Los narcocorrido en la literatura mexicana contemporánea




Guadalupe Isabel Carrillo Torea[1]


Dentro de las manifestaciones artísticas, la literatura cuenta con el privilegio de concebirse a través del lenguaje escrito.  El valor que ya Todorov aportaba a lo literario como aquello que posee fin en sí mismo –el autotelismo-, se mantiene en la actualidad.  Por ello, muchas manifestaciones literarias han sido cuestionadas por presentarse a través de un tamiz en extremo realista, donde parecería que el discurso es herramienta  para la denuncia o el aleccionamiento moral, y no  ese “lenguaje no instrumental, cuyo valor reside en sí mismo”[2].  Desde este tenor, ha sido valorada lo que hoy se conoce como la narcoliteratura, cuya manifestación inicial la encontramos  en los también bautizados “narcocorridos”, para continuar desarrollándose en la narrativa –las narconovelas- , o en  el estilo ensayístico muy cercano a la crónica reporteril.


    La presencia del tópico de las drogas, de manera especial, del contrabando y de la venta ilegal de las mismas, responde a la realidad que desde hace décadas vivimos a nivel mundial.  Los países latinoamericanos que se han visto azotados intensamente por este flagelo.  No sólo lo ven de lejos, a través de la pantalla de televisión o mediante la prensa radiofónica o la periodística; el fenómeno del narcotráfico es parte de la cotidianidad de los ciudadanos del continente.  Por ello, no podemos asombrarnos al ver la prolija producción que el tópico ha generado en las últimas décadas; en los textos de creación y a través de los estudios que sobre el tema se han venido publicando.  De manera especial, el fenómeno cobra vida en México en los territorios del norte del país, donde el cultivo de la amapola en la época del porfiriato por parte de las comunidades chinas recién venidas al país se desarrolla abundantemente en Sinaloa.[3]


   El grupo de migrantes chinos fue traído a México para trabajar en la industria minera[4] y en la construcción de la red ferroviaria nacional, por inversionistas ingleses, que ya habían experimentado experiencias similares en China desde la época imperial de ese país.  Algunos de ellos lograban pasar la frontera México-americana, para ir a residir en los Estados Unidos, en donde veían mejores oportunidades de vida.  Los más, lograron cosechar la amapola con las semillas que habían traído de su país natal.


  El consumo y comercialización del opio estaba prohibido tanto en Estados Unidos como en México, en aquellas décadas de fines del siglo XIX y principios del XX.  Si bien muchos chinos eran consumidores de opio, no llegaron a establecer una industria en forma de ese producto, ni a realizar el contrabando del mismo en condiciones ventajosas; entre otras razones, por  la xenofobia desatada hacia ellos en el norte del país y que fomentó férreamente el general revolucionario Plutarco Elías Calles, quien más tarde sería presidente de México años después, como sugiere Jorge Alan Sánchez Godoy, en su artículo “Procesos de institucionalización de la narcocultura en Sinaloa” ( 2009)[5].


    En  1927, por mandato federal, Calles obligó a la mayor parte de los orientales a salir del país, de donde serán finalmente expulsados masivamente en 1931.  La siembra y venta tanto de la marihuana como de la amapola pasarían a manos de los nacionales; de forma especial en la comunidad de Badiraguato, Sinaloa donde se había asentado, anteriormente, buena parte de la comunidad china.  Sergio Cervantes advierte al respecto:


“…Hubo una comunidad que obtuvo una ventaja competitiva (en) el municipio de Badiraguato. Ahí se prosiguió con el cultivo de drogas en Sinaloa después de la expulsión de los chinos. A partir de ese momento, el tráfico cambió de manos y fue asumido por nativos, mexicanos de Badiraguato, región donde surgieron los más grandes capos, y se arraigó una subcultura que tiene como punto de referencia el narcotráfico…” (Cervantes, 2002: 225).

                       

   La prohibición de siembra, venta y consumo de amapola y marihuana se mantenía vigente hasta comienzos de la Segunda Guerra Mundial en México.  Sin embargo, la urgente necesidad de los Estados Unidos de abastecer a hospitales de morfina y heroína para atender las necesidades de sus soldados, mueve al país del norte a pedir ayuda al gobierno fronterizo que legalizó de facto –como lo anota Jorge Alan Sánchez (2009)-  la producción a nivel industrial de opio financiada por los americanos, que terminaría, según acuerdo de los presidentes en turno –Roosevelt y Ávila Camacho-, al concluir la guerra.  Evidentemente, la prohibición de que tratamos regresó a las leyes, pero en la práctica ya se había consolidado el poder en algunas figuras hábiles para el trabajo del contrabando, y, por otra parte, habría que subrayar que el consumo norteamericano de tales productos ascendía sostenidamente.  Luis Astorga anota al respecto:


La estructura y los niveles de demanda de drogas en el mercado estadounidense conocieron transformaciones cualitativas e incrementos impresionantes relacionados con guerras y movimientos contraculturales desde principios de este siglo, pero sobre todo desde los años sesenta.  Los traficantes mexicanos respondieron puntualmente en cada época a la demanda de opio, heroína y mariguana (sic), como también lo harían más tarde los colombianos, quienes destacarían principalmente, pero no exclusivamente, en el tráfico de cocaína en asociación estratégica con sus homólogos mexicanos.[6]


