Guadalupe Isabel
Carrillo Torea
Igual que hay hombre_hiena y hombre_pantera
Yo seré un hombre_judío
un hombre_cafre
un hombre hindú de Calcuta
un hombre de Harlem_que_no_vota
el hombre_hambruna, el hombre_insulto, el hombre tortura podrían
en cualquier momento agarrarlo, molerlo a golpes _matarlo sin más_sin tener que
rendir cuentas a nadie, sin tener que excusar con nadie
Aimé Césaire
El fenómeno de la Xenofobia, de carácter
mundial, lo vemos arraigado en algunos países más que en otros. La
globalización y las migraciones masivas han permitido que el sentimiento de
rechazo hacia el extranjero esté cada vez más generalizado o, también a la
inversa, es decir, cuando el extranjero
se planta en otros países en actitud xenófaba hacia éste que
visita.
Dentro de las muy variadas formas en que se manifiesta la xenofobia el
racismo es una de las más duras pues es capaz no sólo de llegar a la agresión
sino a la marginalidad sistemática del otro,
a la exclusión social y en consecuencia a desarraigos. Sin embargo la
otra cara del fenómeno nos puede mostrar también lo de que Edgar Samuel Morales
ha designado muy acertadamente como la inversión de los estigmas (Morales
Sales, 2000), esto es que aquello que nos hiere se convierta en nuestra
identidad para ser mostrada con orgullo.
Como expresión de vida la literatura ha registrado el tópico desde diversos discursos. En el
caso que nos ocupa tomo la obra poética de Aimé Césaire, escritor franco caribeño
fallecido hace pocos años. Fue Césaire figura emblemática dentro del
surrealismo francés de los años 30 y su obra Cuaderno de un retorno al país natal, que es La Martinica, ha sido considerada un
himno a la negritud, a la justicia y un
grito desgarrado que denuncia el racismo en su más cruel expresión la conquista
y la esclavitud posterior. A propósito de la obra nos dice Philippe
Ollé_Laprinne en un artículo publicado en la Revista Letras Libres en el 2003:
Este
escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre negro
explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de estos ataques
virulentos, desarrolló un discurso que es un llamado a la dignidad y a la
justicia para todos, con una sorprendente actualidad, como si precisamente el
tiempo tuviera la virtud de recuperar el vigor del grito para darle mayor
resonancia a las palabras del poeta.
Se trata pues de un canto lírico con resonancias de crudeza y realidad,
de solidaridad hacia la tierra y de aceptación de su negritud, concepto que el
mismo poeta creara en 1935 en su revista
El estudiante negro donde publicaban poetas en su mayoría venidos
de las colonias de dominio francés. El poema fue publicado en París en 1939 en
la revista Volonté pero de manera
fragmentaria. Años más tarde lo publicaría en su totalidad en la revista Tropiques editada en la Martinica, de la
que él fungía como director. El fortuito encuentro de André Bretón con el poema
de Césaire en 1941 en la misma isla fue lo que produjo la proyección internacional
del poema y de su autor que se convertiría en uno de los grandes del
surrealismo., así lo afirma Miguel Ángel Flores en su artículo “El cuaderno de
una vida en el país natal (Amié Césaire, 1913_2008)” en la Revista Tiempo 22. Archipiélago.
El
poema expresa la inquietud de un hombre , de una comunidad, de un país que no
se le había otorgado aún la posibilidad de manifestarse como tal. Esto fue
durante muchos años el aliento de vida que mantuvo a las islas antillanas en
pie de lucha. Alcanzar una identidad se convirtió en imperativo insoslayable
por parte de intelectuales, políticos y artistas de origen caribeño.
Aimé Césaire emplea las palabras aún no enunciadas y se convierte en
portavoz no sólo de los habitantes de su Martinica natal, sino también de los
negros de América y África. La cultura europea de la que se alimenta el poeta
serán los elementos a través de los cuales va tejiendo su denuncia en la obra.
