Guadalupe
Carrillo Torea
Cuando
el duelo se hace presente, cuando reconocemos que está ahí, cubriéndonos de
pies a cabeza, entendemos en toda su amplitud títulos como el que preside este
texto. Se trata de una de las últimas publicaciones de la escritora española
Rosa Montero, un tributo a la vida y también a la muerte de seres entrañables.
La voz de Montero se siente desde el inicio templada por la honestidad y el
deseo de ser veraz en su dolor.
A raíz
de la muerte de su esposo Pablo –padeció un cáncer fulminante que acabó con su
vida en pocos meses- y como una
necesidad de entender la sensación pétrea de su pena, la escritora se planta
frente al papel rescatando su biografía y la de un personaje de dimensiones míticas:
la científica Marie Curie, descubridora del radio, del polonio y de la radiactividad. Montero desarrolla una
investigación documental de la vida y obra de Marie y se encuentra con un ser
excepcional que si bien dedicó su vida con energía titánica al trabajo
científico, dejó en su diario huellas que delatan a la mujer apasionada, a la
amante incansable y a la viuda que se hunde en el más profundo desconsuelo.
Con once años de casados, Pierre Curie
pierde la vida al ser arrollado por una carroza. Tenían dos hijas y la menor
apenas contaba con 14 meses. A partir de ese momento Marie, al igual que la
narradora, utiliza la palabra como la única ruta que la desplazará hacia un
lugar menos oscuro, para que ese grito interior no sea tan desgarrado.
La obra es pues un contrapunteo entre la vida
de Marie Curie, y el duelo de ambas. Hay una disección cuidadosa de todo
aquello que decora la palabra “duelo”: la incredulidad ante el dolor, la
sensación de orfandad, las culpas que laceran en el recuerdo de aquello que no
se hizo o que no se dijo, o el abrazo que no se dio. La muerte inesperada, la
muerte prematura, la muerte que no estaba en la bitácora de vida:
Uno
descubre que está jugando al escondite inglés cuando se le muere alguien
cercano que no debería haber muerto. Un fallecimiento intempestivo y fuera de
lugar, la Parca avanzando a toda velocidad a nuestras espaldas mientras no
miramos. Eso le sucedió a Marie: de pronto llegó corriendo la Muerte y plantó
su manaza amarilla sobre Pierre. Fue el 9 de abril de 1906. Llevaban once años
juntos. Él tenía 47, ella 38. (2013:110)
Rosa
Montero apuesta por un discurso híbrido donde lo biográfico, lo personal y
también lo histórico –sin dejar nunca el tono intimista de su vida y de la de
Marie- están presentes. Nos cuenta retazos de su conviviencia con Pablo, de la
muerte que llegó apresurada, del deterioro físico que hablaba del otro, del más
profundo:
Una
noche estábamos en el hospital, ya muy cerca del fin. Habíamos ingresado por
urgencias porque Pablo se encontraba violentamente agitado, confuso,
incoherente…Esa noche, muy tarde, tras suministrarle todo tipo de drogas,
consiguió quedarse tranquilo. Me incliné sobre él para comprobar que estaba
bien…Éramos los dos únicos habitantes del mundo y me parecía notar bajo los
pies la pesada y chirriante rotación del planeta. En ese momento Pablo abrió
los ojos y me miró. “¿Estás bien?”, susurré, aunque para entonces ya resultaba
prácticamente imposible hablar con él y trabucaba todo y decía esmeraldas cvuando quería decir médicos, por ejemplo. Y, en ese minuto
de serenidad perfecta, Pablo sonrió, una sonrisa hermosa y seductora; y con una
ternura absoluta, la mayor ternura con que jamás me habló, me dijo: “Mi perrita”.
Fue una palabra rebotada por su cerebro herido, una palabra espejo sacada de
otra parte, pero creo que es lo más hermoso
que me han dicho en mi vida. 2013: 118-119)
Montero
rescata la vida de Curie, en la que
sobresale como la mayor tragedia la muerte de Pierre, y de alguna manera la
utiliza como espejo de su duelo. Sin embargo la balanza se inclina sobre Curie,
dejando en la opacidad el drama personal de la escritora y más aún,
resguardando la intimidad de su vida con Pablo. Se percibe en ese gesto una
suerte de pudor del que emana una ternura intacta, intransferible.
Una lectura imprescindible para entender
cómo duelen las pérdidas genuinas y cómo, a pesar de nosotros mismo, la vida
sigue sin parar.
Qué lindo texto Guadalupe. Me conmovió leerlo. Celebro tu blog!
ResponderEliminarAna! qué gusto saber de nuevo de ti. Mil gracias, cuántos recuerdos gratos. Un gran abrazo!
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