  Al insertarse como un asunto nacional los vaivenes del narcotráfico, de los Capos más prestigiosos, del poder que acumulaban, de las rivalidades entre unos y otros grupos cuyas consecuencias se verían reflejadas en la inmersión de la violencia como lugar común,  vemos que se establecen diferentes miradas, oficiales y populares que contarán la historia del narcotráfico y su presente continuo desde perspectivas muchas veces opuestas.  Los éxitos que dibuja el discurso oficial, el ejército e incluso los juristas, acompañados de las amenazas públicas de los presidentes en turno,  han venido levantando una amorfa fortaleza que lucha aparentemente sin descanso contra el narcotráfico, que no frenará la lucha hasta liquidarlos completamente.


    Con todo ello se han fabricado una serie de valores éticos y morales que  tratan de monopolizar la realidad de la problemática, cuyo  punto de partida de fondo es la ayuda incondicional que policías, militares y el gobierno han dado a los cárteles de la droga, desde el surgimiento del narcotráfico en el país.  De esa manera, se entrecruza la violencia propia del mundo del narco; de sus perversiones más  acendradas con mensajes aleccionadores; represores y, más aún, amenazantes del discurso oficial.  Se deja de lado la problemática social que lacera a la mayor parte de la población del país, y que los sume en situaciones de miseria extrema, de la que son incapaces de salir, por la ausencia de una ayuda exterior que los gobiernos en turno se han abstenido de aportar por décadas.


   En el lado opuesto, encontramos el mundo de los narcos. Los orígenes  de la mayor parte de los grandes capos se encuentran en esas sociedades lastimadas por la pobreza; por la ignorancia; o por la falta de oportunidades en el medio laboral.  Las actividades delictivas de los narcotraficantes van de la mano de la generosidad material que raya en lo dispendioso no sólo hacia sus semejantes, sino hasta con los funcionarios públicos a los que corrompen, ya sea en el medio urbano o en los espacios rurales  en los que viven.  La simpatía que generan se verá reflejada en las historias que relatan sus delitos, y sus aventuras, muchas veces a modo de hazañas.


   Es allí donde surge la narco literatura, diseñada a través de novelas de ficción, en los discursos periodísticos de diversa índole; a través de ensayos, biografías… sin embargo raíz proviene de la oralidad y se ubica en lo que conocemos como  el narcocorrido,  expresión artística de raíz popular.


El corrido mexicano

 La denominación del narcocorrido apunta a razones de carácter temático, aunque cada vez más se involucra las estructuras gramaticales utilizadas y el uso de un lenguaje que le es propio. La raíz del corrido como expresión propiamente mexicana se confunde con la herencia española del romance aunque se distancia del género para tomar vida propia y consolidarse como una expresión nacional. Entre los muchos estudiosos que han desarrollado investigaciones en profundidad sobre el corrido, destacan Catherine Heau Lambert y Gilberto Jiménez. En  su artículo “La representación social de la violencia en la trova popular mexicana” los investigadores señalan:


El corrido constituye una de las expresiones más genuinas y emblemáticas de la cultura popular campesina y mestiza en México. Surge en el siglo XIX dentro de un marco geográfico preciso, la región central del país, aunque posteriormente se difunda hacia el Norte y luego a todo el ámbito nacional. Es difícil definirlo como género poético musical homogéneo, ya que según sus estudios más connotados abarca todos los géneros y puede adoptar una amplia variedad de formas métricas y melódicas. (2002: 628)


 La sencillez en la rima, casi siempre asonante, aunque también se utiliza la consonante; el uso del verso octosílabo o en ocasiones hexasílabo, aunado al empleo de expresiones coloquiales, e incluso de un lenguaje soez, hace que el género tenga una capacidad de apropiación y de creación de un colectivo extenso y en ocasiones, analfabeta. Jiménez y Heau Lambert insisten en que “es una denominación empleada por las comunidades campiranas para designar o clasificar un repertorio de canciones de origen genuinamente local o regional, producido por trovadores reconocidos y considerados como parte de la “cultura íntima” de los pueblos” (2002: 628). Serán estas comunidades arraigadas a sus tierras las que amplíen el repertorio de los corridos a partir de las cruentas luchas que se llevarían a cabo en la época de la Revolución de principios del siglo XX.  Sin embargo, años más tarde veremos cambios temáticos relevantes en los corridos. Miguel Olmos Aguilera  en su artículo “El corrido de narcotráfico y la música popularesca en el Noroeste de México” señala:


Con la influencia del nacionalismo mexicano en la década de los treinta y cuarenta, el corrido crea la imagen estereotipada del mexicano macho, desafiante, enamorado, parrandero y jugador, tan difundida en el cine nacional, reflejada en piezas como el muchacho alegre o el corrido de Juan Charrasqueado. Así, faltaba sólo un paso para transitar de la figura altanera y benévola de los antiguos personajes, a los personajes modernos que se debaten entre la ilegalidad y la valentía. (2002: 3)



