Guadalupe I Carrillo Torea
Si
bien vivimos inmersos en un mundo socializado, no por ello participamos de las
directrices que esas sociedades nos pretenden imponer. Más aún cuando queremos
tomar las riendas de nuestra vida desde ángulos alternos.
Casarte, tener hijos, prosperar económicamente
para disfrutar de una cotidianidad en la holgura y la comodidad. En general
estas suelen ser las expectativas de muchos ciudadanos que conviven a nuestro
alrededor. Para una gran mayoría la preparación profesional podría pasar a un
segundo plano; es más importante la abundancia económica y las aspiraciones
materiales. Otros grupos menos numerosos, entre los que me incluyo, valoramos la
profesión y nos sumergimos en ella como una alternativa válida que nos da
sentido y trascendencia.
Desde la literatura el mundo puede
representarse. Habrán miradas más distorsionadas que otras; algunas lo verán
desde el pesimismo; otras en el optimismo y la esperanza; pero todos tienen que
enfrentarlo y repensarlo. El proceso es interminable en la medida en que lo pronunciemos. La palabra que escribo, la palabra que leo, que me conmueve, me libera de mí, de mis demonios y me permite
sentarme en la vida con paz. Allí siento el rumor de mi espíritu.
Al nombrarlo, la buena literatura desviste al
hombre de sus prejuicios. Lo muestra desde sus entrañas, en sus laberintos más
recónditos; en la pesadilla y la lucidez. La nobleza deambula muy cerca de la
perversión. Nuestras fronteras son cada vez más tenues y admitirlo es una forma
de sabiduría; la literatura da fe de ello, lo plasma, lo reflexiona. Por ello
apuesto por la versatilidad, la inclusión y la tolerancia.
Ese filtro llamado “verbo” rompió murallas;
abrió rutas para el consuelo; suturó cicatrices en los sueños y me ha mostrado
en su belleza que somos capaces de dibujar el mundo con otros ojos; besarlo en
tono de caricia.
Me alejo de esa sociedad que se escandaliza,
que condena y excluye sistemáticamente; se disfraza de apariencias y buenos
modales, pero es el tono gris del universo; la sombra de la hipocresía lo cubre
por completo. La autenticidad y la coherencia, en cambio, cobran caro su brillo. Nos invitan a exámenes
constantes; nos retan y nos hacen crecer. Vale la pena escarbar en ese
territorio interior; deshacer la maraña que hemos ido tejiendo para
desprendernos de la desilusión.
Edificar un espacio paralelo en el que
habitemos con nuestra historia es una buena opción. Ese territorio inasible que
construimos hacia dentro, ajeno de disonancias, abierto a la vida y a todos sus
traspiés. Que caer sea el paso previo a levantarse y que seguir adelante se
convierta en el decreto unánime. La falsedad está exiliada; camina por otros
derroteros. Aquí queremos que la armonía sea una forma de belleza, un lugar
común.
Ya
reconciliados, con la certeza del perdón adentro, podremos, de nuevo,
mirar en el horizonte algo que se
parezca a la felicidad.
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