Como bien apunta Miguel Ángel Flores “La lengua podía ser francesa pero debía
ser tamizada por los matices que imponía el ámbito del Caribe”. También Agustín
Bartha en el prólogo a la obra de
Césaire coincide con el crítico anterior y señala:
La palabra del poema era
francesa, surrealista y africana, pero no se adhería completamente a ninguna de
esas denominaciones. El poema sigue siendo dentro de la lírica moderna francesa
un cuerpo extraño y duro, pero está por lo menos localizado…y se ve en su luz
de lámpara enterrada en lo hondo de una gran herida (Bartha, Agustín, 1969: 9)
Es esa “gran herida” lo que nos interesa
analizar ; ver el poema como un canto dolorido y a la vez jubiloso. La
escritura habla de un mundo abyecto que se entrelaza con la hermosura de una
naturaleza llena de vida y la herencia de los ancestros negros. Miguel Ángel Flores comenta con acierto: “El
ritmo del poema está marcado por el ruido de las lluvias y el soplo de los
vientos, por los desplazamientos del mar y las voces de los ancestros que
dieron nombre lo mismo a elementos naturales que a cantos del rito. (Flores,
2008: 22).
Sumado al sentido temático de la exaltación de la belleza y el dolor
encontramos el concepto de negritud y de
nacionalismo; todo ello se convierte en eje estructural del poema. La negritud
se proyecta como una fuente continua de
sufrimiento que el yo poético proclama desde el inicio, extendiéndose a lo
largo de todo el poema. Pero en su otra cara también se asume como el rescate
de las tradiciones procedentes de África, la historia de la esclavitud, de las
vejaciones que ésta conlleva y el acabamiento al que fue sumida la
población.
Como concepto teórico y bandera ideológica la negritud se convirtió en
la sólida postura de quienes habían decidido dejar de lado la sumisión para
sustituirla por la voluntad de renacer en una identidad que, aun siendo
diferente, luchaba por su independencia y por el respeto debido a lo otro
cercano a nosotros pero no por ello idéntico.
Aimé Césaire mostrará en su obra una resemantización de lo que es la
negritud como parte esencial del concepto de nacionalismo que se va
construyendo en el poema. El sentido temático de la obra parte del título: Cuaderno de un retorno al país natal;
supone la vuelta de quien ha vivido alejado
de su patria y a cuyo regreso encontrará la infancia, y su raíz que está
en la tierra y en las tradiciones centenarias a
las que siempre estuvo vinculado.
El poema parte de una suerte de estribillo que se repite anafóricamente
en el transcurso de toda la obra; al
comienzo reiteradamente, después con
espacios de mayor distancia. “Al final del amanecer” puede ser entendido
denotativamente: el retorno culmina “al final del amanecer”. A su vez se
transforma en el encuentro con un mundo que no vive en su amanecer.
El hablante instala su discurso en un presente detenido; todo ocurre “al
final del amanecer”. Se trata de memoria y anticipación. Existe un pasado en el
recuerdo y un futuro que se desea y que se construye en el texto a manera de
realidad. Combinando indistintamente la prosa y el verso libre el poema se inicia a modo de conjuro: el
hablante desea expulsar aquello que lo aleja de sus “profundidades” y dice:
…vete, detesto a los lacayos del orden y a los abejorros de la esperanza, vete,
mal amuleto, chinche de frailuco”(Césaire, 1969: 23).
Si nos preguntamos por la connotación a la que alude el yo
lírico con expresiones como “mal amuleto” o “chinche frailuco”, veremos que la
respuesta brotará líneas más adelante cuando el mismo yo revela: “eres tú,
sucio odio”; la maldad, la tortura y las vejaciones se han ido convirtiendo en
ese odio demoledor que se hunde en aquellos que han sido rechazados y
maltratados.