   El acompañamiento musical que le es común a los corridos es al mismo tiempo un recurso por demás atractivo e incluyente; cantar la vida de otros que encarnan la antigua imagen delineada en la picaresca española: jóvenes rudos y alegres, cuya simpatía roba el corazón de las masas aunque sus “hazañas” se ubiquen en el terreno movedizo en el que se confunde lo bueno y lo malo, lo legal y lo transgresivo. Como bien acota Miguel Olmos el rostro del héroe mexicano de mediados del siglo XX se ve fortalecido a lo largo de la cinematografía de los 50 y 60 en toda América Latina; aunado a ello  la presencia de compositores de la talla de José Alfredo Jiménez, Jorge Negrete, Javier Solís y un sinnúmero de artistas de la época cuyas canciones enfatizan el gusto por las mujeres, el alcohol y la farra, consolidará el protagonismo de estos héroes y dará pie a que el narcorrido continúe la misma línea ya trazada.


   Hoy  el éxito de los mismos se ubica además en el terreno comercial; vemos a  artistas y cantantes reconocidos, que asumen como tópico central la vida, las obras, las actividades de los capos y  el contrabando de estupefacientes. Sin embargo, el hecho de que estén siendo también difundidos con gran éxito por grupos norteños de reconocida trayectoria como los llamados Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana, los Invasores de Nuevo León, entre otros, ha proyectado y revitalizado al género convirtiéndolo en un asunto de carácter nacional que se encuentra hoy politizado debido a la censura impuesta para evitar su difusión.


Orígenes

   La fecha exacta del surgimiento del narcocorrido es discutida por muchos especialistas en el tema, como es el caso de los ya mencionados Catherine Heau Lambert y Gilberto Jiménez que lo ubican en los años setenta[7].  Otros  han llegado a señalar fechas exactas como es el caso de Carlos Valbuena Esteban, que los ubica en 1976 cuando salió al público el famoso narcocorrido “Contrabando y traición” conocido también como “el corrido de Camelia la Texana”.  La historia de Camelia tuvo continuidad en los corridos titulados “Ya encontraron a Camelia” y “El hijo de Camelia”[8].  Efectivamente, en la década de los años setenta el negocio del narcotráfico se había consolidado a través de la estructuración y afianzamiento de los cárteles, que, como se mencionó en las líneas superiores, se distribuyen constantemente el territorio nacional; especialmente, las ciudades fronterizas de uno y otro lado de la frontera norte de México.


   Así como el corrido del periodo revolucionario funcionaba como transmisor de los hechos que se iban desarrollando y que enaltecían las figuras de sus héroes, construyendo un universo simbólico que provenía del imaginario colectivo; de la misma forma  el narcocorrido, desde ese narrador testigo que suele intervenir en el relato al modo de los juglares medievales, mira la vida de los narcos, de sus aventuras, del contrabando que realizan desde una perspectiva opuesta a la de discurso oficial.  Si bien reconocen que se trata de actos delictivos,  la mirada de simpatía, o la exaltación de sus cualidades como hombres valientes nos muestra lo que el antropólogo Edgar Samuel Morales califica como “inversión de los estigmas”.  Explica el investigador que  el uso del estigma cuando, no se  pretende descalificar, sino enaltecer la figura de quien se habla supone


“…La autoafirmación frente a las sociedades y culturas dominantes; la voluntad de hacerse valer frente a los demás a partir del mismo medio o instrumento que descalifica. A partir de ahí comienza la necesidad de crear una ideología que justifique la recuperación, que ofrezca una “fundamentación”, por más elemental que pueda aparecer  inicialmente. Lo importante es ingresar y participar en los espacios en que se generan, se proyectan y se controlan los capitales simbólicos  que den forma a ideas, planteamientos, creencias y, más tarde, teorizaciones o ideologías de grupos específicos…” (2000: 142-143).


   Efectivamente, y coincidiendo con las palabras de Morales Sales, Luis Astorga enfatiza el carácter identitario que los narcocorridos poseen, como una forma de legitimación de la actividad de los capos, de los grupos delictivos y de su actividad en general; legitimar sin engaños, a sabiendas de que su actividad está fuera de la ley . Los narcocorridos no solamente funcionan como una suerte de crónica de la cotidianidad que  impacta en la vida de los ciudadanos de gran parte del territorio nacional, o como portavoces oficiales de los capos; en realidad al publicitar la actividad del narcotráfico  están dando fin al “monopolio estatal de la producción simbólica acerca de los traficantes” y están ofreciendo la otra cara del fenómeno.  Esto es: de qué manera un amplio grupo de individuos de estratos sociales muy bajos, cuyas condiciones de vida parecieran ir a la deriva, optan por hacer de ellos otra historia más de contrabando, a riesgo de sus vidas y asumiendo el código de traición, violencia y muerte que acompaña al mundo del narcotráfico.  La conciencia de que el gobierno en turno no dará ninguna alternativa laboral, no les facilitará una formación personal y menos aún les ayudará a salir de la miseria en la que se encuentran; por el contrario, sólo logra que el  mensaje del oficialismo sea significativamente contrastante con el que aporta el narcocorrido.  Al respecto, el mismo Astorga señala:


