lunes, 17 de junio de 2013

La lectura ¿una forma de amar?


 

Guadalupe I Carrillo Torea

El universo de las emociones puede mirarse desde muy variados enfoques. La psicología, estudiosa del comportamiento humano, sería una de las primeras especialidades convocadas para entender la diversidad y complejidad que encierra la experiencia de sentir afecto, pasión o repulsión ante algo o alguien.


    Dentro de las Ciencias Sociales abundan estilos y corrientes que, a fin de cuentas, estudian procesos sociales o fenómenos antropológicos cuya raíz parte de motivaciones, de emociones pendulares que van de la adversión a la adherencia afectiva o intelectual más radical. Igualmente la expresión artística no sustrae su interés del mundo de las emociones; más aún, gran parte del quehacer artístico proviene, justamente, de lo que podemos entender como experiencia estética, esto es, del goce, del disfrute que se percibe por la contemplación de una obra de arte. La  palabra aesthesis  sería la raíz griega de lo que significó sensación, de modo que la experiencia estética se traduce en la percepción sensorial y afectiva que se manifiesta en nuestra psiquis al entrar en contacto con lo artístico.


   En esta tesitura ubicamos lo que significa un acercamiento a la literatura, vista desde la práctica de la lectura, ejercicio de carácter subjetivo en el deberían prevalecer sensaciones de interés que nos lleven al placer, al gusto, al disfrute real de lo que leemos. El extraordinario escritor  Jorge Luis Borges, en un alarde de honestidad que lo engrandece, afirmaba que lo que más le agradecía a la vida era la posibilidad de haber sido lector. Un hombre cuya escritura fascina por su perfección en el lenguaje y por el ingenio de sus argumentos, alcanzó, sin embargo, a entender el maravilloso y muy personal placer que supone el disfrute de la lectura como experiencia estética.

 
   El escritor argentino justificaba filosóficamente la trascendencia de tal fenómeno a través de las ideas de Shopenhauer, filósofo que consideraba a la humanidad sumida en el más gris de los anonimatos, viviendo existencias dormidas, anquilosadas en rutinas laborales o en ambiciones desmedidas. Para Shopenhauer la experiencia estética  es una escapatoria indispensable que nos permite abandonar la esclavitud en la están suspendidas nuestras vidas.

   En mi trayectoria como profesora universitaria he visto con gran preocupación la apatía con la que los estudiantes se enfrentan a la tarea inviolable de la lectura como parte de la dinámica enseñanza/aprendizaje. El carácter de obligatoriedad que se impone pareciera teñir el trabajo de la lectura de una capa ceniza de aburrimiento y desinterés. Asumir que leemos por mero requisito, como si se tratara de la adquisición de un banco de datos a través del cual encuentro información es ya una postura generalizada.


   Mi especialidad en literatura me ha llevado las más de las veces a cuestionarme y tratar de encontrar vías alternas que permitan descubrir a los estudiantes el maravilloso universo que albergan páginas de creación, de ficción o reflexión. El gusto por la palabra, por la belleza que proyecta; por último el caudal de conocimiento que el arte es capaz de regalarnos es de tal envergadura que rechazarlo o desconocerlo sin más es, a todas luces, un acto de irresponsabilidad no sólo para aquellos que desarrollan su formación profesional, sino para todos aquellos que estamos insertos en una sociedad cambiante de muy altos retos.
 

   El mundo hiper-informado en el que nos desenvolvemos en la actualidad lleva consigo una alta dosis de anestésico psíquico e intelectual que nos invade irremediablemente. Con las facilidades que hoy conceden el Internet y las infinitas redes cibernéticas que tenemos a disposición de forma gratuita vemos que leemos mucho, pero mal. Buscamos informaciones puntuales, de  gran especialización en las que se dejan de lado nociones universales básicas para conocer el mundo, y, más aún, al hombre que lo habita.

