La independencia de los países Latinoamericanos desarrollada en el siglo
XIX perfiló de forma definitiva el rostro de una centuria. Podríamos dibujarlo
a trazos irregulares, donde se pudiese apreciar no sólo los duros altibajos que
padecieron los habitantes de nuestras naciones en aquel momento colonizadas,
sino también que mostrasen la muerte, la discordia e, inevitablemente, la
traición de los cercanos; la devastación que nuestro continente padeció y las
rutilancias que más adelante quiso narrar a través de la literatura, del
testimonio y del relato de una historia oficial que muchas veces ha evadido la
realidad, nos dejan ver las complejidades sociales y políticas que rodearon el
proceso de independencia y su posterior consolidación.
Los protagonistas de la independencia, los líderes que llevaron
adelante una empresa inevitablemente admirada en la actualidad, se vieron
envueltos en huracanes de grandeza que
muchas veces se traducirían en ambiciones de poder, leyes que reflejaban autoritarismos
exacerbados, posturas racistas, marginación y desigualdades escandalosas o sueños irrealizables.
Simón
Bolívar, evidentemente, no se sustrajo de padecer todas estas posturas. Su
liderazgo iba a la par de la inteligencia, tenacidad, y de la grandeza que lo caracterizó incluso en
el momento de su muerte. La pasión que lo impulsaba lo llevaría a realizar
actos heroicos, muchos de ellos sublimes;
pero, igualmente, como hombre
veremos claro-oscuros que definen de una mejor manera el proceso de madurez que
tuvo que experimentar para convertirse en el coloso que hoy admiramos. Si nos acercamos a la historia veremos
decisión y valentía; también dureza y radicalidad; “vacilar es perdernos” dirá
el Libertador en los días de la primera república; La vida de Bolívar estuvo
signada por la gloria más alta y la decepción mayor: verse desterrado de todo y
de todos. “Aré en el mar”, dijo, expresando su fatal desconsuelo.
El
humanismo ilustrado y romántico
El movimiento romántico que surgiría a
comienzos del siglo XIX europeo tuvo como estandarte ideológico la consolidación
de un humanismo de raíz greco-romana
centrado no sólo en la revalorización del hombre como individuo y en el
respeto a sus derechos. Fue más allá; desarrolló el concepto y sentido del
liberalismo que había impreso la revolución francesa en el lema que la
precedió. “Libertad, igualdad y fraternidad” serían condiciones imprescindibles
para quienes pretendían vivir el humanismo.
El
sentido libertario era acorde con las luchas que tanto en Europa como en las
colonias americanas se estaban librando en el convulso siglo XIX. Aunque como movimiento propiamente literario,
el romanticismo se desarrolla tardíamente en Venezuela, no así sus ideas que se
extendieron a la centuria y que azuzó
apasionadamente los ánimos, impulsó guerras suicidas y definió la libertad. Sin
embargo, ese mismo romanticismo hiperbolizó con desmesura la valentía de unos,
la cobardía de otros; fácilmente se perdían las proporciones y la sensatez
terminaría siendo sinónimo de tibieza: el humanismo que entronizaban los
actores de aquella centuria como bandera identitaria, padeció de terribles
vaivenes.
Los
pensadores de la época enfocaban su atención en estrategias políticas y
sociales que les permitiera, en primera instancia, tener una mayor intervención
en los asuntos de la colonia, completamente centralizados en los enviados de la
corona. No había una literatura escrita;
la oratoria se convirtió en alternativa artística y cobró pertinencia. Las
reuniones públicas eran comunes en aquellos espacios que no contaban con otros
medios para la comunicación entre unos y otros. La exhortación fue instrumento para convencer y conciliar
ideas. Más tarde se fabricó la primera
imprenta que permitió la elaboración de periódicos que se difundían con las
ideas independentistas. Uno de los más célebres será “El correo del Orinoco” [1] así como la Gaceta Oficial que en la
actualidad publica decretos presidenciales y acuerdos de oficio.