“…Hay un contraste muy marcado entre el discurso oficial sobre los traficantes reproducido insistentemente en los medios de comunicación y el generado por los compositores de corridos.  En el primero, los traficantes son algo así como el equivalente al Anticristo, no se distinguen las diferentes categorías que conforman la larga cadena desde el productor hasta el que hace la venta directa al consumidor. A todos se les designa de igual manera, o si acaso se hace la diferencia entre los jefes y los demás. Son malos porque actúan fuera de la ley, comercian con mercancías estigmatizadas y además utilizan la violencia armada para conseguir sus fines. En los corridos generalmente son buenos por las mismas razones, pues son los atributos necesarios para tener éxito en el campo en que nacieron o escogieron. No hay justificación de sus actividades, sólo una constatación de situaciones donde la primacía de los códigos éticos y reglas de juego en competencia se disputan muchas veces a balazos…”[9]


   El sentido trasgresor que acompaña al narcocorrido, y que dibuja el perfil del narcotraficante-héroe, lo configura con características nuevas que responden a las condiciones reales de una sociedad, un estado y una política que vive un periodo de descomposición severa; donde la droga se entroniza a través del poder que las ganancias en la venta y contrabando de las mismas alcanzan rápidamente a los dueños del mayoreo y el menudeo.  Podríamos, pues, hablar de la estética de la abyección, ubicada preferiblemente en lo temático más que en el trabajo del  lenguaje, que  por su carácter oral, pretende reproducir personajes, situaciones y espacios pertenecientes a un mundo plagado de carencias y de vulgaridad.


  Lo escatológico es la categoría  más acertada para definir esos ambientes, situaciones y argumentos emparentados con la suciedad, el excremento, el hedor; en caso de la literatura narco, la escatología se extiende  a la  composición de los personajes y a sus acciones cargadas de  ruindad y violencia. Sin embargo en los corridos la fuerza connatural que acompaña a una acción violenta  se ve suavizada por la empatía  que fluye entre el narrador y personaje- héroe. La voz de quien recita los corridos es además un eco del grupo social al que pertenece el narco de quien se habla. El corrrido titulado “El jr” , es un buen ejemplo de cómo a través del uso de un lenguaje pobre,   significativamente erróneo; escrito y difundido incluso con faltas de ortografía; con modismos del lenguaje coloquial, el narrador entra en sintonía con el protagonista, asumiendo familiaridad, e incluso lamentando su muerte.  Así lo vemos en las siguientes estrofas:


“…le mataron a su hermano/jr se hizo loco/y acabó con los culpables/despachando uno tras otro; se peló a Estados Unidos/ya que desaogo su enojo/jr asia negocios en la/union americana/fue creciendo poco a poco; hasta qe hizo mucha lana/ pero un dia sus enemigos/lo encontraron por demandas/lo agarraron a balazos;…era el heroe del poblado/yo no ze qien dio la orden/qe la vida le quitaran/de repente a la suburban; le explotaron dos granadas/activadas por su escolta/gente que el mismo pagaba/adios puebla y veracruz/ adioz campeche y oaxaca/adios compas colombianos/ les encargo mucho a chiapas/adios leon y agua lica/ cancun y guadalajara[10]


   El compositor del corrido convierte al héroe-narco en uno de los suyos; el lenguaje expresa su estrato social –el de ambos-, las carencias que lo caracterizan, la educación que no tuvo, y la nobleza que lo dignifica; es el pueblo que se retrata a través del corrido y que se manifiesta tal como es; igualmente tampoco se oculta la traición, condición ineludible de los que manejan el comercio del narcotráfico; por ello la caída del héroe que tanto lamenta el narrador se debe, justamente, a la trampa que su misma gente le ha tendido:  la granada que explota, “activada por su escolta” es la estocada final para eliminar a “jr”.


   Podríamos definir algunas constantes de carácter estructural y temático que acompañarán siempre al narcocorrido. Muchos estudiosos han querido establecer, por ejemplo, qué tipo de temática suele presentarse, tratando de sistematizar tópicos que se repiten, que van cobrando matices con el tiempo o que definitivamente cambian; Catherine Heau Lambert y Gilberto Jiménez advierten que


“…En el curso de los años 80 se desvanece por completo en los corridos de narcotraficantes el sociograma del valiente para dar lugar a la tematización directa del contrabando de narcóticos, juntamente con los episodios de aventura y violencia que lo acompañan debido a su carácter clandestino e ilegal. Incluso se eclipsan y se ocultan los nombres de los protagonistas de este tráfico prohibido para tematizar solamente su acción ilegal…”[11]


   El cambio que observan los autores no es, sin embargo, permanente.  En la actualidad podemos encontrar  corridos de extracción popular y colectiva donde lo coloquial se impone frente a la normativa que comúnmente rige que las formas literarias de rima, ritmo y composición estrófica exigirían, como es el caso del corrido de “jr” citado líneas arriba; estos pueden o no presentar el nombre del creador, pero su tono es más próximo a lo popular urbano, presentando una deficiente construcción formal.


