos
interminables, inesperados accidentes de camino…había que superar la
inexperiencia y controlar la soledad. Este viaje, como su narrador lo indica,
fue, durante varios meses, un recorrido “en solitario”, un reto difícil de superar
para quien recorre esos kilómetros por primera vez. Cada capítulo ofrece un vaivén
de cronologías: llegada a las distintas fronteras, para que en el siguiente
volvamos a pasados cercanos, como sería el arranque de todo el periplo desde la
ciudad de Monterrey.
En la segunda parte cambia por completo el
ritmo de la narración. Se ubica en el presente de su protagonista. Los años han
pasado después de la gran odisea que fue aquel viaje y Juan vive en Oaxaca con
Mía, su pareja, una argentina que se gana el sustento haciendo malabares en las
esquinas de la ciudad. La cotidianidad de la vida de la pareja es el compás
rítmico de esta segunda parte donde también se relata, de forma paralela, el
final del viaje a la Patagonia, esta vez en compañía de Inés, hermana del
narrador, quien se acerca a Bariloche para continuar el camino juntos hasta Ushuaia
y protagonizar aventuras inesperadas: la ponchadura de una llanta en medio de
la nada en la llamada “Meseta de la muerte” los detiene inesperadamente. Juan
decide quedarse en el lugar mientras Inés busca en el pueblo más cercano ayuda para
reparar la llanta. Después de horas interminables, logran superar la
adversidad.
La construcción de los personajes, muy bien
lograda, va de la mano de idealizaciones, reflexiones y amables empatías. El
narrador describe a su pareja en estos términos:
Mía
fue como un ventarrón de enero en Oaxaca: entró por el este, pasó a través de
las ventanas desprevenidas, distraídas, abiertas y levantó todo lo que pendía
de pasadores, de hilo frágiles y de falsos paradigmas. El “huracán Mía” como
dio Juan en apodarla, desconfiguró todo a su paso: no había pieza del
apartamento en que no se notase su impronta. Al principio, Juan intentó
guarecerse en un rincón con sus libros; luego trató de salir al Café, pero se
dio cuenta de inmediato que ella le hacía falta…Más valía dejar de oponer
resistencia a las fuerzas de la naturaleza representadas en la mujer más
hermosa del mundo. Ya había tiempo de sacar el salvavidas y nadar en busca de
puerto seguro. (2018: 224)
La tónica del relato es de constante
reflexión. El viaje se convirtió en una trasformación interior. Las
experiencias asimiladas, el contacto con seres humanos diferentes cambian la
mirada del mundo en su protagonista. El narrador sintetiza el resultado de su
viaje hacia adentro cuando un buen amigo le cuestiona a su regreso: “Bueno,
Juan, y a todo esto, ¿qué trajiste el viaje?”. La respuesta, medita él, la
encontró varios días después: “No, no traje nada, Fer. O sí, pero eso no
importa. Lo que importa es el lastre que dejé: preocupaciones, miedos,
frustraciones, materialismo y ataduras. Todas esas se quedaron en el sur, se
las llevó el viento de la Patagonia” (2018: 352).
Los viajes que se realizan a plenitud, esto
es, en cercanía con la tierra, con otras geografías y en un sin número de
latitudes nos transforman, nos dejan ver en perspectiva que las gigantes rocas
de nuestras pesadillas, son, en realidad, minucias, polvillo de vientos que se
van. Ese final del pavimento podría ser la Ítaca de Ulises, el lugar anhelado
que está dentro de nosotros.
Si bien gran parte de la novela ha sido
ficcionalizada, de los grandes aciertos que poseen estas páginas es el elemento
biográfico: El autor logra transmitir sinestésicamente, y, a través de sus
pensamientos, qué es hacer un viaje, salir de ti, lanzarte al abismo de lo
desconocido.
La novela se convierte también en un
tributo a América Latina, recorrida de palmo a palmo, por zonas muchas veces
desdeñadas por los turistas que casi siempre ven al norte del continente como
el lugar de sus sueños. Y ese sur maravilloso, sigue siendo ignorado. Samuel B
Morales rescata en las páginas de su novela un mundo lleno de fascinación, de
sorpresas y de hallazgos interiores. El
autor del texto buscaba simplemente la aventura, pero se encuentra con la
riqueza cultural latinoamericana, y la magia de la vida de los pueblos indígenas
de América del Sur.
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