El
concepto de literatura como se concibe en la actualidad aún era incipiente; los
ciudadanos que poseían instrucción en las artes liberales preferían la lectura de filósofos e ideólogos
europeos críticos con el sistema político y social que se había vivido hasta
entonces en Europa, y en consecuencia, en la América. El romanticismo, por
tanto, era más una vivencia, un impulso libertario. Décadas más tarde, hacia
1840 empezaron a publicarse en Venezuela
las obras escritas de corte romántico que relataban, a modo de crónica, las
experiencias bélicas del proceso de independencia, intentando, también con
ello, configurar una identidad nacional que aún no cristalizaba. Por ello, en
este trabajo, me centraré más en los hechos que se desarrollaron en la Primera República
y la manera en que el humanismo trascendía en las acciones y las ideas.
La coyuntura histórica de la invasión
francesa impulsada por Napoleón Bonaparte y la posterior deposición de Fernando
VII favoreció a la mayor parte de
nuestros países latinoamericanos, moviéndolos a realizar los primeros actos
relevantes que dieran inicio a la configuración de Repúblicas constituidas
por patriotas. El 24 de noviembre de
1808 la oligarquía criolla presentó al Capitán General Vicente Emparan, representante
de José Bonaparte, la petición de
establecer una junta independiente que seguiría fielmente las directrices de
Fernando VII. Más que un acto de carácter revolucionario, el texto se tradujo
en la defensa de la monarquía española; de tal suerte que fue negada de forma inmediata
por los representantes de España, arrestando a los 45 caballeros firmantes.
Hubo
dos intentos más de separarse del régimen: el 14 de diciembre de 1809 y el 2 de
abril de 1810; sin embargo, la noticia de la disolución de la Junta Central de Cádiz, creada por los representantes del gobierno
napoleónico fue publicada en la
Gaceta de Caracas, primer periódico de la entonces capitanía
general, y se convirtió en el detonante de la revuelta que llevaría a buena
parte de los caraqueños de la época a reunirse en la plaza mayor de la capital
para exigir la salida de Vicente Emparan. Era el 19 de abril de 1810. La nueva
Junta que gobernaría la ciudad amparándose en la defensa de los atributos del
depuesto rey español fue constituida por la dirigencia criolla compuesta en su
mayoría por conservadores, algunos cuantos autonomistas y muy pocos
independentistas radicales [2] Bolívar se mantuvo en contacto con los nuevos
actores, pero distante de sus acciones, ya que las ideas de éste último estaban
a favor de una separación definitiva del gobierno monárquico.
Sin
embargo, el 10 de junio fue nombrado, junto a Luis López Méndez, licenciado en
administración y Andrés Bello, profesional de las letras, embajador de una misión a Inglaterra que
pretendía recibir el apoyo de los ingleses a la causa patriótica con ayuda
económica y la adquisición de armamento. Allí los esperaba Francisco de
Miranda, veterano luchador que participó en la Revolución Francesa
y en la independencia norteamericana, y que sería quien les facilitaría los
contactos del gobierno oficial inglés. Las reuniones con los ingleses no
tendrían el fruto esperado: demasiado apasionamiento en el joven Bolívar, y
previas alianzas con España llevaron a los ingleses a expresar su negativa de
forma tajante.
La
decisión del regreso de la comisión venezolana, animaría a Francisco de Miranda a acercarse nuevamente a
su patria; arribó el 10 de diciembre de 1810 y fue recibido por Simón Bolívar personalmente quien promovería su aceptación por parte de la Junta de Gobierno que miraba
con recelo al maduro militar, cosmopolita y libre pensador. Miranda era tachado por muchos de
anticlerical; su experiencia en casi
toda Europa y Estados Unidos; en las revoluciones y su preparación intelectual
lo convertían en el ilustrado de mayor talla de la América colonizada y, por
tanto, en un hombre con el liderazgo capaz de destituir a los que se
encontraban en el poder.
Gracias al apoyo de Bolívar y a sus habilidades bélicas y de gobierno,
Miranda fue nombrado Teniente General de los Ejércitos de Venezuela el 31 de
diciembre de 1810. Junto con Bolívar impulsa la instalación de la Sociedad Patriótica ,
que a juicio de John Lynch, biógrafo y analista de la vida y obra del futuro
Libertador, se convierte en un “club político y en un grupo de presión
independentista que defendía, tanto en el ámbito político como en el militar,
la adopción de unas medidas más audaces y que controlaba la Gaceta de Caracas, a la que usaba para
promover sus ideas” (Lynch, 2006: 74).