 Hay otros de mejor elaboración de las formas que, además, pierden el carácter anónimo. Su autor tiene nombre y apellido, habla de otros que también identifica o de situaciones y anécdotas célebres en la vida del narcotráfico en el país.  Beto Quintanilla, por ejemplo, autor de abundantes corridos, anota títulos como “Corrido de Osiel Cárdenas” en el que narra la aprehensión del jefe del cártel del Golfo por parte de la UEDO y el ejército nacional: “…El día 14 de marzo un jueves por la mañana/ los soldados y la UEDO rodearon varias manzanas le/ ponen el dedo al jefe al number one de la/ maña ni los zetas ni los cuernos ni alguna/otra preocupación  pudieron salvar al jefe…”[12].


   Así mismo, escribió el corrido “Raquenel Villanueva” donde exalta  a la famosa abogada norteña que defendió a grupos de narcos y que fue asesinada a balazos este 2009, después de haberse librado de muchos intentos de ser aniquilada por los grupos de narcos enemigos de quienes defendía.  Su carácter heroico se fundamenta en la habilidad profesional para sacar de prisión a los narcos ya controlados por el estado.  A pesar de su extensión, transcribo el texto completo en el que se percibe la inversión de valores que se maneja en el corrido y que enaltecen a la heroína:


“…Se apellida Villanueva y radica en monterrey de/profesión licenciada en valiente la mujer terror/de los tribunales le apodan a raquenel/; que defiendes puros narcos asi le decia un juez/que sumas muy millonarias tu cobras por defender/y por sacar delincuentes que yo acabo de meter/¸ se que a muchos incomoda mi forma de trabajar/ pues no tengo compromisos con ninguna autoridad/ellos pelean el encierro yo peleo la libertad/; no vengo a defender monjas ni sacristanes ni/ curas vengo a sacar mis clientes que solicitan mi/ayuda de que les cobro les cobro eso no les quede/duda se que no compongo el mundo pero en algo he de/ ayudar mi trabajo es muy humano paga el que pueda/pagar con parte de ese dinero llevo comida al /penal es una madre soltera y la niña es su/querer por ser noble y justiciera la trata el/mundo al revés pues la maldad de los hombre se/enzañan con la mujer ya son muchos/atentados y dios la deja vivir la maldición del/culpable tal vez este por venir dejen a Dios que /decida a quien le toca morir…”[13]


   La inversión de valores que mencionábamos se establece  al asumir algunos estigmas sociales, como podría ser la condición de madre soltera o el género, como sus mayores virtudes. A pesar de ser mujer, estar sola y ser incomprendida por la sociedad, Raquenel es capaz de enfrentar a los jueces –representantes de la autoridad- y ganarles la partida, dándoles libertad a sus clientes, aunque estos sean narcos. Resulta de gran importancia la respuesta que la heroína da a la interpelación del juez: “no vengo a defender mojas ni sacristanes ni curas”. La inversión no sólo estaría en enaltecer lo que socialmente se considera de menor valía, sino en subestimar a personajes considerados por el colectivo, por el discurso oficial, por el poder mismo, como bondadosos e inocuos: monjas, sacristanes y curas.


   Otros corridos recrean hechos reales o denuncian de forma solapada, pero claramente reconocible, los vínculos entre el narco y los políticos; algunos más relatan eventos consumados por los grandes capos, sus vidas, sus habilidades... En el primer caso tenemos el corrido “Fiesta en la Sierra” en el que se cuenta la muy célebre reunión que tuvieron varios cárteles bien avenidos, convocados por el Chapo Guzmán,  a quien no se nombra pero se le tilda de ser “el pesado de la tribu”. Esta fiesta la relató la llamada Reina del Pacífico en la entrevista que le hizo durante varias semanas el periodista Julio Sherer. El corrido, de impecable factura estrófica, tiene como climax la llegada de este personaje femenino, a quien se le describe como “bella dama”, “muy pesada”. Es evidente el guiño delator del narrador y el tono irónico al contarnos que “Los jefes de cada plaza/allí estaban reunidos/no podían fallar al brother/era muy grande el motivo/festejaba su cumpleaños/en su ranchito escondido/había gente poderosa/del gobierno y fugitivos”. [14]