 
   Convertir a la lectura en un medio, nos lleva a realizarla en las peores condiciones: con prisas, con distracciones permanentes, sin ánimo de disfrutar de sus palabras. La literatura nos empuja a desarrollar una experiencia diferente del fenómeno.  La dignidad de la lectura y del arte literario exige en primer término contar un tiempo que no debe considerarse como minutos que malgasto, sino que invierto en la mejor de las tareas: el crecimiento personal y humano. Para ello requiero de un segundo ingrediente: la soledad, indispensable en la reflexión, la asimilación de ideas que se presentan y la auto corrección que me permita una comprensión total y no fragmentada del texto al que me enfrento.  El placer de la lectura inicia en la medida en que comprendo lo que se encuentra en las líneas que tengo ante mis ojos. El saber que se comunica a través de libros va de la mano del inmenso gozo que experimentamos al entrar en contacto con la sensibilidad de otros, con las voces de diferentes culturas y mentalidades, con la belleza de la palabra que nos descubre mundos inescrutables.

 El artículo fue publicado en la revista venezolana "¿Quiénes somos?"

 

 

 

2 comentarios:

  1. Guadalupe:
    Me gustó mucho tu texto, y el amor que expresas por la lectura. Como dice el crítico William Sloane, hay algo mágico en la lectura. Permite transformar los signos arbitrarios escritos en un papel en poesía, en emoción, en suspenso.
    Tal vez soy algo tremendista, pero creo que habría más interés en la lectura si en vez de intentar imponerla como algo bello, se la impidiera, como algo prohibido y pecaminoso. En una magnífica novela, "El buen soldado Schweik", de Jaroslav Hasek, se informa que en cierta ocasión se impidió a soldados del imperio austro--húngaro la lectura de periódicos porque en ellos se denunciaban los maltratos a los soldados. A partir de ese momento, los soldados, interesados en enterarse de las denuncias contra sus oficiales, trataron por todos los medios de obtener periódicos. Y los analfabetos aprendieron a leer.
    A veces pienso que la Santa Inquisición, con su index de libros prohibidos, hizo más por la difusión de la cultura que nuestra civilización actual con su gran permisividad.
    El lector es siempre un ser curioso, ansioso por descubrir aquello que le niegan. ¿Debemos facilitar o impedirle la tarea? En otra gran novela, "Fahrenheit 451", Ray Bradbury muestra los extremos a que puede llegar el ser humano para poder obtener un libro. Y eso, simplemente, porque la civilización que describe ha prohibido la lectura y ha ordenado quemar todos los textos a su alcance.
    No tengo respuestas para ese dilema. Pero como simple lector, basta que alguien me prohiba un texto para que haga lo posible o imposible por leerlo. ¿Tal vez por simple contradicción? Y a esto voy a añadir algo más: una vez superado el rechazo inicial, aquel que se anima a leer y a quedar prendado de un texto ingresa en otra dimensión. Esos signos arbitrarios lo transportan a un mundo imposible de abandonar. Pero también, en ese caso, hay algo de transgresión, el propósito de cruzar un umbral que no todos se animan a atravesar.

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  2. Mario: Mil gracias por tus palabras. Y creo que tienes razón, hay una alta cuota en los seres humanos de llevar la contraria, aunque no sepamos por qué. En México el problema es grave. Según cifras de la UNESCO ocupamos el penúltimo lugar en la práctica asidua de la lectura, y gastamos muchísimo más en refrescos que en libros. Se dice que el mexicano promedio lee un libro y medio...¡al año! Vivir en el medio universitario intentando mostrar el lado hermoso de la lectura, o como tú lo decías en tu último artículo de tu blog, "la felicidad de la letra" es una tarea ardua pero creo que se puede. Lo he visto en mis alumnos y eso me ha mostrado el rostro luminoso de la esperanza. Que la hay y la podemos fomentar. Mil gracias otra vez por tu apoyo intelectual, siempre presente. Guadalupe

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