Una larga descripción de ese mundo invadido por la miseria conforman lo
que es para el yo poético el objeto deseado. Lentamente el texto evoca
geografías antillanas y territorios de mayor familiaridad para él hasta
encontrar el hogar materno, vaciado por la pobreza:
…y eso forma pantanos de
herrumbre en la pasta gris sórdida apestosa de la paja, y cuando el viento
silba, estas disparidades hacen extraño
el ruido, como una crepitación de fritanga al principio, luego como un tizón
que se sumerge en el agua con el humo de las ranitas que vuelan…Y el lecho de
tablas de donde se ha levantado mi raza, toda mi raza de este lecho de tablas,
con sus patas de caja de kerosene, como si el lecho tuviera elefantiasis (1969:
43)
La descripción de lo local se amplía a la raza, humanizada como ese ser
que “se levanta en un lecho de tablas”. La asociación hecha en el poema inicia
en la tierra, pasa hacia la infancia del yo poético, al hogar ya perdido para,
extensivamente, asemejarlo con toda la comunidad de su isla, o lo que es lo
mismo, con su raza.
A
lo largo del poema el hablante ahonda en una alternancia entre su pasado
(infancia que recuerda) y el presente (la experiencia que enfrenta)
estableciendo la inevitable semejanza. En ambos persiste la atmósfera de
desolación, se vive el sufrimiento y se padece la pobreza. Realidades que desea
exhibir en su mayor crudeza. Sin embargo, junto a ellas, el yo se acerca a la naturaleza
y, desde ella, inaugura el mundo a través de la palabra; Miguel Ángel Flores lo
califica como “lenguaje adánico”:
Volveré a
hallar el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones.
Diré tormenta. Diré río. Diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Seré mojado por
todas las lluvias, humedecido por todos los rocíos. (Césaire, 1969: 47)
Este mundo que se crea de nuevo constituye “la tierra donde todo es
libre y fraternal, mi tierra”(1969: 49). En el poema se va cimentando un concepto
distinto de la negritud. Salir de Europa es un imperativo, el yo desea volver,
lleno de nostalgia, a encontrarse con su tierra pobre. Sólo desde ella podrá
construir un discurso nuevo, que proviene del colonizado y que parte de su
tierra, no de la lejanía. Por eso dice el poeta: “Abrázame sin temor… y si sólo
sé hablar, hablaré para ti” (1969: 49).
Con esta afirmación se abre un nuevo horizonte en el que el Yo lírico
hace suya la tierra natal, la misma que los colonizadores consideraron “su
propiedad”. La abraza con todo lo que es, sin excluir lo abyecto del presente y
del pasado. Desde esa aceptación se actualiza una negritud que cobija no sólo
al negro de Martinica o las Antillas, también a todos los diseminados por el
mundo:
¡Y yo
digo Burdeos y Nantes y Liverpool
y Nueva
York y San Francisco
no hay un
trozo de este mundo que no lleve
mi huella
digital
y mi
calcáneo sobre la espalda de los rascacielos
y mi
mugre
en el
centelleo de las gemas (1969: 59)
El
Yo lírico se define como hombre negro; esa identidad lo convierte en ciudadano
del mundo. Con ello la negritud se convierte en condición universal. Al
preguntarse por su identidad y la de su pueblo el yo responde llamándose
“árbol” cuya raíz está en el suelo de su tierra. Se denomina a sí mismo “Congo”
haciendo definitiva la identificación con la naturaleza:
¿Quiénes
y cuáles somos? ¡Admirable pregunta!
A
fuerza de contemplar los árboles me he convertido en un árbol
y mis
largos pies de árbol han cavado en el suelo
anchos
sacos de veneno, altas ciudades de osamentas
a
fuerza de pensar en el Congo
me he
convertido en un Congo rumoroso
de
bosques y de ríos
donde
el látigo restalla como un gran estandarte
el
estandarte del profeta (1969: 61)
La descripción de su tierra interpela a
todas las tierras en las que habita el hombre negro, la raza universal que
subsiste y quiere superar su condición de inferioridad en la que ha sido
instalada gracias a los colonialismos milenarios. Ajeno a cualquier
idealización, los versos se convierten en un campo de batalla de la conciencia
de quien escribe. Se sabe malo, pobre, se sabe hombre y gracias a esto se
acepta y se ama en su realidad:
Y para mis danzas
Mis danzas del mal negro
Para mí mis danzas
La danza rompe_argolla
La danza salta_prisión
La danza es_hermoso_y
_bueno_y_legítimo_ser_negro (1969: 127)
El yo que se levanta y se califica de
“hermoso” y “bueno” se ha distanciado del discurso del colonizador. Será el
colonizado quien elabore un proyecto nuevo, desde su tierra, considerándolo
as;i mismo “legítimo”.