   Ese mismo tono de denuncia lo vemos en  el corrido “El circo” en el que nos dan cuenta del manejo que Carlos y Raúl, los hermanos poderosos,  hicieron con los circos –cárteles- del país: “El circo que había en el golfo fue el primero que cayó/ y los circos de Chihuahua fue Carlos quien los cerró/quedando el de Sinaloa y al frente su domador”[15].  Los tópicos de los corridos se desplazan por la historia, por los eventos representativos y por la vida cotidiana de quienes laboran en el mundo del narco. Los censores, quienes después llevarán a letra y música  lo escuchado o lo leído, no lo planifican previamente; no hay, pues, acuerdos de cuál tipología temática se desarrollará en las distintas épocas. La tematicidad es producto de la realidad de cada día, de sus protagonistas y de quienes se acercan, de algún modo, al fenómeno. En esto la oralidad juega un papel fundamental, pues ella permite que el corrido sea, sobre todo, actual, nómbrese o no a los personajes que lo ejecutan. Podríamos señalar un sin número de corridos que confirman la afirmación, sin embargo, a modo de ejemplo  recojo algunas estrofas de dos de ellos cuya dominante es el humor: “Las dos monjas” escrito por Francisco Quintero y “la Chacalosa” de Jenni Rivera. En el primero nos cuentan una experiencia de intento de contrabando. Dos mujeres disfrazadas de monjitas quieren atravesar la frontera y para ello se protegen con el hábito religioso; sin embargo, al ser interrogadas dicen llevar “tecitos y leche en polvo” a los niños de un orfanatorio; pero el guardia aduanero, que según el corrido, “no era muy creyente” quiso revisar el contenido de los supuestos alimentos. A continuación el desenlace: 


Con un gesto de burla el agente/se arrimó y les dijo a las monjitas/- yo lo  siento por los huerfanitos, /ya no van a tomar su lechita/ahora dígame cómo se llaman, si no es mucha molestia hermanitas/; una dijo me llamo Sor Juana/otra dijo me llamo ¡Sorpresa!/ y se alzaron el hábito a tiempo/y sacaron unas metralletas/y mataron a los federales.[16]


La Chacalosa en cambio más que contar una historia se expresa en primera persona describiendo sus cualidades, todas ellas propias de una mujer fuerte, rica y valiente:


Me buscan por chacalosa, soy hija de un traficante/me conozco bien las movidas me crié entre la mafia grande/ de la mejor mercancía me enseñó a vender mi padre/; cuando cumplí los quince años, no me hicieron quinceañera/me heredaron un negocio que buen billete me diera/celular y también beper para que todo atendiera/; los amigos de mi padre me enseñaron a disparar/las cachas de mi pistola de buen oro han de brillar;/en pura troca del año es en lo que me paseo/me doy de todos los gustos según como yo tanteo/y trabajo muy derecho por eso a nadie tranceo.[17]


Además del tratamiento del humor el protagonismo de las mujeres como seres hábiles y valientes es una constante. El corridista podría admitir el peligro del trabajo que el narcotráfico lleva consigo pero nunca disminuirá el valor del héroe y la presencia del mismo como centro de sus relatos.



El poder: razón y raíz del corrido

   El origen del corrido, de extracción popular habla también de un colectivo unido que conoce sus fuerzas y sus debilidades. Cuenta cuitas y también logros, pero, sobre todo,  es la voz de quienes no se les ha dado la oportunidad de manifestarse; como ocurrió en la época de la revolución, los grupos desposeídos se apropiaron del corrido hasta transformarlo en instrumento de comunicación por excelencia; las coplas exaltarían con detalle las luchas, las derrotas; describirían los atributos de sus héroes que se enfrentaban al poder oficial por sus tierras.

  

   La oralidad, instrumento de creación y  transmisión por excelencia, fue al mismo tiempo el mejor aliado de los corridistas que recitaban o cantaban protegidos por la oportunidad, sin dejar huella en la letra escrita; esto ocurrió en los años de la Revolución; hoy la presencia de los narcocorridos actualiza aquellos códigos manejados en épocas pretéritas; el sentido de rebeldía que se impone en la letra de los narcocorrido es, indudablemente, una respuesta al oficialismo, a la represión impuesta, a la violencia con que han pretendido repeler o extirpar ese tumor maligno llamado narcotráfico, del que son aliados gran parte de los grupos pollíticos vigentes en el país.


   Cuando el corridista divulga los hechos y dichos del narcotráfico está enfrentándose a un discurso oficial que ha construido ideologías y que las ha impuesto como miradas unívocas del fenómeno. De esta forma se establece un tácito enfrentamiento entre la masa popular y el gobierno quedando a flote la estructura dominador/dominado que, como columna vertebral, integra y sostiene a nuestras sociedades e incluso a los movimientos culturales.  Cuando esto ocurre nos econtramos ante las arenas movedizas del poder. Catherine Heau Lambert en su artículo “Poder y Corrido”, lo define como ese “campo de relaciones de fuerza donde existen posiciones dominantes y dominadas”; según la autora esto “permea indudablemente todo el  ámbito de la cultura y, por ende, también atraviesa las formas poético-musicales”[18].


 Efectivamente, la pugna entre poder institucional y el poder de facto de los grandes capos o de quienes los acompañan, se convierte en asunto a tratar en el narcocorrido; al hacerlo público a través del canto no sólo se muestra una realidad plenamente presente sino que se convierte en un gesto de rebeldía,  subversión; es una manera de protestar, de decir que lo legal no siempre es legítimo.


