Guadalupe Carrillo T
Esta
mañana pude sentarme frente al computador a realizar una de mis actividades
favoritas: leer la prensa. Sin embargo, en esta ocasión me enfrenté al riesgo
que todos corremos cuando queremos saber cómo rueda el mundo y quién se ha
caído en el camino. El periódico La
Jornada, uno de los más concurridos por su versatilidad y defensa de la
cultura y la educación, publicó, a mi juicio, una de las noticias más alarmantes del año.
Escribe en su portada en grandes titulares: “En México se leen 2.8 libros al
año, la gente prefiere ver la televisión”. El interior de la nota arroja datos
aún más demoledores. Según investigaciones realizadas por la UNESCO “México
ocupa el penúltimo lugar de un listado de 108 naciones en los índices de
lectura a escala mundial”.
La precisión de las cifras no deja resquicio a la equivocación. Treinta y cinco de cada cien personas no ha concluido
la lectura de un libro en toda su vida. Las encuestas señalan que otros 48 de
cada cien no han asistido nunca a una
biblioteca pública y otras tantas tienen la gran excusa de la “falta de tiempo”
para justificar la omisión de esta práctica.
Desafortunadamente, en la columna advierten
que no se trata simplemente de un acto de desidia generalizado. La
desnutrición, las enfermedades de la vista ausentes de un buen diagnóstico y de
un posterior tratamiento vienen a ser las causas principales que provocan que
la población ni siquiera se plantee la lectura como un ejercicio habitual; leer
es un decorado más de la actividad escolar y ahí la dejan colgada como un
afiche que permanecerá mudo en la pared.
Añadir los costos económicos que implica la
adquisición de un libro vendría a ser el colofón para diseñar un panorama
desolador en la población del país. Los centenares de hombres y mujeres que no
conocen a cabalidad qué es vivir con salud y que reducen su actividad al
trabajo y la televisión abruman por ser mayoría.
Hace unos años desarrollamos un proyecto de
investigación que pretendía hacer un registro de la práctica lectora en los
estudiantes universitarios de nuestra universidad, pública y diversa. Los
resultados no fueron alentadores, por ello también allí quisimos ser
propositivos frente a esa realidad que describe una actividad signada por la
obligatoriedad, no por el gusto.
Los talleres de lectura deben ser
rediseñados y una etapa inicial sería la de permitir la selección de textos
guiados por los intereses personales y no por la imposición. Aunque sus títulos
carezcan de calidad literaria o de información relevante hay que orientar a
niños y jóvenes hacia ese espacio maravilloso que se descubre en la palabra, en
el discurso y que nos dará la capacidad
de contarnos a nosotros mismos para descubrir quiénes somos y quiénes podemos
ser.
Hoy se celebra el día del libro; esta noche
Elena Poniatoska recibirá el premio Cervantes por su capacidad creadora y su
incisivo discurso periodístico; esta semana el país lloró la partida de García
Márquez. En la ciudad de Toluca se ha desarrollado una campaña de difusión de
la poesía de grandes escritores. En las paredes públicas leemos versos y
estrofas escritos con pincel, así que quien desee recorrer las calles de la
ciudad podrá también recrear la sensibilidad leyendo hermosa poesía.
Tantos eventos, tantas personas que nos
remiten a la gloria de libros y al placer de la lectura no pueden pasar
desapercibidos. Sobre todo necesitamos la decisión de un estado, de un sistema
que no ve redituable la educación y menos aún, la cultura. La conciencia, el
reconocimiento de que nos falta crecer como país debe empezar por mejorar la
salud física y luego, indiscutiblemente, la intelectual.
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