Edward Said en su ensayo Representar al colonizado (1996) a propósito de la obra de Cuaderno… insiste en que la propuesta del libro se postula como un
verdadero “desafío anti_imperialista”. Explica Said que tanto Césaire como
Fanon estaban conscientes de la necesidad de que el nacionalismo hasta entonces
asumido debía ampliarse , para que no se convirtiera en obstáculo para la
liberación real de su raza. Concebir el nacionalismo desde el soporte teórico
del colonizado los convierte en súbditos de aquellos que construyeron para el
negro una identidad tan ajena a la tierra:
De hecho Fanon y Césaire
_obviamente hablo de ellos como modelos_ cuestionan directamente el asunto de
la identidad y del pensamiento identitario, ese convidado de piedra de la
presente reflexión antropológica sobre la “otredad” y la “diferencia”. Lo que
Fanon y Césaire exigían de sus propios partidarios, aún durante el calor de la
lucha, era abandonar las ideas fijas de la identidad colonizada y la definición
culturalmente autorizada. Ellos decían “sé tú mismo diferente para que tu
destino como pueblo colonizado pueda ser
diferente”; de ahí por qué el nacionalismo a pesar de su obvia
necesidad, es también el enemigo. (Said, 1996: 57)
Lo dicho por Edwar Said fue justamente lo que expresó Césaire en
Cuaderno…, convirtiendo la obra en un proyecto de singulares propuestas
ideológicas e incluso étnicas. Se trata de una apuesta por la dignidad en un
sentido de totalidad; ser hombre debería ser un concepto incluyente donde las
razas se incorporen sin aspirar a la otredad que menciona Said. Amié Césaire,
el más autorizado defensor de su raza nos dice en palabras subversivas y
esperanzadoras: “Ninguna raza posee el monopolio de la belleza, de la
inteligencia, de la fuerza, y hay lugar para todos en el encuentro de la
conquista”.
El poema Cuaderno…fue la obra de mayor
trascendencia escrita por Aimé Césaire.
La estructura del poema, el manejo de un lenguaje que pareciera moverse al
ritmo de la naturaleza y de su amor hacia la raza negra lo dignifican y lo
convierten en un hombre adelantado a su época. Nació y murió en La Martinica y
desde ella mantuvo la coherencia de su pensamiento de apertura, sin dejar de
lado el amor conmovido por su tierra. Así nos habla de sus anhelos:
Y
yo busco para mi país no corazones de dátil, sino corazones de
Hombre que, para entrar en
las ciudades de plata por la gran puerta trapezoidal, golpeen la sangre viril,
y mis ojos barren mis kilómetros cuadrados de tierra paternal y enumero las
llagas con una especie de júbilo y las hacino unas sobre otras como raras
especies. (1969: 126)
Ese fue el hombre que luchó en su tierra, desde su tierra y para su
tierra que fue, en realidad, el mundo desgarrado que había que abrazar.
BIBLIOGRAFÍA
Césaire, Aimé. 1969. Cuaderno de un retorno al país
natal. Editorial Era. México. 129 Pp.
Morales Sales, Edgar Samuel. 2001. Estigmas sociales y nuevo orden en América
Latina. Editorial UAEM. Toluca.
México.
Said, Eward. 1996. Representar al colonizado. Editorial de Bolsillo. México.
HEMEROGRAFÍA
Flores, Miguel Ángel. “El cuaderno de una
vida en el país natal” . En la Revista Tiempo Archipiélago. México. 2008.
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