   Esa lucha  explicaría el por qué la inversión de valores que suele acompañar a los  corridos: lo que el discurso oficial  sataniza, el corridista lo exalta. Catherine Heau interpreta con precisión qué mensaje se pretende enviar; al referirse a la violencia contenida en los corridos explica:


Esta violencia es vista como una respuesta legítima (aunque ilegal) a la violencia ejercida por el poder. Cuando los protagonistas de los corridos matan a agentes federales o judiciales, muchos agravios sociales parecen simbólicamente vengados. El “peligro” del narcocorrido (si peligro hay…) no radica en la instigación al consumo de drogas, sino en la desacralización y descalificación del poder, ya que hace tambalear los fundamentos mismos de la autoridad: tanto su legitimidad (contradicha por el alto nivel de corrupción de los políticos) como su brazo armado, la policía y el ejército (que ejercen violencia y corrupción). Estamos hablando aquí de una forma de resistencia velada de los dominados que manifiestan simbólicamente su inconformidad social bajo la forma del “consumo musical” de estos corrido, que para ellos representan un desafío a la autoridad. (2004: 36)


      El comentario de la antropóloga pretende explicar el éxito de los narcocorridos, tanto por la abundancia en su creación –son incontables-, como por la venta masiva de sus discos, y el gusto manifiesto de los oyentes. En Internet algunos grupos narcocorridistas tienen páginas web en la que se pueden encontrar las letras y escuchar las canciones e incluso comprar sus discos. Todo ello generó la prohibición de ser difundidos por las estaciones de radio y de televisión. Algunos estados, sobre todo en el norte del país, institucionalizaron la censura, sin lograr que en la cotidianidad así ocurra; hoy se siguen escuchando en antros, cantinas y restaurantes.


  Luis Astorga desarrolla una extensa investigación en torno al tema, en un artículo intitulado “Corridos de traficantes y censura” publicada en la revista  Región y sociedad en el 2005. En ella rastrea las razones esgrimidas en las legislaturas  y senadurías de algunos estados para establecer como ley la prohibición de la difusión y venta de estos géneros musicales. Todos los servidores públicos convergen en que escuchar constantemente las letras de los corridos mueve a su público a querer imitar al héroe de turno, también empuja  al consumo y contrabando de drogas. Pero como bien apunta Heau: “un texto funge como revelador o indicio de un malestral social, no como su causa. Por ello llama mucho la atención la popularidad actual de los narcocorridos” (2004: 35).


   La popularidad de la que habla la antropóloga se ve reflejada en la numerosa bibliohemerografía en torno a estudios de la narco literatura centrada en el narcocorrido. Son innumerables los trabajos que se vienen desarrollando en distintas partes del país y en diferentes instituciones académicas; incluso encontramos especialista en el tema; los ya citados Catherine Héau Lambert, Gilberto Jiménez, Luis Astorga, Eric Lara, Carlos Valbuena Esteban de Caracas, Venezuela,  Juan Carlos Ramírez-Pineda de la Universidad de San Diego State…; las diferentes especialidades de los estudiosos-antropólogos, sociólogos, literatos…ha permitido que el abordaje del discurso corridista sea interdisciplinario; se le ha visto desde perspectivas sociales, humanas, de orden político, desde la perspectiva musical y popularesca, así como en el ámbito de la  estética.


   La perspectiva literaria ha enfocado su atención en el estudio del corrido como género popular. La oralidad  justifica en gran medida la rusticidad del lenguaje y su escasa elaboración estética. Lo permisivo se asume como factor clave para entender el por qué de las fallas en algunas rimas, en el uso del lenguaje vulgar, e incluso los errores de ortografía o las palabras escritas tratando de imitar un acento, una manera de ser. Es el lenguaje del pueblo que narra lo que le ocurre. Al respecto Ángel Rama  a propósito de la sociedad colonial en su obra Ciudad Letrada (1984), puntualiza de qué manera la letra escrita se encuentra en absoluta consonancia con el poder que, además, estará avalado por el intelectual que asume roles represivos y  complacientes con el oficialismo castrante. A ello se contrapone la oralidad del pueblo que desmitifica lo que aparenta ser sagrado:


El habla cortesana se opuso siempre a la algarabía, la informalidad, la torpeza y la invención incesante del habla popular, cuya libertad identificó con corrupción, ignorancia, barbarismo. Era la lengua común que, en la división casi estamental de la sociedad colonial, correspondía a la llamada plebe, un vasto conjunto de desclasados, ya se tratara de léperos mexicanos como de las montoneras gauchas rioplatenses o los caboclos del serrano (1984: 44)


   Esa “plebe” que menciona Rama, son hoy, en el narcocorrido, los capos, sus hombres, los consumidores…protagonistas de historias que se escapan del control que ha querido imponerle la ley. Los “desclasados” son al mismo tiempo lo otro que se asume como distante del discurso oficial, e incluso de cánones literarios preestablecidos, pues como advierte Bajtín:


Cuanto más intensa, diferenciada y elevada es la vida social de la colectividad que habla, tanto mayor es el peso que adquiere entre los objetos del habla la palabra ajena, el enunciado ajeno, como objeto de transmisión interesada, de interpretación, de análisis, de valoración, de refutación , de apoyo de desarrollo posterior(1989: 154).