Los
esfuerzos por consolidar a la primera república se ven reflejados en diferentes
maniobras que pretendían dar forma a las instancias de gobierno. Miranda se
incorpora como diputado al Congreso en 1811, hecho que permite un mayor diálogo
entre los independentistas radicales y los conservadores monárquicos; se
redacta la primera constitución en diciembre de ese año. La propuesta de un
poder ejecutivo débil que concedía derechos a las provincias y la imposición de
valores jerárquicos aún muy radicalizados, tuvieron como consecuencia el
rechazo no sólo del documento sino de su puesta en marcha en la cotidianidad de
los grupos en cuestión. Entre sus líneas se lee: “Los ciudadanos se dividirán
en dos clases: unos con derecho a sufragio, otros sin él…Los que no tienen
derecho a sufragio son los transeúntes, los que no tengan propiedad que
establece la Constitución ,
y éstos gozarán de los beneficios de la ley, sin tomar parte en su
institución”[3] El documento oficial que establecía “la libertad, la igualdad y
la propiedad y la seguridad”, en la práctica
ejercía fehacientemente lo opuesto. John Lynch reflexiona al respecto:
La desigualdad legal fue
reemplazada por una desigualdad real basada en el sufragio, que limitaba el
derecho al voto y, por ende, la ciudadanía plena a los propietarios. Para los
pardos, por consiguiente, la igualdad constitucional era una igualdad ilusoria.
Y los esclavos siguieron siendo esclavos. La constitución confirmó la supresión
de la trata de esclavos, pero mantuvo la esclavitud…El mensaje de los criollos
era inequívoco, y llegó pronto a los negros y a los pardos. La imposibilidad de
votar y las barreras sociales les hicieron desconfiar de las políticas de los
republicanos, lo que les llevó a buscar otros modos de promover su causa. (2006:
76)
Efectivamente, el descontento de los grupos marginados abrió una brecha
entre éstos y los patriotas que se hizo efectiva en los diferentes
levantamientos de pardos y negros, así como en la adhesión de los mismos a
Domingo Monteverde, representante del gobierno realista que había dominado la ciudad de Coro fácilmente. Insurrecciones
de unos y otros así como el esfuerzo por controlarlos debilitó peligrosamente
las filas patriotas que perdían adeptos. Por su parte, la oligarquía criolla,
atemorizada ante la derrota cercana, da los primeros pasos hacia una
capitulación que oteaba en el horizonte de sus intereses.
Los
últimos zarpazos vendrían de fuentes muy diversas: una, procedente de los
azares de la naturaleza que el 26 de marzo de marzo de 1812 removería sus
raíces más profundas, ocasionando uno de los terremotos más devastadores
sufridos en tierras venezolanas. Era jueves santo y la coyuntura religiosa
llevó al clero, inclinado a la monarquía española, a afianzar sentimientos de
culpa en los feligreses que veían el terremoto como castigo divino. Para
enmendar los pecados cometidos era necesario volver a las filas monárquicas. La
siguiente, la pérdida de Puerto Cabello al mando de Simón Bolívar. Esto
permitió el avance definitivo de Monteverde a la ciudad de Caracas, a la que ya
había arribado Francisco de Miranda con el ánimo derrotado y la razón perdida
en marañas de capitulaciones y acuerdos finales. El Generalísimo, a quien se le
había concedido el título como una manera de expresar su carácter dictatorial,
consideró pertinente negociar, ceder, aceptar; exigió únicamente el derecho a
la vida de los patriotas y la salida del territorio sin mancillar ni sus pocas
pertenencias ni su libertad. El 30 de
julio de 1812 se desplaza al puerto de la Guaira con la decisión de embarcarse en el Sapphire que lo llevaría a Cartagena
(Lynch, 2006).
Sin
embargo, los reveses se desencadenaron trayendo consigo la mayor de las
desgracias: la incomprensión disfrazada de justicia, la venganza sin contemplaciones y
la derrota de un humanismo apenas incipiente y mal asimilado. Cuando Bolívar y
otros generales cercanos a él se enteraron de la capitulación firmada por
Miranda, fueron en su búsqueda con la decisión de arrestarlo y no dejarlo
partir. Francisco de Miranda se había convertido en el traidor de la patria que
lejos de luchar hasta la muerte prefirió perder lo alcanzado y, para ellos,
echar por la borda años de sacrificio, de vidas humanas y de esperanzas
libertarias. Fue acusado de dilapidar el tesoro del estado. Los que acudieron
en su búsqueda lo arrestaron en el castillo de San Carlos para que,
supuestamente, se enfrentara a Monteverde y le exigiera el cumplimiento total
de las condiciones de la capitulación. Al día siguiente, sin embargo, lo embarcaron
con destino final al puerto de Cádiz, donde fue encerrado en la cárcel de la Carraca , el último de sus
destinos.
