Guadalupe Carrillo Torea
Las
películas documentales han tenido cada vez más presencia en el mercado
cinematográfico. La brevedad que las caracterizada ha ido ampliando el formato
para ofrecernos composiciones en las que la imagen, la palabra, el sonido y la
investigación se complementan y se transforman en una obra de arte.
Es el caso del documental publicado en 2014
cuyo título, de clara alusión bíblica, nos sitúa en lo que debería ser el
centro de nuestra atención: exaltar la
vida del hombre y sus infinitos matices, considerándolo “la sal de la tierra”.
Así lo hizo a lo largo de su vida el fotógrafo Sebastiao Salgado. De origen
brasileño, el artista salió de su país cuando el Brasil caía en una de sus más
férreas dictaduras. El destino europeo se prolongó por muchos años junto a su
esposa. En París nacería su primer hijo Juliano, quien décadas más tarde
dirigiría el documental junto a Wim Wenders.
Se trata, pues, de contarnos con la palabra,
pero, sobre todo, con profusión de imágenes, la trayectoria profesional de este
hombre que dejó todo de lado para dedicarse, literalmente, a recorrer el
planeta en busca de los hombres. Y los encontró en los más diversos escenarios,
participando en actividades inusitadas, donde la desmesura tiene su reino. Por
ejemplo la siguiente fotografía tomada en una mina de oro de Brasil. Cientos de
hombres vestidos de barro pasan el día entero buscando el preciado metal. Sin
descanso, con la obsesión sobre sus espaldas.
Salgado se adentraba a la selva, al valle, a
la montaña y allí su cámara escarbaba en gestos y miradas. Convivía por meses
en comunidades perdidas en la geografía de la tierra: grupos indígenas,
campesinos, migrantes... En ese recorrido, sin embargo, la ausencia paterna se
convertía en costumbre, de allí que su hijo Juliano confiesa la necesidad de
acercarse a conocer al padre a través de la filmación del documental. Y así lo
hizo.
Un trabajo ininterrumpido en busca de ese
hombre social lo llevaría al África, a su hambruna y la animalidad que anida
tantas veces en el ser humano. Acompañó a multitudes que salían despavoridas de
Ruanda durante meses. Una vez fuera del país se les llamó a un retorno hacia la
muerte. A pesar de la perplejidad frente al dolor, las fotografías nos muestran
la compasión deslumbrando el escenario. Un padre que limpia el cuerpo del hijo
muerto para poder enterrarlo. O el niño que mantiene en pie su coraje y su
determinación para salir de la desgracia.
La devastación se apoderó del ánimo de
Salgado. Cómo creer en ese hombre que destruye sistemáticamente a su prójimo.
Una vuelta a la casa paterna, a centenares de hectáreas que se habían hundido
en la sequía apagan aún más sus energías. Pero su compañera de vida le sugiere
una posible solución: sembremos de nuevo todo. Así fue. Aquellas tierras
renacieron y se convirtieron en exóticos paisajes de la naturaleza. Desde
entonces Salgado también quiso rescatar esa madre tierra para creer otra vez en
el hombre.
El documental, de extraordinaria factura artística, está hecho con la certeza de quien plasma belleza y nobleza al mismo tiempo. Puede encontrarse en Netflix.
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