   La otredad mencionada por Bajtín es el eje en el que se desplazan sintagmáticamente los narcorridos. Este otro mundo que se presenta en los versos va de la mano de la omisión  casi total de un lenguaje figurado; el narrador –unas veces protagonista, otras omnisciente- se dirige directamente al escucha  provocando  una suerte de sentido de agresión a través de la cual se dibujan los personajes y sus actos delictivos. La subjetividad en el manejo del lenguaje funciona a modo de   transgresión convirtiendo al corrido  en discurso paralelo, en forma cultural alterna, desafiante y fugitiva.


Este artículo fue publicado como capítulo de libro en la obra Formación de la sensibilidad. Filosofía, Arte, Pedagogía. 2011. Caracas Venezuela. Decanato de Posgrado de la Universidad Simón Rodríguez.





















BIBLIOGRAFÍA


Astorga, Luis. 1995. Mitologías del narcotraficante en México. México. Plaza y Vladés.


____________ 1997. “Los corridos de traficantes de drogas en México y Colombia”.  “Latin American Studies Association”.


Bajtín, Mijail. 1975. Teoría y estética de la novela. Trabajos de Investigación. Madrid. Taurus.


Cervantes, Sergio, “La narcoviolencia en Sinaloa”, en Historia de la violencia, criminalidad y narcotráfico en el noreste de México, del XVII Congreso de Historia Regional, versión internacional, Culiacán,  Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2002.


Gallegos, Karla. 1995. “Antecedentes y trascendencias de la migración china a la zona del Pacífico Norte mexicano” En Alfredo Millán, coord. La crisis asiática en Sinaloa. Universidad Autónoma de Sinaloa.


Morales Sales, Edgar Samuel. Estigmas sociales, historia y nuevo orden en América Latina, CGIyEA, UAEM, Toluca, México. 2001.


Olmos Aguilera, Miguel, 2002. “El corrido de narcotráfico y la música popularesca en el norte de México”. Actas del IV Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular.


Rama, Ángel.1984. La ciudad letrada. Ediciones del Norte. Montevideo.


Todorov, Tzevetan. 1991. Los géneros del discurso. Monte Ávila Editores. Caracas.







HEMEROGRAFÍA


Heau, Catherine y Jiménez, Gilberto: “La representación social de la violencia en la trova popular mexicana” publicado en la Revista  Mexicana de Sociología. Año 66, N°4

Heau, Catherine: “Poder y corrido. Una reseña histórica”. Publicado en la Revista Comunicación y Política. En su versión 16. UAM: México. Oct-dic. 2004.


Sánchez, Godoy.Artículo publicado en la Revista “Frontera Norte”, vol 21, Núm 41, Enero-Junio de 2009.


Valbuena, Carlos Esteban: “Narcocorridos y Plan Colombia”. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2004. Vol 10, n 3 (Sept.-Dic.).


Páginas de Internet:




 Beto Quintanilla: www.mp31lyrics.org/cLg





[1] Guadalupe Isabel Carrillo Torea. Profesora Investigadora del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la UAEM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I.  Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Correos electrónicos: gicarrillot@uaemex.mx y guadac43@hotmail.com
[2] Todorov, Tzevetan. 1991.Los géneros del discurso. Monte Ávila Editores. Caracas. Página 16
[3] Gallegos, Karla. 1995. “Antecedentes y trascendencias de la migración china a la zona del Pacífico Norte mexicano” En Alfredo Millán, coord. La crisis asiática en Sinaloa. Universidad Autónoma de Sinaloa.
[4] Astorga, Luis. 1995. Mitologías del narcotraficante en México . México. Plaza y Valdés.
[5]  Sánchez, Godoy.Artículo publicado en la Revista “Frontera Norte”, vol 21, Núm 41, Enero-Junio de 2009.
[6] Astorga, Luis. 1997. “Los corridos de traficantes de drogas en México y Colombia”. Ponencia publicada en “Latin American Studies Association”. Página 4.
[7] En su artículo “La representación social de la violencia en la trova popular mexicana” publicado en la “Revista Mexicana de Sociología”. Año 66. N° 4; páginas 649-650.
[8] Carlos Valbuena Esteban: “Narcocorridos y Plan Colombia”. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2004. Vol 10, n 3 (sept-dc.-). Página 13.
[9] Obra citada. Página 10
[10] En la página web www.musica.com
[11] Obra citada, página 651
[12] Texto de la página web: www.mp31lyrics.org/t6i de Beto Quintanilla.
[13] En la página web de Beto Quintanilla: www.mp31lyrics.org/cLg
[14] En la página web: www.musica.com   de los Tucanes de Tijuana.
[15] En la página web: www.musica.com de los Tigres del Norte.
[16]  En la página web: www.musica.com
[17] Idem
[18] Heau, Catherine. “Poder y corrido: una reseña histórica” en la Revista “Comunicación y Política” . Versión 16. UAM, México. Oct-Diciembre. 2004. Pág 17.

No hay comentarios:

Publicar un comentario