La muerte de Eugenio Montejo ocurrida hace unos días nos ha dejado a todos los que lo conocimos, más aún, a los que tuvimos el privilegio de maravillarnos con sus versos, una sensación de acabamiento; como si la tristeza cayera silenciosa entre los resquicios de sombras, calles y avenidas. Porque Montejo no sólo le hablaba a su interior; también reflexionaba sobre el mundo; sobre el paso del tiempo y las discordias. Entendió al hombre en su inevitable fragilidad y desde ella le habló como si quisiera consolarnos.
Poeta, tu palabra sigue aquí, nos convoca ahora, mañana, después.
Les trascribo unos versos extraordinarios:
Cruzo la calle Marx, la calle Freud; ando por una orilla de este siglo,
despacio insomne, caviloso
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas,
pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frenta a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cae más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin; miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
mi siglo con sus guerras y posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosiglo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino
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