Reflexión
Final
La
pérdida de la Primera República
no supuso para los actores de la época y también para los observadores
posteriores, la derrota y caída de una colonia que pretendía dejar de serlo,
paulatina o rápidamente. Los acontecimientos ocurridos, las pérdidas humanas y
la actuación de muchos de sus protagonistas nos llevan a reflexionar en torno a
la necesidad de orientar todos los actos de nuestra vida a través de las
directrices de un humanismo que apenas se esbozaba como convicción y motor de
vidas. En el siglo XIX, como señalamos líneas arriba, el humanista tiene como
metas la libertad, la igualdad y la fraternidad.
El humanista que busca la emancipación de sí mismo y de su sociedad, lo hace en
aras de un compromiso consigo mismo en el que la virtud y la honestidad se
entrelazan con la grandeza y el sacrificio.
En la Primera
República si bien participaron grupos de deplorable sentido
del honor, o bien hombres sanguinarios, traidores de toda calaña, también lo
hicieron individuos que hoy permanecen en la historia como héroes provistos de genialidad y nobleza intachable. Francisco de Miranda fue un adelantado de su
época; las ideas de corte liberal, la erudición que lo caracterizaba, el
conocimiento directo de lugares, personas y condiciones políticas o sociales de
diferentes culturas y naciones lo colocaban en una posición privilegiada. El ideario de la América total que años
después distinguiría la meta última del Libertador, la propuso Miranda décadas
antes y la mantuvo por muchos años. Para él América arrancaba del Mississipi y
se extendía hasta el Cabo de Hornos. Se llamaría Colombia y nos uniría como el
territorio con mayor riqueza y potencia conocidos. De estas ideas surge la
estrofa más bella del himno nacional venezolano: “unida con lazos que el cielo
formó, la América
toda existe en nación”.
Al
pisar tierra venezolana en 1810 trajo consigo la primera bandera que lleva los
colores –amarillo, azul y rojo- de tres países en la actualidad: Venezuela,
Colombia y Ecuador. Su firma se encuentra en el acta de Independencia y su
nombre está inscrito en el Arco de Triunfo en París. Ese hombre a quien
Napoleón tildó de “Quijote que tiene fuego sagrado en el alma” y al que Bolívar
pretendía fusilar aquel 31 de julio de
1812 para después, ya maduro llamarle
“el más ilustre de los colombianos”, murió en la soledad de una cárcel de Cádiz
y fue enterrado en una fosa común.[1] Indudablemente
lo descrito nos confirman que la mayor tragedia para el pueblo no fue la
pérdida de la Primera República ,
sino la constatación de que el humanismo decimonónico, aquel que abogaba por el
hombre, su libertad y su honra había
sido derrotado. Las experiencias posteriores, los reveses, los triunfos
otorgarían a sus protagonistas la madurez necesaria para entender dónde radica
la gloria de los hombres.
NOTAS DEL TEXTO
[1] Información adquirida de la páginawebhttp://www.mipunto.com/venezuelavirtual/000/
2 Datos que relata el investigador John Lynch en su obra Simón Bolívar. Editorial Crítica. 2006.
3 Textos
oficiales de la Primera
República , II,
p. 95; Parra-Pérez Historia de la Primera república, II,
pp. 113-120.
BIBLIOGRAFÍA
LYNCH, John. 2006. Simón Bolívar, Yale University Press (versión original en inglés).
Crítica (para traducción en español) Barcelona, 2006.
PARRA-PÉREZ. Historia de la Primera República.
Tomo II. Archivo de la Nación.
Caracas.
Textos
Oficiales de la Primera República. Tomo II. Archivo de la Nación. Caracas.
[1] Datos extraídos del
Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo 3. Caracas. Fundación Polar. 1997.
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